¿Un
aterrizaje suave de EE.UU. dentro de 40 años? No apuestes
por ello. La defunción de EE.UU. como superpotencia global
podría sobrevenir mucho antes de lo que cualquiera imagina.
Si Washington sueña con que 2040 o 2050 sea el fin del
Siglo Estadounidense, una evaluación más realista de las
tendencias interiores y globales sugiere que en 2025, dentro
de sólo 15 años, todo puede haber terminado, con la
excepción del griterío.
A
pesar del aura de omnipotencia proyectada por la mayoría de
los imperios, una mirada a su historia debería recordarnos
que son organismos frágiles. Tan delicada es su ecología
del poder que, cuando las cosas comienzan a ir
verdaderamente mal, los imperios regularmente se deshacen a
una velocidad infame: sólo un año en el caso de Portugal,
dos años la Unión Soviética, ocho años Francia, 11 años
en el caso de los otomanos, 17 años para Gran Bretaña, y
es muy probable que sean 22 años para EE.UU., a contar
desde el crucial año 2003.
Es
probable que futuros historiadores identifiquen la incauta
invasión de Iraq de Bush en ese año como el comienzo de la
caída de EE.UU. Sin embargo, en lugar del derramamiento de
sangre que marcó el fin de tantos imperios del pasado, con
el incendio de ciudades y la matanza de civiles, este
colapso imperial del Siglo XXI, podría tener lugar de un
modo relativamente tranquilo mediante los tentáculos
invisibles del colapso económico o la ciberguerra.
Pero
no cabe duda: cuando finalmente acabe la dominación global
de Washington, habrá dolorosos recuerdos cotidianos de lo
que una pérdida de poder significa para los estadounidenses
de todas las condiciones sociales. Como ha descubierto una
media docena de naciones europeas, la decadencia imperial
tiende a tener un impacto notablemente desmoralizador sobre
una sociedad, y causa regularmente por lo menos una generación
de privación económica. Al enfriarse la economía, las
temperaturas políticas aumentan, y provocan a menudo un
serio malestar interior.
Los
datos económicos, educacionales y militares disponibles
indican que, en lo que tiene que ver con el poder global de
EE.UU., las tendencias negativas se sumarán rápidamente
antes del año 2020 y es probable que alcancen una masa crítica
como muy tarde en 2030. El Siglo Estadounidense, proclamado
de modo tan triunfante al comienzo de la Segunda Guerra
Mundial, estará hecho jirones y desvaneciéndose antes de
2025, su octavo decenio, y podría ser historia antes del año
2030.
Significativamente,
en 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU.
admitió por primera vez que el poder global de EE.UU.
estaba ciertamente en una trayectoria descendiente. En uno
de sus periódicos informes futuristas, Tendencias
Globales 2025, el Consejo citó “la transferencia de
riqueza y de poder económico globales que tiene lugar, a
grandes rasgos, de Occidente a Oriente” y “sin
precedentes en la historia moderna”, como factor
primordial en la decadencia de la “fuerza relativa de
EE.UU. – incluso en el campo militar.” Como muchos en
Washington, sin embargo, los analistas del Consejo previeron
un aterrizaje prolongado, muy suave, de la preeminencia
global estadounidense, y albergaban la esperanza de que de
alguna manera “retendría capacidades militares
singulares”… durante mucho tiempo… “para proyectar
poder militar globalmente” durante décadas.
¡Qué
va! Según las proyecciones actuales, EE.UU. se encontrará
en segundo lugar después de China (que ya es la segunda
economía del mundo por su tamaño) en la producción económica
hacia 2026, y detrás de India en 2050. De la misma manera,
la innovación china se desplaza hacia el liderazgo mundial
en ciencias aplicadas y en tecnología militar en algún
momento entre los años 2020 y 2030, cuando se jubile el
actual suministro de brillantes científicos e ingenieros de
EE.UU., sin un reemplazo adecuado por una generación más
joven sin la formación adecuada.
Al
llegar 2020, según los planes actuales, el Pentágono hará
un intento militar desesperado a favor de un imperio
moribundo. Lanzará una triple bóveda letal de robots
aeroespaciales avanzados que representa la última esperanza
de Washington de retener el poder global a pesar de su
decreciente influencia económica. Antes de ese año, sin
embargo, la red global de satélites de comunicaciones de
China, respaldada por los superordenadores más poderosos
del mundo, también estará en pleno funcionamiento,
suministrando a Pekín una plataforma independiente para la
militarización del espacio y un poderoso sistema de
comunicaciones para ataques de misiles o cibernéticos en
cualquier cuadrante del globo.
