Estados Unidos

¿Por qué Estados Unidos no va a atacar a Irán?

La realidad se muerde la lengua

Por Tom Engelhardt (*)
TomDispatch, 09/07/08
Rebelión, 14/07/08
Traducido por Sinfo Fernández

La cuestión ha estado presente en las mentes de los activistas antibelicistas y de los críticos de la guerra desde 2003. No es de extrañar. Por si no se acuerdan de la ocurrencia neocon anterior a la invasión de Iraq: “Todo el mundo quiere ir a Bagdad. Pero los hombres de verdad quieren ir a Teherán…”, entonces, tomen nota. Incluso antes de que las tropas estadounidenses entraran en Iraq, liquidar a Irán formaba parte ya de aquel invento del “Cambio de Régimen: La continuación”. Estaba ya en la agenda de Bush y es evidente que, para una facción de la administración dirigida por el Vicepresidente Cheney, sigue estándolo.

Añadan a eso toda una serie de declaraciones provocativas por parte del Presidente Bush, el Vicepresidente y otros altos y antiguos funcionarios estadounidenses. Tomen a la hija de Cheney, Elizabeth, quien recientemente envió este mensaje verbal a los iraníes: “A pesar de lo que pueden estar escuchando del Congreso, a pesar de lo que pueden estar escuchando de otras partes de la administración que podrían estar diciendo que la fuerza no está sobre la mesa… vamos en serio”. Preguntada sobre un ataque israelí contra Irán, dijo: “Desde luego, no creo que debamos hacer nada pero les apoyamos”. Asimismo, el antiguo embajador ante las Naciones Unidas John Bolton sugirió que la administración Bush podría lanzar un ataque por aire contra Irán tras las elecciones, durante sus últimas semanas en el poder.

Consideren también la evidente fruición con que el Presidente y otros altos funcionarios de la administración rechazan con regularidad descartar “todas las opciones” de esa “mesa” proverbial (en la que nadie se molesta en sentarse a dialogar). Introdúzcanse en la mezcla de amenazas, advertencias y espeluznantes filtraciones de los oficiales israelíes y de los variopintos sujetos de la inteligencia sobre los progresos de Irán en la producción de un arma nuclear y en lo que Israel, en tal caso, debería hacer. Después, tenemos también todos esos informes recientes acerca de un “importante ejercicio militar” israelí en el Mediterráneo que parecía prefigurar un futuro ataque aéreo sobre Irán. (“Varios funcionarios estadounidenses dijeron que las maniobras israelíes parecían representar un esfuerzo para desarrollar la capacidad del ejército en los ataques de largo alcance y demostrar la seriedad con la que Israel considera el programa nuclear de Irán”).

Desde el otro lado del pasillo político estadounidense llega un lenguaje apenas menos espeluznante, incluido el infame comentario de Hillary Clinton sobre cómo EEUU podría “arrasar totalmente” Irán (en respuesta a un hipotético ataque nuclear iraní contra Israel). El congresista Ron Paul informó recientemente de que algunos de sus compañeros “han manifestado abiertamente su apoyo a un ataque nuclear preventivo” contra Irán, mientras que la resolución que pronto va a presentarse ante la Cámara (H.J. Res. 362), apoyada tanto por demócratas como republicanos, insta a la imposición de un tipo de sanciones y de un bloqueo naval sobre Irán equivalentes a una declaración de guerra.

