La aceptación del “paquete de estímulo económico”
Una victoria que esconde una importante derrota
Por
Paul
Krugman (*)
The
New York Times, 13/02/09
La Nación, 14/02/09
Traducción de Mirta Rosenberg
Nueva York.– Según los parámetros políticos normales, la aceptación en
el Congreso de un paquete de estímulo económico fue una
gran victoria para el presidente Barack Obama.
Consiguió más o menos lo que había pedido: casi 800.000 millones de dólares
para rescatar la economía, con la mayoría de ese dinero
asignado a gastos más que a recortes impositivos. ¡Ya
podemos destapar el champagne! O tal vez no. Estos no son
tiempos normales, de manera que los parámetros políticos
normales no se aplican: la victoria de Obama parece un poco
una derrota.
La ley de estímulo parece útil pero inadecuada, especialmente cuando se la
combina con un decepcionante plan de rescate de los bancos.
Y la política de la lucha sobre el estímulo ha convertido
en una insensatez todos los sueños pospartidarios de Obama.
Empecemos con la política. Uno hubiera esperado que los republicanos
actuaran al menos un poco como gente que ha recibido un
escarmiento durante estos días, teniendo en cuenta las
palizas que recibieron en las dos últimas elecciones y la
debacle económica de los últimos ocho años.
Pero ahora queda claro que el compromiso del partido con el vudú profundo
–impuesto en parte por los grupos de presión, dispuestos
a producir retadores de las primarias contra los heréticos–
es tan fuerte como nunca.
Tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, la mayoría de los
republicanos apoyó la idea de que la respuesta apropiada
para el abyecto fracaso de los recortes impositivos de la
era Bush era más reducciones impositivas al estilo Bush.
Y la respuesta retórica de los conservadores al plan de estímulo –que
costará considerablemente menos que lo que la administración
Bush invirtió en recortes impositivos o que lo que gastó
en Irak– ha sido casi desquiciada.
Es "un robo generacional", dijo el senador John McCain, sólo unos
días después de votar a favor de recortes impositivos que
hubieran costado cuatro veces más durante la próxima década.
Es "destruir el futuro de mis hijas. Es como sentarme aquí a ver cómo
mi casa es saqueada por una banda de salvajes", dijo
Arnold Kling, del Instituto Cato.
La suciedad del debate político importa porque suscita dudas acerca de la
capacidad del gobierno de Obama de volver por más en el
caso de que, como parece probable, la ley de estímulo
resulte inadecuada.
Porque, aunque Obama consiguió más o menos lo que había pedido, casi con
seguridad no pidió lo suficiente. Oficialmente, la
administración no deja de repetir que el plan es adecuado
para las necesidades de la economía.
Pero pocos economistas están de acuerdo. Y se cree en general que las
consideraciones políticas llevaron a plantear un plan que
era más débil y contiene más recortes impositivos de los
que debería? que Obama hizo concesiones anticipadas con la
esperanza de conseguir un amplio respaldo bipartidario. Y
acabamos de ver lo bien que funcionó.
Ahora, las posibilidades de que el estímulo fiscal pueda llegar a ser
adecuado serían mayores si se lo acompañara con un
efectivo rescate financiero, un rescate que descongelara los
mercados crediticios y volviera a impulsar la circulación
de dinero.
Pero el muy esperado anuncio del plan de Obama en ese frente, que también
se produjo esta semana, cayó con un golpe seco.
El plan esbozado por Tim Geithner, el secretario del Tesoro, no era
exactamente malo. En cambio, era vago. Dejó a todo el mundo
preguntándose adónde quería ir verdaderamente la
administración.
¿Esas sociedades entre la esfera pública y la privada terminarán por ser
una manera encubierta de rescatar a los banqueros a expensas
de los contribuyentes? ¿O la "prueba con
esfuerzo" requerida actuará como una salida hacia la
nacionalización temporaria de los bancos (la solución
favorecida por un creciente número de economistas, incluyéndome
a mí)? Nadie lo sabe.
El efecto general fue el de patear la lata para que avanzara unos metros en
la calle. Y eso no alcanza.
Reacción
insuficiente
Hasta ahora, la respuesta de la administración Obama a la crisis económica
se parece demasiado a la de Japón en la década de 1990:
una expansión fiscal suficientemente importante como para
evitar lo peor, pero no suficiente para impulsar la
recuperación; apoyo al sistema bancario, pero reticencia a
obligar a los bancos a enfrentar sus pérdidas.
Todavía es temprano, pero ya estamos descendiendo por la pendiente. Y no sé
ustedes, pero yo tengo una fea sensación en la boca del estómago?
la sensación de que los Estados Unidos no están a la
altura del mayor desafío económico de los últimos 70 años.
Es posible que los mejores no carezcan de convicciones, pero parecen
alarmantemente dispuestos a conformarse con medidas a
medias.
Y los peores, como siempre, están colmados de apasionada intensidad, ajenos
al grotesco fracaso que su doctrina experimentó en la práctica.
