Llegué a la más reciente
historia de escándalo de la diplomacia estadounidense con el más profundo
cinismo. Y este martes, entre el polvo que dejaron en El Cairo las elecciones
al Parlamento egipcio –la acostumbrada mezcla de farsa y fraude, pero al
menos mejor que la estrategia de conmoción y pavor–, rebusqué entre varios
miles de reportes diplomáticos estadounidenses con algo parecido a la
desesperanza absoluta. Después de todo, ¿acaso no se atribuye al presidente
egipcio, Hosni Mubarak, haber afirmado que “uno se puede olvidar de la
democracia”?
No es que los diplomáticos
estadounidenses no entiendan a Medio Oriente: simplemente han perdido de vista
la injusticia. Enormes cantidades de textos diplomáticos prueban que la
columna vetebral de la política de Washington hacia la región es alinearse
con Israel, que su principal objetivo es alentar a los árabes a unirse a la
alianza estadounidense–israelí contra Irán, y que el eje de la política
estadounidense durante años y años ha sido domar/amedrentar/ aplastar/
oprimir y, finalmente, destruir el poderío iraní.
No hay alusión alguna (al menos
en lo revelado hasta ahora) a los ilegales asentamientos judíos en
Cisjordania, a los “puestos de control externos” ni a los “colonos”
extremistas que han salpicado como viruela la Cisjordania palestina; en suma:
ninguna referencia al vasto sistema ilegal de despojo de tierra que está en
el corazón de la guerra israelí–palestina. Increíblemente, toda clase de
dignos diplomáticos estadounidenses se arrodillan y humillan ante las
demandas israelíes –muchos son, al parecer, fervientes partidarios de
Israel–, mientras los jefes del Mossad y de la inteligencia militar israelí
hacen su lista de encargos a sus benefactores.
Hay un pasaje maravilloso en los
cables, cuando el primer ministro israelí, Benjamin Netayahu, explica a una
delegación del Congreso estadounidense, el pasado 28 de abril, que “un
Estado palestino debe ser desmilitarizado, sin control sobre su espacio aéreo
y su campo electromagnético (sic), y sin la facultad de celebrar tratados o
de controlar su frontera”. Bueno, digamos adiós, entonces, al Estado
palestino “viable” (en palabras de lord Blair de Isfahan) que se supone
queremos. Y al parecer los chicos y chicas del Congreso estadounidense no
dijeron nada.
Repasamos los archivos de
Wikilieaks en The New York Times en busca de la mejor frase. Tenemos la
convicción del rey saudita Abdullah, vía su embajador en Washington (diestro
en el manejo de la prensa), de que Estados Unidos debe “cortar la cabeza a
la serpiente”, o sea Irán, Ajmadineyad, las instalaciones nucleares iraníes
o lo que sea.
Pero los sauditas siempre
amenazan con cortarle la cabeza a la víbora en boga. En 1982 Yasser Arafat
prometió cortar el brazo izquierdo de Israel tras la invasión a Líbano, a
lo que Menahem Begin respondió que él le cortaría el brazo derecho a
Arafat. Y supongo que cuando los famosos archivos de Wikileaks nos revelan que
los diplomáticos estadounidenses llaman “serpientes de visa” a los
indeseables que la solicitan, no queda más que concluir que los reptiles
tienen mucha demanda.
El problema es que, por décadas,
los potentados de Medio Oriente han amenazado con cortarles la cabeza a
serpientes, víboras, ratas e insectos iraníes –epíteto éste que era uno
de los favoritos de Saddam Hussein, quien para ello usó el insecticida que le
proporcionó Estados Unidos, como bien sabemos–, en tanto líderes israelíes
han llamado a los palestinos “cucarachas” (Rafael Eitan); a los
palestinos, “cocodrilos” (Ehud Barak) y “bestias de tres patas”
(Begin).
Debo admitir que lloré de risa
cuando leí el solemne reporte diplomático estadounidense desde Bahrein según
el cual el rey Hamad –o “su alteza suprema, el rey Hamad”, como insiste
que se le llame en su dictadura sunita sobre una población de mayoría chiíta,
en un reino con una superficie ligeramente mayor a la isla de Wight– advirtió
que el peligro de permitir que avance el programa nuclear iraní “es mayor
que el peligro de detenerlo”.
El magnífico periodista
palestino Marwan Bishara tuvo razón cuando afirmó el pasado fin de semana
que estos documentos diplomáticos estadounidenses eran de mayor interés para
los antropólogos que para los politólogos, pues documentan las desviaciones
de pensamiento que existen cuando se trata de Medio Oriente. Si el rey Abdulá
(me refiero a la tambaleante versión saudita, no al bragado reyecito de
Jordania) en verdad llamó “Hitler” a Ajmadineyad y un asesor de Sarkozy
tildó a Irán de “Estado fascista”, ello sólo demuestra que el
Departamento de Estado aún está obsesionado con la Segunda Guerra Mundial.