Añadan una cadena de nuevas bases militares que EEUU ha estado construyendo a pocas millas de la frontera iraní, los repetidos crescendos de las acusaciones militares de EEUU acerca de las armas suministradas por Irán para matar a soldados estadounidenses en Iraq, y la revelación de Seymour Hersh, nuestro primer periodista de investigación de que, a finales del pasado año, la administración Bush lanzó –con el apoyo de los dirigentes demócratas en el Congreso– un programa secreto por valor de 400 millones de dólares “diseñado para desestabilizar el liderazgo religioso [de Irán]”, que incluía actividades a través de la frontera por parte de Fuerzas de las Operaciones Especiales de EEUU y una guerra de terror de baja intensidad a través de representantes en regiones donde las minorías árabes Balucha y Ahwazi son más fuertes. (Los precedentes de esta campaña de terror incluyen anteriores campañas de la CIA en Afganistán en la década de 1980, utilizando coches-bomba e incluso camellos-bomba contra los rusos, y en Iraq en la década de 1990, con la utilización de coches bombas y otros explosivos en un intento de desestabilizar el régimen de Saddam Hussein).

Añadan a toda esta mezcla de combustibles la falta de voluntad de los iraníes de suspender sus actividades de enriquecimiento nuclear, aunque no sea más que unas cuantas semanas, mientras negocian con los europeos acerca de su programa nuclear. Añadan también diversas amenazas de funcionarios iraníes en respuesta a la posibilidad de un ataque israelí o estadounidense contra sus instalaciones nucleares y toda una serie de otras alarmas, predicciones semi-oficiales (“Un antiguo funcionario de defensa dijo a ABC News que hay “una probabilidad creciente” de que Israel llevara a cabo tal ataque…”), informes, rumores y advertencias, por lo que apenas pueda sorprendernos que el Internet político se haya llenado de alarmantes artículos (así como de alarmistas) proclamando la inminencia de un ataque contra Irán.

Seymour Hersh, que tiene ciertamente la oreja pegada al suelo en Washington, ha sugerido públicamente que una victoria de Obama podría ser la señal para que la administración Bush lanzara una campaña aérea contra aquel país. Como Jim Lobe, de Inter Press Service, ha señalado, ha habido una cifra de “advertencias públicas por parte de los halcones estadounidenses cercanos a la oficina de Cheney indicando que, o bien los israelíes, o bien EEUU, atacarían a Irán entre las elecciones de noviembre y la toma de posesión de un nuevo presidente en enero de 2009” .

Teniendo en cuenta la doctrina de la “guerra preventiva” de la administración Bush, que ha abierto el camino para lanzar guerras sin que medie aviso ni obvia provocación, así como la inclinación de sus funcionarios a ignorar la realidad, todo esto lograría aterrar a cualquiera. De hecho, no sólo los críticos a la guerra están cada vez más nerviosos. En meses recientes, ansiosos (y codiciosos) comerciantes de materias primas, suponiendo una futura guerra, han aumentado esos temores. (Cada pedacito de potenciales malas noticias relativas a Irán sirve sólo para empujar más el precio del barril de petróleo hacia la estratosfera). Y, cada vez más, los expertos y periodistas de los medios de comunicación dominantes se están uniendo a todos ellos.

No es de extrañar. Es un escenario notablemente aterrador, y si hay algo que esta administración nos ha enseñado en estos últimos meses, es que no hay nada “fuera de la mesa” ni para los funcionarios, que sólo hace unos pocos años se creían capaces de crear su propia realidad y de imponérsela a todo el planeta. Un “funcionario de la administración no identificado” –se asume generalmente que es Karl Rove– se lo expuso maravillosamente de esta forma al periodista Ron Suskind allá por octubre de 2004:

“[Él] dijo que los tipos como yo estábamos ‘dentro de lo que llamamos comunidad que se atiene a la realidad’, que definió como gente que ‘cree que las soluciones brotan de un estudio juicioso de la realidad discernible’. Asentí y murmuré algo sobre principios ilustrados y empirismo. Me cortó. ‘Esa ya no es realmente la forma por la que el mundo funciona’, continuó. ‘Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estás estudiando esa realidad –juiciosamente, como tú quieres hacerlo– actuaremos de nuevo creando otras realidades nuevas, que también puedes estudiar, y así es como las cosas se moverán. Somos los actores de la historia… y vosotros, todos vosotros, sólo quedaréis para estudiar lo que nosotros hacemos’”.