Envuelta
en arrogancia imperial, como Whitehall o el Quai d'Orsay
antes de ella, la Casa Blanca todavía parece imaginar que
la decadencia de EE.UU. será gradual, suave y parcial. En
su discurso sobre el Estado de la Unión de enero pasado, el
presidente Obama expresó las palabras tranquilizantes de
que “yo no acepto un segundo lugar para EE.UU.” Pocos días
después, el vicepresidente Biden ridiculizó la idea misma
de que “estamos destinados a hacer realidad la profecía
de [el historiador Paul] Kennedy de que vamos a ser una gran
nación que ha fracasado porque perdimos el control de
nuestra economía y nos extendimos demasiado”. De la misma
manera, en la edición de noviembre de la revista del
establishment Foreign
Affairs, el gurú neoliberal de la política exterior
Joseph Nye descartó hablar del ascenso económico y militar
de China, desechando “metáforas engañosas de decadencia
orgánica” y negando que haya algún deterioro del poder
global de EE.UU.
Los
estadounidenses de a pie, que ven que sus puestos de trabajo
parten al extranjero, tienen una visión más realista que
sus dirigentes mimados. Un sondeo de opinión en agosto de
2010 estableció que un 65% de los estadounidenses cree que
el país se encuentra ahora “en un estado de
decadencia”. Australia y Turquía, aliados militares
tradicionales de EE.UU., ya utilizan sus armas hechas en
EE.UU. para maniobras aéreas y navales conjuntas con China.
Los socios económicos más cercanos de EE.UU. ya se apartan
de la oposición de Washington a los tipos de cambio
manipulados por China. Mientras el presidente volvía de su tour asiático
el mes pasado, un titular pesimista del New
York Times resumió
el momento como sigue: “La visión económica de Obama se
rechaza en la escena mundial; China, Gran Bretaña y
Alemania cuestionan a EE.UU.; Las conversaciones comerciales
con Seúl también fracasan.”
Vista
históricamente, la cuestión no es si EE.UU. perderá su
poder global indiscutible, sino cuánto de precipitada y
desgarradora tendrá la decadencia. En lugar de las
ilusiones de Washington, utilicemos la propia metodología
futurista del Consejo Nacional de Inteligencia para sugerir
cuatro perspectivas realistas de cómo, estrepitosamente o
con un quejido, el poder global de EE.UU. podría llegar a
su fin en los años veinte de este siglo (junto con cuatro
evaluaciones adjuntas sobre dónde nos encontramos
actualmente). Las perspectivas futuras incluyen: decadencia
económica, crisis del petróleo, desventura militar y la
Tercera Guerra Mundial. Aunque difícilmente son las únicas
posibilidades cuando se trata de la decadencia o incluso del
colapso de EE.UU., abren una ventana sobre un futuro que se
aproxima rápidamente.
Decadencia
económica: Situación actual
Actualmente
existen tres amenazas principales a la posición dominante
de EE.UU. en la economía global: la pérdida de influencia
económica debido a la disminución de su parte en el
comercio mundial, la decadencia de la innovación tecnológica
estadounidense y el fin del estatus privilegiado del dólar
como moneda mundial de reserva.
En
2008, EE.UU. ya había caído al tercer puesto en las
exportaciones globales de mercaderías, con sólo un 11% en
comparación con un 12% de China y un 16% de la Unión
Europea. No hay motivos para creer que esa tendencia se
revierta.
De
la misma manera desaparece el liderazgo estadounidense en la
innovación tecnológica. En 2008, EE.UU. ocupaba todavía
el segundo lugar después de Japón en las solicitudes
mundiales de patentes con 232.000, pero China se aproximaba
rápidamente con 195.000, gracias a un fulgurante aumento
del 400% desde el año 2000. Un presagio de más decadencia:
en 2009 EE.UU. llegó al punto más bajo entre 40 naciones
estudiadas por la Fundación de Tecnología & Innovación
de la Información en cuanto al “cambio” en la
“competitividad global basada en la innovación” durante
la década anterior. Agregando sustancia a esas estadísticas,
el Ministerio de Defensa de China presentó en octubre el
superordenador más rápido del mundo, el Tianhe–1A, tan
poderoso, dijo un experto estadounidense, que “liquida a
la máquina Nº 1” existente en EE.UU.
Hay
que agregar a esta clara evidencia que el sistema
educacional de EE.UU., esa fuente de futuros científicos e
innovadores, se está quedando atrás con respecto a sus
competidores. Después de ser líderes mundiales durante décadas
en personas de entre 25 y 34 años con títulos
universitarios, el país bajó al puesto número 12 en 2010.
