Gatopardismo
imperial
Por
Atilio A. Boron (*)
Página
12, 21/01/09
Finalmente
llegó el gran día. Toda la prensa mundial no hace sino
hablar de la nueva era abierta con el acceso de Barack Obama
a la Casa Blanca. Esto confirma los pesimistas pronósticos
acerca del retrógrado papel que cumplen los medios del
establishment al profundizar, con las ilusiones y los engaños
de su propaganda, la indefensión de la "sociedad del
espectáculo", una forma involucionada de lo social
donde el nivel intelectual de grandes segmentos de la
población es rebajado sistemáticamente mediante su
cuidadosa des–educación y desinformación. La agobiante
"obamamanía" actual es un magnífico ejemplo de
ello.
Obama
llegó a la presidencia diciendo que representaba el cambio.
Pero los indicios que surgen de la conformación de su
equipo y de sus diversas declaraciones revelan que si hay
algo que va a primar en su administración será la
continuidad y no el cambio. Habrá algunos, sin duda, pero
serán marginales, en algunos casos cosméticos y nunca de
fondo. El problema es que la sociedad norteamericana,
especialmente en el contexto de la formidable crisis económica
en que se debate, necesita cambios de fondo, y éstos
requieren algo más que simpatía o elocuencia discursiva.
Hay que luchar contra adversarios ricos y poderosos, y nada
indica que Obama esté siquiera remotamente dispuesto a
considerar tal eventualidad. Veamos algunos ejemplos.
¿Cambio,
designando como jefe de su Consejo de Asesores Económicos a
Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y
artífice de la inaudita desregulación financiera de los
noventa causante de la crisis actual? ¿Cambio, ratificando
al secretario de Defensa designado por George W. Bush,
Robert Gates, para conducir la "guerra contra el
terrorismo" por ahora escenificada en Irak y Afganistán?
¿Cambio, con personajes como el propio Gates, o Hillary
Clinton, que apoyaron sin ambages la reactivación de la
Cuarta Flota destinada a disuadir a los pueblos
latinoamericanos y caribeños de antagonizar los intereses y
los deseos del imperio?
En
su audiencia ante el Senado, Clinton dijo que la nueva
administración de Obama debería tener "una agenda
positiva" para la región para contrarrestar "el
temor propagado por Chávez y Evo Morales". Seguramente
se referiría al temor a superar el analfabetismo o a
terminar con la falta total de atención médica, o al temor
que generan las continuas consultas electorales de gobiernos
como el de Venezuela o Bolivia, mucho más democráticos que
el de Estados Unidos en donde todavía existe una institución
tan tramposa como el colegio electoral, que hace posible,
como ocurriera en el 2000, que George W. Bush derrotara en
ese antidemocrático ámbito al candidato que había
obtenido la mayoría del voto popular, Al Gore. ¿Puede esta
Secretaria de Estado representar algún cambio?
¿Cambio,
producido por un líder político que quedó encerrado en un
estruendoso mutismo ante el brutal genocidio perpetrado en
Gaza? ¿Qué autoridad moral tiene para cambiar algo quien
actuó de ese modo? ¿Cómo suponer que representa un cambio
una persona que dice, como lamentablemente lo hizo Obama
hace apenas un par de días a la cadena televisiva Univisión,
que "Chávez ha sido una fuerza que ha impedido el
progreso de la región, (...) Venezuela está exportando
actividades terroristas y respalda a entidades como las
FARC"?
Tamaño
exabrupto y semejantes mentiras no pueden alimentar la más
mínima esperanza y confirma las prevenciones que suscita el
hecho de que uno de sus principales consejeros sobre América
latina sea el abogado Greg Craig, asesor de la inefable
Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de Bill Clinton,
la misma que dijera que las sanciones en contra de Irak
luego de la Primera Guerra del Golfo (que costaron entre
medio millón y un millón y medio de vidas,
predominantemente de niños) "valieron la pena".
Craig, además, tiene como uno de sus clientes a Gonzalo Sánchez
de Lozada, cuya extradición a Bolivia está siendo
solicitada por el gobierno de Evo Morales para juzgarlo por
la salvaje represión de las grandes insurrecciones
populares del 2003 que dejaron un saldo de 65 muertos y
centenares de heridos. Sus credenciales son, por lo visto,
inmejorables para producir el tan deseado cambio.
En
esa misma entrevista, Obama se manifestó dispuesto a
"suavizar las restricciones a los viajes y al envío de
remesas a Cuba", pero aclaró que no contempla poner
fin al embargo decretado en contra de Cuba en 1962. Agregó
además que podría sentarse a dialogar con el presidente Raúl
Castro siempre y cuando "La Habana se muestre dispuesta
a desarrollar las libertades personales en la isla".
En
fin, la misma cantinela reaccionaria de siempre. Un caso de
gatopardismo de pura cepa: algo tiene que cambiar, en este
caso el color de la piel, para que nada cambie en el
imperio.
(*)
Politólogo.
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