Un futuro shock global alrededor del petróleo

No obstante, algunas veces –como en Iraq– la realidad tiene que morderse la lengua, no importa cuán loco o poderoso sea el soñador imperial. Por eso, consideremos por un momento la realidad. En lo que concierne a Irán, la realidad significa gas natural y petróleo. Estos días, cualquier tic o problema, o potencial problema, que afecte al mercado del petróleo, no importa lo insignificante que sea –desde Méjico a Nigeria–, fuerza otro tirón hacia arriba del precio del petróleo.

Al poseer las segundas mayores reservas del mundo en petróleo y gas natural, no es fácil tumbar con rapidez a Irán en el mapa energético. La Red de Seguridad Nacional, un grupo de expertos en seguridad nacional, estima que la política de la administración Bush de bravuconear, amenazar y emprender acciones intermitentes de baja intensidad contra Irán, ha añadido ya un recargo de 30$–40$ a cada barril de petróleo de 130$. Después se produjo un repunte de 11$ al día después de que el Viceprimer Ministro israelí Shaul Mofaz sugiriera que era “inevitable” un ataque israelí contra las instalaciones nucleares iraníes.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, imaginemos, por un momento, lo que casi cualquier modalidad de ataque aéreo –israelí, estadounidense, o una combinación de ambos– probablemente haría sobre el precio del petróleo. Cuando Brian Williams, de NBC Nightly News, preguntó hace poco al corresponsal Richard Engel sobre los efectos de un ataque israelí contra Irán, éste respondió: “Le hice esa misma pregunta a un analista del petróleo. Que me dijo: ‘¿El precio del petróleo? Diga cualquier precio: 300$, 400$ el barril’”. El antiguo oficial de la CIA, Robert Baer, sugirió en Time Magazine que un ataque de ese tipo se traduciría en 12$ en el surtidor de gas. (“Un especulador petrolífero me dijo que el precio del petróleo llegaría a los 200$ el barril en cuestión de pocos minutos”.)

Ese tipo de alzas en el precio se produciría durante el pánico que precedería a cualquier respuesta iraní. Porque desde luego, los iraníes, no importa todo lo que se les pudiera atacar, responderían con toda seguridad, ellos mismos y a través de sus aliados en la región de mil y una maneras. Los funcionarios iraníes han amenazado con todo tipo de infiernos en caso de ser atacados, incluyendo “tácticas de guerra relámpago” por la región. El Ministro del Petróleo, Gholam Hossei Nozari, juró que su país “reaccionaría fieramente y que nadie podía ni imaginar cuál sería la reacción de Irán”. El jefe de la Guardia Revolucionaria de Irán, Mohammed Safari, dijo: “La respuesta de Irán a cualquier acción militar hará que los invasores lamenten su decisión y sus acciones”. (“El Sr. Safari ha advertido ya que si se ataca a Irán, lanzarían una cortina de fuego de misiles hacia Israel y cerrarían el Estrecho de Ormuz, la salida de los buques petroleros del Golfo Pérsico”). Ali Shirazi, el representante del Ayatollah y Líder Supremo Ali Jamenei ante los Guardias Revolucionarios, ofreció la siguiente respuesta: “La primera bala que EEUU dispare hacia Irán hará que nuestro país incendie sus intereses vitales por todo el planeta”.

Tomemos un momento para imaginar tan sólo cuáles podrían ser algunas de las respuestas ante cualquier ataque aéreo. La lista de posibilidades es casi interminable y muchas de ellas serían difíciles de prevenir incluso por la potencia militar preeminente del planeta. Podrían incluir, para empezar, el minado del Estrecho de Ormuz, a través del que pasa una parte importante del petróleo mundial, así como otras interrupciones de la navegación en la región (¡Ni siquiera se les ocurra pensar en lo que sucederá con las tasas de seguros de los buques petroleros!)

