Cierre
de Guantánamo
¿Cambios?
Por
Juan Gelman
Bitácora, 25/01/09
El flamante
presidente de EE.UU. aseveró en su discurso inaugural que
las cuestiones de seguridad nacional no deben afectar la
vigencia de los derechos humanos. Bien dicho. Sus primeras
medidas fueron el cierre de la base de Guantánamo en un año,
la suspensión de los procesos incoados por tribunales
militares a algunos de los 245 detenidos que allí siguen y
la suspensión del régimen de torturas al que han sido
sometidos. Bien hecho, sobre todo lo último. Los presos
seguirán presos en otros campos de concentración que el
Pentágono instaló ya en distintos países y Obama no
dispuso que sus casos pasen a tribunales civiles, como
demanda Amnesty. Estas decisiones sin duda interrumpirán el
declive del más que dañado prestigio de EE.UU. en el
mundo.
No parece
que se modificará la política exterior: la estrategia del
nuevo mandatario no entraña el cese de la guerra
“antiterrorista” que la Casa Blanca desató, apenas un
cambio de acento. Habló de una retirada de Irak
“responsable” y no reiteró su intención de hacerlo en
18 meses, anuncio de campaña electoral que le atrajo muchos
votos. Tampoco la mencionó al cabo de su reciente reunión
con los capitostes del Pentágono para tratar el asunto y
los comentarios del general Ray Odierno, comandante en jefe
de las tropas estadounidenses en Irak, indican que tal vez
Obama le da otro peso ahora a la palabra “responsable” (www.mccclatchydc.com,
21–1–09). El general señaló que la retirada dependía
de las elecciones nacionales que se llevarán a cabo en Irak
a fin de año. Imposible completarla en 18 meses.
La idea,
por lo demás, no es sacar hasta el último hombre del país
invadido. Más bien no. Colin Kahl, importante asesor de
Obama durante la campaña electoral, señaló que EE.UU. debía
mantener en Irak una fuerza de 60.000 a 80.000 efectivos al
menos hasta fines del 2010 (www.prorev.com, 4–4–08). El
New York Times (13–12–08) subrayó la “aparente
evolución” del mandatario afroamericano en este tema, sólo
que no la hubo: BO siempre mencionó la necesidad de dejar
una “fuerza residual” en Irak, aunque nunca indicó la
cuantía del “residuo”. Si se cumpliera la observación
de Kahl, los muchachos tardarán en volver a sus hogares.
Dicho de otra manera: la ocupación de Irak seguirá.
El demócrata
Obama, que votó contra la invasión a Irak, se reunió
asiduamente a lo largo de los últimos tres meses con su
vencido contrincante republicano John McCain, que votó a
favor, para solicitarle asesoramiento y opinión sobre las
guerras en curso y sobre los futuros encargados de la política
exterior. McCain les dijo a varios colegas republicanos que
“muchos de esos nombramientos los habría hecho yo
mismo” (www.newsmax.com, 19–1–09). No sorprende esa
declaración: empezando por la actual secretaria de Estado,
Hillary Clinton, y pasando por el reconfirmado jefe del Pentágono
Robert Gates –otra herencia de W. Bush–, el equipo que
seleccionó BO en este delicadísimo campo está integrado
por demócratas partidarios de la guerra y no hay signos de
que se hayan vuelto pacifistas.
Es notorio
que BO se comprometió a aumentar el número de tropas
norteamericanas en Afganistán: el Pentágono ha pedido el
envío de 30.000 soldados más en un lapso de 12 a 18 meses
y Washington presiona a la OTAN desde hace meses para que
incremente también sus efectivos en ese país (Reuters,
20–1–09). Varios gobiernos de la Unión Europea se
muestran remisos a aceptar la gentil invitación. Francia la
ha rechazado ya, Alemania enfrenta un año electoral difícil,
aunque es posible que todo cambie luego de la primera reunión
de Obama con sus contrapartes europeas. Continuamos.
Obama
reiteró en su campaña que EE.UU. debe atacar las bases de
Al Qaida y de los talibán en Pakistán con o sin el
consentimiento del gobierno paquistaní. “Si llegamos a
tener información confiable sobre objetivos terroristas
importantes –dijo– y el (entonces) presidente Musharraf
no actúa, actuaremos nosotros” (Reuters, 1–8–07).
Cada tanto un avión no tripulado de EE.UU. deja caer
misiles en la zona de Pakistán limítrofe con Afganistán.
La pregunta clave es cuál será la magnitud del ataque
anunciado.
El
mandatario ya en funciones llamó por teléfono al
presidente de la Autoridad Palestina y al primer ministro de
Israel afirmando que no escatimará esfuerzos para desarmar
un conflicto que acaba de costar la vida de 1300 palestinos,
en su mayoría civiles y sobre todo niños. Pero si Obama
insiste en el reclamo de una “Jerusalén única” y
capital de Israel ––que formuló ante el poderoso lobby
judío proisraelí que recorre infatigablemente los pasillos
de la Casa Blanca y del Capitolio–, fracasará como Bill
Clinton en la cumbre de Camp David del 2000. Y se verá qué
distancia media entre su discurrir de campaña y la realidad
de sus actos.
BO no
preocupa a Tel Aviv. Como señalara al diario israelí
Yediot Ahronot el ex embajador de Israel en Washington,
Daniel Ayalon, “en cuanto a las relaciones Israel/EE.UU.,
tengo la impresión de que no habrá cambio alguno. Al
contrario: el mapa de los intereses estadounidenses no
depende de la identidad de la persona sentada en la Casa
Blanca y EE.UU. seguirá tratando a Israel como un aliado
leal” (www.ynetnews.com, 20–1–09). Re–claro, ¿verdad?
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