Nueva York.– "¿Cuántos
de ustedes quieren pagar por la hipoteca de su vecino, que tiene un baño
extra y no puede pagar las cuentas?", es la pregunta que hizo Rick
Santelli de CNBC en 2009, lo cual se considera que dio nacimiento al
movimiento del Tea Party.
Es un sentimiento que resuena no
sólo en EE.UU., sino en gran parte del mundo. El tono difiere de un lugar a
otro. Escuchando a un funcionario alemán denunciar los déficits, mi esposa
susurró: "Nos entregarán látigos para que nos flagelemos". Pero
el mensaje es el mismo: la deuda es mala, los deudores deben pagar por sus
pecados y desde ahora todos debemos vivir de acuerdo con nuestros miedos. Y
ese tipo de moralización es el motivo por el que estamos empantanados en una
caída aparentemente sin fin.
Los años que llevaron a la
crisis de 2008 estuvieron marcadas por un endeudamiento insostenible, lo que
fue mucho más allá de las hipotecas subprime . Hubo una desaforada
especulación inmobiliaria en Florida y Nevada, pero también en España,
Irlanda y Letonia. Y todo se pagó con dinero prestado.
Este endeudamiento no hizo al
mundo más rico ni más pobre: la deuda de una persona es el activo de otra.
Pero hizo vulnerable al mundo. Cuando los prestamistas de pronto observaron
que habían prestado demasiado, los deudores se vieron obligados a reducir drásticamente
su gasto. Esto llevó al mundo a la recesión más profunda desde la década
de 1930. Y la recuperación resultó débil e incierta, dada la deuda aún
existente.
La clave por tener en cuenta es
que, para el mundo en su conjunto, el gasto es igual al ingreso. Si un grupo
de personas –las que tienen deudas excesivas– se ve forzado a reducir
gasto para pagar deudas, debe suceder una de dos cosas: otro debe gastar más
o el ingreso mundial cae.
Pero las partes del sector
privado que no están cargadas con altos niveles de deuda ven pocos motivos
para aumentar su gasto. Las corporaciones tienen mucho efectivo, pero ¿por qué
expandirse, si tanto de la capacidad que ya tienen está ociosa? Los
consumidores que no se endeudaron excesivamente consiguen préstamos a tasas
bajas, pero ese incentivo a gastar es más que contrapesado por la preocupación
por la debilidad de la demanda laboral. Nadie del sector privado está
dispuesto a llenar la brecha creada por la deuda que se arrastra.
Los gobiernos debieran estar
gastando mientras no lo haga el sector privado, de modo que los deudores
puedan pagar sus deudas sin perpetuar una baja global. Los gobiernos debieran
estar promoviendo medidas para aliviar la carga de deuda: reducir las
obligaciones a niveles que los deudores puedan manejar es la manera más rápida
de eliminar el arrastre de deuda.
Pero los moralizadores no
quieren saber nada de eso. Denuncian el gasto deficitario, declarando que no
se pueden resolver los problemas de deuda con más deuda. Denuncian el rescate
de los deudores, diciendo que es un premio para quien no lo merece.
Si uno les señala que sus
argumentos no cierran, estallan de ira. Trate de explicar que cuando los
deudores gastan menos, la economía se deprime a menos que alguien gaste más:
le dirán "socialista". Trate de explicar por qué la ayuda a los
deudores hipotecarios es mejor para EE.UU. que la apropiación de casas que
deben venderse con inmensas pérdidas y se ponen a perorar como Santelli. Los
moralizadores están llenos de intensidad apasionada. Y quienes debieran tener
mejor criterio no tienen convicción.
John Boehner, líder de la minoría
de la Cámara baja, fue motivo de burla el año pasado, cuando declaró:
"Es hora de que el gobierno se ajuste el cinto".
Dada la depresión del gasto
privado, el gobierno debiera gastar más, no menos. Pero desde entonces el
presidente Obama repetidamente usó la misma metáfora y prometió equiparar
el ajuste privado con el ajuste público. ¿No tiene coraje para enfrentar las
concepciones equivocadas del pueblo o se trata tan sólo de fatiga
intelectual? Como sea, si el presidente no defiende la lógica de sus propias
políticas, ¿quién lo hará?
Mientras tanto, el programa de
modificación de hipotecas de la administración –programa que inspiró a
Santelli – al fin de cuentas no ha logrado casi nada. Parte del motivo es
que los funcionarios estaban tan preocupados de que se los pudiera acusar de
ayudar a quienes no lo merecían que terminaron no ayudando a casi nadie.
Por lo que los moralizadores están
ganando. Cada vez más votantes, aquí y en Europa, están convencidos de que
lo que necesitamos no es más estímulo, sino más castigo. Los gobiernos
deben ajustarse el cinturón; los deudores deben pagar lo que deben. Lo paradójico
es que, con su decisión de castigar a quienes no merecen ayuda, los votantes
se castigan a sí mismos: al rechazar el estímulo fiscal y la reducción de
deudas, están perpetuando el alto desempleo. En los hechos, están reduciendo
su propio empleo para perjudicar a sus vecinos. Pero no lo saben, y por eso la
caída continuará.
(*)
Premio Nóbel de economía.