Los
enfermos son pacientes, no clientes
Por
Mario Bunge (*)
Sin
Permiso, 13/09/09
Montreal
(Canadá).– La principal noticia del día en Estados
Unidos es la agitada campaña sobre la reforma del régimen
de asistencia médica. Esta campaña se ha tornado tan
violenta y ponzoñosa, que amenaza con dividir al país de
manera más profunda que las guerras del ex presidente Bush.
Muchos
creen que Obama malgasta en esta campaña su capital político,
al aumentar la hostilidad de los republicanos, no lograr
persuadir a los escépticos y decepcionar a sus propios
partidarios. Echémosle un breve vistazo filosófico.
La
salud puede considerarse como un derecho en pie de igualdad
con los derechos a la seguridad, la jubilación, la educación
y el voto, o como un privilegio, a semejanza de la propiedad
privada y la vacación paga. Si la salud es vista como un
derecho humano, su cuidado será una carga pública y, por
lo tanto, un deber del Estado. En cambio, si la salud es
vista como una prerrogativa, el ejercicio de la medicina
pertenecerá al sector privado.
En
otras palabras, el enfermo puede ser considerado como
paciente o como cliente. En el primer caso será atendido
como cualquier hijo de vecino; en el segundo, será atendido
solamente en la medida en que pueda pagar.
El
ingreso de un enfermo en un centro médico privado se parece
al ingreso de los antiguos egipcios a la inmortalidad:
estaba reservado a quienes podían pagar al embalsamador.
Mientras los ricos compraban una segunda vida, los pobres
morían definitivamente. En tiempos modernos pasa algo
parecido, en menor escala: las estadísticas muestran que
los ricos viven varios años más que los pobres. Por
ejemplo, el europeo occidental puede esperar vivir el doble
que el habitante de Afganistán, Mozambique o Sierra Leona.
La
disyuntiva público–privado en el terreno de la salud es
tanto moral como política, de modo que pertenece a la
filosofía política. Los liberales tradicionales coinciden
con los socialistas en que el Estado es responsable, al
menos en parte, de la salud de los ciudadanos. En cambio,
los neoliberales (o neoconservadores) sostienen que la
asistencia médica es una actividad privada y de
organizaciones caritativas.
El
nuevo gobierno de los EE.UU. ha propuesto reformar la
asistencia médica norteamericana, en vista de que es la más
costosa del mundo, no es accesible a todos, y se estima que
en calidad ocupa el puesto 37 en el mundo. Los
norteamericanos gastan en salud el 15% del PIB, en tanto que
los canadienses y uruguayos gastan el 10%, los argentinos el
9%, los cubanos el 7% y los mexicanos el 6%. (Estos datos
fueron tomados del informe de 2006 del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo).
La
reforma propuesta por el presidente Obama no es precisamente
revolucionaria, ya que no estatiza la atención médica ni
el seguro de salud. En este sentido, es mucho menos generosa
y radical que el proyecto de seguro nacional de salud que,
en 1936, presentara al Congreso argentino el diputado
nacional Augusto Bunge, mi padre. El consideraba que la
salud es un derecho, y que la mejor manera de administrar la
asistencia médica pública es mediante la mutualidad o el
seguro, ya que estos distribuyen las cargas en forma
equitativa: hoy por ti, mañana por mí.
Tampoco
es novedosa la iniciativa del presidente Obama, ya que se
parece a las propuestas anteriores del senador Ted Kennedy y
de Hillary Clinton (cuando intentaba mejorar su propio país,
en lugar de dar consejos no solicitados a gobiernos
extranjeros). Además, Canadá, Cuba y casi todas las
naciones de Europa occidental gozan ya desde hace décadas
de sistemas de asistencia médica más incluyentes, menos
costosos y más eficaces que el considerado por el
presidente Obama.
En
particular, el sistema canadiense, llamado Medicare, atiende
gratuitamente a todos los residentes del país, aun sin ser
ciudadanos. El resultado es que la esperanza de vida de los
canadienses en 2006 era de 80 años, dos menos que en Japón;
de 77, la de los norteamericanos y cubanos, y de 74, la de
los argentinos y uruguayos. (Ojo: la esperanza de vida
depende no sólo de la asistencia médica, sino también, y
en mayor medida, del ingreso, la desigualdad de ingresos, y
el nivel de educación.)
¿Cómo
funciona el Medicare canadiense? He aquí cómo lo veo yo
desde hace cuatro décadas. Yo he elegido a mi internista y
mis especialistas, y cuando me atienden no me cobran a mí,
sino al gobierno de mi provincia. Este les retribuye
conforme a una tarifa que depende del tipo de tratamiento:
tanto por un examen de rutina, cuanto por una operación de
apendicitis, etc. (Mi hijo canadiense nos costó 1000 dólares;
mi hija, nacida al amparo de Medicare, salió gratis) Yo no
pago directamente por estos servicios: ellos son sufragados
por el impuesto provincial a la renta.