Todavía hay tiempo para revertir la situación. Pero Obama debe ser más
fuerte de ahora en adelante.
De otra manera, el veredicto de esta crisis puede ser: "No, no
podemos".
(*) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de
Economía en 2008.
Las contradicciones del “Plan de Estímulo”
El "centrismo" destructivo
Por Paul Krugman
The
New York Times, 08/02/09
La Nación, 10/02/09
Traducción de Mirta Rosenberg
¿Cómo se le dice a alguien que elimina cientos de miles de empleos, priva
a millones de personas de una atención de salud y de
nutrición adecuadas, socava las escuelas, pero ofrece
bonificaciones de 15.000 dólares a personas en situación
acomodada que compran propiedades para venderlas a un precio
más alto?
Un centrista orgulloso. Porque eso es exactamente lo que lograron los
senadores que terminaron modificando la ley de estímulo.
Incluso si el plan original de Barack Obama –alrededor de 800.000 millones
de dólares para estímulo, con una fracción considerable
de esa suma destinada a infructuosos recortes impositivos–
hubiera sido aprobado, no hubiera bastado para llenar el
gigantesco agujero de la economía estadounidense, que, según
estima la Oficina Presupuestaria del Congreso, ascenderá a
2,9 billones de dólares durante los próximos tres años.
Sin embargo, los centristas hicieron todo lo posible por empeorar y
debilitar el plan. Uno de los mejores aspectos del plan
original era la ayuda a los gobiernos estatales escasos de
fondos, lo que hubiera proporcionado un rápido impulso a la
economía preservando al mismo tiempo servicios esenciales.
Pero los centristas insistieron en que se recortaran los
40.000 millones destinados a ese gasto.
El plan original también incluía un muy necesario gasto destinado a
construcción de escuelas; de ese gasto se recortaron 16.000
millones. También incluía ayuda a los desempleados y para
mantener el seguro de salud, que había sido recortada. En
total, se recortaron 80.000 millones. Y gran parte de esos
recortes se realizaron sobre las medidas que hubieran sido
las más eficaces.
Por otro lado, los centristas no tuvieron nada que objetar a una de las
peores provisiones de la ley del Senado, un crédito
impositivo para los compradores de viviendas.
En suma, la insistencia de los centristas en dar comodidad a los que están
cómodos mientras afligen aún más a los afligidos, si se
refleja en la ley definitiva, conducirá a un mayor
desempleo y sufrimiento general.
Pero ¿cómo ocurrió esto? Yo le echo la culpa a la convicción de Obama de
que él puede trascender el cisma partidario, una convicción
que distorsionó su estrategia económica.
Obama ofreció un plan que era claramente demasiado pequeño y demasiado
dependiente de las reducciones impositivas. ¿Por qué?
Porque quería que el plan tuviera amplio respaldo
bipartidario, y creía que así lo conseguiría. Los anhelos
bipartidarios de Obama también pueden explicar por qué no
hizo algo de crucial importancia: hablar convincentemente
sobre la manera en que el gasto del gobierno puede ayudar a
sostener la economía. En cambio, esperó hasta fines de la
semana pasada para decir lo que hacía falta que dijera: que
el aumento de los gastos es la base del plan.
Y Obama no consiguió nada a cambio. Ni un solo republicano de la Cámara de
Representantes votó a favor del plan original. Y en el
Senado, los republicanos arremetieron contra el
"derroche". Así, a Obama sólo le quedó negociar
por los votos de los centristas.
Ahora, los negociadores de la Cámara de Representantes y del Senado tienen
que reconciliar sus versiones, y es posible que la versión
final del plan logre reparar los peores daños perpetrados
por los centristas. También es posible que Obama pueda
regresar al ring para un segundo round. Pero ésta era su
mejor oportunidad para una acción decisiva, y se quedó
corto.
¿Ha aprendido algo Obama de esta experiencia? Los primeros indicios no son
buenos. Porque en vez de reconocer el fracaso de su
estrategia, el presidente trató de poner una feliz cara
pospartidaria.
(*) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de
Economía en 2008.
Rescates financieros para incompetentes
Por Paul Krugman (*)
El País, 08/02/09
Traducción de News Clips
Pregunta: ¿qué pasa si pierdes cantidades ingentes de dinero de otras
personas? Respuesta: recibes un gran regalo del Gobierno
federal (pero el presidente dice cosas muy duras sobre ti
antes de soltar la pasta).
¿Estoy siendo injusto? Eso espero. Pero, ahora mismo, da la impresión de
que eso es lo que está pasando.
Para dejar las cosas claras diré que no me estoy refiriendo al plan de la
Administración de Barack Obama de estimular el empleo y la
producción mediante un gran aumento del gasto federal
durante algún tiempo, que es exactamente lo que hay que
hacer. De lo que estoy hablando es de los planes de la
Administración para rescatar el sistema bancario, planes
que están tomando la forma de un ejercicio clásico de
socialismo amargo: los contribuyentes pagan la factura si
las cosas salen mal, pero los accionistas y los ejecutivos
reciben los beneficios si las cosas salen bien.
