El
“estilo Obama” y América Latina
Por
Raúl Zibechi (*)
La
Jornada, 31/07/09
Han
transcurrido ya seis meses desde que Barack Obama se instaló
en la Casa Blanca. Un tiempo breve, pero suficiente para
observar cambios y continuidades en la relación de Estados
Unidos con América Latina. Destacados analistas enfatizan
los cambios. Balance positivo”, titula Ignacio Ramonet su
columna en Le Monde Diplomatique, en la que sostiene
que Obama no ha cometido errores graves, mantiene alto nivel
de popularidad y ha cumplido sus principales promesas, entre
ellas inciar una “nueva era” en las relaciones con América
del Sur.
Seguramente
la opinión anterior es la predominante aun después de las
vacilaciones en relación con el golpe de Estado en
Honduras, que ha llevado a otros analistas a enfatizar en
las continuidades de la política exterior de Washington.
Sería demasiado simplista concluir que no ha habido
cambios. Obama enarbola un nuevo discurso con modales más
refinados, como pudo verse en su encuentro con presidentes
latinoamericanos, incluyendo gestos amables hacia Hugo Chávez,
y parece intentar comprender al resto del mundo, como se
desprende de su discurso del 4 de junio en El Cairo. Muy
distinto, por cierto, de la soberbia del vaquero George W.
Bush.
Los
gestos y modos no son manifestaciones simbólicas
despreciables. La humanidad de abajo ha luchado y lucha por
ser reconocida, por su dignidad, que no puede
circunscribirse a asuntos meramente materiales. Pero los
gestos solos no alcanzan. Es en las zonas y en los momentos
calientes donde deben materializarse los cambios, si es
verdad que existen. Honduras es un banco de pruebas del que
la administración de Obama no sale muy bien parada, pero
tampoco puede achacársele apoyo directo a los golpistas. Aún
es pronto para saber cómo se dilucidará esa crisis, aunque
cada día que pasa sin el retorno de Manuel Zelaya a la
presidencia es un triunfo de los golpistas.
En
América Latina el lugar que sigue ardiendo es la región
andina y Colombia. ¿Qué ofrece de nuevo Obama en ese país?
Podría decirse que ni siquiera los gestos que prodiga en
otros escenarios. En Colombia el militarismo crece, la
presencia militar estadunidense está escalando hasta
niveles prácticamente irreversibles y lo hace bajo la
administración de Obama.
La
retirada forzada del Comando Sur de la base de Manta en
Ecuador ha llevado al Pentágono a profundizar y
diversificar su presencia en Colombia. A través del Plan
Colombia utiliza las instalaciones militares de Tres
Esquinas y Larandia en el sur, además de por lo menos otras
tres bases. La propuesta ahora es dispersar lo que había en
Manta en por lo menos tres bases aéreas y dos navales. Está
a punto de finalizar la negociación para la utilización de
las bases aéreas de Apiay, Malambo y Palanquero, y los
puertos de Tumaco y Bahía Málaga sobre el Pacífico. Sólo
con la base de Palanquero (en el centro del país) el
Comando Sur equilibra con creces la retirada de Manta, ya
que cuenta con una pista 600 metros más larga, puede
albergar 2 mil soldados y 100 naves y permite operar a los
gigantescos C–17 que no lo hacían en la base ecuatoriana.
Alfredo Molano adelanta la posibilidad de que Colombia
autorice que un portaviones se estacione en aguas del Caribe
o el Pacífico.
La
nueva disposición de fuerzas estadunidenses en Colombia le
permitirá avanzar en aspectos claves: la profundización
del control territorial de las regiones decisivas de
Colombia, en particular aquellas que por tener riquezas en
el subsuelo son codiciadas por las multinacionales;
proyectarse como sombra sobre sus vecinos, tanto Venezuela y
Ecuador como Perú y Brasil; e incrementar el control sobre
el Pacífico, en vista del creciente comercio entre China y
la región sudamericana, en particular con Brasil y
Venezuela.
No
se trata sólo de una respuesta militar a la pérdida de la
base de Manta, como sostienen analistas. El nuevo despliegue
pretende erigirse en una respuesta militar integral, o sea
también política y económica, al declive estratégico de
la superpotencia y a la crisis por la que atraviesa. En
Su–damérica la principal amenaza estragética para
Estados Unidos es la alianza China–Brasil, es decir,
China–América del Sur, que tiene una de sus patas en la
IIRSA (Iniciativa para la Infraestructura de la Región
Suramericana), conjunto de obras de infraestructura capaz de
lubricar el flujo comercial Pacífico–Atlántico. De ahí
la importancia de contar con bases sobre el Pacífico.
Aunque
el argumento sigue siendo el narcotráfico y el terrorismo,
el objetivo es reposicionar al Comando Sur como eje del
control estadunidense en la región. Sabemos que la base de
Manta nunca se propuso combatir el narcotráfico. “Manta
ahora es el primer puerto de exportación de droga en el país”,
sostiene Luis Ángel Saavedra, director de Inredh. De lo que
se trata, insiste, es de la construcción de un “esqueleto
militar” que permita el control rápido de México hasta
la Patagonia, articulando así el Plan Puebla Panamá con el
Plan Colombia.
Para
este reposicionamiento la Casa Blanca no dudó en reforzar
su alianza con la ultraderecha colombiana, con el presidente
Álvaro Uribe y el ex ministro de Defensa, Manuel Santos,
ambos cercanos a los paramilitares. Incluso los más ultras
aprendieron el lenguaje políticamente correcto que exigen
los nuevos tiempos. El general Freddy Padilla, ministro de
Defensa, es ejemplo de los nuevos modales, cuando asegura
que “no se permite la creación de bases militares de
Estados Unidos” y que “no se afectará a terceros
estados”. Va más lejos; dice que el nuevo convenio que se
negocia respeta la soberanía de Colombia, que no se
permitirá el tránsito de tropas extranjeras sino la
cooperación a través del préstamo de instalaciones
colombianas a los estadunidenses.
La
“nueva era” que prometió Obama puede quedar sólo en
palabras si la realidad sigue siendo de control imperial y
de injerencia abierta.
(*)
Raúl Zibechi, periodista uruguayo y columnista del diario
mexicano “La Jornada” es docente e investigador en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de
varios movimientos sociales.
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