En
tierra hostil
arranca con una cita del antiguo corresponsal de guerra
Christopher Hedges: «el fragor de la batalla es una adicción
poderosa y a menudo letal, pues la guerra es una droga».
Así
se presenta uno de los motivos centrales de la nueva película
de Kathryn Bigelow, directora de obras tan turbias y
cargadas de violencia como Acero azul (Blue Steel, 1989), Le
llaman Bodhi (Point Break, 1991) o Días extraños (Strange
Days, 1995). Con En tierra hostil insiste en su
convicción de que «si se maneja de un determinado modo, en
el contexto cinematográfico la violencia puede ser muy
seductora».
La
película, ambientada en Iraq en el año 2004, se ordena en
torno a los 38 días de servicio que le quedan a una brigada
de desactivación de explosivos del Ejército de Estados
Unidos. Tras la muerte en una explosión del anterior jefe
del comando (Guy Pearce), llega para sustituirle en Camp
Victory, antes conocido como Camp Liberty, el sargento
segundo William James (Jeremy Renner). (Nos asalta a duda de
si el personaje, un soldado hecho a medida para la campaña
de guerra estadounidense, se llama así por uno de los
fundadores del pragmatismo estadounidense.)
De
ese mismo equipo forman parte también el sargento J. T.
Sanborn (Anthony Mackie), un superviviente lúcido, y el
irritable especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty), que
no quiere más que marcharse de Iraq («Si estás en Iraq,
estás bastante muerto»).
La
vida cotidiana del trío consiste en detectar y desactivar
artefactos explosivos caseros. James es un personaje
temerario que suele llevar a cabo el trabajo poniendo en
peligro a todos los demás. Sanborn, que se toma muy en
serio la seguridad de sus hombres, califica a James desde el
principio de «montón de basura sureña blanca reaccionaria».
Eldridge tiene que someterse a tratamiento psicológico para
afrontar el miedo a que le maten. Los dos últimos cuentan
los días que les faltan para que los desmovilicen. Por otra
parte, aunque James tiene esposa y un hijo, vive para el
chute de adrenalina que le suministra la guerra.
La
población iraquí ejerce de mero paisaje humano de la
situación de tensión en que actúan los artificieros. Es
el enemigo, ese «Otro» barbudo para unos soldados
estadounidenses bien afeitados. En la película se presenta
a la población local como si no tuviera rostro, como
simples terroristas vestidos de negro o mediante arquetipos
fáciles de identificar, como el comerciante del barrio...
que además es terrorista.
Tal
como están, los personajes iraquíes actúan principalmente
como elementos de atrezo. La presencia de unos insurgentes
da pie a los cineastas a analizar en una secuencia larga y
desagradable la psicología de los soldados cuando están a
punto de matar a alguien. A esto se le hace pasar por «realismo».
La
línea argumental es bastante precaria. La película se
dedica a exhibir unos cuantos días repletos de acción en
la vida de un especialista en desactivación de explosivos.
James es la máquina de combate perfecta. Contrasta con los
personajes de Sanborn y Eldridge, cuyas vacilaciones se
presentan como un defecto comprensible. Sin embargo, para la
tarea que se avecina, a Bigelow le parece razonable apuntar
que no están suficientemente entregados a «ser todo lo que
pueden ser».
Entre
medias, las escenas tensas y, en ocasiones, violentas del
equipo patrullando en las calles y edificios devastados de
Iraq son el interludio convencional para mostrar cómo se
establecen los lazos emocionales masculinos en los
barracones a través de juegos violentos, ebrios y
machistas.
Escasean
los momentos con cierta sensibilidad, y están apuntados con
torpeza. En una secuencia artificiosa, el psiquiatra del
campamento, el coronel John Cambridge (Christian Camargo)
aprende por las malas que las palabras valen poco cuando se
trata de combatir.
