¿Por qué
Estados Unidos no va a atacar a Irán?
La realidad
se muerde la lengua
Por
Tom Engelhardt (*)
TomDispatch,
09/07/08
Rebelión,
14/07/08
Traducido
por Sinfo Fernández
La cuestión
ha estado presente en las mentes de los activistas
antibelicistas y de los críticos de la guerra desde 2003.
No es de extrañar. Por si no se acuerdan de la ocurrencia
neocon anterior a la invasión de Iraq: “Todo el mundo
quiere ir a Bagdad. Pero los hombres de verdad quieren ir a
Teherán…”, entonces, tomen nota. Incluso antes de que
las tropas estadounidenses entraran en Iraq, liquidar a Irán
formaba parte ya de aquel invento del “Cambio de Régimen:
La continuación”. Estaba ya en la agenda de Bush y es
evidente que, para una facción de la administración
dirigida por el Vicepresidente Cheney, sigue estándolo.
Añadan a
eso toda una serie de declaraciones provocativas por parte
del Presidente Bush, el Vicepresidente y otros altos y
antiguos funcionarios estadounidenses. Tomen a la hija de
Cheney, Elizabeth, quien recientemente envió este mensaje
verbal a los iraníes: “A pesar de lo que pueden estar
escuchando del Congreso, a pesar de lo que pueden estar
escuchando de otras partes de la administración que podrían
estar diciendo que la fuerza no está sobre la mesa… vamos
en serio”. Preguntada sobre un ataque israelí contra Irán,
dijo: “Desde luego, no creo que debamos hacer nada pero
les apoyamos”. Asimismo, el antiguo embajador ante las
Naciones Unidas John Bolton sugirió que la administración
Bush podría lanzar un ataque por aire contra Irán tras las
elecciones, durante sus últimas semanas en el poder.
Consideren
también la evidente fruición con que el Presidente y otros
altos funcionarios de la administración rechazan con
regularidad descartar “todas las opciones” de esa
“mesa” proverbial (en la que nadie se molesta en
sentarse a dialogar). Introdúzcanse en la mezcla de
amenazas, advertencias y espeluznantes filtraciones de los
oficiales israelíes y de los variopintos sujetos de la
inteligencia sobre los progresos de Irán en la producción
de un arma nuclear y en lo que Israel, en tal caso, debería
hacer. Después, tenemos también todos esos informes
recientes acerca de un “importante ejercicio militar”
israelí en el Mediterráneo que parecía prefigurar un
futuro ataque aéreo sobre Irán. (“Varios funcionarios
estadounidenses dijeron que las maniobras israelíes parecían
representar un esfuerzo para desarrollar la capacidad del ejército
en los ataques de largo alcance y demostrar la seriedad con
la que Israel considera el programa nuclear de Irán”).
Desde el
otro lado del pasillo político estadounidense llega un
lenguaje apenas menos espeluznante, incluido el infame
comentario de Hillary Clinton sobre cómo EEUU podría
“arrasar totalmente” Irán (en respuesta a un hipotético
ataque nuclear iraní contra Israel). El congresista Ron
Paul informó recientemente de que algunos de sus compañeros
“han manifestado abiertamente su apoyo a un ataque nuclear
preventivo” contra Irán, mientras que la resolución que
pronto va a presentarse ante la Cámara (H.J. Res. 362),
apoyada tanto por demócratas como republicanos, insta a la
imposición de un tipo de sanciones y de un bloqueo naval
sobre Irán equivalentes a una declaración de guerra.
Añadan una
cadena de nuevas bases militares que EEUU ha estado
construyendo a pocas millas de la frontera iraní, los
repetidos crescendos de las acusaciones militares de EEUU
acerca de las armas suministradas por Irán para matar a
soldados estadounidenses en Iraq, y la revelación de
Seymour Hersh, nuestro primer periodista de investigación
de que, a finales del pasado año, la administración Bush
lanzó –con el apoyo de los dirigentes demócratas en el
Congreso– un programa secreto por valor de 400 millones de
dólares “diseñado para desestabilizar el liderazgo
religioso [de Irán]”, que incluía actividades a través
de la frontera por parte de Fuerzas de las Operaciones
Especiales de EEUU y una guerra de terror de baja intensidad
a través de representantes en regiones donde las minorías
árabes Balucha y Ahwazi son más fuertes. (Los precedentes
de esta campaña de terror incluyen anteriores campañas de
la CIA en Afganistán en la década de 1980, utilizando
coches-bomba e incluso camellos-bomba contra los rusos, y en
Iraq en la década de 1990, con la utilización de coches
bombas y otros explosivos en un intento de desestabilizar el
régimen de Saddam Hussein).
