Virulenta
reacción masiva contra AIG y Wall Street
No
hay rescate para los más golpeados
Por
Amy Goodman (*)
Democracy
Now!, marzo 2009
La
utilización de dinero del rescate financiero –dinero
aportado por los contribuyentes– para el pago de primas de
AIG ha provocado, con razón, una virulenta reacción masiva
contra la aseguradora y contra Wall Street. Pero también
contra el Presidente Barack Obama y sus asesores económicos
–el
Secretario del Tesoro Timothy Geithner y Larry Summers–. Con
el rescate financiero, los ciudadanos estadounidenses
pasaron a ser propietarios del 80 por ciento de AIG. La
indignación se hizo notar tanto en el Partido Demócrata
como en el Republicano. El Senador republicano por Iowa
Charles Grassley dijo sobre los ejecutivos de AIG: "Lo
primero que me haría sentir un poco mejor con ellos es que
siguieran el modelo japonés, hicieran una profunda
reverencia ante el pueblo estadounidense, se disculparan y
luego optaran por una de estas dos alternativas: renunciar o
suicidarse." El Fiscal General de Nueva York Andrew
Cuomo acaba de difundir detalles del pago de primas que
dejan en evidencia la absurda afirmación de AIG de que se
trata de "primas de retención" dirigidas a
conservar a empleados clave: once de los ejecutivos que
recibieron primas de un millón de dólares ya no trabajan
para AIG.
Estos
millonarios de AIG tendrían que devolver estas fortunas que
no ganaron con su trabajo, y de hecho cabe la posibilidad de
que el Congreso apruebe una ley impositiva exclusivamente
para ellos, que grave sus primas en un 100 por ciento. Pero,
para quienes han sido los más golpeados por la crisis económica,
¿servirá de algo toda esta indignación? ¿Llegará algo
de los cientos de millones de dólares de los diversos
paquetes de estímulo económico y rescates financieros al
ciudadano común que simplemente intenta salir adelante? ¿O
serán acaparados por las corporaciones consideradas
"demasiado grandes como para ir a la quiebra",
dejando atrás a millones de personas que, por lo visto, son
suficientemente pequeñas como para dejarlas quebrar?
El
Centro para la Inclusión Social (CSI, por sus siglas en
inglés) acaba de publicar un informe sobre la crisis económica
que incluye recomendaciones sobre la mejor manera para
resolverla. Vincula el factor racial con la falta de
oportunidades y la proliferación de las tristemente famosas
hipotecas de alto riesgo que desencadenaron la crisis económica.
Maya
Wiley, Directora Ejecutiva de CSI, me dijo: "Para
estimular la economía tenemos que estimular la
igualdad." La gente precisa educación, transporte,
vivienda y un medio ambiente limpio, porque esos son los
factores que les permiten tener una base sólida para
responder a la crisis y salir adelante. Wiley advierte que
la propuesta de crear puestos de trabajo a partir de
proyectos de infraestructura de rápida implementación
(proyectos conocidos como 'shovel–ready') dirigidos a
estimular la economía, favorecerá en forma
desproporcionada a quienes ya trabajan en el sector de la
construcción, que son predominantemente hombres blancos.
Por eso propone que se establezcan acuerdos de beneficios
comunitarios para la creación de empleos. Sobre este tema,
Wiley me dijo: "Es necesario contar con acuerdos de
beneficios comunitarios para las obras de construcción;
debemos asegurarnos de que cuando el gobierno realice obras
de construcción garantice que las personas de bajos
ingresos, las personas de color y las mujeres accedan en
igualdad de condiciones a esos puestos de trabajo. Y debemos
asegurarnos de que el presupuesto de tránsito, o más bien,
el presupuesto de transporte se destine realmente a
proyectos inteligentes de tránsito que conecten a la gente
que necesita trabajo con los lugares donde están los
puestos de trabajo."