Además, tenemos también a las tropas estadounidenses en sus megabases en Iraq. Más que representar una fuerza poderosa para cualquier ataque –el Primer Ministro iraquí Nuri al–Maliki ha advertido ya al Presidente Bush de que el territorio iraquí no puede utilizarse para atacar a Irán–, se convertirían instantáneamente en rehenes de las acciones iraníes, incluyendo un posible ataque con misiles contra esas bases. De forma parecida, las líneas de suministros estadounidenses para esas tropas, que vienen desde Kuwait pasando por el puerto petrolífero de Basora, en el sur, podrían también convertirse en rehenes de un tipo diferente, dada la indignación que se produciría, con toda seguridad, tras el ataque en las regiones chiíes de Iraq. No sería precisamente imposible cortar esas líneas.

Imaginen, también, lo que las posibles interrupciones de los modestos suministros de petróleo iraquí podrían significar en el caos del momento, con el petróleo iraní ya fuera del mercado. Consideren entonces lo que podría suponer para los mercados petrolíferos globales que incluso un pequeño número de misiles iraníes cayeran sobre los campos de petróleo saudíes y kuwaitíes. (Ni siquiera importaría que llegaran a alcanzar algo). Y todo eso, desde luego, arañando tan sólo la superficie de la gama de posibilidades de venganza de que dispondrían los dirigentes iraníes.

Mírenlo de otro modo, Irán es un poder regional débil (que no ha invadido otro país en lo que se recuerda) que, no obstante, conserva una capacidad notable para poder infligir graves daños locales, regionales y globales.

Un escenario así supondría un shock petrolífero global de proporciones casi inconcebibles. Para cualquier estadounidense que crea que él o ella están experimentando ahora “penas junto al surtidor de gasolina”, esperen tan sólo a experimentar lo que un verdadero shock global petrolífero implicaría.

Y eso sin tomar siquiera en consideración lo que podría significar que se extendiera el caos por los centros del petróleo del planeta, o lo que podría ocurrir si Hizbollah o Hamas emprendieran una acción de cualquier tipo contra Israel e Israel respondiera. Mohamed El Baradei, el serio jefe de la Agencia para la Energía Atómica Internacional, al considerar la situación, dijo lo siguiente: “Un ataque militar, en mi opinión, sería peor que todo lo imaginable. Convertiría la región en una bola de fuego…”

Esta es, pues, la base para cualquier discusión sobre un ataque contra Irán. Esta es la realidad, y tiene que ser desalentadora para una administración que ya se encuentra militarmente tensada al límite, incapaz incluso de encontrar los refuerzos que quiere enviar a Afganistán.

¿Puede Israel atacar a Irán?

Dejemos a los expertos la cuestión de si Israel, por sí mismo, podría lanzar en estos momentos un ataque aéreo efectivo contra las instalaciones nucleares iraníes, sobre lo cual hay serias dudas. Y en lugar de eso imaginemos lo que significaría para Israel lanzar ese ataque (incitado por la facción del Vicepresidente en el gobierno de EEUU) en los últimos meses, o incluso semanas, del segundo mandato de un Presidente especialmente incapaz y de una administración históricamente impopular.

Por las declaraciones del ministro de exteriores de Irán, ya sabemos que los iraníes considerarían un ataque israelí como si fuera un ataque estadounidense, poco importa si los aviones estadounidenses se vieran o no implicados. Y ello en función de lo siguiente: los aviones israelíes que se dirigieran a Irán tendrían sin duda que cruzar el espacio aéreo iraquí, por el momento controlado por EEUU y no por el casi sin fuerza aérea gobierno de Maliki. (En realidad, en las negociaciones del Estatuto de Acuerdo de Fuerzas con los iraquíes, la administración Bush ha pretendido que EEUU retenga el control de ese espacio aéreo, hasta una altura de 29.000 pies, hasta después del 31 de diciembre de 2008, cuando se agote el mandato de Naciones Unidas).

