Lo que significa realmente “nacionalizar los bancos” y “libre
mercado” en nuestro mundo de espejos
El lenguaje del saqueo
Por Michael Hudson (*)
CounterPunch, 23/02/09
Rebelión, 26/02/09
Traducido por Germán Leyens
“Las
acciones de los bancos comenzaron a caer el viernes por la
mañana después que el senador Dodd, el demócrata de
Connecticut presidente del comité de la banca, dijo en una
entrevista con Bloomberg Television que estaba preocupado de
que el gobierno pudiera terminar por nacionalizar a algunos
prestamistas «por lo menos por un breve período». Algunos
otros destacados diseñadores de políticas –incluido Alan
Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, y el senador
Lindsey Graham de Carolina del Sur– se han hecho eco
recientemente de ese punto de vista.”
(Eric
Dash, “Growing Worry on Rescue Takes a Toll on Banks,”
New York Times, 20/02/09)
¿Cómo
es posible que Alan Greenspan, el lobista de libre mercado
para Wall Street, haya anunciado recientemente que favorece
la nacionalización de los bancos de EE.UU. y por cierto
sobre todo de los mayores y más poderosos? ¿Se ha vuelto
rojo el antiguo discípulo de Ayn Rand? Seguro que no.
La
respuesta es que la retórica de “libres mercados,”
“nacionalización” e incluso “socialismo” (como en
“socialización de las pérdidas”) ha sido convertida en
el lenguaje del engaño para ayudar a que el sector
financiero movilice el poder gubernamental para apoyar sus
propios privilegios especiales. Después de haber debilitado
la economía en general, los think tanks de relaciones públicas
de Wall Street desmantelan ahora el lenguaje en sí.
¿Qué
significa exactamente “libre mercado”? ¿Es lo que
propugnaron los economistas clásicos – un mercado libre
del poder monopolista, del fraude en los negocios, del abuso
de información política confidencial y de privilegios para
los intereses creados – un mercado protegido por el
aumento de la regulación pública desde la ley Anti–Trust
Sherman de 1890 a la Ley Glass–Steagall y otra legislación
del Nuevo Trato? ¿O es un mercado libre para que
depredadores exploten a sus víctimas sin regulación pública
o policía económica – el tipo de mercado de todos contra
todos que fue creado por la Reserva Federal y la SEC [Comisión
de Valores y Bolsa de EE.UU.] durante algo como la última década?
Parece increíble que la gente deba aceptar actualmente la
idea neoliberal de “libertad de mercado” en el sentido
de castrar a los controles gubernamentales, al estilo de
Alan Greenspan, permitiendo que Angelo Mozilo en Countrywide,
Hank Greenberg en AIG, Bernie Madoff, Citibank, Bear Stearns
y Lehman Brothers saqueen sin obstáculos o sanciones,
arrojen a la economía a la crisis y que luego se utilice
dinero de rescate del Tesoro para pagar los mayores salarios
y bonificaciones de la historia de EE.UU.
También
se toman términos que son la antítesis de “libre
mercado” para convertirlos en lo contrario de lo que han
significado históricamente. Por ejemplo en las discusiones
actuales sobre la nacionalización de los bancos. Durante más
de un siglo nacionalización ha significado la adquisición
pública de monopolios u otros sectores para operarlos en
función del interés público en lugar de abandonarlos en
manos de intereses especiales. Pero cuando los neoliberales
utilizan la palabra “nacionalización” quieren decir un
rescate, un regalo gubernamental a los intereses
financieros.
El
pensamiento doble y las ambigüedades respecto a la
“nacionalización” o “socialización” de bancos y
otros sectores son una travestía de la discusión política
y económica desde el Siglo XVII hasta mediados del Siglo
XX. La gramática básica del pensamiento de la sociedad, el
vocabulario para discutir tópicos políticos y económicos
está siendo dado vuelta por completo en un esfuerzo por
evitar la discusión de las soluciones políticas planteadas
por los economistas clásicos y los filósofos políticos
que hicieron “occidental” a la civilización occidental.