El Foro Económico Mundial ubicó a EE.UU. en el mediocre
puesto 52 entre 139 naciones en la calidad de su instrucción
universitaria en matemáticas y ciencias en 2010. Casi la
mitad de los estudiantes graduados en ciencias en EE.UU. son
ahora extranjeros, que en su mayoría volverán a casa, sin
quedarse aquí como hubiera sido el caso en otros tiempos.
En 2025, en otras palabras, es probable que EE.UU. enfrente
una escasez crítica de científicos de talento.
Tendencias
negativas semejantes alientan una crítica cada vez más
fuerte del papel del dólar como moneda de reserva mundial.
“Otros países ya no están dispuestos a aceptar la idea
de que EE.UU. sepa lo que es mejor en política económica”,
señaló Kenneth S. Rogoff, ex economista jefe del Fondo
Monetario Internacional. A mediados de 2009, cuando los
bancos centrales del mundo poseían astronómicos 4 billones
[millones de millones] de dólares en valores del Tesoro de
EE.UU., el presidente ruso Dimitri Medvedev insistió en que
era hora de acabar con “el sistema unipolar
artificialmente mantenido” basado en “una moneda de
reserva que en otros tiempos solía ser fuerte”.
Al
mismo tiempo, el gobernador del banco central de China
sugirió que el futuro podría ser una moneda global de
reserva “desconectada de naciones individuales” (es
decir del dólar estadounidense). Son indicadores de un
mundo que viene y de un posible intento, como ha argumentado
el economista Michael Hudson, “de acelerar la bancarrota
del orden mundial financiero–militar estadounidense”.
Decadencia
económica: Perspectiva 2020
En
2020, como se esperaba desde hace tiempo después de años
de crecientes déficit nutridos por incesantes guerras en
tierras distantes, el dólar estadounidense termina por
perder su estatus especial como moneda de reserva del mundo.
Repentinamente, el coste de las importaciones se dispara.
Incapaz de pagar los crecientes déficit mediante la venta
en el extranjero de valores devaluados del Tesoro,
Washington acaba viéndose obligado a reducir su inflado
presupuesto militar. Bajo presión dentro y fuera del país,
Washington retira lentamente las fuerzas estadounidenses de
cientos de bases en ultramar a un perímetro continental.
Pero ahora, sin embargo, ya es demasiado tarde.
Enfrentadas
a una superpotencia decadente incapaz de pagar sus cuentas,
China, India, Irán, Rusia, y otras potencias, grandes y
regionales, cuestionan provocativamente el dominio de EE.UU.
sobre los océanos, el espacio y el ciberespacio. Mientras
tanto, en medio de precios en alza, un desempleo que aumenta
continuamente y una disminución continua de los salarios
reales, las divisiones interiores aumentan hasta convertirse
en choques violentos y debates divisivos, a menudo por temas
notablemente irrelevantes. Aprovechando una ola política de
desilusión y desesperación, un patriota de extrema derecha
captura la presidencia con una retórica resonante,
exigiendo respeto para la autoridad de EE.UU. y amenazando
con represalias militares o económicas. El mundo prácticamente
no presta atención mientras el Siglo Estadounidense termina
en silencio.
Crisis
del petróleo: Situación actual
Una
víctima del poder económico debilitado de EE.UU. ha sido
su control sobre los suministros globales de petróleo.
Acelerando por delante de la economía sedienta de gasolina
de EE.UU., China se convirtió en el primer consumidor de
energía durante este verano, una posición que EE.UU. ha
mantenido durante más de un siglo. El especialista en energía
Michael Klare ha argumentado que este cambio significa que
China “fijará el ritmo de nuestro futuro global”.
En
2025, Irán y Rusia controlarán casi la mitad de todo el
suministro de gas natural del mundo, lo que potencialmente
les dará una inmensa influencia sobre una Europa hambrienta
de energía. Si se agregan a la mezcla las reservas de petróleo,
en sólo 15 años, como ha advertido el Consejo Nacional de
Inteligencia, dos países, Rusia e Irán, podrían
“aparecer como elementos esenciales en el campo de la
energía”.
A
pesar de una inventiva notable, las grandes reservas de petróleo
de las principales potencias del petróleo que permiten una
extracción fácil y barata se están agotando. La verdadera
lección del desastre del petróleo de Deepwater Horizon en
el Golfo de México no fueron los negligentes estándares de
seguridad de BP, sino el simple hecho que todos vieron en la
marea negra: a uno de los gigantes corporativos de la energía
no le quedó otra alternativa que buscar petróleo difícil
de extraer a kilómetros bajo la superficie del océano a
fin de mantener el nivel de sus beneficios.
