En
noviembre, se les pedirá a los votantes que elijan a uno de
los dos candidatos belicistas
¡Den
paso al mariscal de campo Obama!
Por Mike Whitney (*)
CounterPunch, Weekend Edition, 05/07/08
Rebelión,
10/07/08
Traducido
por Sinfo Fernández
Se
suponía que Afganistán iba a ser una “guerra buena”;
una “respuesta justa” a los ataques del 11 de
septiembre. Se suponía que serviría para llevar a Bin
Laden “vivo o muerto” ante la justicia y aplastar el
terrorismo allí donde se originó. El 95% del pueblo
estadounidense apoyó la invasión de Afganistán. Ahora,
son ya menos de la mitad los que piensan que EEUU conseguirá
imponerse. La guerra se promovió como vía para reemplazar
un régimen fundamentalista represivo por un gobierno democrático
basado en valores occidentales. La administración Bush
prometió reconstruir el Afganistán asolado por la guerra,
transformar su sistema feudal en una economía de libre
mercado y liberar a sus mujeres de la opresión del
extremismo islámico.
Todo
eso no fue más que palabrería barata. No se ha cumplido
ninguna de las promesas ni se ha logrado ninguno de los
objetivos. Además, la guerra nunca ha sido un instrumento
para conseguir cambios sociales positivos; sirve para matar
gente y hacer explotar cosas. Emperifollar una agresión
militar definiéndola como “prevención” puede funcionar
como mucho unos instantes pero, antes o después, la verdad
sale a la luz. Democracia y modernidad no vienen desde el cañón
de un arma.
Lejos
de ser la “guerra buena”, Afganistán resultó ser una
brutal guerra de venganza. Tres décadas de lucha han dejado
el país en ruinas y la violencia no hace sino empeorar.
Como la victoria se ve cada vez más lejana, EEUU ha ido
aumentando su campaña de bombardeos haciendo de 2008 el año
de más mortífero recuerdo. Las víctimas civiles se han
disparado y millones de afganos se han visto convertidos en
refugiados. Al mismo tiempo los talibanes se han reagrupado
y han pasado a controlar zonas estratégicas vitales en el
sur, afectando a las líneas de suministros estadounidenses
desde Pakistán. Khost ha caído en manos de la resistencia
afgana de la misma manera que sucedió cuando el ejército
soviético fue derrotado durante la década de 1980. Los
talibanes se están moviendo inexorablemente hacia Kabul y
parece ya inevitable que se desencadene una batalla por la
capital.
Por
segundo mes consecutivo, la cifra de tropas extranjeras
muertas en Afganistán ha excedido a la de Iraq. Los
combates se han intensificado mientras la seguridad se
deteriora velozmente. Las fuerzas de los talibanes no paran
de crecer, pero el total del compromiso aliado es todavía
inferior a 60.000 soldados para un país de 32 millones.
Esto hace que sea imposible capturar y mantener un
territorio. El ejército se limita a llevar a cabo
operaciones consistentes en “atacar y escapar”. El
terreno pertenece a los talibanes.
Michael
Scheuer, anterior jefe de la CIA del centro de operativos
para la captura de Bin Laden, hizo esta declaración en una
reciente conferencia en el Instituto para Oriente Medio en
Washington DC: “Afganistán está perdido para los Estados
Unidos y sus aliados. Usando la terminología de Kipling:
‘Lo que estamos contemplando es cómo la OTAN se desangra
sobre las llanuras afganas’. Pero, ¿qué vamos a hacer?
Allí hay 20 millones de pastunes, ¿es que vamos a
invadirlos? No tenemos suficientes tropas ni siquiera para
formar una organización militar que controle el país. El
desastre se produjo al principio. Los locos que salieron
corriendo de nuestro país y pensaron que unos cuantos
cientos de oficiales de la CIA y unos cuantos cientos de
oficiales de las fuerzas especiales podrían tomar un país
del tamaño de Texas, y mantenerlo, estaban totalmente
locos. Y ahora estamos pagando el precio”.
Scheuer
añadió: “En estos momentos, estamos más cerca de la
derrota en Afganistán que en Iraq”.
