¿Qué
acciones “increíblemente duras” de
política exterior
prepara Obama?
Por Patrick Martin
Information Clearing House, 22/10/08
Rebelión,
30/10/08
Traducido
por Germán Leyens
En
observaciones hechas durante el fin de semana en Seattle, el
candidato a vicepresidente demócrata, Joseph Biden, advirtió
que Barack Obama, si es elegido, se verá obligado a
emprender acciones profundamente impopulares en política
interior y exterior meses después de asumir su puesto.
En
reuniones a puertas cerradas con dos auditorios de personas
de confianza y recolectores de fondos del Partido Demócrata,
Biden pronosticó una importante crisis internacional en los
primeros seis meses de un gobierno de Obama.
Comparó
a Obama con John F. Kennedy, el último senador elegido
presidente: “No tardará seis meses antes de que el mundo
ponga a prueba a Barack Obama como lo hizo con John
Kennedy," dijo Biden. “El mundo está a la espera.
Estamos a punto de elegir presidente de EE.UU. a un
brillante senador de 47 años. Cuidado. Vamos a tener una
crisis internacional, una crisis generada, para probar el
temple de esta persona.”
Biden
mencionó Oriente Próximo, Afganistán, Pakistán, Corea
del Norte y Rusia como posibles puntos de conflicto, pero no
aclaró la naturaleza exacta de una tal crisis, señalando:
“Puedo daros por lo menos cuatro o cinco escenarios en los
cuales podría originar.” Dejó claro que Obama reaccionaría
enérgicamente: “Van a tratar de ponerlo a prueba. Y van a
descubrir que este tipo tiene acero en su espina dorsal.”
La
parte de mayor significado político de las observaciones de
Biden vino cuando admitió que las decisiones de un gobierno
Obama–Biden probablemente serán profundamente
impopulares, y llamó a los militantes del Partido Demócrata,
a respaldar al nuevo presidente incluso si la opinión pública
se pone en su contra.
“Va
a necesitar ayuda,” dijo Biden. “Va a necesitaros – no
en lo financiero para ayudarle – va a necesitaros para que
utilicéis vuestra influencia, vuestra influencia dentro de
la comunidad, para apoyarlo. Porque no va a ser evidente
inicialmente, no va a ser evidente que tenemos razón.”
Siguió
diciendo: “Va a haber muchos entre vosotros que querrán
irse. ‘¡Alto!, espera un momento, ¡hey!, ¡alto!, ¡alto!
No conozco esa decisión.’ Porque si pensáis que la
decisión es acertada cuando se tome, y creo que lo haréis
cuando sea tomada, es probable que no seáis tan populares
como ella sea acertada. Porque si es popular, probablemente
no será acertada.”
Es
la voz de un antiguo representante de la aristocracia
financiera, que expresa su desprecio por la opinión pública
– “si las decisiones son populares, probablemente no son
acertadas” – y que advierte a su acaudalado público que
el nuevo gobierno
Obama–Biden
tendrá que desafiar a la opinión pública para realizar
sus políticas. El lenguaje de Biden sugiere que la
ferocidad de la reacción del nuevo gobierno consternará no
sólo a la opinión pública, sino incluso a sus propios
partidarios.
En
ese contexto, hay que subrayar las sugerencias de Biden de
que las armas nucleares podrían tener un papel en una o más
crisis potenciales. Una península coreana con armas
nucleares podría llevar a “Japón a ser potencia
nuclear,” dijo, lo que podría llevar a China a expandir
su armamento nuclear. La frontera Pakistán–Afganistán
está “repleta hasta arriba de al–Qaeda” y “Pakistán
ya está erizado de armas nucleares, todas las cuales pueden
llegar a Israel.” Biden también señaló el supuesto
impulso de Irán por construir un arma nuclear.
No
cabe duda que publicaciones y expertos en política exterior
ligados al Partido Demócrata han estado discutiendo
numerosos escenarios apocalípticos semejantes, y el
lenguaje de Biden sugiere que el uso del arsenal nuclear de
EE.UU., el mayor del mundo, está siendo considerado por los
que formulan la política exterior y militar de un gobierno
Obama–Biden.
El
propio Biden ha sido uno de los principales demócratas del
Congreso más agresivos en política exterior, al respaldar
la invasión y ocupación de Afganistán e Iraq y al
propugnar una intervención militar dirigida por EE.UU. en
Darfur. Durante la campaña demócrata de primarias
presidenciales, fue el más vociferante de todos los
candidatos en sus ataques contra los grupos de protesta
contra la guerra que buscaban un recorte de los fondos para
la guerra en Iraq.
La
anticipación por Biden de una hostilidad popular
generalizada a un gobierno de Obama se aplica no sólo a la
política exterior y militar, sino a la política interior.
Dijo al público en Seattle: “Os prometo, todos vais a
estar sentados aquí dentro de un año diciendo: ‘¡Oh,
Dios mío!’ ¿Por qué están ahí en los sondeos, por qué
son tan bajos los sondeos, por qué es tan difícil este
asunto?’ Vamos a tener que tomar algunas decisiones increíblemente
duras en los primeros dos años.”