Añadan a
toda esta mezcla de combustibles la falta de voluntad de los
iraníes de suspender sus actividades de enriquecimiento
nuclear, aunque no sea más que unas cuantas semanas,
mientras negocian con los europeos acerca de su programa
nuclear. Añadan también diversas amenazas de funcionarios
iraníes en respuesta a la posibilidad de un ataque israelí
o estadounidense contra sus instalaciones nucleares y toda
una serie de otras alarmas, predicciones semi-oficiales
(“Un antiguo funcionario de defensa dijo a ABC News que
hay “una probabilidad creciente” de que Israel llevara a
cabo tal ataque…”), informes, rumores y advertencias,
por lo que apenas pueda sorprendernos que el Internet político
se haya llenado de alarmantes artículos (así como de
alarmistas) proclamando la inminencia de un ataque contra Irán.
Seymour
Hersh, que tiene ciertamente la oreja pegada al suelo en
Washington, ha sugerido públicamente que una victoria de
Obama podría ser la señal para que la administración Bush
lanzara una campaña aérea contra aquel país. Como Jim
Lobe, de Inter Press Service, ha señalado, ha habido una
cifra de “advertencias públicas por parte de los halcones
estadounidenses cercanos a la oficina de Cheney indicando
que, o bien los israelíes, o bien EEUU, atacarían a Irán
entre las elecciones de noviembre y la toma de posesión de
un nuevo presidente en enero de 2009” .
Teniendo en
cuenta la doctrina de la “guerra preventiva” de la
administración Bush, que ha abierto el camino para lanzar
guerras sin que medie aviso ni obvia provocación, así como
la inclinación de sus funcionarios a ignorar la realidad,
todo esto lograría aterrar a cualquiera. De hecho, no sólo
los críticos a la guerra están cada vez más nerviosos. En
meses recientes, ansiosos (y codiciosos) comerciantes de
materias primas, suponiendo una futura guerra, han aumentado
esos temores. (Cada pedacito de potenciales malas noticias
relativas a Irán sirve sólo para empujar más el precio
del barril de petróleo hacia la estratosfera). Y, cada vez
más, los expertos y periodistas de los medios de comunicación
dominantes se están uniendo a todos ellos.
No es de
extrañar. Es un escenario notablemente aterrador, y si hay
algo que esta administración nos ha enseñado en estos últimos
meses, es que no hay nada “fuera de la mesa” ni para los
funcionarios, que sólo hace unos pocos años se creían
capaces de crear su propia realidad y de imponérsela a todo
el planeta. Un “funcionario de la administración no
identificado” –se asume generalmente que es Karl Rove–
se lo expuso maravillosamente de esta forma al periodista
Ron Suskind allá por octubre de 2004:
“[Él]
dijo que los tipos como yo estábamos ‘dentro de lo que
llamamos comunidad que se atiene a la realidad’, que
definió como gente que ‘cree que las soluciones brotan de
un estudio juicioso de la realidad discernible’. Asentí y
murmuré algo sobre principios ilustrados y empirismo. Me
cortó. ‘Esa ya no es realmente la forma por la que el
mundo funciona’, continuó. ‘Ahora somos un imperio, y
cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras
tú estás estudiando esa realidad –juiciosamente, como tú
quieres hacerlo– actuaremos de nuevo creando otras
realidades nuevas, que también puedes estudiar, y así es
como las cosas se moverán. Somos los actores de la
historia… y vosotros, todos vosotros, sólo quedaréis
para estudiar lo que nosotros hacemos’”.