El
pesimismo de Scheuer es ampliamente compartido entre las
elites políticas y militares. La situación sobre el
terreno es desesperanzadora; no hay luz alguna al final del
túnel. El escritor Anatol Lieven lo puso muy claro en un
artículo publicado en el Financial Times: “The Dream of
Afghan Democracy is Dead”: “El primer paso a dar para
repensar la estrategia afgana es examinar seriamente las
lecciones de una reciente investigación de opinión
realizada sobre combatientes talibanes normales y corrientes
que fue financiada por el Toronto Globe and Mail. Hay dos
resultados que resultan impactantes: la extendida ausencia
de manifestaciones intensas de lealtad hacia el Mullah Omar
y el liderazgo talibán; y las razones que la mayoría
ofreció para unirse a los talibanes, a saber: la presencia
de tropas occidentales en Afganistán. Muchos citaron también
como motivación las muertes de parientes o vecinos a manos
de esas fuerzas. Esto plantea la cuestión de si Afganistán
no se estará convirtiendo en una especie de finca de caza
surrealista, en la cual EEUU y la OTAN no hacen sino
engendrar a los mismos “terroristas” que luego se
dedican a perseguir”.
Lieven
tiene razón. La ocupación y la descuidada matanza de
civiles han servido tan solo para fortalecer a los talibanes
e hinchar sus filas. EEUU perdió la lucha por los corazones
y las mentes y no tiene fuerzas para establecer seguridad.
La misión ha fracasado; el pueblo afgano está harto de
ocupaciones extranjeras y a toda velocidad se descomponen
los apoyos en el frente interno. EEUU está cavando tan sólo
un agujero más profundo donde ir a meterse.
En
todos y cada uno de los estándares objetivos, las
condiciones son ahora mucho peores de lo que eran antes de
la invasión de 2001. La economía es un desastre, el
desempleo se ha disparado, la reconstrucción es mínima, la
seguridad brilla por su ausencia y la desnutrición está en
niveles que rivalizan con el Africa Subsahariana. Afganistán
no es más seguro ni más próspero ni más libre. La
inmensa mayoría de los afganos siguen viviendo con un nivel
de pobreza extrema exacerbado por la amenaza constante de la
violencia. El gobierno de Karzai no cuenta con el mandato
popular ni con ningún poder más allá de la capital. El régimen
no es sino una farsa mantenida por un pequeño ejército de
mercenarios extranjeros y unos medios de comunicación
colaboradores que lo promueven como un signo de democracia
en ciernes. Pero no hay ni democracia ni soberanía.
Afganistán está ocupado por tropas extranjeras. Ocupación
y soberanía se excluyen mutuamente.
Según
el informe del Consejo Senlis: “Stumbling into Chaos:
Afganistán on the brink”: “La situación de la
seguridad en Afganistán ha alcanzado proporciones de
crisis. La capacidad talibán para establecer una presencia
por todo el país está probada ahora más allá de
cualquier duda; el 54% de la masa continental afgana acoge
una presencia permanente talibán, especialmente en el sur
de Afganistán.
Los
talibanes son de facto la única autoridad gobernante en
partes importantes del territorio en el sur y el este, y están
empezando a controlar partes de la economía local e
infraestructuras clave como carreteras y suministros de
energía. La insurgencia ejerce también un importante
control psicológico, ganando cada vez más legitimidad política
a los ojos del pueblo afgano que tiene una larga historia de
alianzas cambiantes y de cambios de régimen”.
El
periodista Eric Walberg clarifica aún más el papel jugado
por los talibanes en su artículo “The Princess and the
Taliban”: “Los lectores occidentales se quedan
atrofiados al aceptar las palabras–código de
‘enemigo’ e ‘insurgentes’, ignorando el hecho
subyacente de que los talibanes son aún el gobierno legítimo,
que esos supuestos insurgentes son ampliamente considerados
como combatientes de la libertad que luchan contra los
ocupantes extranjeros no musulmanes –el ‘enemigo’
real– que invadieron ilegalmente el país y han matado
ilegalmente a cientos de miles de combatientes de la
resistencia y de civiles inocentes. Más que ‘matado’,
la palabra más apropiada sería ‘asesinado’. Para la
gente local, los muertos son ‘mártires’, la igual que
en Iraq y en Palestina… Las circunstancias de decadencia
del país señalan a los talibanes como la única fuerza
capaz de controlar la situación”.
