Un producto de la nueva situación mundial generada
por la crisis
El triunfo de Obama
Por Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, periódico,
06/11/08
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El
“cambio” de Obama
Dime
quien te “asesora” y
te diré quien eres
Después
de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en EEUU, se
desarrolló una organización peculiar del poder político.
Al frente de los gobiernos, no hubo más “estadistas”
–como antes un Roosevelt o un Churchill– sino
“comunicadores”. O sea, alguien que cae bien al público
y lo convence con discursos y políticas que otros elaboran
tras las bambalinas. Ronald Reagan, antiguo mal actor de
westerns clase B, fue un ejemplo de ese cambio de roles.
Bush, también: sus aires y lenguaje de semianalfabeto,
resultaron ideales para los intelectuales y políticos que
constituyeron en los 90 el movimiento neoconservador. Bush,
por ser tan bruto, era magnífico para “conectar” con
los sectores más atrasados y reaccionarios de la población.
Así,
para comprender la orientación de un gobierno, ha pasado a
ser fundamental ver quiénes son sus “asesores”. Es
decir, los equipos donde se “produce” la política.
Obama, por supuesto, no es una bestia como Bush. Sin
embargo, Obama preside un sistema de trabajo en equipos que,
según los comentaristas, es aún más amplio y aceitado que
el de sus rivales.
A
nivel de la economía, lo encabezan Paul Volcker y Robert
Rubin. Volcker es uno de los padres (o abuelos) del
neoliberalismo. Rubin completó la obra nefasta de Volcker,
disponiendo la “desregulación bancaria” que desembocó
en la actual crisis financiera.
Volcker
fue presidente de la Reserva Federal (banco central de EEUU)
de 1979 a 1987. Desde ese puesto decisivo, inició el
conjunto de medidas que conformarían la organización –o
“modo de regulación”– neoliberal del capitalismo
mundial, como forma de superar la crisis de “estanflación”
iniciada en 1974/75. Se hizo famoso por su lema: “las
familias estadounidenses tienen que disminuir su nivel de
vida”. Claro que no todas las familias... Con él comenzó
un reparto cada vez más desigual del ingreso en EEUU, en
beneficio del 10% más rico de la población. Esto se
compensó luego con una orgía de endeudamiento, que terminó
estallando en esta crisis.
Robert
Rubin no es menos inocente que Volcker en los orígenes de
la actual debacle financiera. Hombre del Citygroup, Rubin
sale de ese banco, entra en los gobiernos y vuelve al City,
como por una puerta giratoria. Como secretario del Tesoro
(ministro de economía) de Clinton, Rubin fue el arquitecto
de la desregulación financiera. Fue bajo su administración
(y no con Bush) que comenzó lo de las hipotecas
“subprime” y la parafernalia de “instrumentos” de
“ingeniería financiera” que supuestamente “eliminaban
el riesgo”... y permitían entonces especular sin freno...
Estos
son los asesores de Obama, el hombre del “cambio”.
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Finalmente,
como era de esperar, Obama ganó las presidenciales y en la
Casa Blanca se alojará el primer presidente negro de la
historia. Un cambio que, para hacerlo posible, requirió de
una doble catástrofe del imperialismo yanqui:
primero, militar y gepolítica (el desastre de las
guerras de Bush en Medio Oriente); y luego, lo más
determinante, la debacle económico-financiera con
epicentro en Wall Street.
Caracterizar
los alcances de este cambio es importante, en
especial para los luchadores sociales y políticos tanto de
EEUU como del resto del mundo.
Ya antes de
las elecciones, estaba instalado de hecho un debate.
Sectores y personalidades de la “izquierda” y el
“progresismo”, como Noam Chomsky, apoyaron más o menos
críticamente a Obama (con el eterno argumento del mal
menor). Pero otros asumieron posiciones independientes. Este
debate va a continuar bajo nuevas formas después que asuma.
Por un
lado, como advierte el artículo del historiador
estadounidense Mike Davies que publicamos aquí, algunos van
a sostener la política de “presionar a Obama para que
vaya hacia la izquierda”. Pero, contra ese error
garrafal, no sirve oponerse diciendo solamente “son lo
mismo”, como hacen otros sectores de izquierda
independientes en EEUU y otros países, porque no es
exactamente así.