Un
futuro shock global alrededor del petróleo
No
obstante, algunas veces –como en Iraq– la realidad tiene
que morderse la lengua, no importa cuán loco o poderoso sea
el soñador imperial. Por eso, consideremos por un momento
la realidad. En lo que concierne a Irán, la realidad
significa gas natural y petróleo. Estos días, cualquier
tic o problema, o potencial problema, que afecte al mercado
del petróleo, no importa lo insignificante que sea –desde
Méjico a Nigeria–, fuerza otro tirón hacia arriba del
precio del petróleo.
Al poseer
las segundas mayores reservas del mundo en petróleo y gas
natural, no es fácil tumbar con rapidez a Irán en el mapa
energético. La Red de Seguridad Nacional, un grupo de
expertos en seguridad nacional, estima que la política de
la administración Bush de bravuconear, amenazar y emprender
acciones intermitentes de baja intensidad contra Irán, ha añadido
ya un recargo de 30$–40$ a cada barril de petróleo de
130$. Después se produjo un repunte de 11$ al día después
de que el Viceprimer Ministro israelí Shaul Mofaz sugiriera
que era “inevitable” un ataque israelí contra las
instalaciones nucleares iraníes.
Teniendo en
cuenta todo lo anterior, imaginemos, por un momento, lo que
casi cualquier modalidad de ataque aéreo –israelí,
estadounidense, o una combinación de ambos– probablemente
haría sobre el precio del petróleo. Cuando Brian Williams,
de NBC Nightly News, preguntó hace poco al corresponsal
Richard Engel sobre los efectos de un ataque israelí contra
Irán, éste respondió: “Le hice esa misma pregunta a un
analista del petróleo. Que me dijo: ‘¿El precio del petróleo?
Diga cualquier precio: 300$, 400$ el barril’”. El
antiguo oficial de la CIA, Robert Baer, sugirió en Time
Magazine que un ataque de ese tipo se traduciría en 12$ en
el surtidor de gas. (“Un especulador petrolífero me dijo
que el precio del petróleo llegaría a los 200$ el barril
en cuestión de pocos minutos”.)
Ese tipo de
alzas en el precio se produciría durante el pánico que
precedería a cualquier respuesta iraní. Porque desde
luego, los iraníes, no importa todo lo que se les pudiera
atacar, responderían con toda seguridad, ellos mismos y a
través de sus aliados en la región de mil y una maneras.
Los funcionarios iraníes han amenazado con todo tipo de
infiernos en caso de ser atacados, incluyendo “tácticas
de guerra relámpago” por la región. El Ministro del Petróleo,
Gholam Hossei Nozari, juró que su país “reaccionaría
fieramente y que nadie podía ni imaginar cuál sería la
reacción de Irán”. El jefe de la Guardia Revolucionaria
de Irán, Mohammed Safari, dijo: “La respuesta de Irán a
cualquier acción militar hará que los invasores lamenten
su decisión y sus acciones”. (“El Sr. Safari ha
advertido ya que si se ataca a Irán, lanzarían una cortina
de fuego de misiles hacia Israel y cerrarían el Estrecho de
Ormuz, la salida de los buques petroleros del Golfo Pérsico”).
Ali Shirazi, el representante del Ayatollah y Líder Supremo
Ali Jamenei ante los Guardias Revolucionarios, ofreció la
siguiente respuesta: “La primera bala que EEUU dispare
hacia Irán hará que nuestro país incendie sus intereses
vitales por todo el planeta”.
Tomemos un
momento para imaginar tan sólo cuáles podrían ser algunas
de las respuestas ante cualquier ataque aéreo. La lista de
posibilidades es casi interminable y muchas de ellas serían
difíciles de prevenir incluso por la potencia militar
preeminente del planeta. Podrían incluir, para empezar, el
minado del Estrecho de Ormuz, a través del que pasa una
parte importante del petróleo mundial, así como otras
interrupciones de la navegación en la región (¡Ni
siquiera se les ocurra pensar en lo que sucederá con las
tasas de seguros de los buques petroleros!)
