Una
Elección para la historia
Por
John Dinges (*)
Desde Nueva York
CIPER (Centro de Información e
Investigación Peridística), 30/10/08
Últimamente
tengo un vicio. Todos los días mientras tomo el primer café
dirijo mi buscador al sitio web RealClearPolitics.com (algo
así como MuyClaraPolitica.com). Allí encuentro las últimas
encuestas –un lujo de encuestas, promedios de los múltiples
sondeos nacionales, recuentos pormenorizados de los estados
en juego, comparaciones con elecciones del pasado–.
Supuestamente
la única encuesta que cuenta será la del próximo martes,
cuando se calcula que hasta 130,000,000 norteamericanos irán
a las urnas para tomar la decisión que nos afecta todos,
seamos estadounidenses o no.
Hoy veo que
el promedio de 10 encuestas nacionales del 23 al 29 de
octubre da una ventaja de 6.2 puntos a Obama. Ayer fue 5.9
puntos. Mirando los estados, sin embargo, se puede
vislumbrar el cambio histórico que se está llevando a cabo
en Estados Unidos.
El mapa que
mostraba la polarización política del pasado está
cambiando. Mira Virginia: Obama arriba en 7.3 puntos. La última
vez que Virginia votó por un demócrata en la presidencia
fue en el año 1964. Estado sureño, con muchas bases
militares, incluso el cuartel de la CIA, antigua capital del
gobierno rebelde de la guerra civil del siglo XIX, Virginia
es el clásico estado “rojo” – republicano y
conservador–. Pero este año no.
Carolina
del Norte, otro estado sureño, igual de sólido en la
columna republicana: este año las encuestas dan una leve
ventaja de dos puntos a Obama. Florida, la clave de la
elección de George Bush en 2000 y 2004, amenaza con dar sus
27 votos electorales a Obama.
El medio
oeste, uniformemente republicano en el 2004 –hasta mi
estado natal Iowa votó por George Bush– ahora muestra una
variedad de colores. Indiana, Missouri, Colorado, Nuevo México
(con fuerte voto latino), todos están en juego (Iowa ya está
firme con Obama; el estado desierto de Nevada también.).
Obviamente
las encuestas pueden equivocarse, especialmente en una
elección en que se calcula un aumento en los nuevos
votantes de entre 10 y 20 por ciento. Ningún encuestador
sabe crear un modelo de proyección que captura tal
envergadura de cambio. Virginia, por ejemplo, ha registrado
500,000 nuevos votantes. La participación de votantes
negros en algunos estados del sur (históricamente muy baja)
se proyecta hasta 90 por ciento–niveles nunca vistos en la
historia política de EE.UU. –.
Estos
indicios obviamente son favorables al Partido Demócrata,
que espera aumentar sus mayorías en ambas cámaras del
Congreso también. Pero lo más importante, creo yo, no es
la carrera de caballos –quién gana–, sino la revolución
que se encuentra en la estructura interna de la política de
EE.UU., o lo que Barack Obama desde el principio de su campaña
ha llamado “una nueva manera de hacer la política.”
Si gana
Obama, su victoria se reflejará en tres cambios históricos:
la recuperación de la clase media y clase trabajadora (que
en EE.UU. es la misma cosa) para el Partido Demócrata; la
neutralización del factor raza (tanto el racismo abierto
como el resentimiento racial de blancos y negros) que en el
pasado el Partido Republicano aprovechó con tanta
habilidad; y el despertar después de décadas de
somnolencia del interés de la generación joven en la política.
Obama ha
apuntado desde los primeros días de sus campaña, sin mucha
variación, a una serie de temas para lograr esta
transformación política. Nunca habla de raza como tal;
tampoco critica a “republicanos” como tales. Cuando los
menciona es para hablar de la solidaridad de patriotas de un
solo Estados Unidos de republicanos, demócratas, e
independientes de todas las razas y grupos étnicos, hasta
de ricos y pobres. Pero tampoco habla de “pobres”, como
por ejemplo lo hizo el ex presidente Bill Clinton en un
discurso al lado de Obama en Florida anoche. Para Obama,
todo es clase media, un término que ha usado docenas de
veces en esta última semana para dar el “argumento de
clausura” a su campaña.
Su
argumento ha sido coherente, y aparentemente ha superado el
cinismo y escepticismo de muchos. Es un programa de raíces
liberales en la medida de que levanta el papel del estado
para solucionar los problemas enormes de un país en crisis.
Tiene tres pilares: la regulación del sistema financiero
para solventar la crisis económica; implementación por
primera vez de un sistema cuasi universal de seguro médico;
y un programa de inversión inmensa en el sector de nuevas
fuentes de energía.
Un cuarto
pilar es una política diplomática–militar que pronto, si
es que llega a la presidencia, se va a convertir en una
“doctrina Obama.” Se equivocan los que piensan que Obama
es una especie de pacifista. Al contrario, junto con
terminar con la guerra en Irak quiere entrar con muchísimo
más fuerza en lo que él llama el campo de batalla
principal contra el terrorismo anti–americano, Afganistán
y el noroeste de Pakistán. Apoya un aumento significativo
de tropas en este teatro de guerra, pero también un aumento
global de la fuerza militar de Estados Unidos.
Obama no es
ninguna paloma. Claro que su postura de fuerza militar se
apoya en un cambio de 180 grados en la diplomacia de los últimos
ocho años. La diplomacia del llanero solitario de Bush, que
ignora a los países que no apoyan las campañas de Estados
Unidos y los declara en algunos casos su adversario, se
reemplaza por la política de sentarse a hablar con
cualquier poder en el mundo, desde Ahmadinajad, pasando por
Siria, Corea de Norte y llegando hasta Cuba y Venezuela. La
idea es nada menos que una campaña global para recuperar la
amistad de Estados Unidos con el mundo.
El programa
de gobierno de Obama requiere la creación de un consenso
bipartidista que no ha existido en EEUU desde los años 60,
con la presidencia de John F. Kennedy (una figura con que
Obama frecuentemente ha sido comparado). Requiere también
que se enfrente a los grupos de poder de su propio partido.
Es indispensable que Obama mantenga el espíritu de
optimismo de un público norteamericano hundido en una
depresión nacional. Volviendo a las encuestas: en este
momento el 90 por ciento de la gente en todas las encuestas
dice que el país va en la dirección equivocada.
Como dijo
un columnista esta semana: “¿Una nueva manera de hacer la
política? Mucha suerte con eso.”
Primero, a
votar.
(*)
John Dinges es co–director de CIPER y profesor la
Universidad de Columbia.
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