En
el espacio de lo evidente hay que apuntar el desastre político
que significa para el gobierno de Obama esta derrota
electoral. Vamos a los números: el partido republicano
conquistó la Cámara de Representantes al añadir 60
puestos más, lo que, según datos de David Brooks[i],
es el triunfo numérico más grande desde 1948; además
aumentó en 6 el número de senadores, sin obtener mayoría;
y se adueñó de 8 nuevas gobernaciones estatales. Los últimos
resultados son: para la cámara baja 239 republicanos y 185
demócratas (se requiere por lo menos 218 para ser mayoría),
11 aún no están definidos; en el Senado 52 demócratas
contra 46 republicanos y dos por determinarse; y 29
gobernaciones republicanas por 15 demócratas, una de un
independiente, y cinco por determinarse[ii].
Es
fácil entonces constatar que la derrota fue aplastante
y este aplastamiento se acrecienta en la medida en que,
luego de su triunfo electoral de 2008, Obama gozaba de una
mayoría importante en ambas cámaras.
Ahora
bien, una de las preguntas elementales por plantearse es: ¿qué
pasó?, ¿cómo explicar que la súper estrella de
los demócratas cayera en tales niveles de desgracia tan sólo
dos años después de haber iniciado su gobierno?
Pues
la respuesta forma parte del nivel evidente de la cuestión:
Obama no ha hecho nada por resolver los problemas
fundamentales que aquejan a la sociedad norteamericana,
estructuralmente y en el marco de la crisis. Pero fueron sus
promesas de soluciones las que pusieron a Obama en
Washington. Por eso, la actitud generalizada que experimenta
la sociedad gringa frente a Obama es de un desencanto
radical… ni tan siquiera dos años duró la borrachera
que causó la elección del primer afroamericano a la Casa
Blanca.
Entonces
es fácil explicar el desencanto generalizado frente a una
administración que no hecho nada por resolver los problemas
que aquejan a las masas que la pusieron en el poder. Pero lo
que comienza a ser más complejo es responder a otra
pregunta:
¿cómo leer estos resultados más allá de la
simple constatación del desencanto y su subsecuente
derrota?
Frente
a esta pregunta se abren dos posibilidades de interpretación.
La primera diría que frente a los embates de la crisis económica
y frente a la parálisis de Obama al momento de ofrecer
respuestas concretas, sectores de masas norteamericanos
mayoritariamente blancos, cristianos, conservadores y con un
tinte racista muy significativo han hecho irrupción en la
escena política transformando las condiciones y obteniendo
mayores cuotas de poder. Este fenómeno ha sido canalizado
fundamentalmente por los republicanos y por el Tea Party.
No
dejamos de asumir que existe un nivel de realidad objetiva
en esta explicación. Pero lo que quisiéramos señalar enfáticamente
es que la realidad política coyuntural Norteamérica es más
compleja y que esta sola explicación resulta insuficiente.
Nuevamente
veamos algunos números[iii]:
Con un nivel de abstencionismo que llegó al 60%, la
elección fue determinada por un incremento de
participación de votantes conservadores blancos, sobre
todo los de mayor edad (de 32 por ciento en las pasadas
intermedias de 2006, a 41% este año), junto con más
votantes independientes que votaron a favor de los
republicanos que en los últimos dos ciclos electorales. Un
23% del voto fue de mayores de 65 años (en 2008 sólo
fueron 16% del voto total). Los blancos fueron 78% del voto,
comparado con 74% en 2008. Los jóvenes, votantes de entre
18 y 29 años, sólo fueron 11% de los participantes este año,
un desplome de 18% que participó en 2008 –y que fueron un
factor clave en el triunfo de Obama–, lo que marca el
nivel más bajo en dos décadas. Otros sectores claves que
redujeron su participación fueron los latinos, que
representaron 8% de voto emitido (en 2008 fue 9%), y los
afroestadounidenses que en esta ocasión llegó a sólo 10%
del total comparado con el 13% hace dos años).
¿Hacia
donde apuntan estos números? Fundamentalmente señalan que
estamos en presencia de un voto castigo contra Obama.
Pero más que gigantescos segmentos de masas afiliándose a
las cuasi fascistas líneas del Tea Party y del
republicanismo ultraconservador, estamos frente al desmantelamiento
del semi–movimiento político que puso a Obama en el poder.
Como
señalamos antes, hay una presencia objetiva y material de
la ultraderecha pero ésta no es la explicación fundamental
de lo que pasó en las elecciones de midterm. La
explicación central radica en que los sectores de masas
que apoyaron a Obama lo han abandonado. Y lo han
abandonado con razón, puesto que la práctica política de
Obama ha demostrado contundentemente su rapidez y
efectividad para aprobar políticas pro corporativas, como
el bailout federal a las pirañas de Wall Street.
Pero en lo tocante a políticas dirigidas a las masas que
depositaron sus esperanzas en él, Obama ha sido
retardatario y cuando hizo algo, lo ha hecho con soluciones
políticas basura y superficiales, como la supuesta health
care bill, o “reforma” al desastroso sistema de
salud norteamericano.
En
este escenario de desencanto generalizado frente a la liberalidad
demócrata, la izquierda radical tiene un rol central
por jugar: desgastar hasta el final la confianza y
dependencia de las masas trabajadoras en relación al
Partido Demócrata.
En
este sentido, no es posible hacer concesión alguna a la
falsa salida del mal menor, argumento utilizado por algunos
sectores de izquierda para justificar su “apoyo crítico”
a Obama. Todo esfuerzo desde la izquierda radical debe
dirigirse hacia lograr la independencia política
respecto a los demócratas, de esos sectores de masas
progresivos que apoyaron a Obama en el 2008, y que ahora,
luego de haber hecho la experiencia con Obama, se encuentran
sumidos en la desesperanza y la apatía política.
Con
estas claves de lectura es posible entonces sacar
conclusiones distintas a las de la izquierda moderada
gringa: no es el momento de cerrar filas detrás de Obama
para evitar el advenimiento del presunto fascismo Tea Party.
Por
el contrario, es necesario pasar a la ofensiva, a la
lucha y la movilización independientes de Obama, por empleo
y contra los despidos, contra la degradación del salario y
las condiciones de trabajo, contra al racismo xenófobo y
los derechos de los inmigrantes. Pero esto exige e implica
una política y una acción independientes de Obama y los
demócratas. Eso es lo único que permitirá, además,
derrotar a la ultraderecha del Tea Party y al capitalismo
corporativista de los Estados Unidos.
[i]
La Jornada, 4 de noviembre de 2010.
[iii]
Datos citados por Brooks, pero desarrollados por Pew
Research Center.