Para
complicar el problema, chinos e indios se han convertido
repentinamente en consumidores mucho más fuertes de energía.
Incluso si los suministros de combustibles fósiles se
mantuvieran constantes (que no será el caso), es casi
seguro que aumente la demanda, y por lo tanto los costes, y
lo harán considerablemente. Otras naciones desarrolladas
encaran agresivamente esta amenaza lanzándose a programas
experimentales para desarrollar fuentes de energías
alternativas. EE.UU. ha tomado otro camino y ha hecho muy
poco para desarrollar fuentes alternativas mientras, en los
tres últimos decenios, ha duplicado su dependencia de
importaciones de petróleo extranjero. Entre 1973 y 2007,
las importaciones de petróleo han aumentado de un 36% de la
energía consumida en EE.UU. a un 66%.
La
crisis del petróleo: Perspectiva 2025
EE.UU.
sigue dependiendo tanto de petróleo extranjero que unos
pocos acontecimientos adversos en el mercado global de energía
en 2025 provocan una crisis del petróleo. En comparación
hace que la crisis del petróleo de 1973 (cuando los precios
se cuadruplicaron en unos meses) parezca un grano de arena.
Molestos por el valor descendiente del dólar, los ministros
del petróleo de la OPEP, reunidos en Riad, exigen que los
futuros pagos de energía sea hagan hechos en un
“canasto” de yen, yuan, y euros. Eso sólo aumenta aún
más el coste de las importaciones de petróleo de EE.UU. Al
mismo tiempo, mientras firman una nueva serie de contratos
de suministro a largo plazo con China, los saudíes
estabilizan sus propias reservas de divisas extranjeras
cambiando al yuan. Mientras tanto, China invierte
innumerables miles de millones en la construcción de un
gasoducto masivo trans–asiático y en el financiamiento de
la explotación por Irán del mayor yacimiento de gas
natural del mundo en South Pars, en el Golfo Pérsico.
Preocupados
de que la Armada de EE.UU. ya no pueda proteger los buques
tanque que viajan desde el Golfo Pérsico para alimentar
Asia del Este, se forma una coalición de Teherán, Riad y
Abu Dabi en una inesperada nueva alianza del Golfo y afirman
que la nueva flota china de rápidos portaaviones patrullará
en el futuro el Golfo Pérsico desde una base en el Golfo de
Omán. Bajo fuerte presión económica, Londres acepta
cancelar el arriendo por EE.UU. de su base en el Océano Índico
en la isla de Diego Garcia, mientras Canberra, bajo presión
de los chinos, informa a Washington de que ya no aceptará
que la Séptima Flota utilice Fremantle como su puerto de
base, expulsando efectivamente a la Armada de EE.UU. del Océano
Índico.
Con
unos pocos plumazos y algunos concisos anuncios, se abandona
en 2025 la “Doctrina Carter”, mediante la cual el poder
militar de EE.UU. debía proteger eternamente el Golfo Pérsico.
Todos los elementos que garantizaron durante mucho tiempo
los suministros ilimitados de petróleo a bajo coste de esa
región para EE.UU. –la logística, las tasas de cambio, y
el poder naval– se evaporan. En esas condiciones, EE.UU. sólo
puede cubrir un insignificante 12% de sus necesidades de
energía con su naciente industria de energía alternativa,
y sigue dependiendo de petróleo importado para la mitad de
su consumo de energía.
La
crisis del petróleo que sobreviene golpea al país como un
huracán y sube los precios a alturas alarmantes,
convirtiendo los viajes en gastos asombrosos, causando la caída
libre de los salarios reales (que habían estado
disminuyendo desde hace tiempo) y haciendo que las
exportaciones restantes de EE.UU. pierdan competitividad.
Con la baja de las temperaturas, los precios del gas por las
nubes y el derramamiento de dólares para pagar petróleo
caro, la economía estadounidense se paraliza. Con el fin de
alianzas deterioradas hace tiempo y el aumento de las
presiones fiscales, las fuerzas militares estadounidenses
acaban emprendiendo una retirada por etapas de sus bases en
ultramar.
Dentro
de unos pocos años, EE.UU. está prácticamente en
bancarrota y el reloj se acerca a la hora cero del Siglo
Estadounidense.