El
grupo Unidos por una Economía Justa también pone énfasis
en la brecha racial que existe en la distribución de la
riqueza señalando que un "24 por ciento de la población
negra y un 21 por ciento de la latina viven bajo la línea
de pobreza, mientras que sólo un 8 por ciento de la población
blanca se encuentra en esa situación. En el mundo
corporativo estamos presenciando los mayores rescates
financieros de la historia, a la vez que las remuneraciones
que reciben los ejecutivos alcanzan montos inusitados. El
sueldo de un alto ejecutivo es 344 veces mayor que el de un
trabajador promedio."
Existe
una creencia generalizada de que la liberación de créditos
salvará a la economía y de que, por lo tanto, estos
gigantes bancarios necesitan cientos de miles de millones de
dólares de los rescates financieros costeados por los
contribuyentes. Pero la crisis comenzó justamente por los
incumplimientos de pago de los créditos hipotecarios de
alto riesgo. Una solución que se podría haber intentado
cuando comenzó la crisis hubiera sido ayudar a los
propietarios que no podían pagar, de manera que se salvaran
de la ejecución de su vivienda. Maya Wiley del Centro para
la Inclusión señala: "El 35 por ciento de los
titulares de hipotecas de alto riesgo estaban en realidad en
condiciones de recibir préstamos a tasas preferenciales.
Treinta y cinco por ciento. Así que imagínense si hubiéramos
tenido un sistema de financiación en el cual la gente
hubiera accedido realmente a los créditos que le correspondían.
La mayoría de esa gente eran personas de color. E incluso
si miramos cómo se extendió la industria de los préstamos
de alto riesgo, vemos que en gran medida se desarrolló
porque estas comunidades de color no tenían un acceso justo
al crédito."
Los
bancos y las instituciones de préstamos hipotecarios
impulsaron una estrategia agresiva para imponerles préstamos
riesgosos a personas pobres y minorías. La Asociación
Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, por
sus siglas en inglés) presentó demandas contra Wells Fargo
y HSBC, acusando a estas instituciones de "racismo
sistemático e institucionalizado en la concesión de préstamos
hipotecarios".
Los
bancos empaquetaron estos préstamos riesgosos en valores
financieros y los vendieron; luego, en base a esos valores,
crearon instrumentos derivados que resultan imposibles de
entender y mucho menos valuar. AIG aseguró a los bancos de
inversión contra las potenciales pérdidas de estos
instrumentos derivados complejos. El Tesoro de Estados
Unidos rescató entonces a los bancos y a AIG. AIG luego
utilizó decenas de miles de millones de dólares de su
dinero del rescate financiero para pagarles a esos mismos
gigantes bancarios que ya habían recibido miles de millones
de dólares en fondos de rescate: Bank of America y Goldman
Sachs. Pero, a pesar de esta sangría de cientos de miles de
millones de dólares que se ha destinado a estos megabancos,
resulta que ahora nos dicen que el mercado crediticio sigue
paralizado. Muchos bancos europeos también han recibido
fondos a través de similares rescates, incluido el banco
suizo UBS, que ofrece cuentas bancarias secretas que
permiten a los estadounidenses más ricos evadir impuestos.
De hecho eso es lo que están haciendo los tan golpeados
contribuyentes estadounidenses: rescatando a sus acaudalados
compatriotas evasores de impuestos.
Obama
se ha rodeado de asesores financieros, como Summers y
Geithner, que tienen vínculos muy estrechos con Wall Street.
Es hora de encauzar el estímulo económico hacia quienes
realmente lo necesitan: los ciudadanos que lo están
financiando con sus impuestos.
(Denis
Moynihan colaboró en la producción periodística de esta
columna.)
(*)
Amy Goodman es presentadora de "Democracy Now!",
un noticiero internacional diario de una hora de duración
que se emite en más de 550 emisoras de radio y televisión
en inglés y en 200 emisoras en español. En 2008 fue
distinguida con el "Right Livelihood Award", también
conocido como el "Premio Nobel Alternativo",
otorgado en el Parlamento Sueco en diciembre.