El
choque actual de las civilizaciones no es realmente con
Oriente, es con nuestro propio pasado, con la propia
Ilustración y su evolución hacia la economía política clásica
y las reformas de la Era Progresista orientadas a liberar a
la sociedad de los restos de las ataduras del feudalismo
europeo. Lo que vemos ahora es propaganda orientada a engañar,
a distraer la atención de la realidad económica a fin de
promover la propiedad y los intereses financieros de cuyo
control predatorio los economistas clásicos se propusieron
liberar al mundo. Lo que se intenta es nada menos que
destruir el edificio intelectual y moral desarrollado en
ocho siglos por la civilización occidental, desde la
discusión del precio justo por los escolásticos en el
Siglo XII hasta la teoría clásica del valor económico de
los Siglos XIX y XX.
Cualquier
idea del “socialismo desde arriba”, en el sentido de
“socializar el riesgo,” es oligarquía a la antigua –
estatismo cleptocrático desde arriba. La nacionalización
real ocurre cuando los gobiernos actúan en función del
interés público para apropiarse de propiedad privada. El
programa del Siglo XIX para nacionalizar la tierra (fue el
punto principal del Manifiesto Comunista) no significó nada
remotamente parecido a la apropiación por el gobierno de
las propiedades, que pagara sus hipotecas con dineros públicos
y que luego las devolviera a los antiguos terratenientes
libres y limpias de gravámenes e impuestos. Significaba
incorporar la tierra y sus ingresos de rentas al dominio público,
y entregarlos en usufructo a un usuario por una participación
del usuario que variaba del coste real de operación a una
tasa subvencionada o incluso gratuitamente como en el caso
de calles y caminos.
La
nacionalización de los bancos siguiendo esas líneas
significaría que el gobierno suministraría las necesidades
crediticias de la nación. El Tesoro se convertiría en la
fuente de nuevo dinero, reemplazando el crédito de los
bancos comerciales. Presumiblemente ese crédito sería
prestado para propósitos económica y socialmente
productivos, no simplemente para inflar los precios de los
activos mientras se abruma a hogares y negocios con deudas
como ha ocurrido bajo las actuales políticas de préstamos
bancarios.
Cómo
los neoliberales falsifican la historia política de
Occidente
El
hecho de que los neoliberales de nuestros días afirmen que
son descendientes intelectuales de Adam Smith requiere que
se restaure una perspectiva histórica más exacta. Su
concepto de “libres mercados” es la antítesis del de
Smith. Es lo contrario del de economistas políticos clásicos
desde John Stuart Mill, Karl Marx hasta las reformas de la
Era Progresista que buscaron crear mercados libres de
demandas rentistas extractivas por parte de intereses
especiales cuyo poder institucional se remonta a la Europa
medieval y su era de conquista militar.
Escritores
económicos desde el Siglo XVI hasta el Siglo XX
reconocieron que los libres mercados necesitan supervisión
gubernamental para impedir fijación de precios por
monopolios y otras cargas gravadas por privilegio especial.
Al contrario, los ideólogos neoliberales de la actualidad
son intercesores de relaciones públicas para intereses
creados a fin de presentar a un “libre mercado” libre de
regulación gubernamental, “libre” de protección anti–trust,
e incluso de protección contra el fraude, como lo evidencia
la negativa de la SEC de actuar contra Madoff, Enron,
Citibank et al.). El ideal neoliberal de libres mercados es
por lo tanto básicamente el de un ladrón de bancos o
desfalcador, que desea un mundo sin policía a fin de estar
suficientemente libre para apoderarse sin limitaciones del
dinero de otros.
Los
Chicago Boys en Chile comprendieron que los mercados libres
para las finanzas depredadoras y la privatización basada en
información confidencial sólo pueden ser impuestos por la
fuerza de las armas. Esos libre–mercaderes clausuraron
todos los departamentos de economía en Chile, todos los
departamentos de ciencias sociales fuera del de la
Universidad Católica donde predominaban los Chicago Boys.
La Operación Cóndor arrestó, exilió o asesinó a decenas
de miles de académicos, intelectuales, dirigentes
sindicales y artistas. Sólo mediante el control totalitario
sobre los planes de estudios académicos y los medios públicos
de información respaldado por una activa policía política
y el ejército pudo imponer “libres mercados” al estilo
neoliberal. La resultante privatización a punta de pistola
se convirtió en un ejercicio en lo que Marx llamó
“acumulación primitiva” – La incautación del dominio
público por elites políticas respaldadas por la fuerza. Es
un libre mercado al estilo de Guillermo el Conquistador o
del estilo cleptócrata de Yeltsin, con una repartija de la
propiedad a los compinches del líder político o militar.
