Nueva York.– En su primera
elección legislativa, el Tea Party impulsó a los republicanos en la Cámara
de Representantes, al captar el estado de ánimo de una parte significativa
del electorado y lograr que cuatro de cada diez votantes expresaran su apoyo
por el movimiento en las encuestas de boca de urna.
Sin embargo, en el Senado, el
efecto fue el que los republicanos habían temido: mientras la energía del
Tea Party allanó algunas victorias, la preocupación por el extremismo del
movimiento también les costó lo que parecían triunfos fáciles,
especialmente en Nevada, donde el líder demócrata del Senado, Harry Reid,
sobrevivió al desafío planteado por Sharron Angle, favorita del Tea Party.
Ahora, mientras trata de hacer
la transición entre ser un movimiento de protesta y ser el poder en el
Capitolio, el Tea Party enfrenta el desafío de canalizar la energía que
infundió a las elecciones hacia una agenda de gobierno sin tener un mandato
claro, con un manifiesto disgusto por las inevitables concesiones de la vida
legislativa y una recelosa relación con los líderes republicanos del
Congreso. Para muchos votantes, el Tea Party ha sido como una pantalla en
blanco donde se proyectan esperanzas y frustraciones no siempre compatibles ni
realistas.
Para muchos integrantes del
movimiento, el objetivo es detener a un gobierno en expansión. Pero el Tea
Party también está animado por la convicción de que todo el sistema político
se ha desconectado de las necesidades y valores de los norteamericanos; con
eso sugiere que su poder electoral emanó tanto de la indignación en un duro
momento económico como de la ideología. Lo que muchos de sus adherentes
quieren es que los dos partidos se reúnan para resolver los problemas.
Mirando hacia adelante, el foco
del movimiento estará puesto en los grandes temas legislativos que enfrenta
el Congreso. Pero como la atención se centrará en 2012, el Tea Party también
tendrá la oportunidad de ejercer una influencia potencialmente grande sobre
la competencia por la nominación presidencial republicana, con una variedad
de candidatos potenciales como Sarah Palin y el senador Jim DeMint, de
Carolina del Sur.
Una frágil
alianza
Para los líderes parlamentarios
republicanos, el representante John Boehner, de Ohio, y el senador Mitch
McConnell, de Kentucky, la pregunta es si la pasión del Tea Party se traducirá
en una agenda capaz de impulsar el proceso legislativo en una capital dividida
o si se convierte en un obstáculo para bloquear a Obama y a su partido. El año
pasado se reveló dentro del Tea Party una incómoda alianza entre los que se
incorporaron con una ideología inquebrantable y los que ingresaron más bien
por frustración.
Mientras el ala más
ideologizada del movimiento defiende ideas como eliminar la seguridad social y
Medicare para reemplazarlos por cuentas de ahorro privadas, la mayoría
disiente. Y así como los miembros del Tea Party no siempre coinciden en lo
referido a la agenda, casi todos los estadounidenses están en desacuerdo con
muchos de los objetivos proclamados por los candidatos del Tea Party.
David Adams, un activista del
movimiento de Kentucky, dijo: "Si los líderes republicanos piensan que
van a seguir actuando como siempre, se equivocan". Como otros muchos
miembros del Tea Party, Adams dijo que los objetivos más importantes son el
equilibrio del presupuesto y la reducción de la deuda nacional. La lista
incluye también la reforma de la seguridad social y la reducción del
presupuesto militar... todas ideas que ya han sido rechazadas por votación.
Pese a que el Tea Party permitió
que los republicanos recuperaran entusiasmo, el partido tendrá una fuerza política
relativamente pequeña en la Cámara y en el Senado. Con el control del
Congreso dividido, los republicanos tendrán que trabajar en conjunto con los
demócratas. Los legisladores del Tea Party que se nieguen a acordar podrían
descubrir que carecen de importancia y ése no es el objetivo que ha defendido
tan apasionadamente.