Crece la desocupación en
EE.UU. y no sólo por pérdidas recientes del trabajo: vencen los seguros de
desempleo y desde el 2 de junio al 12 de julio han cesado a razón de 38 por
minuto, unos 55 mil por día, es decir, más de 2,5 millones de trabajadores
que en ese lapso perdieron toda protección. Unos 1,1 más se agregarán a
fines de julio si no se aprueba un proyecto de ley que extiende la duración
del seguro y que están frenando los republicanos (www.daylykos.com, 12/7/10).
El seguro cubre 27 semanas y el número de los afectados asciende a 6,8
millones, de los que 4,7 millones no tienen ocupación desde hace más de un año.
Esta tendencia es, desde
luego, más marcada desde que se desató la crisis económica global. Un
examen del Centro por el Progreso Estadounidense indica que las extensiones
del seguro a nivel federal en la década de los ’50 permitieron que la tasa
de desempleo se redujera al 5 por ciento en períodos de recesión (www.nelp.org,
junio 2010). Actualmente dicha tasa alcanza el 9,7 por ciento. Aunque más de
700 mil desocupados consiguieron empleo en el primer semestre de este año, a
este ritmo llevaría dos años reducir su proporción al 7,2 por ciento, como
ocurrió en la recesión de 1985. Quién sabe: los seguros de desempleo se
acabarán entre tanto para millones de personas.
El Premio Nobel de Economía
Paul Krugman está indignado con la candidata republicana a senadora por
Nevada, Sharron Angle, quien repite que los desempleados no buscan trabajo
deliberadamente para vivir del seguro sin incomodidades. La cita: “Hemos
deformado a nuestra ciudadanía”. “Más que deformada me parece
desesperada”, replica Krugman (www.nytimes.com, 4/7/10) y subraya que el término
de los seguros de desempleo la tornará más desesperada todavía. Hay cinco
aspirantes a cada empleo que se ofrece. Hoy. Mañana será otro día.
Los legisladores opuestos a
la extensión, republicanos y demócratas, aducen que es imposible en razón
del déficit estatal porque costaría al erario –hasta noviembre– unos
33.000 millones de dólares. Claro que sí: el Congreso acaba de aprobar 37
mil millones suplementarios para la guerra en Afganistán/Irak/Pakistán y
otros gastos del rubro. No hay dinero para más.
Las cosas van mejor del lado
de enfrente. Un estudio de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por
sus siglas en inglés) registra que la brecha entre el uno por ciento más
rico del país y el 99 restante triplicó su anchura en el período 1979/2007,
el último año del que hay datos disponibles (www.cbo.gov, junio 2010): era
22,7 veces más elevada que la del 20 por ciento más pobre y pasó a 74,6 en
el 2007. Es la mayor concentración del ingreso en la punta de la pirámide en
más de 80 años, desde la caída de 1928. Tal vez la crisis en curso
disminuya algo esa lejanía, pero la experiencia de la recesión del 2001
indica que bastaría a los opulentos un par de años para recuperar el terreno
perdido.
Da espeluzno la diferencia de
ingresos por sector de la población. Los del uno por ciento se cuadruplicaron
casi, de una media de 347.000 dólares anuales a 1.300.000: un incremento del
281 por ciento en el período considerado. Esa gente que sabe.
Este proceso de concentración
se viene produciendo a nivel mundial a partir de los años ’60. Casi en cada
rama de la industria y el comercio, las fusiones y alianzas dan nacimiento a
nuevas transnacionales. Impera la ley del libre comercio que los ingleses
inventaron hace tres siglos para sortear el proteccionismo holandés de sus
colonias. Sólo que su desenvolvimiento actual tiene nuevas características:
en EE.UU. y otros países europeos, el complejo militar-industrial predomina
claramente sobre las industrias de consumo y crece la economía basada en los
llamados productos financieros. Es decir, en la especulación.
El grupo G-20 vigoriza la
dominación global de las finanzas por “el mundo anglosajón”, como
adjetiva el sociólogo Jean-Claude Paye, y procura imponer medidas cuyo
objetivo “no es provocar un relanzamiento de la maquinaria económica
mediante un aumento de la demanda de los hogares, sino promover una
redistribución de ingresos principalmente hacia el sector bancario” (www.voltairenet.org).
Precisamente el sector que desencadenó el desastre. La reunión del G-20 de
este año tuvo lugar en Toronto y abrió aún más las puertas al FMI y al
Banco Mundial y sus políticas de ajuste. Por estos lares se conocen muy bien
las consecuencias.
Este intento de reorganización
del sistema capitalista parece consistir en un nuevo reparto del botín entre
los ámbitos de siempre. Esto no ha de resolver la situación laboral de los
desocupados del mundo, la de los 57 millones de los 30 países más
desarrollados, por ejemplo.