Todo
esto era todo lo contrario del tipo de libres mercados en
los que pensaba Adam Smith cuando advirtió que los hombres
raramente se juntan si no es para urdir modos de amañar los
mercados para su ventaja. No es un problema que haya
molestado al señor Greenspan o a los escritores editoriales
del New York Times y del Washington Post. No existe
realmente ningún parentesco entre sus ideales neoliberales
y los de los filósofos políticos de la Ilustración. El
que ellos promuevan una idea de libres mercados “libres”
para que las personas poseedoras de información
confidencial se repartan el dominio público entre ellas es
como bajar un Telón de Acero intelectual sobre la historia
del pensamiento económico.
Los
economistas clásicos y los Progresistas Estadounidenses
imaginaban mercados libres de renta económica e intereses
– libres de gastos indirectos de rentistas y de especulación
de precios, libres de rentas por la tierra, de intereses
pagados a banqueros y acaudaladas instituciones financieras,
y libres de impuestos para sostener a una oligarquía. Los
gobiernos debían basar sus sistemas de impuestos en cobrar
el “almuerzo gratuito” de la renta económica,
encabezado por el de emplazamientos favorables suministrados
por la naturaleza y que obtienen un valor de mercado gracias
a la inversión pública en transporte y otra
infraestructura, no por los esfuerzos de sus propios dueños.
Por
lo tanto, la discusión entre reformistas de la Era
Progresista, socialistas, anarquistas e individualistas se
orientó hacia la estrategia política de cómo liberar
mejor a los mercados de la deuda y de la renta. En lo que
diferían era en el mejor medio político para lograrlo,
sobre todo el papel del Estado. Existía un amplio acuerdo
en que el Estado era controlado por intereses creados
heredados de las conquistas militares de la Europa feudal y
del mundo colonizado por la fuerza militar europea. La
cuestión política al comenzar el Siglo XX era si la
reforma democrática pacífica podía superar la resistencia
política e incluso militar opuesta por el Antiguo Régimen,
utilizando la violencia para retener sus “derechos.” Las
revoluciones políticas resultantes se basaron en la
Ilustración en la filosofía legal de hombres como John
Locke, economistas políticos como Adam Smith, John Stuart
Mill y Marx.
El
poder debía ser utilizado para liberar los mercados de la
propiedad depredadora y de los sistemas financieros
heredados del feudalismo. Los mercados debían ser liberados
de privilegios y de ventajas gratuitas, para que la gente
pudiera obtener ingresos y riqueza sólo a través de su
propio trabajo e iniciativa. Esa era la esencia de la teoría
del valor del trabajo y su complemento, el concepto de la
renta económica como exceso del precio de mercado sobre el
coste–valor social necesario.
Aunque
ahora sabemos que mercados y precios, renta e interés,
formalidades contractuales y casi todos los elementos de la
empresa económica se originaron en las “economías
mixtas” de Mesopotamia en el cuarto milenio a.
de
C. y continuaron a través de todas las economías mixtas público/privadas
de la antigüedad clásica, la discusión fue tan polarizada
políticamente que hace un siglo la idea de una economía
mixta con limitaciones y chequeos recibió poca atención.
Los
individualistas creían que todo ese debilitamiento de los
gobiernos centrales reduciría el mecanismo de control
mediante el cual los intereses creados extraían riqueza sin
trabajo o iniciativa propia. Los socialistas veían que se
necesitaba un gobierno fuerte para proteger a la sociedad
contra los intentos de la propiedad y las finanzas de
utilizar sus ventajas para monopolizar el poder económico y
político.
Ambos
extremos del espectro político apuntaban al mismo objetivo
– reducir los precios a los costes reales de producción.
El objetivo común era aumentar al máximo la eficiencia
económica para traspasar los frutos de las Revoluciones
Industrial y Agrícola a la población en general. Eso
requería que se bloqueara el intento de la clase rentista
de entrometidos de apoderarse del dominio público y de
controlar la distribución de recursos.