El
“cambio” de Obama, en medio de una “crisis de dirección”
del imperialismo yanqui y el capitalismo mundial
Barack
Obama ganó las elecciones internas (“primarias”) del
Partido Demócrata y luego las presidenciales con el lema “Change”
(cambio). Esto fue a tal punto efectivo, que su
rival, McCain, trató infructuosamente de “venderse” en
el mercado electoral también como un “cambio”, como un
producto distinto de la mera continuidad de Bush.
Pero esa mentira era de tales dimensiones, que la mayoría
del electorado no se la tragó.
Sin
embargo, el famoso “cambio” de Obama, más allá del
color de su piel, no está aún claro. Un analista
estadounidense habla, por ejemplo, del “misterio”
Obama, en el sentido de que no se sabe muy bien qué va a
hacer en la presidencia.
Por
supuesto, en todas las elecciones burguesas, hay siempre una
apreciable distancia entre las promesas que hacen los
candidatos en la campaña electoral y el programa
real que aplican en el poder.
Sin
embargo, ahora este hecho habitual se sobredimensiona por
circunstancias excepcionales: la fenomenal crisis económico-financiera
(y también geopolítica) de EEUU. Esto ha generado lo que
podríamos caracterizar como una crisis de dirección
del imperialismo yanqui. Y, por lo tanto, también una crisis
de dirección del capitalismo en su conjunto, ya que
EEUU, a pesar de su decadencia relativa, sigue siendo el
centro del capitalismo mundial.
¿Obama,
el Roosevelt del siglo XXI?
La crisis económica
ha significado la apertura de una nueva situación
mundial. El triunfo electoral de Obama es inseparable de
este hecho que, además, ha desencadenado una crisis social
en EEUU que potenció la crisis política e ideológica
del régimen neoconservador que venía creciendo desde hace
tiempo.
La “forma
de organización” neoliberal del capitalismo, que comenzó
a imponerse mundialmente en los 80 con Reagan en EEUU, está
hoy severamente cuestionada por esta crisis. Gobernantes y
políticos dicen que así no se puede seguir, pero al mismo
tiempo, no se ponen de acuerdo en qué cambiar.
Por
ejemplo, el 15 de este mes, se va a reunir en Washington la
cumbre de G-20, para "discutir sobre los mercados
financieros y la economía global". Y ya se alerta que,
a lo sumo, lo que se va a decidir es “hacer grupos de
trabajo sobre la crisis, para su consideración en cumbres
subsiguientes"... o sea, que seguramente no se va a
resolver nada en concreto, salvo... seguir discutiendo.
En medio de
este desconcierto, Obama comienza a ser publicitado como el
Roosevelt del siglo XXI (ver “Verdades y mitos - ¿Que
fue el New Deal?”). Sin embargo, ni Obama ni la
situación de la lucha de clases en EEUU aparecen iguales a
Roosevelt ni a los años 30.
Los
cortos alcances del “New Deal” de Obama
Dentro de
la vaguedad de sus planes (públicos), Obama ha hecho sin
embargo precisiones. En un largo discurso (no al
“pueblo” sino a los grandes capitalistas de Nueva York
encabezados por su alcalde, el billonario Bloomberg),
publicado íntegramente en el Financial Times, Obama
explicó ya en marzo de este año su programa económico: Su
eje no son “reformas”, “compromisos keynesianos”, ni
concesiones a la clase trabajadora y sectores
populares. Para “proteger los negocios
(norte)americanos”, Obama propone establecer controles
más estrictos a las actividades financieras (tema en el
que ya coincide la “opinión pública” de la burguesía
mundial). Lo que reivindica del “New Deal” son las
medidas de regulación adoptadas por Roosevelt, que propone
rediseñar adaptándolas a la “globalización”. ¡Ese es
el 90% de su plan económico!
Ante los
millones de hogares que están en peligro de perder su
vivienda por la estafa de las hipotecas, Obama se limita a
la propuesta de crear un ente estatal que refinancie las
hipotecas fallidas... con lo beneficioso que eso representa
para los acreedores que, con el derrumbe de los precios de
la vivienda, no ganan nada si las ejecutan. ¡Y esa es la única
medida “populista” que propone allí el “nuevo
Roosevelt”!