Desventura
militar: Situación actual
En
contra de la intuición, a medida que se debilita su poder,
los imperios caen a menudo en imprudentes aventuras
militares. Este fenómeno es conocido entre historiadores
del imperio como “micro–militarismo” y parece
involucrar esfuerzos psicológicamente compensatorios para
salvar el escozor de la retirada ocupando nuevos
territorios, por breve y catastrófico que sea. Estas
operaciones, irracionales incluso desde un punto de vista
imperial, producen frecuentemente gastos que desangran la
economía o humillantes derrotas que sólo aceleran la pérdida
de poder.
A
través del tiempo, imperios asediados han padecido de una
arrogancia que los lleva a caer cada vez más profundo en
desventuras militares hasta que la derrota se convierte en
una debacle. En en año 413 a. de C., Atenas debilitada envió
200 barcos para que fueran sacrificados en Sicilia. En 1921,
la España imperial moribunda despachó a 20.000 soldados
para que fueran masacrados por guerrilleros bereberes en
Marruecos. En 1956, el debilitado Imperio Británico destruyó
su prestigio al atacar Suez. Y en 2001 y 2003, EE.UU. ocupó
Afganistán e invadió Iraq. Con la arrogancia extrema que
ha marcado a los imperios durante milenios, Washington
aumentó sus tropas en Afganistán a 100.000, expandió la
guerra a Pakistán, y extendió su compromiso hasta 2014 y más
allá, exponiéndose a desastres grandes y pequeños en ese
cementerio de imperios infestado de guerrillas y con armas
nucleares.
Desventura
militar: Perspectiva 2014
El
“micro–militarismo” es tan irracional, tan
impredecible, que las perspectivas aparentemente estrambóticas
pronto son superadas por los acontecimiento. Ya que las
fuerzas armadas de EE.UU. se requieren al máximo desde
Somalia a las Filipinas, y las tensiones aumentan en Israel,
Irán, y Corea, se multiplican las posibles combinaciones
para una desastrosa crisis militar en el extranjero.
Estamos
a mediados de verano de 2014, y una guarnición reducida de
EE.UU. en la asediada Kandahar en el sur de Afganistán es
repentina e inesperadamente invadida por guerrilleros
talibanes, mientras los aviones estadounidenses no pueden
despegar debido a una cegadora tormenta de arena. Sufre
considerables bajas y como represalia, un ezorado comandante
estadounidense envía bombarderos B–1 y cazas F–16 a
demoler vecindarios enteros de la ciudad que supuestamente
se encuentran bajo control de los talibanes, mientras
aviones AC–130U con armamento pesado barren los escombros
con el devastador fuego de sus cañones.
Pronto
hay mulás que predican la yihad desde mezquitas de toda la
región y unidades del ejército afgano entrenadas durante
mucho tiempo por fuerzas estadounidenses para cambiar el
progreso de la guerra comienzan a desertar en masa.
Combatientes talibanes lanzan entonces una serie de ataques
notablemente sofisticados contra guarniciones de EE.UU. en
todo el país, causando un gran aumento de las bajas
estadounidenses. En escenas que recuerdan Saigón en 1975,
los helicópteros rescatan a soldados y civiles
estadounidenses desde las azoteas en Kabul y Kandahar.
Mientras
tanto, molestos por el interminable impasse de
Palestina que ya dura decenios, dirigentes de la OPEP
imponen un nuevo embargo del petróleo contra EE.UU. en
protesta por su apoyo a Israel así como por la muerte de
innumerables civiles musulmanes en sus continuas guerras en
todo Gran Oriente Próximo. Con el aumento de los precios de
la gasolina y el agotamiento de las refinerías, Washington
entra en acción y envía fuerzas de Operaciones Especiales
a apoderarse de puertos petroleros en el Golfo Pérsico.
Esto, por su parte, provoca una serie de ataques suicidas y
el sabotaje de oleoductos y pozos de petróleo. Mientras
tanto nubes negras suben al cielo y los diplomáticos se
alzan en la ONU para denunciar amargamente las acciones de
EE.UU., comentaristas en todo el mundo vuelven a la historia
para hablar del “Suez de EE.UU.”, una referencia
contundente a la debacle de 1956 que marcó el fin del
Imperio Británico.
La
Tercera Guerra Mundial: Situación actual
En
el verano de 2010, las tensiones militares entre EE.UU. y
China aumentan en el Pacífico occidental, considerado
otrora como un “lago” estadounidense. Hasta un año
antes nadie habría predicho un acontecimiento
semejante. Tal como Washington aprovechó su alianza con
Londres para apropiarse de gran parte del poder global de
Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial, China
utiliza ahora los beneficios de su comercio de exportación
con EE.UU. para financiar lo que probablemente se convertirá
en un desafío a la dominación estadounidense sobre vías
navegables de Asia y del Pacífico.