Además,
tenemos también a las tropas estadounidenses en sus
megabases en Iraq. Más que representar una fuerza poderosa
para cualquier ataque –el Primer Ministro iraquí Nuri
al–Maliki ha advertido ya al Presidente Bush de que el
territorio iraquí no puede utilizarse para atacar a Irán–,
se convertirían instantáneamente en rehenes de las
acciones iraníes, incluyendo un posible ataque con misiles
contra esas bases. De forma parecida, las líneas de
suministros estadounidenses para esas tropas, que vienen
desde Kuwait pasando por el puerto petrolífero de Basora,
en el sur, podrían también convertirse en rehenes de un
tipo diferente, dada la indignación que se produciría, con
toda seguridad, tras el ataque en las regiones chiíes de
Iraq. No sería precisamente imposible cortar esas líneas.
Imaginen,
también, lo que las posibles interrupciones de los modestos
suministros de petróleo iraquí podrían significar en el
caos del momento, con el petróleo iraní ya fuera del
mercado. Consideren entonces lo que podría suponer para los
mercados petrolíferos globales que incluso un pequeño número
de misiles iraníes cayeran sobre los campos de petróleo
saudíes y kuwaitíes. (Ni siquiera importaría que llegaran
a alcanzar algo). Y todo eso, desde luego, arañando tan sólo
la superficie de la gama de posibilidades de venganza de que
dispondrían los dirigentes iraníes.
Mírenlo de
otro modo, Irán es un poder regional débil (que no ha
invadido otro país en lo que se recuerda) que, no obstante,
conserva una capacidad notable para poder infligir graves daños
locales, regionales y globales.
Un
escenario así supondría un shock petrolífero global de
proporciones casi inconcebibles. Para cualquier
estadounidense que crea que él o ella están experimentando
ahora “penas junto al surtidor de gasolina”, esperen tan
sólo a experimentar lo que un verdadero shock global petrolífero
implicaría.
Y eso sin
tomar siquiera en consideración lo que podría significar
que se extendiera el caos por los centros del petróleo del
planeta, o lo que podría ocurrir si Hizbollah o Hamas
emprendieran una acción de cualquier tipo contra Israel e
Israel respondiera. Mohamed El Baradei, el serio jefe de la
Agencia para la Energía Atómica Internacional, al
considerar la situación, dijo lo siguiente: “Un ataque
militar, en mi opinión, sería peor que todo lo imaginable.
Convertiría la región en una bola de fuego…”
Esta es,
pues, la base para cualquier discusión sobre un ataque
contra Irán. Esta es la realidad, y tiene que ser
desalentadora para una administración que ya se encuentra
militarmente tensada al límite, incapaz incluso de
encontrar los refuerzos que quiere enviar a Afganistán.
¿Puede
Israel atacar a Irán?
Dejemos a
los expertos la cuestión de si Israel, por sí mismo, podría
lanzar en estos momentos un ataque aéreo efectivo contra
las instalaciones nucleares iraníes, sobre lo cual hay
serias dudas. Y en lugar de eso imaginemos lo que significaría
para Israel lanzar ese ataque (incitado por la facción del
Vicepresidente en el gobierno de EEUU) en los últimos
meses, o incluso semanas, del segundo mandato de un
Presidente especialmente incapaz y de una administración
históricamente impopular.
Por las
declaraciones del ministro de exteriores de Irán, ya
sabemos que los iraníes considerarían un ataque israelí
como si fuera un ataque estadounidense, poco importa si los
aviones estadounidenses se vieran o no implicados. Y ello en
función de lo siguiente: los aviones israelíes que se
dirigieran a Irán tendrían sin duda que cruzar el espacio
aéreo iraquí, por el momento controlado por EEUU y no por
el casi sin fuerza aérea gobierno de Maliki. (En realidad,
en las negociaciones del Estatuto de Acuerdo de Fuerzas con
los iraquíes, la administración Bush ha pretendido que
EEUU retenga el control de ese espacio aéreo, hasta una
altura de 29.000 pies, hasta después del 31 de diciembre de
2008, cuando se agote el mandato de Naciones Unidas).
