Washington.–
Pocos progresistas se animarían a discrepar con la idea de que, a
pesar de sus significativos logros, la presidencia de Obama ha sido una gran
decepción. Como lo señaló célebremente Mario Cuomo, los candidatos hacen
campaña en verso, pero gobiernan en prosa. Es así que los partidarios de
Obama tuvieron que digerir algunos compromisos dolorosamente
"prosaicos".
Para lograr la aprobación de
la reforma sanitaria, por ejemplo, Obama tuvo que desdecirse específicamente
de su promesa de la "libre opción" de "convertir en una
prioridad la preservación de los derechos de la mujer, según el precedente
Roe versus Wade". Aparentemente, esa promesa se perdió en el mismo cajón
que su insistencia de que "cualquier plan que firme debe incluir un
seguro de salud con una opción pública".
Los sindicatos se contaron
entre sus más fervorosos y dedicados soldados, así como la clave para
cualquier posible renacimiento político progresista. También los
ambientalistas estaban alentados por la promesa de Obama de establecer un límite
a todas las emisiones de carbono para aliviar el recalentamiento global. El
objetivo parece haberse esfumado.
Y Obama prometió, antes de
las elecciones, "poner en vigencia las sensatas regulaciones que mantendrán
el mercado libre, justo y honesto; que reinstaurarán la responsabilidad de
las juntas directivas de las empresas". Aparentemente, tampoco lo
recuerda.
Nadie sabe lo que realmente
piensa Obama. Es posible que en las elecciones haya engañado a los crédulos
progresistas, haciéndoles creer que era un partisano de la izquierda liberal,
cuando en realidad está más cerca de ser un cómplice de la corporación
conservadora. Una enorme cantidad de progresistas sienten lo mismo. El entorno
íntimo de Obama, en tanto, postula todo lo contrario. Opinan que su problema
es que a él y a sus aliados demócratas "se les fue la mano y
desplazaron la política demasiado hacia la izquierda, disparando una reacción
opuesta de la misma intensidad hacia la derecha". Y el republicano Newt
Gingrich lo llama "el presidente más radical de la historia de Estados
Unidos", y "potencialmente el más peligroso". E insta a
resistir su "maquinaria socialista y secular".
Me inclino más hacia la
opinión del columnista conservador del The New York Times Ross Douthat, para
quien Obama es "un liberal doctrinario, siempre dispuesto a cerrar un
trato y aceptar la mitad de la torta. Tiene las preferencias políticas de un
blogger progresista, pero el estilo de gobierno de un veterano transero de la
interna política".
Pero la verdad, es que no
importa demasiado quién tiene razón sobre lo que sueña Obama. Hay que
aceptarlo, el sistema está amañado, y está amañado contra nosotros. Es
cierto que los presidentes pueden aprobar con facilidad reducciones
impositivas para las corporaciones ricas y poderosas, iniciar cualquier guerra
y espiar a quien quieran sin orden judicial. Pueden ordenar la tortura de
sospechosos de terrorismo, mentir al respecto y ver cómo su servicio de
inteligencia se ocupa de destruir la evidencia. Pero lo que no pueden hacer,
aun cuando estén respaldados por supermayorías en el Congreso, es lograr que
se apruebe la clase de legislación progresista y transformadora que Obama
prometió en su campaña.