Nueva York.– Ha brotado en
Estados Unidos una creciente crisis de identidad nacional. Se manifiesta en
algo parecido a la época de las Cruzadas, en el debate sobre inmigración, y
hasta en si el país tiene un extranjero como presidente. Entre las
curiosidades recientes que nutren esta crisis de identidad:
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Partidarios
y opositores a la construcción de una mezquita cerca de donde estaban
las Torres Gemelas en Nueva York, se manifestaron en calles de
Manhattan. Uno de los carteles dice: “Abajo la intolerancia
religiosa”. |
Estalló un debate sobre si
se autorizará una especie de mezquita musulmana (más bien un centro
cultural, deportivo, comunitario y de oración) a dos cuadras de la zona cero
en la ciudad de Nueva York, donde antes estaban las Torres Gemelas. Sectores
conservadores estadounidenses han expresado su oposición a la presencia de
una institución musulmana justo en lo que ahora se considera casi como
“tierra sagrada”, el sitio de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Lo que empezó como una
controversia local se volvió nacional cuando el presidente Barack Obama se
pronunció a favor del sitio, al argumentar que era algo protegido por la
libertad de creencias en este país, y la Casa Blanca subrayó que no hacerlo
dañaría la imagen internacional de Estados Unidos, sobre todo en el mundo
musulmán. Ahora líderes republicanos lo convierten en tema nacional hacia
las elecciones legislativas intermedias de este año.
El ex presidente de la cámara
baja, Newt Gingrich, acusó al presidente de “complacer al islam radical”,
mientras otros republicanos denunciaban que permitir ese sitio era ceder un
“triunfo” a los que atacaron a este país. “Los nazis no tienen derecho
de poner un anuncio junto al Museo del Holocausto en Washington… Nunca
aceptaríamos que los japoneses pongan algo junto a Pearl Harbor. No hay razón
para que aceptemos una mezquita junto al World Trade Center”, afirmó
Gingrich en una entrevista por televisión. Sarah Palin, ex candidata a la
vicepresidencia, ha hecho comentarios parecidos.
Tal vez lo más asombroso fue
que 24 horas después de defender el centro musulmán propuesto, al declarar
que los “musulmanes tienen el mismo derecho de practicar su religión que
todos los demás en este país”, Obama titubeó y dijo que no se había
pronunciado “sobre la prudencia de la decisión de poner una mezquita ahí”,
sino “muy específicamente sobre el derecho de la gente” a practicar su
religión como uno de los fundamentos del país.
Todo es aún más confuso
cuando uno de los hombres detrás de la propuesta del centro musulmán es el
imán Feisal Abdul Rauf, una voz que se ha dedicado a promover la reconciliación
entre las religiones a nivel mundial, y especialmente entre Estados Unidos y
el mundo musulmán de Medio Oriente. Después del 11 de septiembre este
religioso denunció el terrorismo, y sus giras internacionales para promover
ese mensaje han sido patrocinadas por el Departamento de Estado. De hecho, la
idea del centro musulmán es, en parte, crear un foro para promover estas
iniciativas, junto con actos culturales, educativos y más.
Pero para algunos
republicanos conservadores fue una oportunidad de nutrir el temor hacia el
mundo musulmán que ha cundido en este país desde el 11–S y utilizarlo con
fines políticos.
Y está funcionando. Nada
menos que el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, quien
enfrentando una difícil campaña de reelección en noviembre, se vio obligado
a expresar su oposición a que se construya el centro musulmán ahí, y las
encuestas muestran que amplios segmentos se oponen a ello.
“La disputa sobre el centro
islámico ha detonado alguna profunda locura nacional”, comentó Maureen
Dowd, columnista del New York Times. Afirma que el presidente no ha logrado
ayudar al país a navegar esta “islamofobia”. Peor aún, el propio
presidente sufre sus efectos, ya que en encuestas recientes se ha incrementado
el número de estadounidenses que creen que el presidente cristiano es musulmán
(ahora 18 por ciento; 12 por ciento cuando era candidato).
Y ser “musulmán”, según
algunas de estas voces, es igual a ser “antiestadounidense”.
Los síntomas de la crisis de
identidad que padece el país son tan severos, que se cuestiona la misma
definición constitucional de quién es estadounidense. Una vertiente de la
corriente antimigrante se considera defensora de Estados Unidos contra una
invasión de “extranjeros” que amenazan con transformar este país en otro
que no es mayoritariamente anglosajón, blanco, cristiano y donde sólo se
habla inglés. Para lograrlo desean anular parte de la 14 enmienda de la
Constitución, la cual con muy pocas excepciones estipula que toda persona que
nazca en Estados Unidos es ciudadano.
John Boehner, líder de la
minoría republicana en la Cámara, se ha sumado a figuras como los senadores
republicanos Mitch McConnell y Lindsey Graham, quienes advierten que Estados
Unidos está amenazado por miles de inmigrantes que llegan aquí sólo para
que sus hijos nazcan como estadounidenses, a los cuales llaman “bebés
anclas”, o sea, establecen con eso una familia de este lado con ellos.
Junto con esto, algunos
continúan promoviendo la idea – impulsada desde la elección– de que el
propio presidente podría ser extranjero, al insistir en que, a pesar de un
acta de nacimiento de Hawaii, el presidente no ha comprobado que es
estadounidense. Por cierto, en una encuesta reciente de CNN, 41 por ciento de
republicanos creen que Obama probable o definitivamente nació en otro país
(19 por ciento de independientes y 15 por ciento de demócratas comparten esa
noción).
En esta crisis de identidad
nacional –la cual se manifiesta en Arizona y otros estados en la fobia
antimigrante y en la expresión religiosa, y podría llegar hasta una crisis
constitucional–, el futuro del país es incierto (pero atractivo para la
derecha, que sabe cómo manejar fobias para fines políticos). Vale recordar
que la cámara baja estatal de Arizona aprobó un proyecto de ley que requiere
comprobación legal de ciudadanía para todo candidato presidencial. No vaya a
ser que un “bebé ancla” mexicano vaya a llegar a la Casa Blanca.