Estados Unidos

Obama I

El fenómeno del demopublicanismo

Por Juan Gelman
Bitácora, 21/05/09

Los marchatrases de Obama sorprenden a demócratas y a republicanos. El grupo progresista de los primeros no sabe a qué atenerse y los últimos lo aplauden. La política de Bush, que en su campaña electoral el nuevo mandatario se comprometió a cambiar, vive y colea todavía. Se dirá que es un hecho frecuente: los políticos prometen lo que no cumplirán cuando acceden al gobierno. Sólo que, en este caso, la elección de BO levantó oleajes de esperanza en EE.UU. y en el mundo entero, harto de guerra. El oleaje parece haberse acostado tranquilamente en alguna playa.

Obama prometió, insistente, retirar las tropas estadounidenses de Irak en 16 meses. Fue una promesa de humo: quedarán allí 50.000 efectivos de manera permanente (AP, 26–2–09). Su compromiso de gobernar con transparencia hoy es palabra desvanecida: anuló la decisión del Pentágono de dar a conocer 2006 fotografías que registran las torturas a que fueron sometidos los prisioneros en la cárcel iraquí de Abu Ghraib (The New York Times, 24–4–09). Repitió la censura que el presidente republicano Nixon impuso en 1968 a las fotos de la matanza de 500 ancianos, mujeres y niños que las tropas norteamericanas llevaron a cabo en My Lai, Vietnam. Otra demostración de “transparencia”: los abogados del Departamento de Justicia invocaron el “secreto de Estado” para bloquear una demanda contra el espionaje ilegal de teléfonos y otros medios de comunicación impuesto por la Ley Patriótica de Bush. John McCain y otros líderes republicanos elogian estas decisiones y dicen que BO “ha madurado”, que “ahora sí” se ha convertido en un verdadero gobernante.

La decisión de cerrar Guantánamo conoce su agonía: Obama firmó en enero una orden ejecutiva que suspendió el funcionamiento de los tribunales militares en esa cárcel, teatro de torturas y detenciones ilegales. Hace días resolvió que los tribunales se mantengan, con algunos cambios cosméticos (AP, 15–5–09). El voto de la mayoría de sus conmilitones demócratas, sumado al de todos los republicanos menos uno, anuló en el Congreso una partida de 50 millones de dólares destinada a cubrir los gastos que cerrar Guantánamo demanda. No hay plata, no hay cierre.

Hay cuestiones que rara vez aparecen en los medios. Una es el accionar en Guantánamo de las Fuerzas de Reacción Inmediata (IRF, por sus siglas en inglés). La cadena NBC, amparándose en la ley de libertad de información, solicitó y obtuvo centenares de páginas de informes sobre la represión de las IRF. Cada uno de sus equipos está formado por cinco policías militares que, según una investigación abierta por el juez español Baltasar Garzón, golpean los testículos de los prisioneros, los detienen tres semanas en completa oscuridad sin comer ni dormir, les inyectan una enfermedad de la vesícula de los perros y, desde luego, los someten al submarino (www.drivingcalgary.com, 29–4–09). En Guantánamo nada ha cambiado y, al parecer, nada cambiará.

Otro hecho casi inadvertido es que Obama nombró al general Stanley McChrystal comandante en jefe de las tropas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán. Pese a su apellido, el general estuvo a cargo de las operaciones especiales conjuntas del Pentágono (JSO, por sus siglas en inglés), es decir, encubiertas, desde el 2003 al 2008. Sus equipos de tareas organizan escuadrones de la muerte que se dedican a asesinar a líderes locales en el extranjero, aterrorizar a movimientos sociales que molestan a los gobiernos de países clientes de EE.UU. y a torturar a presos políticos y sospechosos de subversión. La Casa Blanca arguye que el nombramiento de McChrystal era necesario por la “complejidad” de la situación afgana. Dicho de otra manera: los talibán están ganando terreno y la nueva estrategia del general consistirá en aplicar los métodos de las JSO (www.alternet.org, 18–5–09). El general fue un niño mimado de Rumsfeld y Cheney. Ahora lo están mimando de nuevo.

Los demócratas tienen una mayoría de 79 bancas en la Cámara de Representantes y 59 bancas de 100 en el Senado. El presidente Obama es demócrata. Aun así, no se cumple el deseo de muchos que lo votaron para terminar con el estado de guerra incesante que Washington practica. El veterano representante demócrata por Missouri, William Lacy Clay, declaró en una sesión de la Cámara que en miles de personas de su distrito, pertenecientes a diferentes sectores económicos y raciales, incluida la ciudad de Saint Louis y suburbios, “impera un extendido sentimiento contra la guerra” (www.mcclatchydc.com, 16–5–09). Difícil que se concrete.

Es verdad que Obama intentó convencer al premier israelí Benjamin Netanyahu que apoye el establecimiento del Estado palestino y que se abstenga de atacar a Irán por su cuenta. En vano. No es menos cierto que el ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, señaló que EE.UU. aceptaría cualquier posición que Israel adopte. Hasta ahora, siempre ha sido así: el lobby norteamericano pro–israelí es muy poderoso.