Crónicas
norteamericanas
En
estado de indignación
Por
Mario Diament
La
Nación, 21/03/09
Miami.–
No se trata del fin del capitalismo ni de que hubiera
estallado la lucha de clases, pero los tiempos en que Gordon
Gekko, el personaje que Michael Douglas interpretaba en la
película Wall Street , proclamaba impávido que "la
codicia es buena", quedaron bien atrás.
Lo
que predomina en estos días en buena parte de la sociedad
norteamericana es un estado de indignación sin precedente
por la rapacidad de los ejecutivos de las empresas que
debieron ser socorridas con el dinero de los contribuyentes.
En
momentos en que 5,47 millones de norteamericanos están sin
trabajo y más de tres millones de propiedades fueron
ejecutadas, el espectáculo de estos ejecutivos, a quienes
muchos consideran responsables de la debacle, es más de lo
que aún el férreo credo capitalista puede digerir.
La
marea comenzó a subir en octubre, cuando a menos de una
semana de que el gobierno anunciara un paquete de rescate
para la aseguradora AIG, trascendió que la empresa había
pagado 440.000 dólares para agasajar a ejecutivos y
clientes durante un fin de semana en el lujoso St. Regis
Resort, en California.
Escaló
aún más en noviembre, cuando los CEO de las tres grandes
automotrices volaron a Washington en sus jets privados a
pedir ayuda para evitar la quiebra. Y alcanzó el paroxismo
esta semana, cuando se conoció la noticia de que,
nuevamente AIG, había pagado bonificaciones millonarias a
sus vendedores estelares, incluyendo a algunos que habían
decidido abandonar la empresa.
Que
Barack Obama saliera a denunciar la insensibilidad de los
directivos y exigiese la devolución de las bonificaciones
fue tan desusado como que la Cámara de Representantes
votara a favor de un gravamen del 90% a este tipo de
erogaciones en empresas auxiliadas. De hecho, la
administración Obama no es completamente inocente de que
estas bonificaciones se pagaran porque el propio secretario
del Tesoro, Tim Geithner, fue quien, preocupado por una
posible fuga de cerebros, removió una cláusula que hubiera
bloqueado estos emolumentos.
Sucede
que por debajo de la aparente calma con que los
norteamericanos transitan por la mayor crisis económica
desde la Gran Depresión, los valores y las percepciones se
están modificando y, por primera vez en casi un siglo,
comienza a emerger la noción de que la responsabilidad
colectiva debería primar por sobre el éxito económico a
toda costa.
Los
republicanos, sangrando por la herida, se apresuran a
etiquetar de "socialista" a la nueva administración,
alertando sobre la ingente estatización, como si lo que
existió antes no fuera otra cosa que un enorme vacío de
memoria. Si alguien fue "socialista", según la
definición conservadora, éste ha sido George W. Bush, que
llevó el gasto público a niveles dignos del Guinness .
Pero
la idea de que el rampante capitalismo norteamericano se
vuelva súbitamente "socialista" bajo los efectos
de la recesión resulta tan fascinante que los periodistas
no pudieron resistirlo. Tanto que mereció la tapa de por lo
menos tres importantes publicaciones. Nacional Review tituló
"Nuestro futuro socialista"; The Nation ,
"Reinventando el capitalismo, reimaginando el
socialismo"; y Newsweek , "Ahora somos todos
socialistas".
Se
trata de un inesperado desagravio del término
"socialista", ampliamente desvirtuado en Estados
Unidos desde los tiempos en que el senador McCarthy
encabezaba la caza de brujas. Si es necesario llamarse
socialista para recomponer la economía, muchos parecen
pensar: "llamémonos socialistas".
Pensar
seriamente que aún alguien como Obama podría considerar la
posibilidad de "socializar" a Estados Unidos
resulta delirante. Pero, al mismo tiempo, sería imprudente
minimizar el significado de la intensa indignación de la
gente.
Los
norteamericanos están descubriendo que algo fundamental
descalabró en el sistema y que no alcanza con repararlo.
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