Obama,
o al rengo se le ve cuando camina
Por
Guillermo Almeyra
La Jornada, 25/01/09
Es
peligroso confundir a Barack H. Obama, el personaje político
del establishment estadounidense, con el movimiento social
de protesta aún informe y desorganizado que se opuso a Bush
e impuso al desconocido Obama, primero como candidato
presidencial –venciendo a los elefantes blancos conocidos
y conservadores del Partido Demócrata que apoyaban a
Hillary Clinton bajo la dirección del marido de ésta–, y
después como encargado de barrer al desprestigiado y odiado
Bush.
El primero
es un político segundón, sin experiencia ni mucha claridad
(votó contra la guerra en Irak diciendo "no me opongo
a la guerra, sino a guerras estúpidas") y despierta si
no las esperanzas, al menos las expectativas de los grandes
capitalistas. Éstos, en efecto, desean que siga alimentando
con fondos de los contribuyentes las arcas de los grandes
bancos y de las grandes empresas que ellos mismos vaciaron
por "codicia e irresponsabilidad", como dijo Obama,
pero sobre todo porque en eso consiste el capitalismo, que
no es otra cosa que la búsqueda desesperada de la ganancia
a cualquier precio, explotando, colonizando, matando, sin ética
ni norma moral alguna. Hay que decir a este respecto que el
gran capital no está muy contento con Obama a pesar de su
evidente continuismo con las políticas esenciales de Bush y
de su carácter conservador y, en el día de la asunción
del mando y tras su discurso, votó a su manera haciendo
caer todas las bolsas del mundo…
El segundo
(el hombre que la ola de protesta llevó a la Casa Blanca
esperando que haga un cambio, que dé trabajo digno y bien
pagado, evite que le roben sus casas a la gente, les dé
planes de asistencia médica, escuelas decentes, paz y
libertades pisoteadas por Bush) siente en su nuca el aliento
de millones de negros, latinoamericanos, asiáticos,
discriminados (recordó, en efecto, que su padre "no
hubiera podido entrar en un restorán" hace 40 años).
Si 2 millones de personas, con varios grados bajo cero, sin
centro ni organización colectiva, unidos por el mismo
sentimiento, llenaron las calles de Washington para apoyar a
Obama en su asunción del gobierno, es porque quieren
empezar a tener poder y dejar de ser nadie, y para eso se
agarran de Obama y le exigirán medidas sociales.
La
degradación política y social en Estados Unidos es vieja,
pero el Día sin inmigrantes (un paro nacional sui generis)
dio conciencia a los trabajadores pobres y a los oprimidos
de que podían contar, y la candidatura de Obama les dio
posteriormente un centro político y una esperanza,
deformados, pero de gran importancia. Porque no se puede
separar el triunfo de los obreros que ocuparon e hicieron
funcionar una fábrica de puertas y ventanas de ambos
procesos: el de la acción en autogestión de los
inmigrantes y el electoral, que dio el impulso inicial a una
politización y organización de millones de estadounidenses
trabajadores, con una plataforma de reformas democráticas y
económicas que el capitalismo no puede conceder,
particularmente en esta época de crisis. Aparece así,
potencialmente, un proceso político de masas que va mucho más
allá de Obama, su canal transitorio.
Si en los años
30 un proceso similar fue canalizado por los sindicatos y
después absorbido por Franklin D. Roosevelt (al cual Obama
no nombra, y no por casualidad), eso fue gracias a la
preparación de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué base hay
hoy, en cambio, para un keynesianismo masivo y para la
domesticación por el Estado de los trabajadores
estadounidenses? ¿Dirige Obama un cambio?
A riesgo de
desilusionar a muchos "progresistas", gobernantes
o no, Obama no ha hablado, entre sus prioridades, ni de
planes masivos para dar trabajo ni de los emigrantes. Cuando
mucho, tiene un plan que, si tiene éxito, podría crear en
dos años 3 millones de empleos, o sea, apenas la cantidad
que se perdieron en los últimos seis meses. Por otra parte,
ni ha mencionado el genocidio en Gaza.
Además, si
piensa reforzar las tropas en Afganistán, aunque reduzca
gradualmente las que están en Irak, y si va a salvar a los
bancos y las grandes empresas, ¿podrá dar seguro social a
70 por ciento de personas que no lo tienen?, ¿y podrá
devolverles sus casas y el nivel de vida y los empleos que
perderán en este año cuando sostiene que la crisis se debe
sólo a algunos "irresponsables y codiciosos" y no
a la estructura misma del sistema? ¿Cuál cambio prepara
con respecto de la paz si tiene como jefe de gabinete al
doble ciudadano estadounidense e israelí Rahm Emanuel
Israel, que fue soldado en el ejército judío? ¿O cuando
mantiene como ministro de Defensa a Robert Gates, elegido
por Bush, y manda a Afganistán al general Petraeus,
dictador en Irak, también del equipo de Bush? ¿El clan
Bill e Hillary Clinton, que controla la política exterior,
asegura acaso un cambio cuando el primero es ardientemente
filoisraelí y la segunda pidió en el Senado medidas firmes
de Obama contra "la amenaza" de Venezuela y Cuba?
¿El propio Obama no declara acaso que Hugo Chávez
"exporta actividades terroristas y apoya a las
FARC", intoxicando a la opinión pública con mentiras
insostenibles como hizo Bush respecto de Irak? ¿Qué puede
esperar América Latina si uno de los principales asesores
de Obama para la región es Greg Craig, abogado del ladrón
y asesino Gonzalo Sánchez de Lozada, ex presidente de
Bolivia refugiado en Estados Unidos, que sigue negando su
extradición? En lo económico, ¿qué cambio puede producir
cuando el jefe de sus asesores es Lawrence Summers, ex
secretario del Tesoro de Clinton, responsable de la más
amplia y masiva desregulación bancaria?
Es seguro
que Obama no es igual a Bush. También que se verá obligado
a hacer concesiones a quienes reclaman cambios urgentes y
profundos. Pero éstas serán simbólicas, superficiales.
Porque Obama, aunque mulato, es un hombre del sistema,
educado en Harvard. Sin duda es histórico que en un país
donde el Capitolio fue construido por esclavos y en el que
en los años 60 un negro no podía entrar en un restorán ni
utilizar el mismo baño que un blanco, un mulato sea
presidente. Pero, como dicen los haitianos, "un mulato
pobre es negro y un negro rico es mulato". No estamos sólo
ante un problema racial, sino ante la más profunda crisis
del capitalismo y muy posiblemente el comienzo de un vasto
conflicto entre las clases.
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