Ni
siquiera está claro que las mujeres estén mejor ahora que
bajo el gobierno talibán. Según una parlamentaria afgana,
Malalai Joya: “Cada mes, docenas de mujeres se autoinmolan
para poner fin a su desolación… La guerra estadounidense
contra el terror es una farsa y lo mismo ocurre con el apoyo
estadounidense al gobierno actual en Afganistán, que está
dominado por terroristas de la Alianza del Norte… El ejército
estadounidense ha matado a muchos más civiles en Afganistán
de los que murieron en EEUU en la tragedia del 11 de
septiembre. EEUU ha matado a muchos más civiles que los
talibanes… EEUU debería retirarse tan pronto como sea
posible. Necesitamos liberación, no ocupación” (“The
War on Terror is a Mockery”, Elsa Rassbach, Z Magazine,
noviembre 2007).
Los
talibanes habían efectivamente erradicado el cultivo de
opio antes de la invasión en 2001. Ahora, tras seis años
de guerra, el comercio del opio ha retornado con ganas y
Afganistán representa el 93% de la producción mundial de
heroína. La heroína es ahora la principal exportación
afgana; la nación se ha convertido en una narco–colonia
estadounidense.
A
Bush no podría importarle menos el tráfico de drogas. Lo
que le interesa es estabilizar Afganistán para que la miríada
de bases estadounidenses que se están construyendo a lo
largo de los corredores de los oleoductos pueda proporcionar
una vía segura para el petróleo y el gas natural que se
dirige hacia los mercados del Lejano Oriente. Eso es lo que
realmente cuenta. La administración se está jugando el
futuro de EEUU en una arriesgada estrategia que busca
establecer un baluarte en Asia Central a fin de controlar el
flujo de energía desde el Caspio hacia China y la India.
Pero
los políticos estadounidenses ya no confían en la victoria
en Afganistán. En realidad, según un informe del Pentágono:
“Los militantes talibanes se han reagrupado tras su caída
inicial del poder y se han unido formando una fuerte
insurgencia’. El informe pinta un cuadro desolador del
conflicto, concluyendo que las condiciones de la seguridad
en Afganistán se han deteriorado de forma aguda mientras
que el gobierno nacional en ciernes en Kabul sigue siendo
incapaz de extender su alcance por todo el país o tomar
medidas efectivas antinarcóticos”.
La
situación es desesperada y está forzando a Bush a decidir
si mueve a las tropas de Iraq o se enfrenta a la creciente
resistencia en Afganistán. Mientras tanto, la violencia se
extiende y los muertos en combate aumentan. Los jefes del
Pentágono creen ahora que sólo puede derrotar a los
talibanes atacando sus bases en Pakistán, un plan temerario
que podría inflamar las pasiones en Pakistán y provocar un
conflicto regional. De forma gradual, EEUU está sintiendo
atracción por un atolladero mayor.
¡Adelante,
mariscal de campo Obama!
El
candidato presidencial Barak Obama, “el candidato de la
paz”, apoya una mayor implicación estadounidense en la
guerra en Afganistán y ha propuesto “el envío al menos
de dos brigadas más de combate –de 7.000 a 10.000
soldados– a Afganistán, mientras despliega más fuerzas
de Operaciones Especiales por la frontera afgano–pakistaní.
Ha propuesto también aumentar la ayuda no militar a
Afganistán en al menos 1.000 millones de dólares al año”
(Wall Street Journal). Obama, apoyado por Brzezinski y otros
consejeros de política exterior de Clinton, ha centrado su
atención en la “guerra contra el terror”, ese lúgubre
golpe de relaciones públicas que oculta el deseo
estadounidense de convertirse en un jugador importante en el
Gran Juego, la batalla por la supremacía en el continente
asiático. Obama parece incluso más ansioso de repetir la
historia que su oponente John McCain.
En
noviembre, se les pedirá a los votantes que elijan a uno de
los dos candidatos belicistas. McCain ha dejado muy clara su
posición; su objetivo está en Iraq. Ahora Obama debería
explicar por qué es más aceptable matar a un hombre que
lucha por su país en Afganistán que en Iraq. Si no puede
responder a esa pregunta, entonces merece perder.
(*)
Mike Whitney vive
en el estado de Washington. Puede contactarse con él en:
fergiewhitney@msn.com
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