El
poder de EE.UU. está decayendo
Por
Paul Kennedy (*)
Wall Street Journal, 19/01/09
A medida
que el mundo avanza a tropezones de un año 2008 realmente
horrible a un 2009 que da mucho miedo, parecería haber, a
primera vista, muchas razones para que los enemigos de
Estados Unidos piensen que la primera potencia mundial
recibirá golpes más duros que la mayoría de los grandes
países. Esas razones serán explicadas abajo. Pero
empecemos por observar esa curiosa característica de los
seres humanos que, cuando ellos mismos padecen dolor,
parecen disfrutar del hecho que otros están sufriendo aun más.
(Uno casi puede escuchar a algún aristócrata chejoviano
declarar: "Mis propiedades pueden estar dañadas,
Vasily, ¡pero las tuyas están cerca de la ruina!")
Por
consiguiente, si bien actualmente Rusia, China, América
Latina y Medio Oriente pueden estar sufriendo reveses, se
entiende que el Tío Sam es el mayor perdedor. Para el resto
del mundo, ¡eso es un gran consuelo! ¿Según qué lógica,
sin embargo, debería EE.UU. perder más terreno que otros
países en los próximos años, excepto la vaga proposición
que cuanto más alto es uno, mayor es la caída?
La primera
razón, seguramente, son los realmente extraordinarios déficit
fiscal y comercial de EE.UU. No hay nada parecido a esos en
el mundo en términos absolutos y, aun cuando son calculados
en proporción a los ingresos nacionales, los porcentajes se
asemejan más a los que uno podría esperar de Islandia o
alguna economía del tercer mundo mal dirigida. En mi opinión,
los déficit fiscales proyectados para 2009 y más allá dan
miedo, y me asombra que tan pocos legisladores reconozcan el
hecho mientras se abalanzan de forma colectiva hacia la
puerta que dice "estímulo fiscal".
Los
desequilibrios planeados son preocupantes por tres razones.
La primera es porque las proyecciones totales han cambiado
muy rápido, siempre en una dirección más pesimista.
Nunca, en mis 40 años de estudiar las economías de las
grandes potencias, he visto cifras que se muevan tan
seguido, y en proporciones tan grandes. Claramente, algunas
personas sí creen que Washington es simplemente una máquina
de imprimir dinero.
La segunda
razón por la que todo esto da miedo es porque nadie parece
estar seguro de qué tan útilmente (o irresponsablemente)
será empleado este dinero. Le deseo lo mejor al gobierno de
Barack Obama, pero estoy asustado por la posibilidad de que
él y su equipo se sientan tan presionados que entreguen
dinero sin las precauciones adecuadas, y que grandes sumas
caigan en las manos equivocadas. Las noticias en la prensa
la semana pasada de que representantes de grupos de presión
estaban llegando en masa a Washington para presentar
argumentos a favor de la industria, el grupo de interés o
sector servicios que los hayan contratado me entristeció.
Imprimir un montón de dinero no garantizado ya es malo.
Malgastarlo en cortesanos es peor.
La tercera
cosa por la que estoy aterrado es que probablemente
tendremos muy poco dinero para pagar los bonos del Tesoro
que van a ser emitidos, en decenas de miles de millones cada
mes, en los próximos años. De seguro, algunas firmas de
inversión, golpeadas por su irracional exaltación por
valores y commodities, tomarán una cierta cantidad de bonos
del Tesoro incluso a una tasa de retorno ridículamente baja
(o de cero). Pero eso no va a cubrir un déficit fiscal
proyectado de US$1,2 billones (millones de millones) en
2009.
No importa,
me dicen, los extranjeros con gusto pagarán por ese papel.
Esta noción me marea. En primer lugar, es (sin que sus
defensores lo reconozcan nunca) una espantosa señal del
relativo declive de EE.UU. Si ha visto la conmovedora película
de Clint Eastwood La conquista del honor, también se habrá
emocionado por las escenas donde los tres desconcertados
veteranos de Iwo Jima son llevados por todo el país para
suplicar a las jubilosas audiencias "¡Compren bonos
estadounidenses!" Claro que fue incómodo, pero había
un enorme consuelo. El gobierno de EE.UU., convertido
completamente al keynesianismo, estaba pidiendo a sus
ciudadanos que echaran mano de sus atesorados ahorros para
ayudar a sostener la campaña bélica. ¿Quién más, después
de todo, podía comprar? ¿Un imperio británico casi en
quiebra? ¿Una China destruida por la guerra? ¿El Eje? ¿La
Unión Soviética? Qué suerte que la Segunda Guerra Mundial
duplicó el Producto Interno Bruto de EE.UU., y los ahorros
estaban allí.
Hoy, sin
embargo, nuestra dependencia de los inversionistas
extranjeros se aproximará más y más al estado de
endeudamiento internacional que nosotros los historiadores
asociamos con los reinados de Felipe II de España y Luis
XIV de Francia, propuestas atractivas al principio, pero que
luego continuamente pierden encanto.
Es posible
que las tempranas ventas de bonos del Tesoro este año
salgan bien, ya que los aterrados inversionistas pueden
preferir comprar bonos que no pagan nada que acciones de
compañías que podrían quebrar. Sin embargo, algunos
perspicaces analistas del mercado de bonos del Tesoro insinúan
que el apetito por bonos de Obama es limitado.
