Promesas,
promesas
Por
Juan Gelman
Bitácora, 07/12/08
El
presidente electo Barack Obama prometió varias cosas antes
de serlo. Por ejemplo, terminar la guerra con Irak, que en
2002, en la Plaza Federal de Chicago, calificó de “estúpida”,
“imprudente” y “basada en la pasión, no en la razón”.
Fue un eje principal de su campaña y, sin duda, le ganó
millones de votos. La promesa se está diluyendo: esta
semana declaró: “Dije que retiraría de Irak nuestras
tropas de combate en 16 meses, en el entendimiento de que
podría ser necesario –probablemente necesario– mantener
una fuerza residual a fin de proporcionar entrenamiento y
apoyo logístico para proteger a nuestros civiles en Irak”
(The New York Times, 4-12-08).
“El
residuo”, al parecer, no será pequeño: el ex secretario
de Marina Richard Danzig –uno de los asesores de Obama en
materia de seguridad– había ya declarado que sería de 30
mil a 55 mil efectivos. Algunos dicen que la cifra podría
llegar a 70 mil, casi la mitad del número actual. Hay
residuos así.
Pocos creen
que la retirada se llevará a cabo en el lapso prometido y
que el último soldado norteamericano dejará suelo iraquí
el 31 de diciembre del 2011, según lo pactado con el
gobierno de Bagdad. Unos 20 halcones demócratas –la mayoría
de la vieja guardia clintoniana de los años ’90–
dominan el equipo de seguridad y política internacional de
Obama y no falta un legado significativo de W. Bush: el
reconfirmado jefe del Pentágono Robert Gates, un insistente
partidario de ganar la guerra en Irak como objetivo mínimo.
Ahora está “menos preocupado” –dijo– por las
promesas de campaña del presidente electo, dado que éste
comentó que la retirada de Irak se haría de manera
“responsable” y que dependerá de la opinión de los
jefes militares (rawstory.com, 2-11-08). En esas
condiciones, tal vez no haya sido un trabajo pesado
tranquilizar a un belicista de la talla de Gates.
El senador
Lindsey Graham, el almirante Nike Mullen, jefe de Estado
Mayor Conjunto, y otros “halcones-gallina” republicanos
elogiaron estos nombramientos de Obama (www.timesonline.co.uk,
1-12-08). No es para menos: tienen un firme bastión en
Hillary Clinton, la nueva secretaria de Estado, acérrima
partidaria de la invasión a Irak y Afganistán y de atacar
a Irán con bombas nucleares. Se recuerda su propia confesión:
“Llamé por teléfono (a su esposo presidente) y lo urgí
a bombardear (Yugoslavia)” en el marco de la OTAN; los
bombardeos duraron 74 días y a nadie perdonaron.
Cabe señalar
que la era de Bill no fue precisamente pacifista: a poco de
instalarse en la Casa Blanca bombardeó Irak en 1993; logró
que la ONU le impusiera a Saddam Hussein un embargo que costó
la vida de medio millón de niños iraquíes; atacó a Sudán
y Afganistán; desestabilizó a Haití; militarizó la
ambigua lucha contra los narcotraficantes que se ha
convertido en contrainsurgencia y que no ahorra vidas de
civiles inocentes en América latina; apoyó la privatización
de las operaciones militares norteamericanas otorgando
enjundiosos contratos a la industria armamentista; autorizó
la venta de armas a países como Indonesia y Turquía,
utilizadas en el genocidio de kurdos y habitantes de Timor
Oriental. Un record que el olvido suele abrigar.
Obama nombró
jefe del staff de la Casa Blanca a Rahm Emanuel, admirador
de las ejecuciones extrajudiciales israelíes, impulsor del
servicio paramilitar obligatorio para todos los
estadounidenses de 18 a 25 años de edad, del aumento de los
efectivos de las fuerzas armadas y de la creación de un
sistema de espionaje semejante al MI5 británico. Está en
buena compañía: el general (R) James L. Jones, ex
comandante del cuerpo de marines y amigo personal del
derrotado candidato republicano John McCain, será el asesor
jefe de seguridad nacional y es difícil suponer que el
hecho de pertenecer al directorio de Boeing no influirá en
sus decisiones. Susan Rice, la próxima embajadora de EE.UU.
ante la ONU, apoya una intervención militar en Sudán por
la crisis de Darfur, de preferencia con la participación de
la OTAN. Etc., etc.
Barack
mismo ha anunciado objetivos de guerra que poco cambian las
políticas de Clinton y de ambos Bush: el incremento de la
guerra en Afganistán; el eventual mantenimiento por largo
rato de un número ingente de efectivos en Irak; la
intervención unilateral en Pakistán; el empleo de ejércitos
privados en las zonas donde combate EE.UU.; entre otras
cosas. Su vice Jose Biden no es un demócrata cualquiera:
como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del
Senado, sostuvo las mentiras de W. desestimando en el 2002
los testimonios de expertos que señalaban que Irak no tenía
armas de destrucción masiva ni constituía una amenaza para
la región “y mucho menos para EE.UU.” (www.alternet.org,
20-11-08). Rara vez un cambio se ha parecido tanto a una
continuidad.
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