Es
el momento de nacionalizar los bancos insolventes
Por
Nouriel Roubini
Crisis
Económica Blog, febrero 2009
Nueva
York – Hace un año, predije que las pérdidas de las
entidades financieras de los Estados Unidos llegarían al
menos a un billón de dólares y posiblemente hasta dos
billones. En aquel momento, el consenso entre los
economistas y las autoridades era el de que esos cálculos
aproximados eran exagerados, porque se creía que las pérdidas
provocadas por las hipotecas de riesgo ascendían a un total
de sólo unos 200.000 millones de dólares.
Como
señalé, al deslizarse la economía de los Estados Unidos y
la mundial hacia una profunda recesión, las pérdidas de
los bancos superarían con mucho las correspondientes a las
hipotecas de mayor riesgo y, además de éstas, comprenderían
las de riesgo medio y las de riesgo mínimo, la propiedad
inmobiliaria comercial, las tarjetas de crédito, los préstamos
para la compra de automóviles, los préstamos a
estudiantes, los préstamos comerciales e industriales, los
bonos de empresas, los bonos soberanos, los bonos estatales
y de las administraciones locales y las pérdidas de todos
los activos que hubieran titulizado dichos préstamos. De
hecho, desde entonces las amortizaciones hechas por bancos
de los EE.UU. ya han superado la marca del billón de dólares
(el tope mínimo de mis cálculos aproximados) y entidades
como el FMI y Goldman Sachs predicen ahora pérdidas de más
de dos billones de dólares.
Pero,
si pensamos que la cifra de dos billones de dólares es ya
enorme, los últimos cálculos aproximados hechos por mi
empresa de consultoría para la investigación RGE Monitor
indican que el total de pérdidas de los préstamos hechos
por entidades financieras de los EE.UU. y la pérdida del
valor de mercado de los activos con los que cuentan (por
ejemplo, titulaciones hipotecarias) ascenderán nada menos
que a 3,6 billones de dólares.
Los
bancos y los agentes de bolsa de los EE.UU. están expuestos
a la mitad, más o menos, de esa cifra, es decir, 1,8
billones de dólares; lo demás corresponde a otras
entidades financieras de los EE.UU. y del extranjero. El
capital que respaldaba los activos de los bancos ascendía,
el pasado otoño, sólo a 1,4 billones de dólares, lo que
representaba para el sistema bancario de los EE.UU.
un agujero de unos 400 millones de dólares, es decir, cerca
de cero, aun después de recibir la recapitalización de
dichos bancos por parte del Estado y del sector privado.
Se
necesitan otros 1,5 billones de dólares para alcanzar el
nivel de capital que tenían los bancos en el período
anterior a la crisis con vistas a resolver la crisis
crediticia y restablecer los préstamos al sector privado.
Así, pues, el sistema bancario de los EE.UU. en conjunto es
insolvente, en realidad, la mayor parte del sistema bancario
británico parece insolvente también, como también muchos
bancos de la Europa continental.
Hay
cuatro métodos para limpiar un sistema bancario que afronta
una crisis sistémica: recapitalización de los bancos,
junto con la compra de activos tóxicos por un “banco
malo” estatal; recapitalización, junto con garantía
estatales –después de una primera pérdida por los
bancos– de los activos tóxicos; compra privada de activos
tóxicos con una garantía estatal (el actual plan del
Gobierno de los EE.UU.); y nacionalización completa (llámesela
“sindicatura estatal”, si desagrada esa palabra fea) de
bancos insolventes y su reventa al sector privado, una vez
que se los haya limpiado.
De
las cuatro opciones, las tres primeras presentan diversas
deficiencias. En el modelo del “banco malo”, el Estado
puede pagar en exceso por los activos malos, cuyo valor
verdadero no es seguro. Incluso en el modelo de la garantía
puede estar implícito ese excesivo pago estatal (o un
exceso de garantía cuyo precio no se fije adecuadamente
mediante las tasas que el Estado reciba).
En
el modelo del “banco malo”, el Gobierno tiene el
problema suplementario de administrar todos los activos
malos que haya comprado, tarea para la que carece de
preparación técnica, y la engorrosísima propuesta del
Tesoro de los EE.UU., que combina la eliminación de los
activos tóxicos de los balances de los bancos
con la prestación de garantías estatales, era tan
poco transparente y tan complicada, que los mercados cayeron
en picado en cuanto se anunció.
Así,
pues, la nacionalización puede ser, paradójicamente, una
solución más favorable para los mercados: eliminará los
accionistas preferenciales y comunes de las entidades
claramente insolventes y posiblemente los acreedores no
garantizados, si la insolvencia es demasiado importante, al
tiempo que representará una carga menor para los
contribuyentes. También puede resolver el problema de la
gestión de los activos malos de los bancos revendiendo la
mayoría de los activos y los depósitos –con garantía
estatal– a nuevos accionistas privados después de una
limpieza de los activos malos (como en la resolución de la
quiebra de banco Indy Mac).
La
nacionalización resuelve también el problema de los bancos
“demasiado grandes para quebrar”, que son sistémicamente
importantes, por lo que el Estado debe rescatarlos con un
elevado costo para los contribuyentes. De hecho, ese
problema es ahora mayor, porque el actual planteamiento ha
propiciado la adquisición de bancos débiles por otros aún
más débiles.
Fusionar
bancos zombis es como los intentos de unos borrachos para
ayudarse mutuamente a mantenerse de pie. La adquisición de
Bear Stearns y WaMU por JPMorgan, la adquisición de
Countrywide y Merrill Lynch por Bank of America y la
adquisición de Wachovia por Wells Fargo subrayan el
problema. Con la nacionalización, el Gobierno puede
fragmentar esas mostruosidades y venderlas a inversores
privados como buenos bancos menores.
Mientras
que Suecia adoptó ese método con éxito durante su crisis
bancaria a comienzos del decenio de 1990, el actual método
estadounidense y británico puede acabar produciendo bancos
zombis al estilo japonés, nunca reestructurados
adecuadamente y causantes de la perpetuación de una
congelación crediticia. El Japón padeció una situación
de casi depresión durante un decenio por no haber limpiado
los bancos. Los EE.UU., el Reino Unido y las demás economías
corren el riesgo de un resultado similar –recesión
multianual y deflación de los precios–, si no actúan
adecudamente.
(*)
Nouriel Roubini es profesor de Economía en la Escuela Stern
de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva
York y Presidente de RGE Monitor.
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