Cuando
James regresa por fin a casa con su familia, los
realizadores acumulan de forma rudimentaria los obstáculos
para su adaptación a la vida doméstica. Las implicaciones
del desenlace, de las que seguramente no es plenamente
consciente Bigelow, son muy desagradables. Parece estar
homenajeando a una casta militar intrépida y entregada a su
trabajo, de guardia permanentemente. ¿Ha pensado en las
consecuencias de las actividades de estas tropas en el siglo
XX?
El
guión de En tierra hostil es de Mark Boal, un
periodista destinado en Iraq en 2004 por la revista Playboy.
Según Bigelow, él fue la principal fuerza impulsora de la
producción de la película. En las entrevistas también
atribuye la fuente de inspiración de la película al libro
de Hedges War is a Force That Gives Us Meaning. Quizá los
realizadores escogieran a Hedges por una fama antibelicista
que procedía de ciertas disputas con las clases dominantes.
En
mayo de 2003, dos semanas después del infame discurso de «misión
cumplida» del presidente Bush, Hedges pronunció un
discurso en una ceremonia de graduación de Rockford College,
en Illinois, en el que dijo: «Si la historia sirve de
orientación, nos estamos embarcando en una ocupación que
será tan perjudicial para nuestras almas como para nuestro
prestigio, poder y seguridad». Algunos estudiantes lo
abuchearon y tuvo que ser escoltado para salir del campus
por motivos de seguridad. The Wall Street Journal le denunció
y The New York Times, el periódico para el que trabajaba,
le impuso dejar de hablar de la guerra de Iraq. En
consecuencia, abandonó el periódico para acabar nombrado
periodista veterano o Senior Fellow de The Nation Institute,
una institución periodística no lucrativa de izquierda
liberal.
Como
En tierra hostil empieza con unos comentarios de
Hedges, vale la pena citar por extenso el fragmento del
libro donde aparece: «El persistente atractivo de la guerra
reside en lo siguiente: Aun con la destrucción y la matanza
que siembra, nos proporciona lo que todos anhelamos en la
vida. Nos da un propósito, un sentido, una razón para
vivir. Solo cuando estamos en medio del conflicto queda de
manifiesto que nuestra vida es superficial e insulsa.
Nuestras conversaciones y, cada vez más, nuestros
informativos, están presididos por trivialidades. Y la
guerra es un elixir apetecible...
»El
fragor de la batalla es una adición poderosa y, a menudo,
letal, pues la guerra es una droga; una droga que he
consumido muchos años. Nos la suministran los forjadores de
mitos, los historiadores, los corresponsales de guerra, los
directores de cine, los novelistas y el Estado, todos los
cuales la dotan de cualidades que a menudo posee: emoción,
exotismo, poder, oportunidades de elevarnos sobre nuestras
pequeños ciclos vitales, y un universo singular y fantástico
que presenta una belleza grotesca y sombría.»
Nos
vemos obligados a replicar «¡Habla por ti!». Pero, al
parecer, Hedges también habla por los realizadores, y sus
ideas han contribuido a crear el personaje de James como
combatiente perfecto. No lo aquejan las dudas, los miedos ni
los vínculos personales; tal como lo presenta Bigelow, es
«el soldado del siglo XXI». Si la guerra, «el escenario
definitivo» (o, para ser más preciso, la agresión global
del imperialismo estadounidense), va a ser un rasgo
permanente de la existencia, entonces debe haber un código
genético para afrontar las nuevas exigencias. Por
desgracia, los realizadores de la película quieren aportar
su grano de arena a la causa. En las notas de producción de
la película, Bigelow afirma que «el miedo tiene mala fama,
pero creo que no la merece. El miedo es clarificador. Te
obliga a anteponer las cosas importantes y desechar las
banalidades».
La
directora aseguraría con certeza que, como James es un técnico
en desactivación de explosivos, salva vidas; incluso vidas
iraquíes. Para subrayar este aspecto le hace trabar amistad
con un niño iraquí por quien está dispuesto a caminar
entre las balas y arriesgar la vida por un terrorista
suicida arrepentido. Casi todos estos intentos de mostrar la
cara «positiva» de un soldado estadounidense en un país
ocupado resultan poco convincentes.
