“–¡Qué
preciosos son los vestidos del Emperador! ¡Qué magnífica
cola!...
”–¡Pero si no lleva nada! –exclamó de pronto un niño...
”–¡Pero si no lleva nada! –gritó, al fin, el pueblo
entero...
”Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el
pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta
el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara
continuaron sosteniendo la inexistente cola.”
[Hans Christian Andersen (1805–1875), “El traje nuevo
del emperador”]
El inicio de
la publicación de una masa de documentos secretos diplomáticos
y militares de los “emperadores” de USA ha generado un
escándalo mundial.
Su edición no
se realiza directamente en el sitio web WikiLeaks
(que posee el paquete), sino que está siendo cuidadosamente
seleccionada por cinco órganos de prensa que tienen la
exclusividad de la publicación inicial del material, a
saber: The New York Times, The Guardian
(Londres), Le Monde (París), El País
(Madrid) y Der Spigel (Hamburgo).
Al revés de
lo que acostumbraba a hacer WikiLeaks (portal de
informaciones confidenciales), ahora lo difundido ha sido
“filtrado” anticipadamente por esas publicaciones. Además,
previamente, esos diarios informan al gobierno de EEUU lo
que van a publicar. Al mismo tiempo, niegan rotundamente que
estén acordando sus contenidos con la Casa Blanca.
Sea como sea,
aunque venga “amortiguado” por esos filtros previos,
para el imperialismo yanqui todo este asunto es un golpe
serio... y en varios sentidos. Es, entonces, explicable
la reacción rabiosa de infinidad de personajes,
dentro y fuera del gobierno de Obama. Varios reclaman públicamente
que Julian Assagne, fundador de WikiLeaks, sea
asesinado. Al frente de los que exigen su linchamiento están
el senador Liberman, sionista de extrema derecha que predica
el exterminio de los palestinos, y el pastor baptista Mike
Huckabee, ex gobernador de Arkansas, que propone hacer más
o menos lo mismo con los inmigrantes latinos.
Como hasta
ahora no han podido asesinar a Julian Assagne –está
escondido–, los “defensores de la libertad de prensa”
se han dedicando a impedir que el sitio de WikiLeaks
funcione. Y no sólo el gobierno yanqui está en la tarea.
También el presidente Sarkozy –de longeva relación con
Washington y sobre todo con la CIA– presiona para que WikiLeaks
no sea alojado por ningún servidor de Francia.
Pero quizás
la reacción más representativa ha sido la del Departamento
de Estado, prohibiendo a su personal y a los
estudiantes norteamericanos en general “leer los cables
filtrados publicados por WikiLeaks”.[1] Esta “prohibición
de lectura” es respaldada por diversas amenazas contra
quienes se atrevan a cometer semejante pecado... Tiempo atrás
la Iglesia quemaba en la hoguera a los herejes que leían
los textos prohibidos por el Papa. Estas medidas de “policía
del pensamiento” no fueron eficaz en tiempos de Gutemberg
y menos van a serlo ahora con internet, pero da una buena
idea de la rabia que destila Washington...
¿Secretos
de Polichinela?
La reacción
“tremendista” de Washington contrasta con la primera
impresión que da la lectura de lo publicado. Es que,
hasta ahora, son lo que se llama “secretos de
Polichinela”; es decir, “secretos” sabidos por
muchos.
Por ejemplo,
que el presidente Hamid Karzai, el títere de EEUU en
Afganistán, no sólo es un fenomenal corrupto, sino también
que su hermano es el principal narcotraficante y exportador
de opio y heroína del país; que Berlusconi, además de
hacer toda clase de negociados, se dedica a prostituir
jovencitas menores de edad; que Putin es otro que se ha
hecho millonario robando a cuatro manos; que las tropas de
ocupación yanquis en Iraq asesinaron impunemente a miles y
miles de civiles, en muchas ocasiones como un ejercicio de
tiro al blanco para divertirse; que la “imparcial”
justicia de varios países europeos, en primer lugar de
Alemania, ha cedido a las presiones de EEUU para que no
juzgue ni condene a agentes de la CIA culpables de crímenes
en territorio europeo, etc., etc... ¡Nada de eso es
novedad!
Además, en
esa ensalada de lo ya publicado, ocupan más espacio temas
de chismografía como las tribulaciones de alcoba de
Sarkozy, que cuestiones fundamentales de política
internacional.
Esta primera
impresión ha llevado a algunos comentaristas (incluso
“progresistas”) a subestimar lo de WikiLeaks: a
calificarlo como “chusmerío diplomático” y a decir que
“los secretos verdaderos [están] a salvo por ahora”.[2]
La culpa de esto la tendrían las cinco publicaciones que
filtran los cables originales.