Es decir, en la víspera de la llegada de una nueva administración estadounidense, Israel, un pequeño y vulnerable estado de Oriente Medio, profundamente dependiente de su alianza con EEEU, se encontraría a sí mismo siendo responsable de empezar una guerra estadounidense (asociado a un Vicepresidente de impopularidad incomparable) y de un shock petrolero global de proporciones asombrosas, cuando no de una inmensa depresión global. Sería también la causa próxima de un “bola de fuego” global. (Israel, pobre en petróleo, resultaría también, sin duda, herido económicamente por su propio ataque).

Además, la última Estimación de la Inteligencia Nacional Estadounidense sobre Irán concluía que los iraníes habían detenido en 2003 el desarrollo de su programa nuclear en lo relativo a armamento, y la inteligencia estadounidense duda, según se dice, de las recientes advertencias israelíes de que Irán está a punto de conseguir una bomba. Desde luego, el mismo Israel tiene una fuerza nuclear estimada –aunque silenciada– en unas 200 de esas bombas.

Por expresarlo con sencillez, es casi inconcebible que el actual y dividido gobierno israelí sea políticamente capaz de lanzar él solo tal ataque contra Irán, o incluso en combinación con sólo una facción, no importa lo poderosa que sea, del gobierno estadounidense. Y ese punto de vista es más o menos el que muchos israelíes (e iraníes) dan por sentado. Sin una “luz verde” a escala total de la administración Bush, lanzar ese ataque equivaldría a un suicidio político a largo plazo.

Sólo en conjunción con un ataque estadounidense sería probable un ataque israelí (si es que se llega a un punto de locura tal). Por eso, volvamos a la administración Bush y consideremos lo que podríamos denominar como el escenario Hersh.

¿Atacará la administración Bush a Irán si Obama sale elegido?

El primer problema es sencillo. El petróleo, que la pasada semana andaba por los 146$ el barril, cayó a 136$ (en parte debido a una declaración del Presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad descartando “la posibilidad de que la guerra con los EEUU e Israel fuera inminente”), y, el miércoles subió a 137$ en reacción a las pruebas iraníes con misiles. Pero, cualquiera que sean los zig–zag inmediatos, el modelo general del precio del petróleo parece suficientemente claro. Algunos sugieren que, en el momento de la posible victoria de Obama, el barril de crudo costará unos 170$. El presidente del gigante monopolio petrolero ruso Gazprom predijo recientemente que alcanzaría los 250$ en 18 meses, y eso sin atacar a Irán.

Para los que están ansiosos de lanzar una campaña razonablemente no muy penosa contra Irán, el momento pasó ya. Cada salto en el precio del petróleo sólo sirve para enfatizar el dolor que está por llegar. A su vez, eso significa que cada día que pase es una locura mayor –y más difícil– lanzar ese ataque. Hay ya una oposición importante dentro de la administración; el pueblo estadounidense, con todas sus dificultades, no está preparado y, como indican las encuestas, no está dispuesto a apoyar masivamente tal ataque. No hay duda de que el legado de Bush, como sea ése, estaría lleno de infamia para siempre.

Ahora, consideren las acciones recientes de la administración en Corea del Norte. Haciendo frente a una “realidad” de la que los funcionarios de Bush habrían abjurado por vez primera, el Presidente y sus asesores no sólo negociaron con esa nuclearizada nación del Eje del Mal, sino que ahora están sacándola de la lista del Acta de Enemigos del Comercio y de la lista de Estados que Apoyan el Terrorismo. No importa qué medidas ha adoptado el régimen de Kim Jong II, incluida la voladura de la torre de refrigeración del reactor de Yongbyon, esto supone un cambio asombroso en esta administración. Un enfadado John Bolton, que se alista entre las huestes de Cheney, comparó lo que sucedía con una “tregua de la policía con la Mafia”. Y se informó ampliamente de la patente rabia del Vicepresidente Cheney por la decisión –y la política–.