Los
socialistas no creían que podría ser hecho sin tomar en
sus manos el poder político y legal del Estado. Los
marxistas creían que era necesaria una revolución para
recuperar la renta de la propiedad al dominio público, y
para capacitar a los gobiernos para que generen su propio crédito
en lugar de pedirlo prestado con intereses a banqueros
comerciales y acaudalados dueños de bonos. El objetivo no
era crear una burocracia sino liberar a la sociedad del
poder superviviente de propiedad absentista de la posesión
protegida y de los intereses financieros.
Toda
esta historia de pensamiento económico ha sido tan
exhaustivamente expurgada del actual currículo académico
como de la discusión popular. Poca gente recuerda el gran
debate de comienzos del Siglo XX: ¿Progresaría el mundo de
un modo bastante rápido de las reformas de la Era
Progresista al socialismo propiamente tal – propiedad pública
de la infraestructura económica básica, monopolios
naturales (incluyendo el sistema bancario) y la propia
tierra (y para los marxistas, también el capital
industrial)? O, ¿podrían los reformistas liberales de la
época – individualistas, partidarios de los impuestos
sobre la tierra, economistas clásicos en la tradición de
Mill, e institucionalistas estadounidenses como Simon Patten
– retener la estructura básica del capitalismo y de la
propiedad privada? Si podían hacerlo, reconocían que tendría
que ser en el contexto de la regulación de mercados y de la
introducción de imposición progresiva de riqueza e
ingresos. Era la alternativa a la propiedad directa por el
“Estado”. La idea extrema de “libre mercado” actual
es una caricatura a bajo nivel intelectual de esa posición.
Todas
las partes veían al gobierno como “cerebro” de la
sociedad, su órgano de planificación avanzada. En vista de
la complejidad de la tecnología moderna, la humanidad
conformaría su propia evolución. En lugar de que la
evolución ocurriera por “acumulación primitiva”, podría
ser planificada deliberadamente. Los individualistas
argumentaban en contra diciendo que ningún planificador
humano era suficientemente imaginativo para administrar la
complejidad de los mercados, pero apoyaban la necesidad de
eliminar todas las formas de ingreso no devengado – la
renta económica y el aumento en los precios de la tierra
que Mill llamaba “incremento no ganado.” Eso involucraba
la regulación gubernamental para conformar los mercados. Un
“libre mercado” era una creación política activa y
requería vigilancia reguladora.
Como
intercesores de relaciones públicas para los intereses
creados y privilegios especiales de rentistas, los actuales
propugnadores “neoliberales” de los mercados
“libres” quieren potenciar la renta económica – el
obsequio gratuito del precio en exceso del coste–valor, la
no liberación de los mercados de los costes de rentistas.
Una genealogía tan engañosa sólo podía ser lograda
mediante la supresión directa del conocimiento de lo que
escribieron realmente Locke, Smith y Mill. Intentos de
regular “libres mercados” y de limitar la fijación de
precios y los privilegios de los monopolios son refundidos
con “socialismo,” incluso con burocracia al estilo soviético.
El objetivo es impedir el análisis de lo que es realmente
un “libre mercado”: un mercado libre de costes
innecesarios: rentas de los monopolios, rentas de la
propiedad y gastos financieros por crédito que los
gobiernos pueden crear libremente.
La
reforma política para alinear los precios de mercado con el
coste–valor social necesario fue el gran tema económico
del Siglo XIX. La teoría del valor–trabajo del
coste–valor intrínseco encontró su contraparte en la
teoría de la renta económica: renta de la tierra,
especulación monopolística de los precios, intereses y
otros ingresos de privilegios especiales que aumentaban los
precios del mercado sólo por demandas de propiedad
institucional. La discusión data desde los eclesiásticos
medievales que definían el justo precio. La doctrina fue
originalmente aplicada a los honorarios apropiados que podían
cobrar los banqueros, y más tarde fue ampliada a la renta
de las tierras, luego a los monopolios creados por los
gobiernos y vendidos a acreedores en un intento por escapar
de las deudas.
