La
tortura divide a la clase política
Por
Marco
A. Gandásegui, h. (*)
ALAI,
América Latina en Movimiento, 28/05/09
En
toda sociedad de clase quien tiene el poder tiende a abusar
de él en algún momento. Para ello, quienes ocupan las
posiciones de poder definen qué se considera un abuso y cómo
se debe castigar al responsable. En el caso de EEUU, se ha
abierto un debate en torno a la tortura. La pregunta es
sencilla: ¿debe el gobierno utilizar la tortura para
extraerle información a las personas que tiene bajo su
control?
A
pesar de la sencillez de la pregunta, las implicaciones son
muy complejas y deben ser cuidadosamente evaluadas. La idea
de un debate sobre esta materia constituye, en sí, un paso
atrás de siglos. Quienes participan del debate borran, de
una vez, toda noción sobre los derechos humanos. No sólo
en EEUU, practicante confeso de torturas a detenidos, sino
del resto del mundo que lo tolera sin protestar.
En
el debate se plantean cuatro niveles: el legal, el político,
el utilitario y el moral. Aunque parezca absurdo, una de las
partes asegura que la legislación norteamericana permite la
tortura. Además, argumenta con pasión que la tortura es
una herramienta política válida para la seguridad
nacional. La otra parte, alega que la tortura debe
abandonarse porque no arroja resultados útiles. Por último,
se asegura que la víctima no tiene moral, es mala y
perversa, por lo tanto es legítimo cualquier abuso,
incluyendo la tortura.
En
América latina, cuando los regímenes militares torturaban
a los enemigos del orden establecido, lo hacían en forma
secreta. No decían que era legal y menos que era políticamente
correcto. Tampoco lo relacionaban con una moral
justificadora. En su momento, la mayoría de los militares
que abusaron del poder fue condenada por no respetar la ley,
por sus errores políticos y por la inmoralidad de su actos.
En
EEUU, el presidente Barack Obama quiere abordar los abusos y
las torturas que cometió el expresidente George Bush en su
“guerra contra el terrorismo” con guantes de seda y sin
ensuciarse las manos. No lo podrá hacer debido a lo
complicado del asunto. Si no logra extirpar a los
torturadores de los “terroristas islámicos”, como
llaman a los detenidos en sus campos de concentración, mañana
justificarán la tortura de los traficantes de drogas y
otros “enemigos”. Seguirán en la lista de torturados
los inmigrantes ilegales y los partidarios del desarrollo en
los países pobres. En esta misma lógica, seguirían los
propios norteamericanos que serían llevados a cámaras de
tortura especialmente concebidos para extraerles información.
En
la década de 1950, para destruir el movimiento obrero
norteamericano se creó la gran “cacería de brujas”
encabezada por el Senado de aquel entonces. Fueron
electrocutados varios “brujos” comunistas, otros fueron
encarcelados y miles perdieron su empleo. Cuando comenzaron
a buscar “comunistas” en las Fuerzas Armadas, el
presidente Eisenhower puso fin a las aventuras del Senado.
¿Podrá
Obama poner fin a las torturas y controlar a los agentes que
se alimentan de los temores ajenos?
En
Panamá y en América latina hay una historia larga de
abusos por parte de quienes detentan el poder y explotan el
entorno natural y social. Los debates han sido álgidos
entre quienes luchan por descubrir los atropellos y aquellos
que hacen todo lo posible por encubrirlos. En estos
momentos, en Panamá, se denuncian los casos de las muertes
de obreros de la construcción y de pescadores por parte de
fuerzas del orden. Igualmente, las actividades mineras,
energéticas, turísticas y de comunicación están acabando
con comunidades enteras en toda la geografía del país.
En
el pasado reciente se luchaba contra los regímenes
militares y sus abusos de los derechos humanos. En muchos de
los casos – Panamá, Chile, Guatemala, Brasil y los demás
– los responsables han sido llamados a capítulo y han
tenido que responder por sus actos. En la actualidad, este
debate – con ribetes políticos y éticos – en torno a
los abusos, y concretamente sobre las torturas, se ha
trasladado a los pasillos del poder en EEUU así como a sus
medios de comunicación.