La
mayor falacia de la película es que sus realizadores
parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la
situación psicológica y moral de las tropas
estadounidenses sin abordar la naturaleza de la empresa
iraquí en su conjunto, como si esta última no afectara la
forma de pensar y actuar de los soldados.
En
tierra hostil
adolece de problemas artísticos graves. ¿Cómo podría ser
de otro modo? La premisa en que se basa la película es
profundamente falsa y, para ser francos, estúpida; sin ir más
lejos, que se puede tratar el conflicto iraquí con «neutralidad»,
sin pronunciarse sobre sus razones o sinrazones, como un
ejemplo de guerra «en abstracto».
Resulta
tedioso contemplar el heroísmo de los estadounidenses. Es
bastante más que tedioso escuchar las cavilaciones de unos
soldados que se muestran esencialmente ajenos a los iraquíes
y no reaccionan de ningún modo ante el pueblo que masacran
y cuyo territorio ocupan. (La película se rodó en
Jordania, y es una triste ironía que los iraquíes de la
película fueran iraquíes realmente desplazados por la
guerra. Bigelow afirma que «la familia real [jordana] apoyó
mucho la producción».)
La
invasión y ocupación de Iraq es uno de los grandes delitos
de nuestros tiempos. La operación encabezada por Estados
Unidos, emprendida sobre los cimientos de mentiras lanzadas
contra un país casi indefenso, fue y es una guerra de
agresión, ilegal desde la óptica de la legislación
internacional. De hecho, durante los juicios celebrados
después de la Segunda Guerra Mundial contra los dirigentes
nazis, la guerra de agresión se definió como «el delito
internacional supremo, que se diferencia de los demás crímenes
de guerra en que contiene en su seno el mal acumulado por el
conjunto».
Las
estimaciones cifran los muertos iraquíes en más de un millón;
varios millones más han sido desplazados; ciudades enteras
han quedado arrasadas; el país se ha dividido en facciones
enfrentadas... todo lo cual podría desembocar en algún
momento una nueva guerra civil fratricida. Para la inmensa
mayoría de la población mundial, y sin duda para los
sectores musulmanes y originarios de Oriente Próximo, la
ocupación estadounidense de Iraq está asociada a Abu
Ghraib, Haditha, Faluya... torturas y abusos, atrocidades,
destrucción masiva. Nada de esto parece preocupar a Bigelow
ni a Boal, ni a la intelligentsia de la complaciente clase
media estadounidense en general. Es escandaloso que no se
escandalicen.
Muchos
militares estadounidenses han regresado de Iraq con la vida
hecha pedazos. En primer lugar, a la mayoría no les espera
una existencia tranquila y económicamente estable, como le
sucede a James. Además, las atrocidades que están
cometiendo las tropas de combate estadounidenses en Iraq y
Afganistán, resultado inevitable de una guerra
neocolonialista, están transformando a una parte de los
veteranos en un estrato social gravemente afectado e incluso
psicópata.
Un
artículo reciente publicado en este mismo World Socialist
Web Site aludía a unos reportajes sobre una compañía del
Ejército de Estados Unidos con sede en Fort Carson, cerca
de Colorado Springs, en Colorado. (Véase What imperialist war
produces: Iraq veterans charged with murder and other crimes).
Los
miembros de la compañía, que presenciaron combates
intensos y prolongados en Iraq, han cometido al regresar a
su país docenas de delitos, incluídos asesinatos,
tentativas de asesinato, violaciones y robos. Algunos de
ellos están en prisión cumpliendo condenas muy largas por
unos hechos brutales.
En
entrevistas concedidas a periódicos locales, varios
soldados daban detalles del tipo de atrocidades en las que
habían participado o de las que fueron testigos en Iraq:
matanza de civiles, tortura a detenidos, descuartizamiento
de cuerpos. Un periódico de Colorado señalaba: «Más de
la mitad de los soldados acusados o condenados afirmaron
haber visto durante sus misiones crímenes de guerra, entre
los que había asesinatos de civiles».