Con
sus crecientes recursos, Pekín reivindica un vasto arco marítimo
de Corea a Indonesia, dominado desde hace tiempo por la
Armada de EE.UU. En agosto, después que Washington expresó
un “interés nacional” del Mar del Sur de China y realizó
ejercicios navales allí para reforzar esa afirmación, el Global
Times oficial
de Pekín respondió airadamente, diciendo: “El combate de
lucha libre entre EE.UU. y China por el tema del Mar del Sur
de China ha aumentado las apuestas sobre quién será el
verdadero gobernante del planeta”.
Entre
crecientes tensiones, el Pentágono informa de que Pekín
tiene ahora “la capacidad de atacar… portaaviones
[estadounidenses] en el Océano Pacífico occidental” y
apuntar a “fuerzas nucleares en todo… EE.UU.
continental”. Al desarrollar “capacidades ofensivas
nucleares, espaciales y de guerra cibernética”, China
parece determinada a competir por la dominación de lo que
el Pentágono llama “el espectro de la información en
todas las dimensiones del espacio de batalla moderno”. Con
el continuo desarrollo del poderoso cohete propulsor Larga
Marcha V, así como el lanzamiento de dos satélites en
enero de 2010 y otro en julio, para llegar a un total de
cinco, Pekín señala que el país hace rápidos progresos
hacia una red “independiente” de 35 satélites para
capacidades de posicionamiento global, comunicaciones, y de
reconocimiento hasta el año 2020.
Para
frenar a China y extender su posición militar en el globo,
Washington se propone construir una nueva red digital de robótica
aérea y espacial, capacidades avanzadas de guerra cibernética
y de vigilancia electrónica. Los planificadores militares
esperan que este sistema integrado envuelva a la tierra en
un enrejado cibernético capaz de cegar a ejércitos enteros
en el campo de batalla o de eliminar a un solo terrorista en
un campo o favela. En 2020, si todo se desarrolla según el
plan, el Pentágono lanzará un escudo de tres niveles de
drones espaciales –que llega de la estratósfera a la
exosfera, armado de misiles ágiles, vinculados por un
sistema satelital modular elástico, y operado mediante una
vigilancia telescópica total.
En
abril pasado, el Pentágono hizo historia. Amplió las
operaciones de drones a la exosfera al lanzar
silenciosamente el transbordador espacial sin tripulación
X–37B a una órbita baja a 410 kilómetros sobre el
planeta. El X–37B es el primero de una nueva generación
de vehículos sin tripulación que marcará la militarización
total del espacio, creando un campo para futuras guerras,
diferente de todo lo visto anteriormente.
Tercera
Guerra Mundial: Perspectiva 2025
La
tecnología de la guerra espacial y cibernética es tan
nueva e imprevisible que incluso las perspectivas más
extravagantes pueden verse pronto sobrepasadas por una
realidad que es todavía difícil de concebir. Sin embargo,
si simplemente empleamos el tipo de perspectivas utilizado
por la propia Fuerza Aérea en su Juego de Capacidades
Futuras de 2009, podemos obtener “un mejor entendimiento
de cómo el aire, el espacio y el ciberespacio se superponen
en la guerra”, y así comenzar a imaginar cómo podría
librarse en realidad la próxima guerra mundial.
Son
las 11:59 pm del jueves de Acción de Gracias en 2025.
Mientras los compradores aporrean los portales de Mejor
Compra a la busca de grandes descuentos de la más reciente
electrónica china, técnicos de la Fuerza Aérea de EE.UU.
en el Telescopio de Vigilancia del Espacio (SST) en Maui se
atoran con su café cuando sus monitores panorámicos
repentinamente se ponen negros. A miles de kilómetros de
distancia en el centro de operaciones del Cibercomando de
EE.UU. en Texas, los ciberguerreros pronto detectan binarios
maliciosos que, aunque disparados anónimamente, muestran
las características huellas digitales del Ejército Popular
de Liberación de China.
El
primer ataque abierto no ha sido predicho por nadie. Malware china
se apodera del control de los robots a bordo de un drone no
tripulado de alimentación solar “Vulture” mientras
vuela a 21.000 metros sobre el Estrecho Tsushima entre Corea
y Japón. Repentinamente dispara todas las cápsulas de
cohetes bajo su enorme envergadura de 122 metros, enviando
docenas de misiles letales a caer inofensivamente en el Mar
Amarillo, desarmando efectivamente esa formidable arma.