Es decir,
en la víspera de la llegada de una nueva administración
estadounidense, Israel, un pequeño y vulnerable estado de
Oriente Medio, profundamente dependiente de su alianza con
EEEU, se encontraría a sí mismo siendo responsable de
empezar una guerra estadounidense (asociado a un
Vicepresidente de impopularidad incomparable) y de un shock
petrolero global de proporciones asombrosas, cuando no de
una inmensa depresión global. Sería también la causa próxima
de un “bola de fuego” global. (Israel, pobre en petróleo,
resultaría también, sin duda, herido económicamente por
su propio ataque).
Además, la
última Estimación de la Inteligencia Nacional
Estadounidense sobre Irán concluía que los iraníes habían
detenido en 2003 el desarrollo de su programa nuclear en lo
relativo a armamento, y la inteligencia estadounidense duda,
según se dice, de las recientes advertencias israelíes de
que Irán está a punto de conseguir una bomba. Desde luego,
el mismo Israel tiene una fuerza nuclear estimada –aunque
silenciada– en unas 200 de esas bombas.
Por
expresarlo con sencillez, es casi inconcebible que el actual
y dividido gobierno israelí sea políticamente capaz de
lanzar él solo tal ataque contra Irán, o incluso en
combinación con sólo una facción, no importa lo poderosa
que sea, del gobierno estadounidense. Y ese punto de vista
es más o menos el que muchos israelíes (e iraníes) dan
por sentado. Sin una “luz verde” a escala total de la
administración Bush, lanzar ese ataque equivaldría a un
suicidio político a largo plazo.
Sólo en
conjunción con un ataque estadounidense sería probable un
ataque israelí (si es que se llega a un punto de locura
tal). Por eso, volvamos a la administración Bush y
consideremos lo que podríamos denominar como el escenario
Hersh.
¿Atacará
la administración Bush a Irán si Obama sale elegido?
El primer
problema es sencillo. El petróleo, que la pasada semana
andaba por los 146$ el barril, cayó a 136$ (en parte debido
a una declaración del Presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad
descartando “la posibilidad de que la guerra con los EEUU
e Israel fuera inminente”), y, el miércoles subió a 137$
en reacción a las pruebas iraníes con misiles. Pero,
cualquiera que sean los zig–zag inmediatos, el modelo
general del precio del petróleo parece suficientemente
claro. Algunos sugieren que, en el momento de la posible
victoria de Obama, el barril de crudo costará unos 170$. El
presidente del gigante monopolio petrolero ruso Gazprom
predijo recientemente que alcanzaría los 250$ en 18 meses,
y eso sin atacar a Irán.
Para los
que están ansiosos de lanzar una campaña razonablemente no
muy penosa contra Irán, el momento pasó ya. Cada salto en
el precio del petróleo sólo sirve para enfatizar el dolor
que está por llegar. A su vez, eso significa que cada día
que pase es una locura mayor –y más difícil– lanzar
ese ataque. Hay ya una oposición importante dentro de la
administración; el pueblo estadounidense, con todas sus
dificultades, no está preparado y, como indican las
encuestas, no está dispuesto a apoyar masivamente tal
ataque. No hay duda de que el legado de Bush, como sea ése,
estaría lleno de infamia para siempre.
Ahora,
consideren las acciones recientes de la administración en
Corea del Norte. Haciendo frente a una “realidad” de la
que los funcionarios de Bush habrían abjurado por vez
primera, el Presidente y sus asesores no sólo negociaron
con esa nuclearizada nación del Eje del Mal, sino que ahora
están sacándola de la lista del Acta de Enemigos del
Comercio y de la lista de Estados que Apoyan el Terrorismo.
No importa qué medidas ha adoptado el régimen de Kim Jong
II, incluida la voladura de la torre de refrigeración del
reactor de Yongbyon, esto supone un cambio asombroso en esta
administración. Un enfadado John Bolton, que se alista
entre las huestes de Cheney, comparó lo que sucedía con
una “tregua de la policía con la Mafia”. Y se informó
ampliamente de la patente rabia del Vicepresidente Cheney
por la decisión –y la política–.