¿Es
a esto a lo que se refiere Hedges cuando habla de «el
persistente atractivo de la guerra»? Debería explicárnoslo.
Una
serie de críticos afirman que En tierra hostil se
inscribe en la tradición de películas antibelicistas como
Platoon (Platoon, 1986), de Oliver Stone o La chaqueta metálica
(Full–Metal Jacket, 1987), de Stanley Kubrik. Es absurdo.
Por muchos puntos débiles o extravagancias que contengan,
ambas películas mostraban hostilidad sin ambages hacia la
Guerra de Vietnam y el impacto deshumanizador del ejército
sobre los jóvenes. Las comparaciones de En tierra hostil
con la demoledora Apocalypse Now (Apocalypse Now, 1979), de
Francis Ford Coppola, son aún más rocambolescas.
El
trato favorable casi universal que ha recibido la película
de Bigelow por parte de la crítica es un fenómeno en sí
mismo. Muchos de los analistas, tras declarar que En
tierra hostil y las interpretaciones que contiene son «material
para un Oscar», comentan que la principal ventaja de la película
con respecto a otras anteriores sobre Iraq es la perspectiva
«apolítica» que ofrece. ¿A quién se quiere engañar?
Hay
un proceso social en curso. Toda una capa de la clase media
liberal se está adaptando cómodamente al neocolonialismo
estadounidense, y justifica su actitud aludiendo a la nueva
administración «progresista» de Washington, que está
llevando a cabo un tipo de intervención distinta, con
objetivos diferentes. Nadie puede explicar muy bien en qué
se diferencia. Los cadáveres continúan amontonándose.
Bajo
el discurso de que se trata de una película que elude «la
retórica partidista y la adopción de poses» y «aparta de
la guerra a la política» subyace un punto de vista político
firme. Quizá lo que mejor lo describa (en la revista The
New Yorker) sean las palabras del periodista George Packer,
uno de los primeros defensores de la guerra contra Iraq: «Sobre
todo, [En tierra hostil] es una película de Iraq con
un programa modesto y sin opiniones políticas obvias. Ahí,
más que en ningún otro sitio, reside el manantial de su
fuerza [...] Tal vez, con la marcha de la administración
Bush, la retirada de las unidades de combate estadounidenses
de las ciudades iraquíes y la atención que el nuevo
presidente ha pasado a prestar a Afganistán, Pakistán e Irán,
la de Iraq pueda empezar a convertirse en una guerra real,
no en un símbolo de un mal devorador; en objeto de películas
que intentan ser buenas películas, y no hacer grandes
declaraciones».
¡Viva
el poder estadounidense en Iraq! ¡Viva Obama! Todo va bien
en el mundo.
No
he visto En tierra hostil. Para ser sincero: no ardo
en deseos de verla. Para ser más sincero aún: el espacio
de mis inquietudes que la señalan es biyectable con el
conjunto vacío.
Sara
Brito se ha preguntado en Público [1] por las
razones que pueden explicar el amplio arco de reconocimiento
transitado por la película de la señora Bigelow: de la
indiferencia o indignación tras su presentación en la
Mostra de Venecia de 2008 (el jurado estaba presidido por
Win Wenders) hasta los seis Oscars de la noche de 7 de marzo
de 2010, pasando por los aproximadamente setenta premios
conseguidos durante estos dos años. ¿Es casual, pregunta
Sara Brito, que ésta sea la primera película sobre el
conflicto iraquí que ha arrasado entre la crítica, aunque
no entre el público americano? Su respuesta: no es marginal
que sea la película con “menor carga ideológica”
realizada hasta el momento “la que haya puesto de acuerdo
a los medios y a la Academia”.
No
es evidente que esta explicación carezca de alguna arista débil.
Marcos Salgado [2], por ejemplo, ha señalado
argumentadamente hacia una vértices muy alejados: “[…]
Más allá de sus cualidades técnicas y narrativas, cuestión
que no compete abordar aquí, “The Hurt Locker” es, esencialmente,
propaganda de guerra. De una guerra de ocupación que ya
lleva siete años, y donde murieron, según cálculos muy
conservadores, al menos 100.000 civiles, otros, indican que
esa cifra supera el millón de personas. El detalle de las
bajas estadounidenses es más puntilloso: 4.698, hasta ayer.