Determinada
a combatir el fuego con fuego, la Casa Blanca autoriza un
ataque en represalia. Confiados en que su sistema satelital
F–6 “Fraccionado, de Libre Vuelo” es impenetrable, los
comandantes de la Fuerza Aérea en California transmiten códigos
robóticos a la flotilla de drones espaciales X–37B que
vuelan en órbita a 400 kilómetros sobre la tierra,
ordenando que lancen sus misiles “Triple Terminator”
contra los 35 satélites chinos. Ninguna reacción. Cerca
del pánico, la Fuerza Aérea lanza su Vehículo Crucero
Hipersónico Falcon en un arco a 160 kilómetros sobre el Océano
Pacífico y luego, sólo 20 minutos después, envía sus códigos
informáticos para disparar misiles contra siete satélites
chinos en órbitas cercanas. Repentinamente, los códigos de
lanzamiento dejan de operar.
A
medida que el virus chino se propaga incontrolablemente por
la arquitectura satelital F–6, mientras esos
superordenadores estadounidenses de segunda no logran
descodificar el código infernalmente complejo del malware,
son afectadas las señales de GPS cruciales para la navegación
de barcos y aviones de EE.UU. en todo el mundo. Flotas de
portaaviones comienzan a navegar en círculos en medio del
Pacífico. Escuadrones de cazas bajan a tierra. Drones
Reaper vuelan desorientados hacia el horizonte, y se
estrellan cuando se acaba su carburante. Repentinamente,
EE.UU. pierde lo que su Fuerza Aérea ha calificado desde
hace tiempo de “máxima posición elevada”: el espacio.
En pocas horas, el poder militar que había dominado el
globo durante casi un siglo ha sido derrotado en la Tercera
Guerra Mundial sin una sola víctima humana.
¿Un
Nuevo Orden Mundial?
Incluso
si los futuros eventos resultan ser más aburridos de lo que
sugieren estas cuatro perspectivas, todas las tendencias
significativas apuntan a una decadencia mucho más
impresionante del poder global estadounidense hasta 2025 que
va más allá de todo lo que Washington parece estar
considerando.
A
medida que sus aliados en todo el mundo comiencen a
reajustar sus políticas para ajustarlas a la percepción de
las potencias asiáticas ascendentes, el coste de mantener
800 o más bases militares en el extranjero llegará a ser
insostenible, imponiendo finalmente una retirada por etapas
a un Washington todavía reacio. Como tanto EE.UU. como
China participan en una carrera para militarizar el espacio
y el ciberespacio, las tensiones entre las potencias tenderán
a aumentar, haciendo que un conflicto militar en 2025 sea
por lo menos factible, aunque difícilmente seguro.
Para
complicar aún más las cosas, las tendencias económicas,
militares y tecnologías antes descritas no tendrán lugar
en un aislamiento ordenado. Como sucedió con los imperios
europeos después de la Segunda Guerra Mundial, es dudoso
que semejantes fuerzas negativas resulten ser sinergicas. Se
combinarán de formas totalmente inesperadas, crearán
crisis para las cuales los estadounidenses no están de
ninguna manera preparados y amenazarán con lanzar a la
economía a una repentina espiral descendente, condenando a
este país a una generación o más de miseria económica.
A
medida que se pierde el poder de EE.UU., el pasado ofrece un
espectro de posibilidades para un futuro orden mundial. En
un extremo de ese espectro no se puede excluir el ascenso de
una nueva superpotencia global, por poco probable que
parezca. Sin embargo, tanto China como Rusia manifiestan
culturas autorreferenciales, recónditos escritos no
romanos, estrategias de defensa regional y sistemas legales
subdesarrollados, lo que les niega instrumentos esenciales
para la dominación global. Por el momento, por lo tanto, no
aparece en el horizonte ni una sola superpotencia que
probablemente llegue a suceder a EE.UU.
En
una versión oscura, distópica, de nuestro futuro global,
una coalición de corporaciones transnacionales, fuerzas
multilaterales como la OTAN, y una elite financiera
internacional podrían concebiblemente forjar un solo nexo
supra–nacional, posiblemente inestable, que haría que no
tuviera sentido seguir hablando de imperios nacionales.
Mientras corporaciones desnacionalizadas y elites
multinacionales probablemente gobernarían un mundo
semejante, desde enclaves urbanos seguros, las multitudes
serían relegadas a páramos urbanos y rurales.
