¿Qué
guerra ganará las elecciones, la de McCain o
la de Obama?
Por
Ira Chernus (*)
Tomdispatch, 30/09/08
Rebelión, 05/10/08
Traducido por Sinfo Fernández
En 1932, en
medio de un desastroso colapso económico, Franklin D.
Roosevelt hizo del “hombre olvidado” el centro de su
campaña para las elecciones presidenciales. En un grado
mucho mayor de lo que pudiéramos sospechar, las elecciones
de este año pueden girar en torno no de un hombre olvidado
sino de una guerra olvidada en un país olvidado.
Incluso
antes de que el actual colapso financiero impactara de lleno
en las noticias, la guerra de Iraq se había escurrido ya de
las cabeceras y de la escena política. En estos momentos,
cuando las inversiones inmobiliarias se tambalean y los
planes de rescate financiero llenan los titulares, será aún
más duro que Iraq consiga una mayor atención de los
medios. Pero la guerra sigue estando ahí, bajo la
superficie de la campaña presidencial, y seguro es que
afectará a los resultados de manera que quizá no sea muy fácil
de aprehender.
Piensen que
en esa guerra hay no una sino dos corrientes afectando a las
inminentes elecciones, tanto más poderosamente porque están
fuera de la vista, fuera de la mente, y –interactuando de
modo impredecible- completamente fuera del control de
cualquiera.
La
Guerra de Obama: El desastre realista
La primera
corriente es la de la percepción realista. Las encuestas
continúan mostrando que al menos el 60% de los posibles
votantes ve la guerra como lo que es: un error desastroso.
El porcentaje es más alto entre los demócratas que entre
los republicanos y esto puede conformar la principal razón
por la que Barack Obama es ahora el candidato a Presidente
de ese Partido.
Como el único
candidato importante que en las primarias demócratas se
opuso a la guerra desde el principio, su postura resultó
decisiva. Hay un factor poderoso que sigue estando a su
favor mientras los votantes indecisos preparan sus mentes
aunque no se den mucha cuenta de ello. Recuerden, la mayoría
de los procesos de toma de decisiones electorales de la
gente –como puede ser la guerra en la conciencia
estadounidense- no discurren, en gran medida, en niveles
superficiales.
Una amplia
oposición y sentimiento de infelicidad hacia la guerra (y
hacia sus gastos) han alentado la extendida sensación de
que EEUU está yendo “por el camino equivocado” y que,
en algún sentido, es necesario cambiar. Alrededor del 80%
de los votantes expresaron ese sentimiento incluso antes de
que estallara el reciente colapso financiero, que en gran
parte vino motivado por la frustración ante un importante
esfuerzo militar, similar al de Vietnam, que ha ido de nuevo
espantosamente mal. Otra vez más nos hemos puesto a salvar
una nación y lo único que hemos conseguido es destruirla
absolutamente. Otra vez más el tesoro estadounidense se
disipó en una aventura exterior desesperada y
desafortunada. A partir de ahí, se mantiene un poderoso
sentimiento de desilusión y desconfianza en todo el
espectro político, en gran parte dirigido contra el partido
en el poder.
Hasta hace
muy poco, fue la guerra, más que cualquier otra cosa, lo
que convirtió a George W. Bush en un albatros agarrado al
pescuezo de la campaña de McCain. Fue la guerra (y el
continuo apoyo de McCain a la misma) lo que permitió que,
en su campaña, Obama se anotara muchos puntos con el
sencillo eslogan de: McCain = Tercer mandato de Bush. No hay
forma de medir cuántos votos le va a costar a McCain el
sentimiento anti-Bush, pero seguramente se va a dejar sentir
el día de las elecciones.
De hecho se
ha dejado sentir ya en las salas del Congreso con motivo de
las interminables las discusiones para inyectar un chute
instantáneo de emergencia en el sistema financiero. Si no
fuera por la maraña de engaños que la administración ha
tejido alrededor de Iraq, la gente habría cedido y habría
aceptado el “plan de rescate” propuesto sin más
problemas. Pero al haber sido engañados por el ansia de
poder –supuestamente, para salvarnos de las armas de
destrucción masiva de Saddam-, la gente está enviando con
su rechazo un mensaje al presidente, quien cuenta ahora con
un índice de aceptación de tan sólo un veintitantos por
cien y, en una reciente encuesta de CBS sobre la situación
de la economía, el índice de aprobación era del 16% .
Todo eso ha ido en ayuda de los demócratas.
