Praga (Corresponsal).– En
la Plaza de la Ciudad Vieja de esta ciudad, el reloj del ayuntamiento sigue
mostrando aquel tétrico esqueleto que sostiene en su mano un reloj de arena
que recuerda lo efímera que es la vida. Entre aquel siglo XV y hoy, lo es
mucho más porque el hombre se hizo con la capacidad técnica de destruir toda
vida en el planeta.
Más de 50.000 cabezas
nucleares en los años ochenta capaces de destruir entre diez y quince veces
el mundo. Tras el desarme de los noventa, 27.000 cabezas, de las que unas
12.000 están "desplegadas", es decir preparadas para su uso
inmediato, con lo que ya "sólo" hay una capacidad teórica
instalada, cinco o siete veces superior a la necesaria para la destrucción
total.
Hay que recordarlo para
enfatizar la locura de nuestro tiempo y también la importancia de lo que hoy
se va a firmar aquí: un acuerdo de desarme nuclear entre Rusia y Estados
Unidos.
Obama representa un gran
avance con respecto a Bush, aquel Presidente pasado de rosca que no necesitaba
negociaciones porque creía que Estados Unidos podía en solitario con el
mundo y que banalizaba el uso del arma nuclear, pero, por desgracia, ese
avance no está a la altura de los tiempos.
El acuerdo que se va a firmar
impone un techo de 1550 cabezas nucleares "desplegadas", es decir
prestas para su utilización, por cada bando, lo que sigue bastando para
destruir la vida.
Significa, se dice, una
reducción de más del 30% de su número actual. Lo que no se dice es que los
números totales del arsenal apenas van a cambiar: las cabezas nucleares podrán
dejar de estar desplegadas y se colocarán en la reserva, lo que los rusos
llaman na sklade, en el almacén. La diferencia de tener una cabeza
nuclear "en almacén" o tenerla operativa es un asunto de pocos
minutos: desenroscar un mecanismo situado en un hangar y enroscarlo en un
misil.
Cuando Gorbachov y Bush padre
firmaron el START–I en Moscú, en julio de 1991, redujeron de verdad un 30%
sus arsenales, no sólo lo desplegado, sino todo, también lo del almacén. El
acuerdo incluyó destrucción de cabezas nucleares, de misiles portadores, de
submarinos.
Entonces en Moscú había una
voluntad real de cambio en lo más alto. Han pasado veinte años y hoy los cínicos
realistas han sucedido a los ingenuos en el Kremlin, mientras en Washington
continúa el reino de quienes inventaron y estrenaron la bomba, el misil
intercontinental, el submarino y la aviación estratégicos y toda esa locura
que los rusos copiaron a la zaga, y que lleva en la mano un reloj de arena.
Hoy todo se parece a un juego
de manos. Lo que se va a firmar es "un paso muy modesto", dice Pavel
Podvig, de la Universidad de Stanford. "Las cabezas nucleares podrán
dejar de estar desplegadas y colocadas en la reserva", dice Greg Mello,
que duda que Obama tenga una visión real de desarme. Ambos autores escriben
en el Bulletin of the Atomic Scientists, fundado por Albert Einstein en la
posguerra, una fuente realista en este ámbito tan atravesado por la palabrería.
El acuerdo de Praga que hoy
firmarán Obama y el Presidente ruso, Dmitri Medvedev, tampoco afectará a la
cabezas atómicas no estratégicas, es decir a las de corto alcance, o "tácticas",
de las que en Europa tenemos 200 y sobre las que Obama dice que deben ser
negociadas con los aliados de la OTAN.
Los rusos no han conseguido
ni siquiera que Obama renuncie al escudo antimisiles en Europa, algo muy
importante que el experto ruso Dmitri Trenin, que trabaja en Moscú para un
organismo de EE.UU, minimiza en estas páginas. A pesar de todo, negociar y
recortar, aunque sea un recorte pobre y aparente, es mejor que nada, porque
con ello se abre cierta posibilidad de ir a más.