Los
reformistas y socialistas más radicales trataron por igual
de liberar al capitalismo de sus desigualdades más
eminentes, sobre todo de su legado de conquista militar de
la Edad Oscura de Europa cuando señores de la guerra
invasores se apoderaban de tierras e imponían una clase
absentista de terratenientes para que recibiera los ingresos
de su renta, que eran utilizados para financiar guerras para
adquirir más tierras. Al final se derrumbaron las
esperanzas de que el capitalismo industrial pudiera
reformarse siguiendo líneas progresistas para depurarse de
su legado del feudalismo. La Primera Guerra Mundial cayó
como un cometa sobre la economía global, impulsándola a
una nueva trayectoria y catalizando su evolución hacia una
forma no prevista de capitalismo financiero.
No
fue prevista en gran parte porque la mayoría de los
reformadores invirtieron tanto esfuerzo en la propugnación
de políticas progresistas que descuidaron lo que Thorstein
Veblen llamó los intereses creados. Su Contra–Ilustración
está creando un mundo que hace un siglo habría parecido
una distopía – algo tan pesimista que ningún futurólogo
se atrevía a esbozar un mundo dirigido por banqueros
venales y corruptos, protege como clientes primordiales a
los monopolios, a especuladores inmobiliarios y a hedge
funds cuya renta económica, sus juegos financieros e
inflación del precio de los activos se convirtieron en un
flujo de interés en la economía rentista actual. En lugar
de que el capitalismo industrial aumente la formación de
capital, vemos que el capitalismo financiero arrasa con el
capital; en lugar del prometido mundo de ocio nos lleva a la
esclavitud deudora.
La
travestía financiera de la democracia
El
sector financiero ha redefinido la democracia con
afirmaciones de que la Reserva Federal debe ser
“independiente” de representantes democráticamente
elegidos, a fin de actuar como el lobista de la banca en
Washington. Esto exime al sector financiero del proceso político
democrático, a pesar de que la planificación económica
actual está ahora centralizada en el sistema bancario. El
resultado es un régimen de manejos entre poseedores de
información privilegiada y la oligarquía – el gobierno
de los pocos ricos.
La
falacia económica en acción es que el crédito bancario
sea un verdadero factor de producción, una fuente casi
fisiocrática de fertilidad sin la cual no puede haber
crecimiento. La realidad es que el derecho monopolístico de
crear crédito bancario productor de intereses es una
transferencia libre de la sociedad a una elite privilegiada.
La moral es que cuando vemos un “factor de producción”
que no tiene un verdadero coste de trabajo de producción,
se trata simplemente de un privilegio institucional.
Y
esto nos lleva al más reciente debate sobre la
“nacionalización” o “socialización” de los bancos.
El Programa de Ayuda a Activos en Problemas (TARP, por sus
siglas en inglés), ha sido utilizado hasta ahora para los
siguientes fines que creo deben ser considerados como
verdaderamente anti–sociales, no de alguna manera
“socialistas”.
A
fines del año pasado, 20.000 millones de dólares fueron
usados para pagar bonificaciones y salarios a malos
administradores financieros, a pesar de la caída de sus
bancos en un valor líquido negativo. Y para proteger sus
intereses, esos bancos siguieron pagando gastos de cabildeo
para persuadir a los legisladores para que les den aún más
privilegios especiales.
Aunque
Citibank y otras grandes instituciones amenazaron con
provocar la caída del sistema financiero por ser
“demasiado grandes para quebrar,” más de 100.000
millones de fondos del TARP fueron utilizados para aumentar
aún más su tamaño. Bancos que ya tambaleaban compraron
filiales que habían crecido haciendo préstamos
irresponsables y rotundamente fraudulentos. Bank of America
compró Countrywide Financial de Angelo Mozilo y Merrill
Lynch, mientras JP Morgan Chase compró Bear Stearns y otros
grandes bancos compraron WaMu y Wachovia.
La
política actual es “rescatar” a esos gigantescos
conglomerados bancarios posibilitando que se “ganen” su
camino para salir de la deuda – vendiendo aún más deuda
a la economía ya sobre–endeudada de EE.UU. La esperanza
es reinflar los bienes raíces y otros precios de activos.
¿Pero queremos realmente permitir que los bancos “paguen
a los contribuyentes” involucrándose en prácticas
financieras aún más depredadoras frente a la economía en
general? Esto amenaza con maximizar el margen del precio de
mercado por sobre los costes directos de producción,
incorporando gastos financieros aún mayores. Es exactamente
la política contraria al intento de ajustar los precios
para la vivienda y la infraestructura a costes tecnológicamente
necesarios. Ciertamente no es una política para lograr que
la economía de EE.UU. sea más competitiva globalmente.