El
candidato demócrata no explicó la naturaleza exacta de
esas “decisiones increíblemente duras,” fuera de
referirse a la crisis financiera y económica y a dos
guerras que han sido legadas a su sucesor por el gobierno de
Bush.
Después
de esos comentarios directos y ominosos, ha habido intentos
insinceros por disiparlos por parte de los dos partidos.
El
candidato presidencial republicano John McCain aprovechó la
sugerencia de que enemigos extranjeros pueden tratar de
probar a un inexperto presidente Obama, citando su propia
experiencia militar y en política exterior que data de más
de 50 años. Expertos derechistas fueron más lejos al
sugerir, como dijo uno de ellos, que “Biden predice inacción
de Obama ante un desafío de un dictador.”
Esa
interpretación es absurda, especialmente en vista de los
propios antecedentes de Biden como ferviente partidario de
la intervención militar de EE.UU. La selección por Obama
del senador de Delaware como su compañero de lista fue en sí
un esfuerzo por reconfortar al establishment político
respecto a su compromiso con la defensa de los intereses del
imperialismo estadounidense mediante la fuerza militar.
La
campaña de Obama trató de hacer caso omiso de las
observaciones de Biden como si fueran una simple
generalización histórica, provocada por la analogía
Obama–Kennedy, no un pronóstico de una crisis inminente.
Un portavoz de la campaña dijo que Biden se refería a la
confrontación de Kennedy con el presidente soviético
Nikita Jruschov en la cumbre de Viena, unos pocos meses
después de que asumiera su cargo – aunque esas
discusiones tuvieron lugar después de una provocación
militar de EE.UU. – la invasión de Cuba por exiliados
entrenados por EE.UU., quienes fueron derrotados en Playa
Girón.
Un
gobierno de Obama no sería un “inocente en el
extranjero,” escogido por dictadores para “probar el
temple” de un presidente de EE.UU. El imperialismo
estadounidense pasa de un gobierno estadounidense a otro.
Demócrata o republicano. Si es elegido, Obama asumirá su
cargo dirigiendo la mayor maquinaria militar del mundo,
involucrada en violentas provocaciones en docenas de países,
cualquiera de las cuales puede estallar inesperadamente,
especialmente bajo el impacto de una crisis económica
mundial que se profundiza.
Obama
logró la candidatura presidencial demócrata porque se
presento como el candidato contra la guerra más
consecuente, y la candidatura demócrata promete en público
que terminará la guerra en Iraq y que adoptará una posición
menos militarista. Pero tras puertas cerradas, ante públicos
selectos de la elite financiera y política, Biden ha
ofrecido un vistazo de la verdadera perspectiva del ala demócrata
del imperialismo estadounidense.
Giro
del demócrata en política exterior al ofrecer
rescatar
“el prestigio” de EEUU
Por
David Brooks
Corresponsal
en EEUU
La
Jornada, 30/10/08
Nueva
York, 29 de octubre. Desde el inicio de su campaña hace
casi dos años, el candidato demócrata a la presidencia,
Barack Obama, ha centrado su mensaje en la promesa de “un
cambio”, pero a juzgar por algunos de sus principales
asesores en materia de seguridad nacional y economía
internacional, podría ser sólo un regreso al futuro.
En
los sondeos internacionales Obama cuenta con un abrumador
apoyo de la opinión pública alrededor del mundo, en parte
por algunas de sus promesas, pero sobre todo porque
representa el fin de la política de George W. Bush tan
universalmente reprobada. Su compromiso de concluir la
guerra de Irak fue clave en su triunfo en las elecciones
primarias y promete serlo en la elección general. Más allá
de eso, sus pronunciamientos de que está dispuesto, sin
precondiciones, a negociar con “enemigos” de este país
(se ha mencionado Irán, Cuba, Venezuela entre otros), y de
buscar soluciones multilaterales a los conflictos en el
mundo, son bienvenidos aquí y en el extranjero.
Su
acto extraordinario frente a más de 200 mil personas en
Berlín en el verano, en su única gira internacional como
candidato, fue prueba de las expectativas que ha despertado
en el ámbito internacional. El simple hecho de que un
afroestadounidense, hijo de un inmigrante africano, alguien
que vivió en Indonesia (país mayoritariamente musulmán)
llegue a la Casa Blanca es un cambio en sí mismo. El que se
haya presentado en Miami con la Fundación Nacional
Cubanamericana como anfitrión, donde habló de la necesidad
de aflojar algunos aspectos del bloqueo contra Cuba, fue un
acto sin precedente en décadas.
Su
énfasis en restaurar el “prestigio” de Estados Unidos
en el mundo a través de mayor cooperación y acción
multilateral, de subrayar el apoyo al desarrollo combinado
con una política económica que resucita la demanda de
incorporar normas laborales y ambientales y los derechos
humanos a los acuerdos de libre comercio, marca un giro
contrastante con la política actual (se opuso al acuerdo de
libre comercio con Colombia explícitamente por las
violaciones a los derechos humanos de sindicalistas en ese
país).