Es posible,
desde luego, que Cheney y asociados estén sencillamente
alimentando el fuego donde más les preocupa, pero aquí hay
otra cuestión que tenemos que considerar: ¿Apoya George W.
Bush en la actualidad a su imperial Vicepresidente del mismo
modo que lo apoyaba antes? No hay forma de saberlo, pero
Bush ha sido siempre una figura más importante en la
administración de lo que muchos críticos quieren imaginar.
Las cesiones en cuanto a Corea del Norte indican que Cheney
puede no tener las manos libres por parte del Presidente
tampoco en la política sobre Irán.
¿No hay
ningún adulto por aquí?
¿Y qué
pasa con la oposición? No estoy hablando aquí de todos los
que nos oponemos a ese ataque. Quiero decir dentro del mundo
del Washington de Bush. Olvídense de los demócratas.
Apenas cuentan y, como Hersh ha indicado, sus dirigentes han
suscrito ya esa campaña de desestabilización secreta por
un coste de 400 millones de dólares.
Quiero
decir los adultos, algún peso pesado que albergue un poco
de sentido, tan escasos en la administración Bush en estos
últimos años; me refiero específicamente al Secretario de
Defensa Robert Gates y al Presidente de Junta de Jefes de
Estado Mayor Mike Mullen (Condoleeza Rice cae evidentemente
también dentro de este campo, aunque con el pasar de los años
ha probado ser insignificante para el Presidente).
Con el
antiguo asesor de Seguridad Nacional de Carter, Zbigniew
Brzezinski, Gates co–presidió eficazmente un grupo de
trabajo patrocinado por el Consejo de Relaciones Exteriores
que allá por 2004 pidió negociar con Irán. Llegó al Pentágono
a principios de 2007 como enviado del mundo de George H.W.
Bush y como hombre que tenía una misión que cumplir.
Estuvo allí para restañar la locura y empezar a limpiar
los imperiales establos de Augias [1].
En las
vistas de confirmación celebradas en el Congreso, fue
absolutamente claro: cualquier ataque contra Irán debería
considerarse como el “ultimísimo recurso”. Algunas
veces, en el mundo burocrático de Washington, un único
“ultimísimo” puede decirte lo que necesitas saber.
Hasta entonces, los funcionarios de la administración se
habían estado refiriendo a un ataque contra Irán
simplemente como un “último recurso”. También ofreció
un escenario espeluznante de cuáles serían las
consecuencias de tal ataque estadounidense:
“En este
caso, hablar sobre hipótesis es algo muy torpe. Aunque Irán
no pueda atacarnos militarmente de forma directa, pienso en
su capacidad para cerrar potencialmente el Golfo Pérsico a
todas las exportaciones de petróleo, en su potencial para
desencadenar una ola importante de terror tanto en Oriente
Medio como en Europa e incluso aquí en este país es muy
real… Creo que su capacidad para hacer que Hizbollah
desestabilice más el Líbano es muy real. Por eso pienso
que aunque su capacidad para devolvernos el golpe por la vía
militar convencional es muy limitada, tienen capacidad para
hacer todo, y quizá más, lo que he descrito”.
Y quizá
más… En dos palabras, cuestión situada
Hersh, en
su artículo más reciente sobre el programa secreto de la
administración en Irán, informa de lo siguiente:
“Un
senador demócrata me dijo que a finales del pasado año, en
un almuerzo de trabajo no oficial, el Secretario de Defensa
Gates se reunió con los caucus demócratas en el Senado
(Habitualmente se mantienen ese tipo de reuniones). Gates
advirtió de las consecuencias de que la administración
Bush llevara a cabo un ataque preventivo contra Irán,
diciendo, como recordaba el senador: ‘Vamos a crear
generaciones de yihadistas y nuestros nietos tendrán que
combatir a nuestros enemigos aquí, en Estados Unidos’.
Los comentarios de Gates dejaron atónitos a los demócratas
presentes en el almuerzo”.
Es decir,
que a principios y a finales de 2007, nuestro nuevo
secretario de defensa sonaba de forma muy parecida a las
advertencias emitidas por los funcionarios iraníes. Gates,
que tiene una larga historia como hábil luchador en el
interior de Washington, ha probado de nuevo esa habilidad.