¿Cree la
gente realmente que China puede comprar y comprar cuando sus
inversiones aquí ya han sido golpeadas y su gobierno puede
ver la enorme necesidad de invertir en su propia economía?
Si ocurriera un milagro y China nos comprara la mayor parte
de los US$1,2 billones, ¿cuál sería nuestro estado de
dependencia? Podríamos estar viendo un cambio tan grande en
los balances financieros del mundo como lo que ocurrió
entre el Imperio Británico y Estados Unidos entre 1941 y
1945. ¿Están todos contentos con esto? No obstante, si los
extranjeros muestran poco apetito por bonos estadounidenses,
pronto tendremos que subir las tasas de interés.
Si he
dedicado tanto espacio a los problemas fiscales de EE.UU. es
porque conjeturo que su mera profundidad y gravedad demandará
la mayor parte de nuestra atención política en los próximos
dos años, y por consiguiente traerá otros importantes
problemas al borde de nuestro radar. Es verdad que las
economías de Gran Bretaña, Grecia, Italia y una decena de
países desarrollados están sufriendo casi tanto, y que
gran parte de África y partes de América Latina están
cayendo al precipicio. También es verdad que la pronunciada
caída en los precios de la energía han golpeado duramente
a gobiernos poco atractivos como la Rusia de Vladimir Putin,
la Venezuela de Hugo Chávez y el Irán de Mahmoud
Ahmadinejad, con el esperado efecto de contener su capacidad
de hacer daño.
Por otra
parte, por ahora las cifras sugieren que las economías de
China e India están creciendo (no tan rápido como en el
pasado pero aún creciendo), mientras que la economía de
EE.UU. se contrae en términos absolutos. Cuando se calmen
las aguas de esta alarmante y quizás prolongada crisis económica
global, no deberíamos esperar que las participaciones
nacionales en la producción mundial sean las mismas que en,
por ejemplo, 2005. El Tío Sam podría tener que bajar uno o
dos peldaños.
Además, ni
tres o cuatro de estos países, y quizás ni una decena de
estos combinados, tienen siquiera algo aproximado a la serie
de compromisos y despliegues militares en el exterior que
abruman al Tío Sam. Eso nos trae de vuelta, perdón por
decirlo, a los comentarios de "imperio sobreextendido"
que hice hace aproximadamente 20 años.
Como sugerí
en ese momento, una persona fuerte, equilibrada y musculosa,
puede cargar una mochila impresionantemente pesada cuesta
arriba por mucho tiempo. Pero si esa persona está perdiendo
fuerza (problemas económicos), y la carga sigue pesada o
aumenta de peso (la doctrina Bush), y el terreno se vuelve más
difícil (la aparición de nuevas grandes potencias,
terrorismo internacional y estados fallidos), entonces el
excursionista que alguna vez fue fuerte empieza a ir más
despacio y a tropezar. Allí es precisamente cuando los
caminantes más ágiles y con menos carga se acercan, lo
alcanzan y quizás lo sobrepasan.
Si la mitad
de lo anterior es verdad, las conclusiones no son gratas:
que las penurias económicas y políticas de los próximos años
restringirán muchas de las visiones ofrecidas en la campaña
electoral de Obama; que este país tendrá que tomar,
interinamente, algunas decisiones muy difíciles; y que no
deberíamos esperar, aun pese a un aumento de buena voluntad
hacia EE.UU., ningún incremento en nuestra relativa
capacidad de actuar en el extranjero de manera decisiva o
sostenida. Una persona maravillosa, carismática y muy
inteligente ocupará la Casa Blanca, pero, desgraciadamente
en las circunstancias más difíciles que EE.UU. ha
enfrentado desde 1933 o 1945.
En esta
atención hacia los déficit fiscales y la sobreextensión
militar, ciertas medidas positivas de la fortaleza
estadounidense tienden a ser empujadas hacia la sombra (y
quizás deberían darles más importancia en otro momento).
Este país posee tremendas ventajas en comparación a otras
grandes potencias en su demografía, sus relaciones tierra
por habitante, sus materias primas, sus universidades y
laboratorios de investigación, su flexible mano de obra,
etc. Estas fortalezas han sido opacadas durante casi una década
de irresponsabilidad política en Washington, una
desenfrenada codicia en Wall Street y sus alrededores, y
excesivas aventuras militares en el exterior.
La situación
podría haber mejorado, aunque esto no quiere decir que
EE.UU. puede volver a la preeminencia que tuvo en, por
ejemplo, la época del presidente Dwight Eisenhower. Las
movimientos tectónicos globales de poder, hacia Asia y alejándose
de Occidente, parecen difíciles de revertir. Pero políticas
sensatas acordadas por el Congreso estadounidense y la Casa
Blanca podrían ciertamente ayudar a hacer esas históricas
transformaciones menos agitadas, menos violentas y mucho
menos desagradables. No es un mal pensamiento, incluso para
un "declinista" como yo.
(*)
Paul Kennedy, profesor de historia y director de Estudios de
Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, es el
autor/redactor de 19 libros, incluyendo Auge y caída de las
grandes potencias. Actualmente está escribiendo una
historia operacional de la Segunda Guerra Mundial.
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