Que
su triunfo marca el fin de la hegemonía de los llamados
“neoconservadores” sobre la política exterior tanto en
asuntos de seguridad como económicos también será, por sí
mismo, un cambio significativo.
Pero
aunque todo esto representa un cambio tras ocho años de políticas
de Bush, no necesariamente marca algo novedoso, ni
necesariamente fundamental, en la política exterior
estadounidense.
Como
senador y ahora candidato presidencial ha ofrecido algunos
ejemplos que no sólo no ofrecen evidencia de cambios en la
óptica internacional, sino que provocan dudas hasta entre
algunos de sus simpatizantes, como el hecho de que votó en
favor de la construcción del muro fronterizo con México
(algo que no mencionó frente al muro de Berlín) o sus
declaraciones de que está dispuesto a intervenir
militarmente en Pakistán al perseguir a Al Qaeda y sus
propuestas de ampliar la guerra en Afganistán.
Obama
llegó a tener unos 300 asesores de política exterior
(incluidos asuntos de seguridad nacional, económicos y
otros) durante la campaña, y aunque obviamente no todos tenían
acceso al candidato, sí contribuyen al debate sobre las
propuestas y argumentos de la campaña. Aunque algunos de
estos son expertos, profesores y políticos que ofrecen
nuevas ideas y que no han formado parte de la cúpula política
de este país en el pasado, los principales asesores son
casi todos veteranos de Washington, y muy pocos podrían ser
considerados nuevos o diferentes.
El
elenco incluye (vale señalar que algunos son más para
decoración, simbolismo y protocolo que participantes
activos) a Anthony Lake, asesor de seguridad nacional de la
Casa Blanca durante la presidencia de Bill Clinton; el ex
representante Lee Hamilton; el ex líder de la bancada demócrata
del Senado Tom Daschle; la ex secretaria de Estado Madeleine
Albright; el ex secretario de la Marina Richard Danzig; el
ex secretario de Defensa William Perry; el ex senador Sam
Nunn, y otros veteranos del gobierno de Clinton como Gregory
Craig y Susan Rice.
Sobre
asuntos económicos internacionales Obama tiene entre sus
asesores (algunos formales, otros no técnicamente parte de
su campaña) a figuras como el ex secretario del Tesoro
Robert Rubin y al ex presidente de la Reserva Federal Paul
Volcker, y especialistas en política económica como
William Daley, quien se encargó de promover la aprobación
del TLCAN y después fue Secretario de Comercio con Clinton.
También hay otros veteranos del gobierno de Clinton en este
rubro: Jason Furman (quien también prestó sus servicios al
Banco Mundial y con un proyecto dirigido por Robert Rubin),
Austan Goolsbee, profesor de economía de la Universidad de
Chicago que provocó un mini escándalo cuando se reveló
que se reunió con diplomáticos canadienses en privado para
asegurarles que a pesar de sus declaraciones, Obama en
verdad no tiene intenciones de renegociar el TLCAN.
Hay
también gente menos conocida, pero tampoco ofrecen indicios
de “un cambio”, como Sarah Sewell, que fue funcionaria
del Departamento de Estado con Clinton, dirige un centro de
derechos humanos en Harvard y colaboró con el general David
Petraeus (recién encargado de la guerra en Irak y ahora del
Comando Central encargado de Irak y Afganistán) en la nueva
versión de la guía sobre contrainsurgencia para el ejército
y los marines.
Por
otro lado, sí hay algunos integrantes del equipo de
asesores que podrían ofrecer algunos elementos de un cambio
en ciertos aspectos de política exterior, como Denis
McDonough, coordinador de los asesores de Obama en política
de seguridad nacional. McDonough fue el asesor de política
exterior de Daschle cuando éste era el líder demócrata en
el Senado, y también trabajó para la influyente y
prestigiada figura de Lee Hamilton, ex representante
federal. McDonough ha sido explícito en promover políticas
para concluir la guerra en Irak, pero también ha
contribuido con el diseño de propuestas para políticas
energéticas y ambientales. Además, a lo largo de su
carrera ha sido un promotor de la asistencia para el
desarrollo económico y social en países del tercer mundo.
Perspectivas
novedosas
Como
McDonough hay varios más que ofrecen algunas perspectivas
que serían novedosas y podrían marcar algunos cambios en
la óptica de la política exterior.
Sin
embargo, la presencia de tantas figuras ligadas al gobierno
de Clinton, así como otras que representan y expresan
posturas no precisamente diferentes en esencia de las que
promovían hace una década o más, no pueden más que
generar dudas sobre qué tanto “cambio fundamental” habrá
en la política exterior de un gobierno de Obama.
Por
ello, más que un cambio fundamental en este aspecto de la
política estadounidense, podría ser un regreso al futuro,
o sea, retomar una política que fue interrumpida por ocho años
de posturas radicales que colocaron en tela de juicio eso
que llaman la “comunidad” y el derecho internacional.
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