“El
hombre olvidado”, al que ahora se ha unido una igualmente
empobrecida “mujer olvidada”, ha regresado a la política
estadounidense. Aterrados ante un sistema financiero que
saben está más allá de cualquier control, están gritando
lo suficientemente alto como para que les oigan desde Main
Street hasta en Wall Street y en K Street. Los
estadounidenses controlan lo suficiente sobre financiación
como para entender un hecho sencillo: Cuando estás gastando
cada día sumas increíbles de dinero público en una guerra
desastrosa, no puedes mostrar arrogancia sobre gastar
cientos de miles de millones más en otra autoproclamada
emergencia, especialmente cuando no hay razón alguna en el
mundo que pueda hacernos creer que esta administración
tiene respuesta para algo. Llegado el día de las
elecciones, muchos pueden sencillamente decir: “Dejemos
que el otro tipo dirija la orquesta durante un tiempo”.
El
sentimiento de que el otro tipo –Obama- tiene una visión
mejor de la guerra viene confirmado por un hecho poderoso
que es probable que la mayoría de los estadounidenses no
hayan asumido. La posición que el senador ha propugnado
siempre es ahora en esencia la posición oficial de la
administración Bush : hay que retirar las tropas de combate
estadounidenses de Iraq en una fecha determinada. En caso de
que alguien en Washington no capte bien la idea, los altos
funcionarios del gobierno iraquí parecen ansiosos por
recordarles a cada oportunidad que es la posición de Obama
la que para ellos tiene sentido.
Aunque
hayan desertado hace mucho tiempo de la guerra del
Presidente, la mayoría de los votantes no ha oído hablar
de la cuestión porque, en uno de sus pocos triunfos del
pasado año, la administración se las arregló para
orquestar el apisonamiento de la violencia en Iraq sacando
fuera de los focos de los medios toda la vorágine actual de
la guerra. Por esa razón muy pocos votantes saben que Bush
ha abrazado ahora, a su pesar y calladamente, el principio básico
del plan de retirada de Obama.
Ni tampoco
hay muchos estadounidenses que sean conscientes de lo poco
que el “incremento de tropas” tuvo que ver con la
disminución de la violencia en Iraq, o cuán inestable es
la situación posterior existente en estos momentos . Sobre
dicha situación contamos nada menos que con el testimonio
principal, el del arquitecto de la estrategia, el General
David Petraeus, quien recientemente expresó dudas de que
EEUU pudiera proclamar nunca una victoria en Iraq y advirtió
que los avances estadounidenses no eran “irreversibles…
Hay muchos nubarrones por el horizonte que podrían
evolucionar convirtiéndose en problemas reales”. Hasta
esta advertencia, como la mayoría de las noticias sobre
Iraq, ha resbalado calladamente por debajo de la superficie
de nuestras aguas políticas.
El eclipse
de la guerra –que era supuestamente el quid de la cuestión
para la victoria de Obama- es una de las grandes razones por
las que hasta hace muy poco ha permanecido atascado, en las
encuestas de opinión, en un empate estadístico con McCain.
La
guerra de McCain: La victoria simbólica
¿Por qué,
en general, la guerra ha ido a parar al cubo de la basura de
las noticias y ha sido en tan gran medida olvidada? Aquí va
una razón: La percepción realista estadounidense del
desastre se ha visto continuamente bloqueada por una
poderosa contracorriente que corre profundamente por nuestra
cultura política, en función de la cual no se percibe la
guerra como un hecho sangriento sino como toda una red de
simbolismos y como una prueba de los “valores
tradicionales estadounidenses”. Esa contracorriente
provoca poderosos sentimientos nacionalistas.
En ese
estadio, parece que no es necesario preocuparse más por
Iraq porque “el incremento de tropas funcionó”. Es
decir: la guerra terminó… ¡hemos ganado (más o menos)!.
Hasta Sarah Palin lo dice .
Desde
luego, la administración y los diseñadores del simbolismo
de guerra en los medios no están diciendo tal cosa de forma
rotunda. Saben que no necesitan hacerlo. La simple
desaparición de las escenas de la carnicería iraquí de
las primeras páginas y de las pantallas de televisión les
resuelve también el problema. La gente, a la que no le
llegan noticias y que asume que eso significa buenas
noticias, oye sólo lo que quiere oír.
La idea de
que estamos en la senda de la “victoria” –o al menos
del “éxito”- es precisamente seductora porque parece
probar que todavía somos los buenos chicos de blancos
sombreros. ¿No es verdad que ellos ganan siempre? Es fácil
sumergir la frustración y la desilusión bajo el
sentimiento de tranquilidad de que EEUU es aún el
resplandeciente faro mundial de la esperanza moral.
Esto
resulta algo fundamental para algunos votantes. Otra derrota
militar, ya sea en Iraq o en Afganistán, podría provocar
preguntas profundamente conflictivas sobre orden moral, no sólo
en cuanto a asuntos internacionales sino en cuanto al
universo.