El
plan del Tesoro de “socializar” los bancos, las compañías
de seguros y otras instituciones financieras es simplemente
involucrarse y sacar los préstamos malos de sus libros,
pasando la pérdida al sector público. Es la antítesis de
la verdadera nacionalización o “socialización” del
sistema financiero. Los bancos y las compañías de seguros
superaron rápidamente su primer temor reflexivo de que un
rescate gubernamental ocurriría sobre la base de
condiciones que eliminarían su mala gestión, y a los
accionistas y dueños de bonos que respaldaron esa mala
gestión.
El
Tesoro ha asegurado a esos malos administradores que el
“socialismo” es para ellos un regalo gratuito. La primacía
de las finanzas sobre el resto de la economía será
reafirmada, dejando en su lugar a la dirección y dando a
los accionistas una oportunidad de recuperarse ganando más
de la economía en general, con aún más favoritismo
tributario. (Esto significa que impuestos aún pesados serán
transferidos a los consumidores, aumentando
correspondientemente sus costes de la vida.)
La
mayor parte de la riqueza bajo el capitalismo – como bajo
el feudalismo – siempre ha provenido primordialmente del
dominio público, comenzando por la tierra y antiguamente
los servicios públicos, lo que ha sido coronado
recientemente por el poder de crear deuda del Tesoro. En
efecto, el Tesoro crea un nuevo activo (11 billones de dólares
de nuevos bonos y garantías del Tesoro, es decir los 5,2
billones de dólares para Fannie y Freddie). Los intereses
sobre esos bonos serán pagados mediante nuevos impuestos al
trabajo, no a la propiedad. Es lo que se supone que vaya a
reinflar la vivienda, los precios de acciones y bonos – el
dinero liberado de los impuestos a la propiedad y a las
corporaciones estará disponible para ser capitalizado en
nuevos préstamos adicionales.
Por
lo tanto la renta pagada hasta ahora como impuestos
comerciales seguirá siendo pagada – en la forma de
intereses – mientras los antiguos impuestos seguirán
siendo cobrados, pero a los trabajadores. La carga
fiscal–económica será por lo tanto duplicada. No es un
programa que haga que la economía sea más competitiva o
que aumenten los niveles de vida de la mayoría. Es un
programa para polarizar la economía de EE.UU. aún más por
arriba entre las finanzas, los seguros y los bienes
inmobiliarios (FIRE) y por abajo en los trabajadores.
Los
rechazos neoliberales de la regulación pública y de la
tributación por significar “socialismo” representan en
realidad un ataque contra la economía política clásica
– el liberalismo “original” cuyo ideal era liberar a
la sociedad del legado parasítico del feudalismo. Una política
del Tesoro genuinamente socializada sería que los bancos
prestaran para fines productivos que contribuyan a un
crecimiento económico real, no sólo para aumentar los
gastos generales e inflar los precios de los activos lo
suficiente como para extraer cobros por intereses. La política
fiscal apuntaría a minimizar en lugar de maximizar el
precio de la propiedad de casas y de hacer negocios, basando
el sistema impositivo en el cobro de la renta que ahora es
pagada como interés.
El
traspaso de la carga tributaria de los salarios y los
beneficios a la renta y los intereses fue el núcleo de la
economía política clásica en los siglos XVIII y XIX, así
como en la Era Progresista y los movimientos de reforma
socialdemócrata en EE.UU. y Europa antes de la Segunda
Guerra Mundial. Pero esa doctrina y su programa de reforma
han sido enterrados por la cortina de humo retórica
organizada por lobistas financieros que tratan de enturbiar
las aguas ideológicas lo suficiente como para acallar la
oposición popular a la actual toma del poder por el capital
financiero y el capital monopolista. Su alternativa a la auténtica
nacionalización y socialización de las finanzas es la
esclavitud por deuda, la oligarquía y el neo–feudalismo.
Y a ese programa lo llaman “libres mercados.”
(*)
Michael Hudson es un ex economista de Wall Street
especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en
el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.),
Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990
colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de
deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr.
Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en
la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha
asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y
Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la
Formación y la Investigación. Distinguido profesor
investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de
Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos “Super
Imperialism: The Economic Strategy of American Empire”.
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