Yo
nunca hablo de precios con mis médicos. En cambio, los
norteamericanos no pueden dejar de mencionarlos y
negociarlos, ya que las compañías de seguros médicos no
se hacen cargo de todos los procedimientos que puede
requerir un tratamiento. Recientemente, el economista Paul
Krugman, de la Universidad de Princeton, acusó a las
empresas norteamericanas de salud por invertir un gran
porcentaje de sus presupuestos en estudiar la manera de
privar a sus asegurados de la mayor cantidad posible de
servicios médicos, actividad que él considera antisocial.
Proporcionalmente
a su población, Canadá atiende a más pacientes y durante
más horas que los EE.UU., pero gasta un 40 por ciento
menos. Uno de los motivos del menor costo es que el papeleo
médico canadiense es mucho menos voluminoso que el
norteamericano. Por ejemplo, en Canadá hay un solo
formulario, el provincial, para recabar el pago por
servicios profesionales prestados, mientras que en los
EE.UU. hay centenares de formularios: tantos como compañías
de seguros. A los médicos canadienses se les hacen
reembolsos electrónicamente por medio de un solo agente: su
gobierno provincial. Así se minimizan las confusiones y las
disputas. Además, los funcionarios provinciales de salud pública
tienen interés en contener los aumentos de costos, porque
compiten por fondos con sus colegas de los ministerios de
educación, obras públicas, etc. Sobre todo, nadie se ve
obligado a hipotecar o vender su casa para pagar cuentas médicas.
El régimen
canadiense es bueno, pero no es perfecto. Un ejemplo: dado
que la asistencia médica es gratuita, la gente ya usa y
abusa con mayor frecuencia que en los EE.UU. y, por
consiguiente, las listas de espera suelen ser largas y los médicos
canadienses están sobrecargados de trabajo. Otro ejemplo:
los psicoanalistas que hacen terapia de grupo suelen cobrar
por cada paciente. Tercero: los gobiernos provinciales se
quejan de que el gobierno federal no contribuye
suficientemente a su presupuesto de salud pública.
Pero
éstos no son sino lunares. El filósofo político sabe que
no hay ni puede haber organización social sin problemas,
cuando se trata de compartir recursos escasos como son el
tiempo, el dinero, la inteligencia y la buena voluntad. Pero
volvamos al Estado más poderoso del mundo, que puede
dominar cualquier nación, pero no puede o no quiere
mantener saludables a todos sus ciudadanos.
Pese
a sus méritos, la iniciativa del presidente Obama es
torpedeada por los mercaderes de la salud: las grandes clínicas
privadas y las compañías de seguros, sus voceros mediáticos
y políticos, y la complicidad de la Asociación Médica
Norteamericana. Al respecto, esta sociedad profesional se ha
opuesto siempre a su homóloga británica, la que apoyó
desde su comienzo la socialización de la medicina, llevada
a cabo por el primer gobierno laborista de posguerra.
El
presidente Obama instó a los médicos a cambiar de actitud.
Fue en vano: don Dinero es más elocuente que Hipócrates.
Obama también acudió a los dirigentes religiosos, pero por
ahora sin resultado, tal vez porque deben consultar con su
jefe máximo.
El
debate no ha terminado, y es emponzoñado por agitadores que
mienten a gritos, a tal punto de tergiversar la verdad sobre
el ejemplar régimen canadiense de salud pública, y de
acusar al presidente Obama de ser nazi (o bien comunista) y
de promover la eutanasia y el aborto. Algunos asistentes a
estos debates públicos van fuertemente armados, lo que hace
temer por la vida del presidente. Pero al menos se ha
abierto el debate público sobre un asunto público de tanta
importancia como la seguridad y el empleo. Y ésta es una
novedad muy positiva en cualquier país.
Cuando
miran los telenoticiosos, casi todos los canadienses se
felicitan de habitar un país que, aunque menos rico y
poderoso que el vecino, es más civilizado, por gozar de
asistencia médica gratuita y por no gozar de la libertad de
circular armados.
(*)
Mario Bunge es el más importante e internacionalmente
reconocido filósofo hispanoamericano del siglo XX. Físico
y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente
comprometido con los valores de la democracia republicana,
los derechos humanos y la justicia social y económica, son
memorables sus devastadoras críticas de las pretensiones
pseudocientíficas de la teoría económica neoclásica
ortodoxa y del psicoanálisis “charlacanista”.
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