Por eso
cuando un “ héroe ” de pelo blanco aparece llorando y
proclamando que “ante todo está nuestro país” y que
EEUU es la “única nación que yo conozca que realmente
está profundamente preocupada por adherirse al principio de
que todos nosotros hemos sido creados iguales”, quizá
algunos le crean y le sigan, sin que les importen sus políticas,
especialmente si lo que le convirtió en un héroe de guerra
fueron “cinco años de sufrimientos, similares a los de
Cristo, a manos de los enemigos de Estados Unidos”.
¿Quién
mejor para conducir las fuerzas virtuosas en su batalla sin
fin contra “la muchedumbre que proclama que ante todo,
yo”? ¿Y dónde hacerlo mejor que en un campo de batalla
lejano donde parece que el mal lo domina todo y que la
“victoria” va a permanecer siempre del lado
estadounidense?
Sí, esos
simbolismos son las aguas revueltas que corren contra la
corriente de la realidad. A menudo tienen una inexpugnable lógica
propia que puede resultar muy convincente.
Pero, ¿para
cuantos votantes? Nadie puede decirlo, especialmente cuando
esas corrientes de realismo y simbolismo colisionan de forma
subrepticia en las turbias aguas de la carrera presidencial,
como también han estado indicando los resultados de los
igualmente turbios sondeos de opinión.
Durante
bastantes meses, mayorías claras de votantes han venido
apoyando la política que Obama trata de vender como propia:
Conseguir que las tropas de combate (o incluso todas las
tropas estadounidenses) salgan de Iraq en una fecha
determinada. Sin embargo, hay una mayoría, aunque sea una
mayoría muy fina, que viene proclamando de forma sistemática
que confía más en McCain, que quiere que permanezcamos allí
hasta que “ganemos”, que en Obama en lo que se refiere a
la forma de abordar la guerra (así como en relación con
otras cuestiones de seguridad nacional).
De forma típica,
en la encuesta más reciente realizada por Los Angeles
Times/Bloomberg , McCain superaba a Obama como “el mejor a
la hora de conseguir el triunfo en Iraq”, por un margen de
50% a 34%. Pero cuando a los mismos votantes se les leyó
las posturas de los dos y se les preguntó: “¿Con quién
estás más de acuerdo?”, el resultado fue un empate
virtual. Es decir, el 14% de los que se situaban con la
posición de Obama sobre Iraq, no pensaban que era el que
mejor manejaba la cuestión.
Esos
resultados son sorprendentes para quien piensa que los
votantes sencillamente escuchan las posiciones de los
candidatos y después eligen al que se acerca más a sus
puntos de vista. Si sólo fuera eso... Por ejemplo, en la
misma encuesta, alrededor de la cuarta parte de los votantes
dijo que tomarían su decisión sobre esas cuestiones cuando
llegaran al colegio electoral, y eso es típico de otras
encuestas que hacen la misma pregunta. Entre esa cuarta
parte, de forma contundente, Obama resultaba favorecido por
un margen considerable del 70% frente al 24%. Entre las
otras tres cuartas partes, la elección se decantaba
decididamente por McCain.
McCain ha
seguido mostrándose competitivo, en parte porque un número
importante de votantes siguen dispuestos a elegirle no por
lo que haga en Iraq, sino por lo que parece simbolizar en el
salón de los espejos donde se mueve la política
estadounidense. Por otra parte, al menos en una encuesta
anterior realizada este año, se averiguó que una tercera
parte de los que confiaban más en McCain para el problema
de Iraq no estaban dispuestos en absoluto a votarle.
Entre
tantas contracorrientes confusas, hay una cosa clara:
Ninguna oleada de simbolismo puede detener el flujo de las
realidades empíricas en Iraq. No importa quién entre en la
Oficina Oval el 20 de enero, todas aquellas atroces
realidades y sus consecuencias en todo el mundo le estarán
esperando en su escritorio, bien amontonadas y ocupándolo
todo. Por desgracia, puede que sigan allí cuando ese
presidente termine su primer (o único) mandato en el poder
cuatro años después.
Esas
consecuencias son mucho más duras y siniestras en las
tierras musulmanas al este de Iraq. Confiemos en que el próximo
presidente sea lo suficientemente prudente y abierto de
mente para escucharnos cuando le señalemos: Una presidencia
acabó estrellándose en las selvas de Vietnam, otra en las
arenas de Iraq. No permita que una tercera presidencia acabe
destruida en las montañas de Afganistán o Pakistán, o en
Irán. Tan sólo ese peligro debería ser razón más que
suficiente para que mantengamos la Guerra de Iraq en la
vanguardia de nuestras mentes cuando decidamos, dejando
entrar después, un nuevo presidente.
(*)
Ira Chernus es profesora de Estudios Religiosos en la
Universidad de Colorado y autora de “ Monster to Destroy:
The Neoconservative War on Terror and Sin ”.
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