El
presidente Barack Obama desde la Casa Blanca ha lanzado una
ofensiva contra las prácticas de las distintas instancias
norteamericanas que utilizan la tortura como forma de
humillar y deshumanizar a los individuos que son
identificados como amenazas a la seguridad nacional de EEUU.
Obama plantea que la “técnica” asociada con la tortura
produce muy pocos resultados y, más bien, ha desprestigiado
a EEUU en la comunidad internacional.
Según
el escritor mexicano Carlos Fuentes,
el ex–vice–presidente de EEUU, Dick Cheney
(2001–2009), se ha levantado como moderno Torquemada, para
defender la nueva fe reciclada del “American Century” en
el hemiciclo del Congreso norteamericano.
Cheney
admitió ante los senadores que los torturados,
“combatientes ilegales” en el lenguaje del gobierno de
EEUU, eran vestidos con "chalecos explosivos, sus
heridas escarbadas con un pie, sus dolores aumentados por
pentotal sódico (y recibían) la amenaza de cortarles los
ojos".
Cuando
el senador John McCain le hizo una pregunta, Cheney le dijo:
"Cierra la boca. Todos estamos aburridos de tus apologías
contra la tortura. ¿Por qué no te unes al marica Specter
(también senador) y te vas del otro lado? Cheney calificó
a Obama, como "la delicada orquídea de Harvard" y
lo acusó de "arrimarse a dictadores grasosos, dándoles
besos a esos comadrejas europeos a los que nuestros
militares liberaron".
Cheney
declaró en la audiencia que entre los métodos de tortura
autorizados por la Casa Blanca de George Bush
se encontraban retirarle medicinas a los detenidos,
simular que se les ahogaba, el uso de serruchos para
intimidar e informes falsos sobre la muerte de un hijo del
detenido.
Según
The New York Times, la Casa Blanca aprobó a principios de
la gestión de Bush el uso extremo y secreto de la tortura,
e incluso la "desaparición" de los torturados.
Cheney, en aquel entonces, insistió en su política de
brutalidad y tortura y logró una orden ejecutiva
autorizando los actos de coerción (los mismos que el ex
vicepresidente defendió en el comité senatorial).
Condoleezza
Rice fue la que recomendó el reconocimiento público de que
EEUU tenía detenidos sospechosos de ser terroristas. Cuando
este procedimiento fue aprobado en la Casa Blanca, Alberto
Gonzales, el procurador general de Bush, propuso la teoría
de la "inmaculada concepción": llevar los
prisioneros a Guantánamo, sin admitir que antes estuvieron
secretamente detenidos.
John
Yoo, abogado del gobierno y co–autor de los “memorandos
sobre la tortura”, sentó doctrina al señalar que “la víctima
debe experimentar dolor o sufrimiento intenso, del tipo
equivalente al dolor asociado a una herida física de
gravedad, tan grave que provocaría la muerte, la falla de
un órgano, o un daño permanente que provoque la pérdida
de una función corporal importante”. El Juez Baltasar
Garzón, de la Audiencia Nacional de España, está
procediendo con una investigación contra los llamados
“Seis de Bush”, que incluye a Yoo y al ex procurador,
Alberto Gonzáles.
Carlos
Fuentes quien destapó las declaraciones de Cheney es más
optimista en relación con Obama. Señala que “Obama trae
una experiencia legal y una cultura jurídica que vienen a
llenar el inmenso vacío dejado por la era Bush–Cheney. Al
alegato de Cheney (la tortura era necesaria para la
seguridad) Obama da a entender que la información obtenida
bajo tortura suele o puede ser falsa, como lo demuestra la
experiencia a posteriori de la era Bush–Cheney”. Además,
agrega, que según Obama “la seguridad nacional no implica
la violación de la juridicidad nacional o internacional. Al
contrario, el apego al derecho desarma al enemigo y la
violación del derecho nos asimila a él”.
En
la década de 1950 el presidente Eisenhower logró poner fin
a la “cacería de brujas” cuando logró destruir el
movimiento sindical y, de paso, acabar con los militantes
comunistas en EEUU sospechosos de desleales. ¿Podrá poner
Obama fin a la “guerra contra el terrorismo” y a los
abusos que desarrollaron sus promotores en las posiciones más
elevadas del gobierno del presidente Bush?
(*)
Marco A. Gandásegui, hijo, es docente de la Universidad de
Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios
Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena.
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