Hasta el momento, parece haber superado en la estrategia a
la facción de Cheney.
La
“dimisión” en marzo del comandante del CENTCOM [Mando
Central Estadounidense], el almirante William J. Fallon,
abiertamente contrario a un ataque de la administración
contra Irán, envió un escalofrío de miedo a través de
sus críticas a la guerra y el recuento de una nueva serie
de escenarios de ataque tanto a través del Internet político
como del mundo de los medios dominantes. Como señala el
periodista Jim Lobe en su inapreciable Lobelog Blog, sin
embargo, el almirante Mike Mullen, el jefe de la Junta de
Jefes de Estado y el hombre de Gates en el Pentágono, ha
demostrado bastante firmeza al hablar de lo poco aconsejable
que es atacar a Irán.
Sus
recientes declaraciones públicas han sido más firmes que
las de Fallon (y el puesto que ocupa es obviamente más
importante que el de comandante de la CENTCOM). Lobe comenta
que, en una conferencia de prensa en el Pentágono celebrada
el 2 de julio, Mullen “dejó repetidamente claro que se
opone a un ataque contra Irán –ya sea por parte de Israel
o de EEUU– y que, además, está a favor del diálogo con
Teherán sin que medien las habituales precondiciones
nucleares de la Casa Blanca”.
Mullen,
como adulto que es, se ha dado cuenta de lo que resulta
obvio. Como expuso recientemente el columnista Jay Bookman
del Atlanta Constitution: “Un ataque estadounidense contra
las instalaciones nucleares de Irán crearía unas
dificultades que no estamos preparados para afrontar fácilmente,
no con las guerras en curso en Iraq y Afganistán. El
almirante Mike Mullen, el presidente de la Junta de Jefes de
Estado Mayor, subrayó ese punto en una conferencia de
prensa de la semana pasada en el Pentágono”.
El
peso de la realidad
Esta es la
cuestión: Sí, hay una facción poderosa en esta
administración, encabezada por el Vicepresidente, que, al
parecer, ha ahorrado sus últimos cartuchos para un ataque
contra Irán. Desde luego, la pregunta es: ¿Son todavía
capaces de crear “su propia realidad” y de imponerla,
aunque sea por poco tiempo, sobre el planeta? Cada subida
del precio del petróleo dice que no. Cada día que pasa
hace que el ataque contra Irán sea más difícil de
emprender.
En esta
cuestión, parece que el pánico está por todas partes en
el Internet político, e incluso en los medios dominantes,
pero es importante no cometer el error de sobrestimar a esos
actores políticos o de subestimar las fuerzas reunidas
contra ellos. Hoy es una proposición razonable –y quizá
no lo era hace un año– que, cualquiera que sean sus
deseos, no podrán, finalmente, lanzar un ataque contra Irán;
y que, incluso aunque quieran hacerlo, no tienen posibilidad
alguna.
Después de
todo, tendrían que actuar contra la oposición absoluta del
pueblo estadounidense; contra los comandantes que dirigen el
ejército, quienes, incluso si se ven obligados a seguir una
orden directa del Presidente, tienen otras formas para
conseguir que se sepa su opinión; contra figuras clave en
la administración; y, sobre todo, contra la realidad que se
les viene encima con un peso que resulta ya asombroso y que
sigue aumentando.
Pero, desde
luego, para los más locos apostadores y soñadores distópicos
[2] de nuestra historia, nunca digas nunca jamás.
(*) Tom
Engelhardt , cofundador del American Empire Project , dirige
el “Nation Institute’s Tomdispatch.com. “The World
According to TomDispatch: America in the New Age of
Empire” (Verso 2008), una colección de los mejores artículos
de su página, acaba de publicarse.
N. de la
Traductora:
1.– Con
los establos de Augias, el Sr. Engelhardt se refiere a un
mito griego que narra que Hércules limpió en un día los
establos del Rey Augias, donde guardaba 3000 bueyes, que no
se habían limpiado en treinta años
2.– Véase
en wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Distop%C3%ADa
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