Desde ya que
todas ellas, en primer lugar el New York Times,
tienen interés en dar la versión más “ligth”
posible. Además, la mayor parte de los archivos no han sido
aún publicados... ¿Estarán allí los “los secretos
verdaderos”?
La explicable
furia en Estados Unidos
¿Pero si las
cosas son así, si se trata principalmente de chismes de
quinto orden, por qué EEUU hace tanta bulla? La rabia de
Washington, las barbaridades como los pedidos públicos de
asesinato de Assagne, el bloqueo de sitios web cuando EEUU
pretende ser el paladín de la “libertad de prensa”, la
ridícula “prohibición de leer”, etc., etc., ¿no sería
algo totalmente desproporcionado?
De ninguna
manera. La furia yanqui tiene varios y poderosos motivos y
razones.
En primer
lugar, todo el affaire retrata el grado de decadencia
del imperialismo yanqui. Un incidente como éste hubiese
sido inconcebible cuando estaba en su cenit, cuando podía
posar de “defensor de la democracia”... y medio mundo se
lo creía.
Esta decadencia
también se refleja en esa chismografía de bajo nivel
de gran parte de los sesudos informes de sus diplomáticos y
militares.
Años después,
cuando ya comenzaba la cuesta abajo, un precedente de este
episodio de WikiLeaks fue la publicación de los
llamados “Papeles del Pentágono”, documentos
revelados por Daniel Ellsberg en 1971, acerca de los fraudes
con que el imperialismo encubría y justificaba las
atrocidades de la guerra de Vietnam.
Hoy la decadencia
del imperialismo yanqui es mayor que en esos momentos,
aunque contradictoriamente dentro de EEUU el movimiento de
masas esté más atrás que hace 40 años. Y, de la misma
manera, es notable su pérdida de legitimidad.
Pero, lo
decisivo, más allá de su contenido chismoso, es que los
cables desnudan la “trastienda”, tanto del accionar del
imperialismo como de los gobiernos burgueses del planeta.
Para nosotros,
una minoría más o menos bien informada, no son un
“secreto” los crímenes cometidos por EEUU en Iraq y
Afganistán, ni su ingerencia prepotente en todos los países,
ni los latrocinios y mentiras del resto de los gobiernos
burgueses.
Pero una cosa
es que eso aparezca denunciado en nuestras publicaciones,
y otra cosa muy diferente es que se muestre ante los ojos
de las masas, dicho por los mismos documentos
oficiales del principal imperialismo.
Para el
dominio de la burguesía imperialista yanqui (como el del
resto de los explotadores del mundo) es esencial mantener a
las masas trabajadoras y populares con los ojos vendados.
O, mejor dicho, proyectarles una película ideológica
mentirosa, que nada tiene que ver con lo que sucede
realmente al interior de los gobiernos y los estados.
Decirles y hacerles creer que el Emperador está vestido con
una traje magnífico, como en el cuento de Andersen.
Todas las
clases explotadoras y opresoras han necesitado de una
ideología que justifique y legitime eso... y con mayor razón
si además son imperialistas, si avasallan a otros pueblos.
Para saquear América, el Imperio español dijo que venía a
convertir a los indígenas a la verdadera religión para que
fueran al cielo. Luego, la legitimidad de los imperialistas
europeos que lo sucedieron, fue “la carga del hombre
blanco”: ¡había que “civilizar” a los africanos y
asiáticos, colonizándolos!
Después
–como advirtió agudamente Trotsky en los años ‘20–,
al entrar a la cancha EEUU tocó una canción mucho más
atractiva: venía a luchar por la “libertad” y la
“democracia”. Para eso enviaba los marines a
invadir medio mundo. EEUU, decía Trotsky, siempre está
“liberando” a alguien: ésa es su profesión.
Hoy, la
legitimidad del imperialismo yanqui está profundamente
desgastada. Sus guerras e intervenciones colonialistas y
ahora la crisis mundial han deteriorado aun más sus
mecanismos de engaño y fraude masivo. En EEUU, como en el
resto del mundo, crece la bronca y la desconfianza de los
explotados. Por eso, que se levante algo el telón,
aunque sea muy fragmentariamente, provoca en Washington
reacciones histéricas y clamores de que corra sangre.
Para ellos es
intolerable, porque atenta, en síntesis, contra un principio
fundamental no sólo de la diplomacia sino en general de
la gestión del estado burgués: mantener a las masas en la
santa ignorancia de lo que se cocina puertas adentro. Y esto
es doblemente necesario si se trata del principal
imperialismo, que viene decayendo y deslegitimándose
cada vez más.
A EEUU le pasa
como al Emperador del cuento de Andersen: no puede admitir
que el pueblo se dé cuenta que está desnudo.
Notas:
1.–
Democracy Now!, 03/12/10.
2.– Eduardo
Febbro, “Un wikilodazal sobre las preocupaciones casi
domesticas de la diplomacia estadounidense”, Página 12,
02/12/10.