Obama II

Tristezas de Dixieland

Por Juan Gelman
Bitácora, 17/05/09

Se sabe: el dixieland es el jazz nacido en Nueva Orleáns. La tierra de este hallazgo de los afroamericanos es el sur profundo de EE.UU. o Down South o simplemente Dixie, que el talento de William Faulkner expresó a fondo. El dixieland tiene ritmos que procuran alegría, pero Dixie no: en Tennessee, una joven madre guatemalteca es arrestada y va presa cuando pide que paguen su trabajo en una fábrica de quesos; en Georgia, el violador de una niña latinoamericana de 13 años no va preso porque ella es una indocumentada. Son algunos ejemplos del trato que reciben los llamados latinos en Dixie. Es la región estadounidense donde la migración latinoamericana ha crecido a mayor velocidad.

Un reciente estudio de campo que el Southern Poverty Law Center (SPLC) sito en Montgomery, Alabama, llevó a cabo en diez comunidades latinas de cinco estados del sur reveló el estado de guerra en que viven esos migrantes, que realizan los trabajos más duros, sucios y peligrosos por una paga muy baja. Cuando les pagan. El capítulo I del estudio (www.splcenter.org/le gal/undersiege) señala que al 41 por ciento de los entrevistados no les entregaron los jornales que debían recibir. Esta cifra alcanzó la asombrosa cima del 80 por ciento en Nueva Orleáns y en cualquier código civil este acto se llama robo. Del 32 por ciento de los interrogados que sufrieron lesiones en el trabajo, sólo un tercio recibió una atención médica adecuada. Claro que a nadie le pagaron los salarios caídos.

Un mexicano que reclamó a su contratista de Nueva Orleáns los jornales debidos no tuvo suerte: sin decir una palabra, el señor levantó su camisa y le mostró la culata de un revólver empotrado en el cinturón. El inmigrante Beltrán tapizó diez departamentos y nunca recibió los 3000 dólares que tenía que cobrar. “Eso le pasa a todo el mundo –dijo al investigador del SPLC–. La humillación empieza ahí. Yo sé que en este país uno puede defender sus derechos, pero la gente le tiene miedo a la policía.” Se explica: el 40 por ciento de los latinos entrevistados en Georgia relató los maltratos a los que la policía los somete. En Alabama levanta retenes continuos donde siempre los paran y nunca a otros.

Más de 12,7 millones de mexicanos viven en EE.UU., 17 veces más que en 1970 (www.pewhispanic.org, 15-4-9). Constituyen el 32 por ciento del total de inmigrantes del país y riesgos de todo tipo acechan su labor. Una investigación que el periodista Justin Pritchard realizó en el 2004 mostró que los trabajadores mexicanos tienen un 80 por ciento más de posibilidades de morir en su tarea que sus pares estadounidenses (AP, 14-2-2004). “¿Por qué?”, pregunta Pritchard. Y responde: “Los mexicanos son contratados para trabajar barato... a veces les dan tareas sin capacitarlos ni brindarles condiciones de seguridad”. Un trabajador de la construcción cayó desde una altura de 50 metros. En el registro oficial de su fallecimiento se indica que “no tenía ningún tipo de protección contra caídas”. Son casos frecuentes.

Los que trabajan en el campo –la mayoría– están expuestos a los pesticidas que incluso se arrojan cuando están levantando la cosecha. Los estragos que esto produce no se notan en EE.UU. “Lo que pasa –dice Berta en Georgia– es que cuando nos sentimos enfermos, volvemos a casa y allí morimos. Las consecuencias no se notan aquí, se notan en México.” Los estados de Dixieland no tiene leyes de sanidad que los protejan.

El capítulo IV del estudio del SPLC examina la situación de las mujeres latinas en el Down South: el 77 por ciento soporta acosos sexuales. “Hay patrones, supervisores y otros que quieren aprovechar su posición para tener sexo con las empleadas –denunció Gabriela en Nashville, Tennessee–-; si se niegan, las amenazan con el despido o las intimidan diciéndoles que son ilegales y que pueden llamar a Inmigración.” Una que se negó fue brutalmente golpeada por un supervisor cuando lo denunció ante la empresa. Un ejecutivo aclaró que la agredida era indocumentada y que no tenía derecho a recurso alguno.

Tampoco faltan los allanamientos de lugares de trabajo para detener y deportar a indocumentados. Durante su campaña electoral, el entonces candidato Barack Obama declaró a Univisión que pondría freno a los empleadores abusivos y prometió una reforma general de las leyes de inmigración. El 24 de febrero, un mes después de asumir la presidencia, agentes de Inmigración allanaron una fábrica en Bellingham, Washington, y arrestaron a 28 indocumentados. El panorama de Dixieland fue así descripto por el dueño de una plantación en Carolina: “El Norte ganó la guerra (civil) en el papel, pero en realidad ganamos nosotros, los confederados, porque seguimos teniendo esclavos. Primero tuvimos peones, después arrendatarios y ahora tenemos mexicanos”.