Es posible, desde luego, que Cheney y asociados estén sencillamente alimentando el fuego donde más les preocupa, pero aquí hay otra cuestión que tenemos que considerar: ¿Apoya George W. Bush en la actualidad a su imperial Vicepresidente del mismo modo que lo apoyaba antes? No hay forma de saberlo, pero Bush ha sido siempre una figura más importante en la administración de lo que muchos críticos quieren imaginar. Las cesiones en cuanto a Corea del Norte indican que Cheney puede no tener las manos libres por parte del Presidente tampoco en la política sobre Irán.

¿No hay ningún adulto por aquí?

¿Y qué pasa con la oposición? No estoy hablando aquí de todos los que nos oponemos a ese ataque. Quiero decir dentro del mundo del Washington de Bush. Olvídense de los demócratas. Apenas cuentan y, como Hersh ha indicado, sus dirigentes han suscrito ya esa campaña de desestabilización secreta por un coste de 400 millones de dólares.

Quiero decir los adultos, algún peso pesado que albergue un poco de sentido, tan escasos en la administración Bush en estos últimos años; me refiero específicamente al Secretario de Defensa Robert Gates y al Presidente de Junta de Jefes de Estado Mayor Mike Mullen (Condoleeza Rice cae evidentemente también dentro de este campo, aunque con el pasar de los años ha probado ser insignificante para el Presidente).

Con el antiguo asesor de Seguridad Nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, Gates co–presidió eficazmente un grupo de trabajo patrocinado por el Consejo de Relaciones Exteriores que allá por 2004 pidió negociar con Irán. Llegó al Pentágono a principios de 2007 como enviado del mundo de George H.W. Bush y como hombre que tenía una misión que cumplir. Estuvo allí para restañar la locura y empezar a limpiar los imperiales establos de Augias [1].

En las vistas de confirmación celebradas en el Congreso, fue absolutamente claro: cualquier ataque contra Irán debería considerarse como el “ultimísimo recurso”. Algunas veces, en el mundo burocrático de Washington, un único “ultimísimo” puede decirte lo que necesitas saber. Hasta entonces, los funcionarios de la administración se habían estado refiriendo a un ataque contra Irán simplemente como un “último recurso”. También ofreció un escenario espeluznante de cuáles serían las consecuencias de tal ataque estadounidense:

“En este caso, hablar sobre hipótesis es algo muy torpe. Aunque Irán no pueda atacarnos militarmente de forma directa, pienso en su capacidad para cerrar potencialmente el Golfo Pérsico a todas las exportaciones de petróleo, en su potencial para desencadenar una ola importante de terror tanto en Oriente Medio como en Europa e incluso aquí en este país es muy real… Creo que su capacidad para hacer que Hizbollah desestabilice más el Líbano es muy real. Por eso pienso que aunque su capacidad para devolvernos el golpe por la vía militar convencional es muy limitada, tienen capacidad para hacer todo, y quizá más, lo que he descrito”.

Y quizá más… En dos palabras, cuestión situada

Hersh, en su artículo más reciente sobre el programa secreto de la administración en Irán, informa de lo siguiente:

“Un senador demócrata me dijo que a finales del pasado año, en un almuerzo de trabajo no oficial, el Secretario de Defensa Gates se reunió con los caucus demócratas en el Senado (Habitualmente se mantienen ese tipo de reuniones). Gates advirtió de las consecuencias de que la administración Bush llevara a cabo un ataque preventivo contra Irán, diciendo, como recordaba el senador: ‘Vamos a crear generaciones de yihadistas y nuestros nietos tendrán que combatir a nuestros enemigos aquí, en Estados Unidos’. Los comentarios de Gates dejaron atónitos a los demócratas presentes en el almuerzo”.