Cuando leo los últimos comentarios sobre política financiera de algunos
altos funcionarios de la Administración de Obama, me siento
como si el tiempo se hubiera detenido, como si todavía
estuviésemos en 2005, Alan Greenspan aún fuese el maestro
y los banqueros todavía fuesen los héroes del capitalismo.
"Tenemos un sistema financiero controlado por accionistas privados y
administrado por instituciones privadas, y nos gustaría
hacer todo lo posible para preservarlo", dice Timothy
Geithner, el secretario del Tesoro, mientras se prepara para
hacer que los contribuyentes carguen con el mochuelo de las
inmensas pérdidas de ese sistema.
Mientras tanto, un artículo del Washington Post que cita fuentes
gubernamentales afirma que Geithner y Lawrence Summers, el
principal asesor económico del presidente Obama,
"creen que los Gobiernos son malos gerentes
bancarios" (a diferencia, se supone, de los genios del
sector privado, que se las han arreglado para perder más de
un billón de euros en unos cuantos años).
Y este prejuicio a favor del control privado, incluso cuando es el Gobierno
quien está poniendo todo el dinero, parece estar
pervirtiendo la respuesta de la Administración a la crisis
financiera.
Ahora bien, hay que hacer algo para apuntalar el sistema financiero. El caos
posterior a la quiebra de Lehman Brothers ha demostrado que
permitir que las principales instituciones financieras se
hundan puede ser muy perjudicial para la salud de la economía.
Y hay varias instituciones importantes que están
peligrosamente cerca del abismo.
De modo que los bancos necesitan más capital. En épocas normales, los
bancos amplían su capital vendiendo acciones a inversores
privados, quienes a cambio reciben una participación en la
propiedad del banco. Por tanto, se podría pensar que si
ahora los bancos no pueden o no quieren ampliar lo
suficiente su capital mediante inversores privados, el
Gobierno debería hacer lo que haría un inversor privado:
aportar capital a cambio de una parte de la propiedad.
Pero hoy en día las acciones de los bancos valen tan poco –Citigroup y
Bank of America tienen un valor de mercado combinado de sólo
40.560 millones de euros–, que la propiedad no sería
parcial: inyectar el dinero de los contribuyentes necesario
para que los bancos fuesen solventes los convertiría, a
efectos prácticos, en empresas de propiedad pública.
Mi respuesta a esta perspectiva es: ¿y? Si los contribuyentes están
corriendo con los gastos del rescate de los bancos, ¿por qué
no deberían obtener la propiedad, al menos hasta que
aparezcan compradores privados? Pero la Administración de
Obama parece estar partiéndose la cabeza para evitar este
desenlace.
Si las noticias son ciertas, el plan de rescate bancario constará de dos
elementos principales: la compra por parte del Gobierno de
algunos activos bancarios con problemas y garantías frente
a pérdidas causadas por otros activos. Las garantías
representarían un gran regalo para los accionistas de los
bancos; las compras tal vez no, si el precio fuera justo,
pero, según información del Financial Times, los precios
probablemente estarían basados en modelos de tasación en
lugar de en precios de mercado, lo que significa que el
Gobierno les estaría haciendo un gran regalo también con
esto. Y, a cambio de lo que probablemente sea una gigantesca
subvención para los accionistas, los contribuyentes obtendrán...
Bueno, nada.
¿Habrá al menos límites en la remuneración de los ejecutivos, a fin de
evitar más timos como los que han enfurecido a la opinión
pública? El presidente Obama ha criticado las
bonificaciones de Wall Street en su último discurso
semanal, pero según The Washington Post, "es probable
que la Administración se abstenga de imponer restricciones
más duras a las indemnizaciones de los ejecutivos de la
mayoría de las empresas que reciban ayuda
gubernamental" porque "los límites muy estrictos
podrían disuadir a algunas de solicitar la ayuda".
Esto indica que las palabras duras de Obama son sólo para
aparentar.
Mientras tanto, parece que la crisis apenas ha hecho mella en la cultura del
exceso de Wall Street. "Digamos que soy un banquero y
que he generado 23 millones de euros. Yo debería recibir
parte de ese dinero", comentaba un banquero a The New
York Times. ¿Y si eres un banquero y has destruido 23.000
millones? ¡El Tío Sam acude al rescate!
Lo que aquí está en juego es algo más que la imparcialidad, aunque ésta
también cuente. Salvar la economía va a ser muy caro: es
probable que ese plan de estímulo económico de 800.00
millones de dólares sea sólo un anticipo, y que rescatar
el sistema financiero, incluso si se hace bien, cueste
cientos de miles de millones. No podemos permitirnos el lujo
de despilfarrar el dinero regalándolo como si creciese en
los árboles a los bancos y a sus ejecutivos sólo para
mantener la ilusión de que son propiedad privada.
(*)
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio
Nobel de Economía en 2008.
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