Sin embargo, en la gran ganadora de los Oscar nuestros héroes
jamás disparan sus fusiles si no están seguros de que el
civil que tienen enfrente representa una amenaza. Se ponen
nerviosos, sí. Hasta tienen miedo, pero no disparan. ¿Quién
mató entonces a tantos civiles en Irak? Nuestros héroes,
seguro que no”.
Joanne
Laurier [3] por su parte, ha señalado en la misma dirección:
“La mayor falacia de la película es que sus realizadores
parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la
situación psicológica y moral de las tropas
estadounidenses sin abordar la naturaleza de la empresa
iraquí en su conjunto, como si esta última no afectara la
forma de pensar y actuar de los soldados. En tierra
hostil adolece de problemas artísticos graves. ¿Cómo
podría ser de otro modo? La premisa en que se basa la película
es profundamente falsa y, para ser francos, estúpida; sin
ir más lejos, que se puede tratar el conflicto iraquí con
«neutralidad», sin pronunciarse sobre sus razones o
sinrazones, como un ejemplo de guerra «en abstracto».
El
gran analista político Pepe Escobar [4] lo ha resumido del
modo siguiente: “En tierra hostil es un mero e
imprevisto subproducto (y en última instancia rentable) de
una invasión y ocupación que han destruido a una nación y
han matado, directa e indirectamente, a cientos de miles de
iraquíes que, a diferencia de “nuestros hombres y mujeres
de uniforme”, ni siquiera se merecieron una mención de
Bigelow en su mayor momento de gloria. El hecho de que En
tierra hostil ganara sobre Avatar –la película más
elaborada, antibelicista y de mayor recaudación en taquilla
de todos los tiempos– dice mucho de los artefactos
explosivos improvisados de la supuesta elite “cultural”
estadounidense”.
Para
redondear el círculo, siguiendo la indicación de Escobar,
es conveniente recordar las palabras que la premiada
directora, una informada ciudadana usamericana de 58 años,
pronunció la noche del 7 de marzo cuando le fue entregado
el Oscar a la mejor dirección, el primero que se entrega a
una mujer en los 82 años de historia de los premios:
“Dedico este premio a los hombres y mujeres que sirven en
Irak, Afganistán y en todo el mundo. Que regresen sanos y
salvos a casa”. Aplausos, más aplausos.
¿Palabras
improvisadas? No hay nada improvisado en la “ceremonia de
la entrega”. Buscadas y medidas palabras, una detrás de
otra, una al lado de la otra. Soldados y oficiales que sirven
en Irak, Afganistán y en todo el mundo. Claro aunque no
distinto.
¿Recuerdan
alguna declaración reciente que roce ni siquiera la
zafiedad de este servilismo cómplice? ¿Puede haber alguna
duda sobre las intersecciones no vacías entre el Pentágono,
la Casa Blanca y el grupo dominante de la industria de
Hollywood? ¿Película sin apenas carga ideológica? Todo
parece apuntar en dirección opuesta. ¿Simples palabras de
agradecimiento? No lo parecen. ¿Jalear oídos de los
poderosos? ¿Agradecer la mano que mece una cuna y un hábitat
de privilegiados? No parecen hipótesis muy rebuscadas.
¿Una
izquierda trasnochada que ve cine como quien lee un ensayo o
un panfleto político–ideológico? Será eso.. aunque no
lo parece.
PS:
Me olvidaba. Barbara Streisand hizo entrega de la estatuilla
a la patriota directora usamericana. Mejor imposible,
acierto pleno en la elección.
Notas:
[1]
Sara Brito, “El filme sobre la guerra con el que EEUU
puede tragar” Público, 9 de marzo de 2010, p. 37.
[2]
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=101905
[3]
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102004
[4]
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102027