Es decir, que a principios y a finales de 2007, nuestro nuevo secretario de defensa sonaba de forma muy parecida a las advertencias emitidas por los funcionarios iraníes. Gates, que tiene una larga historia como hábil luchador en el interior de Washington, ha probado de nuevo esa habilidad. Hasta el momento, parece haber superado en la estrategia a la facción de Cheney.

La “dimisión” en marzo del comandante del CENTCOM [Mando Central Estadounidense], el almirante William J. Fallon, abiertamente contrario a un ataque de la administración contra Irán, envió un escalofrío de miedo a través de sus críticas a la guerra y el recuento de una nueva serie de escenarios de ataque tanto a través del Internet político como del mundo de los medios dominantes. Como señala el periodista Jim Lobe en su inapreciable Lobelog Blog, sin embargo, el almirante Mike Mullen, el jefe de la Junta de Jefes de Estado y el hombre de Gates en el Pentágono, ha demostrado bastante firmeza al hablar de lo poco aconsejable que es atacar a Irán.

Sus recientes declaraciones públicas han sido más firmes que las de Fallon (y el puesto que ocupa es obviamente más importante que el de comandante de la CENTCOM). Lobe comenta que, en una conferencia de prensa en el Pentágono celebrada el 2 de julio, Mullen “dejó repetidamente claro que se opone a un ataque contra Irán –ya sea por parte de Israel o de EEUU– y que, además, está a favor del diálogo con Teherán sin que medien las habituales precondiciones nucleares de la Casa Blanca”.

Mullen, como adulto que es, se ha dado cuenta de lo que resulta obvio. Como expuso recientemente el columnista Jay Bookman del Atlanta Constitution: “Un ataque estadounidense contra las instalaciones nucleares de Irán crearía unas dificultades que no estamos preparados para afrontar fácilmente, no con las guerras en curso en Iraq y Afganistán. El almirante Mike Mullen, el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, subrayó ese punto en una conferencia de prensa de la semana pasada en el Pentágono”.

El peso de la realidad

Esta es la cuestión: Sí, hay una facción poderosa en esta administración, encabezada por el Vicepresidente, que, al parecer, ha ahorrado sus últimos cartuchos para un ataque contra Irán. Desde luego, la pregunta es: ¿Son todavía capaces de crear “su propia realidad” y de imponerla, aunque sea por poco tiempo, sobre el planeta? Cada subida del precio del petróleo dice que no. Cada día que pasa hace que el ataque contra Irán sea más difícil de emprender.

En esta cuestión, parece que el pánico está por todas partes en el Internet político, e incluso en los medios dominantes, pero es importante no cometer el error de sobrestimar a esos actores políticos o de subestimar las fuerzas reunidas contra ellos. Hoy es una proposición razonable –y quizá no lo era hace un año– que, cualquiera que sean sus deseos, no podrán, finalmente, lanzar un ataque contra Irán; y que, incluso aunque quieran hacerlo, no tienen posibilidad alguna.

Después de todo, tendrían que actuar contra la oposición absoluta del pueblo estadounidense; contra los comandantes que dirigen el ejército, quienes, incluso si se ven obligados a seguir una orden directa del Presidente, tienen otras formas para conseguir que se sepa su opinión; contra figuras clave en la administración; y, sobre todo, contra la realidad que se les viene encima con un peso que resulta ya asombroso y que sigue aumentando.

Pero, desde luego, para los más locos apostadores y soñadores distópicos [2] de nuestra historia, nunca digas nunca jamás.


(*) Tom Engelhardt , cofundador del American Empire Project , dirige el “Nation Institute’s Tomdispatch.com. “The World According to TomDispatch: America in the New Age of Empire” (Verso 2008), una colección de los mejores artículos de su página, acaba de publicarse.

N. de la Traductora:

1.– Con los establos de Augias, el Sr. Engelhardt se refiere a un mito griego que narra que Hércules limpió en un día los establos del Rey Augias, donde guardaba 3000 bueyes, que no se habían limpiado en treinta años

2.– Véase en wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Distop%C3%ADa