En Planeta
de ciudades miseria, Mike Davis presenta una visión
parcial desde abajo de un mundo semejante. Argumenta que los
mil millones de personas (que aumentarán a dos mil millones
hasta 2030) que ya están apiñadas en chabolas fétidas al
estilo de las favelas en todo el mundo que constituirán las
ciudades “brutales, fracasadas” del Tercer Mundo… el
campo de batalla característico del Siglo XXI”. A medida
que la oscuridad cubre algunas futuras súper–favelas,
“el imperio puede desplegar tecnologías orwellianas de
represión” como “helicópteros artillados parecidos a
avispones que acechan a enigmáticos enemigos en las
estrechas calles de los distritos de chabolas… Cada mañana
los suburbios pobres responden con atacantes suicidas y
elocuentes explosiones.”
En
medio del espectro de posibles futuros, podría aparecer una
oligopolia global entre 2020 y 2040, con potencias
ascendentes, China, Rusia, India y Brasil que colaboran con
potencias en decadencia como Gran Bretaña, Alemania, Japón,
y EE.UU., para imponer una dominación global ad
hoc, similar a la inarticulada alianza de imperios
europeos que gobernó a la mitad de la humanidad hacia 1900.
Otra
posibilidad: la aparición de hegemonías regionales en un
retorno a reminiscencias del sistema internacional que operó
antes que se conformaran los imperios modernos. En este
orden mundial neo
wesfaliano, con sus interminables vistas de
microviolencia y explotación descontrolada, cada hegemonía
dominaría su región inmediata –Brasilia en Suramérica,
Washington en Norteamérica, Pretoria en Sudáfrica, etc.–
El espacio, el ciberespacio y las profundidades marinas,
removidas del control del antiguo “policía” planetario,
EE.UU., podrían incluso convertirse en un nuevo patrimonio
común global, controlado por medio de un Consejo de
Seguridad expandido de la ONU o algún organismo ad
hoc.
Todas
estas perspectivas extrapolan tendencias existentes hacia el
futuro sobre la base de la suposición de que los
estadounidenses, cegados por la arrogancia de décadas de un
poder sin paralelos históricos, no puedan adoptar o no
adopten medidas para administrar la erosión descontrolada
de su posición global.
Si
la decadencia de EE.UU. se encuentra en realidad en una
trayectoria de 22 años de 2003 a 2025, ya habremos
desperdiciado la mayor parte del primer decenio de esa
decadencia con guerras que nos distrajeron de problemas a
largo plazo y, como agua desparramada sobre las arenas del
desierto, desperdiciaron billones de dólares
desesperadamente necesitados.
Si
sólo quedan 15 años, las probabilidades de desperdiciarlos
siguen siendo elevadas. El Congreso y el presidente están
ahora paralizados; el sistema estadounidense está inundado
de dinero corporativo con el fin de atascar todo; y hay
pocas sugerencias para que algún problema de importancia,
incluidas nuestras guerras, nuestro inflado Estado de
seguridad nacional, nuestro famélico sistema de educación
y nuestros anticuados suministros de energía, se encaren
con suficiente seriedad como para asegurar el tipo de
aterrizaje suave que podría maximizar el papel y la
prosperidad de nuestro país en un mundo que cambia.
Los
imperios de Europa han pasado y el imperio de EE.UU.
desaparece. Parece cada vez más dudoso que EE.UU. tenga
algo parecido al éxito de Gran Bretaña en la conformación
de un orden mundial futuro que proteja sus intereses,
preserve su prosperidad y lleve la huella de sus mejores
valores.
(*)
Alfred W. McCoy es profesor de historia en la Universidad de
Wisconsin–Madison. Es autor de “A Question of Torture:
CIA Interrogation, From the Cold War to the War on Terror”
(Metropolitan Books), que también existe en traducciones al
italiano y al alemán. Su último libro “Policing
America's Empire: The United States, the Philippines, and
the Rise of the Surveillance State”, explora la influencia
de operaciones de contrainsurgencia en el exterior en la
propagación de medidas de seguridad interior en EE.UU.
También convocó el proyecto “Imperios en transición”
un grupo de trabajo global de 140 historiadores de
universidades de cuatro continentes. Los resultados de sus
primeras reuniones en Madison, Sydney, y Manila fueron
publicados como “Colonial Crucible: Empire in the Making
of the Modern American State” y los resultados de su última
conferencia aparecerán el próximo año como “Endless
Empire: Europe’s Eclipse, America’s Ascent, and the
Decline of U.S. Global Power”.