Me encanta el sorprendente
reporte de un visitante a la embajada estadounidense en Ankara, quien dijo a
diplomáticos que el líder espiritual iraní, Ali Jamenei, se está muriendo
de leucemia. No porque el pobre tipo padezca cáncer –no es así–, sino
porque ésas son las mismas estupideces que se han pregonado sobre los líderes
recalcitrantes de Medio Oriente durante muchos años. Recuerdo los días en
que “fuentes diplomáticas”, tanto estadounidenses como británicas,
insistían en que Kadafi se moría de cáncer, en que Jomeini agonizaba de cáncer
(mucho antes que muriera), o bien, que el ayatola ya había muerto, o que el
asesino palestino a sueldo Abu Nidal estaba muriéndose de cáncer, 20 años
antes de que lo asesinara Saddam Hussein. También en Irlanda del Norte espías
bisoños decían que el líder de los protestantes vanguardistas, William
Craig, se moría de cáncer. Y por supuesto, siguió vivo, al igual que el
horrible Kadafi, cuya enfermera ucraniana es considerada “voluptuosa” según
reportes estadounidenses. Claro que lo es; ¿acaso no todas las mujeres rubias
son “voluptuosas” en esa clase de descripciones?
Una de las más interesantes
reflexiones –convenientemente pasada por alto por casi todos los diarios
propicios a Wikileaks– venía en un despacho referente a una reunión entre
una delegación del Senado estadounidense y el presidente sirio Bashar Assad,
ocurrida a principios de este año.
Assad dijo a sus invitados que
si bien Estados Unidos tiene un “enorme aparato de información”, carecía
de habilidad para analizar esa información apropiadamente. “Si bien
nosotros carecemos de sus capacidades de inteligencia –señaló en forma más
bien siniestra–, logramos combatir a los extremistas porque tenemos mejores
analistas. A ustedes les gusta disparar a los terroristas: sofocar sus redes
es mucho más efectivo.” Assad concluyó que Irán es el país más
importante de la región, seguido por Turquía y la propia Siria. Pobre
Israel, ni siquiera logró entrar en la terna.
Desde luego, el presidente Hamid
Karzai de Afganistán está “poseído por la paranoia”, como lo están
todos en ese país, incluidos los miembros de la OTAN y en especial Estados
Unidos. Y, naturalmente, el presidente de Yemen simula ante su pueblo acabar
con agentes de Al Qaeda cuando todos sabemos que los verdaderos culpables son
los guerreros del general David Petraeus. Los líderes musulmanes se atribuyen
constantemente el crédito por la muerte de otros musulmanes asesinados por el
poderío militar estadounidense.
No debemos ser demasiado cínicos.
Me encantó el reporte diplomático estadounidense (fechado en El Cairo,
claro, no en Tel Aviv), de que Netanyahu es “elegante y encantador, pero
nunca cumple sus promesas”. ¿Acaso no puede decirse lo mismo de la mitad de
los líderes árabes?
Después viene el oscuro y
aterrador reporte sobre una reunión entre Andrew Shapiro, el “secretario de
Estado asistente para la Oficina Política y Militar de Estados Unidos”, y
algunos matones israelíes, celebrada hace exactamente un año. Israel no
lograba proteger sus avionetas Cessna Caravan y sus aviones no tripulados
Raven cuando sobrevolaban el sur de Líbano (Hezbolá se sentirá halagado por
esta revelación), admitió el Mossad. El agente israelí “J5”, el coronel
Shimon Arad, pontifica sobre los peligros de Hezbolastán y Hamastán, así
como sobre el “estancamiento político interno” –que no existía
entonces, pero hoy sí– y el hecho de que Líbano sea un “territorio
militar volátil”, susceptible a influencias como las de Siria, Irán y
Arabia Saudita.
Y claro, aunque el coronel Arad
no las menciona, también a las influencias de Estados Unidos, Israel,
Francia, Gran Bretaña y Turquía. Shapiro habló de ofrecer “una
alternativa a Hezbolá” –¿quizá la policía de Costa Rica?– y sugirió
que el ejército libanés saldría en defensa de Hezbolá (improbable, dadas
las circunstancias).
No tiene desperdicio la negación
que hace el general Amos Gilad del reporte Goldstone, sobre las atrocidades
cometidas en Gaza entre 2008 y 2009. Afirma que las críticas a Israel en el
documento “carecen de fundamento” porque el ejército israelí hizo
llamadas telefónicas a 300 mil hogares en Gaza antes de la operación,
“para prevenir la muerte de civiles”. Al parecer, el pobre Shapiro se quedó
mudo. Eso habría significado que la quinta parte de la población palestina
en Gaza recibió una llamada telefónica, incluidos bebés y menores de edad,
y aun así fueron asesinados mil 300 palestinos, la mayoría civiles.
Desde luego, la Autoridad
Nacional Palestina del pusilánime Mahmoud Abbas no quiso tomar el control de
este campo de masacre una vez que los israelíes “ganaron”, alternativa
que Israel ofreció con conocimiento de Estados Unidos. Israel no ganó; ni
siquiera encontró a su soldado secuestrado en los túneles de Gaza.
Hay un momento simbólico,
cuando el jeque Mohamed bin Zayed Nahyan de Abu Dhabi –quien no debe ser
comparado con su hermano Califa, descrito como “distante y sin carisma”–
manifiesta su preocupación por Irán ante el embajador estadounidense,
Richard Olsen, quien sugiere que el jeque tiene “una visión estratégica de
la región que es curiosamente similar a la de los israelíes”. Claro que la
tiene. Sólo hace falta ponerlos en fila.
Todos estos reyes, emires y
generales rezarán en sus mezquitas doradas mientras compran cada vez más
armas estadounidenses para defenderse del “Hitler” de Teherán, quien,
supongo, es mejor que el “Hitler del Tigris” de 2003, o el Mussolini del
Nilo de 1956. Se encomendarán a Dios para que los salve el poderío de
Estados Unidos e Israel. Estoy impaciente por conocer el siguiente episodio de
esta fantasía.