Ha sido
también elocuente el vuelco del establishment a
Obama. En este caso, además, de votar en las urnas, los
ricos han votado con el bolsillo. Según un estudio de David
Brooks, conocido periodista neoyorkino, Obama ganó 2 a 1 en
donaciones de banqueros, 5 a 1 en contribuciones de
ejecutivos de corporaciones de alta tecnología, 4 a 1 de
grandes abogados, etc. Esto le permitió a Obama abrumar a
McCain en los gastos en una campaña que, en total –según
The Economist (4/11/08)– costó 2.200 millones de dólares.
En el mismo
sentido, por Obama ha “votado” la gran burguesía
mundial, desde China hasta Europa. Entre esas adhesiones,
quizás la más representativa es la de The Economist,
la centenaria revista británica, que es un santuario del
liberalismo desde los tiempos de Marx.
Todo esto
no significa, insistimos, que Obama no vaya a producir
“cambios”, tanto a nivel de la configuración del
capitalismo estadounidense como en la esfera política. Es
que el neoliberalismo puro y duro inaugurado por Reagan en
los 80, y luego la política económica y exterior de Bush,
han desembocado en una catástrofe que exige modificaciones.
Sin embargo, de por sí, esos cambios no implican que la
clase trabajadora vaya a ser beneficiada.
La
situación política y de la lucha de clases
Pero es la
situación política y de la lucha de clases la que marca
las diferencias más importantes en relación a la década
de 1930. Hoy en EEUU la clase obrera aún no está
combatiendo como en la época de Roosevelt. Tampoco
existen todavía grandes movimientos populares como los de
los años 60 y 70.
Sin
embargo, eso no significa que no se vengan desarrollando
cambios. La situación no es la del 2001, cuando Bush
cabalgaba aparentemente invencible, montado en la “guerra
contra el terrorismo”, con el 90% de apoyo popular. O
cuando Bush ganaba elecciones movilizando a los cavernícolas
de la derecha cristiana contra los gays, el aborto y la teoría
de la evolución de Darwin.
Los
sucesivos desastres del gobierno neoconservador (desde las
guerras en Medio Oriente hasta el Apocalipsis financiero)
han ido acompañados de cambios ideológicos y también de
la incorporación de una nueva generación a la política
(aunque por la tramposa y distorsionada vía electoral).
Esto se ha
traducido en el insólito crecimiento de la participación
electoral y sobre todo en el apoyo juvenil a Obama –según
The Economist (30/10/08), casi 2 a 1 en relación a
McCain entre la gente de 18 a 29 años–. Obama logró
organizar y movilizar a esos sectores, decisivos para su
victoria. Ellos fueron el principal sector popular
movilizado en la campaña y no los pitecantropus de la
derecha religiosa, que hicieron el ridículo con la
candidatura de Sara Palin.
Han quedado
también desmentidas las predicciones de muchos analistas,
en primer lugar de Noam Chomsky, que afirmaban hasta último
momento que el triunfo de un negro era imposible “porque
el racismo está muy arraigado en EEUU”. Pero la crisis
económica finalmente pesó más en la balanza. Como dijo el
director de un instituto de encuestas: “Hoy el color más
importante es el verde”... o sea los dólares.
Ha habido
un giro ideológico combinado con reclamos y expectativas de
las masas cada vez más castigadas por la crisis, que, en
primera instancia, por la debilidad de la izquierda
estadounidense y de las luchas obreras y populares, se ha
canalizado por los tramposos canales electorales.
Pero estos
problemas de las masas y sus expectativas, Obama no los
va a solucionar. Aunque sus planes no estén del todo
claros, el centro de sus preocupaciones no es ése.
Por eso, en
su discurso del martes por la noche, Obama dijo: “El
camino por delante será largo. La subida será empinada.
Puede que no lleguemos en un año ni en un mandato...”
Es una
advertencia poco tranquilizadora para los millones de
estadounidenses que están perdiendo su trabajo, su vivienda
o los dos juntos. ¿Deberán esperar otros cuatro años y
votar de nuevo a Obama para volver a tener casa y empleo?
Esto sí
puede abrir una situación completamente nueva en EEUU,
un gran cambio de verdad: las masas que votaron a Obama
esperando soluciones, podrían pasar a exigírselas en otro
terreno y por otros medios: los de las movilizaciones y
luchas.
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