Este
es un momento global como no recuerdo ningún otro aunque
los haya habido en la historia.
Pueden
hacerse comparaciones con la oleada de poder popular que
barrió Europa Oriental cuando la Unión Soviética se vino
abajo entre 1989 y 1991. Para los que tienen recuerdos más
antiguos, quizá les venga a la mente 1968, ese momento
abortado cuando en EEUU, Francia, Alemania, Japón, México,
Brasil y algunos lugares más, incluida Europa Oriental,
masas de gentes misteriosamente inspiradas las unas en las
otras tomaron las calles de las ciudades del planeta para
proclamar que el cambio estaba en camino.
Quienes
están buscando en los libros de historia, quizá se
detengan en el año 1848 cuando, en una época en la que
también se mezclaban las tinieblas económicas con los
nuevos medios de difusión de noticias, los vientos de la
libertad parecieron barrer brevemente Europa. Y, desde
luego, si siguen cayendo más regímenes y el torbellino se
profundiza aún más, siempre nos queda por considerar 1776,
la Revolución de EEUU, o 1789, la Revolución Francesa.
Ambas sacudieron el mundo a lo largo de bastantes décadas.
Pero
la verdad es que hay que esforzarse mucho para poder encajar
el momento actual en Oriente Medio en algún paradigma
anterior, incluso aunque –desde Wisconsin a China– esté
ya amenazando con sobrepasar el mundo árabe y extenderse
como una fiebre por todo el planeta. No recuerdo nunca que
tantos gobernantes injustos, o sencillamente despreciables,
se hayan puesto tan nerviosos –o, posiblemente, se hayan
sentido tan indefensos (a pesar de estar armados hasta los
dientes)– en presencia de una humanidad desarmada. Y sólo
eso es ya motivo de esperanza y de alegría.
Incluso
ahora, aún sin entender qué es a lo que nos enfrentamos,
es una gran fuente de inspiración observar cómo cantidades
asombrosas de seres humanos, muchos de ellos jóvenes e
insatisfechos, toman las calles en Marruecos, Mauritania,
Djibuti, Omán, Argelia, Jordania, Iraq, Irán, Sudán,
Yemen y Libia, por no mencionar Bahrein, Túnez y Egipto.
Ver cómo se enfrentan a las fuerzas de seguridad que
utilizan porras, gases lacrimógenos, balas de caucho y, en
demasiados casos, balas de verdad (en Libia, incluso helicópteros
y aviones) y cómo van haciéndose cada vez más fuertes es
poco menos que increíble. Ver a los árabes exigiendo algo
que estábamos convencidos era un derecho de nacimiento y
propiedad de Occidente, en particular de EEUU, pone la carne
de gallina a cualquiera.
La
naturaleza de este fenómeno que potencialmente sacude al
mundo sigue siendo desconocido y, probablemente, en el
momento actual, incognoscible. ¿Están a punto de estallar
por doquier la libertad y la democracia? Y si es así, ¿qué
implicará ese cambio? ¿Qué bombilla es ésa que se ha
encendido inesperadamente en millones de cerebros con ayuda
de Facebook y Twitter? ¿Por qué ahora? Dudo que quienes
estén protestando, y en algunos casos muriendo, lo sepan
ellos mismos. Y eso son buenas noticias. Que el futuro siga
siendo –siempre– la tierra de lo desconocido debería
inundarnos de esperanza, especialmente porque ésa es la
cruz de las elites gobernantes que quieren, pero no pueden,
apropiarse de él.
Sin
embargo, debería esperarse que una elite gobernante, al
observar los desarrollos que sacuden el planeta, pudiera
volver replantearse su situación, al igual que deberíamos
hacer todos nosotros. Después de todo, si la humanidad
puede alzarse de repente de esta forma frente al poder
armado de un estado tras otro, entonces, ¿hasta dónde
podemos realmente llegar en este planeta nuestro?
Al
ver cómo esas escenas se repiten constantemente, ¿quién
no volvería a replantearse los conceptos más básicos? ¿Quién
no sentiría la necesidad de reinventar nuestro mundo?
Permítanme
ofrecer como candidato no a los diversos y variopintos regímenes
desesperados o moribundos del Oriente Medio, sino a
Washington.
La
vida en la caja de resonancia
Ha
quedado claro ya que gran parte de lo que Washington ha
imaginado todos estos últimos años no eran sino
estupideces, incluso antes de que el momento presente
arramblara con todo. Sólo tienen que coger alguna vieja
frase de los años de Bush. Esa de "¿Estáis con
nosotros o contra nosotros?" Lo que resulta impactante
es lo poco que eso significa ya. Al rememorar las
suposiciones desesperadamente equivocadas de Washington
sobre cómo funciona nuestro planeta, este parece ser el
momento perfecto para mostrar un poco de humildad frente a
lo que nadie podría haber predicho.
Sería
también un buen momento para que Washington –que, desde
el 12 de septiembre de 2001, no capta ni media de los
desarrollos reales del planeta y en diversas ocasiones ha
calculado mal la naturaleza del poder global– diera un
paso atrás y volviera a considerar las cosas.
Pues
resulta que no vemos prueba alguna de que así se apreste a
hacerlo. En realidad, eso está más allá de las actuales
posibilidades de Washington, sin que importe cuantos miles
de millones de dólares derrame en "inteligencia".
Y, por "Washington", no sólo quiero referirme a
la administración Obama, o al Pentágono, o a nuestros
comandantes del ejército, o a la inmensa burocracia de la
inteligencia, sino a todos esos expertos y habitantes de los
think tanks que pululan por la capital y a los medios de
comunicación que nos informan de lo que a ellos se les
ocurre contarnos. Es como si el elenco de personajes que
componen "Washington" viviera ahora en algún tipo
de cámara de resonancia en la que sólo son capaces de
escucharse a sí mismos.
Como
consecuencia, Washington parece aún notablemente
determinado a esperar a ver qué pasa en una era que quedará
rápidamente incorporada a los libros de historia. Aunque
muchos se han dado cuenta de la desventurada lucha de la
administración Obama para ponerse al día de lo que
acontece en Oriente mientras sigue aferrada a un círculo
familiar de nefastos autócratas y jeques del petróleo,
permítanme que ilustre enteramente este punto en otra zona:
la guerra, en gran parte olvidada, en Afganistán. Después
de todo, esa guerra, que casi pasa desapercibida y enterrada
bajo las noticias que durante veinticuatro horas siete días
a la semana nos llegan de Egipto, Bahrein, Libia y otros
lugares del Oriente Medio, prosigue su curso destructivo y
costoso sin un parpadeo.
Cinco
pruebas del mal oído de Washington
Ustedes
pueden pensar que mientras franjas inmensas del Gran Oriente
Medio están en llamas, alguien en Washington debería echar
un vistazo a nuestra Guerra en AF/Pak y preguntarse,
sencillamente, si ya no tendrá mucho sentido. Pues no
tenemos suerte, como indican los siguientes cinco diminutos
aunque elocuentes ejemplos que captaron mi atención. Considérenlos
como una prueba del buen funcionamiento de la cámara de
resonancia estadounidense y una muestra de la forma en la
que Washington está demostrando ser incapaz de volver a
considerar su guerra más larga, más inútil y más estrambótica.
1.–
Empecemos con un reciente editorial del New York Times:
"The 'Long War' May Be Getting Shorter" [Es
posible que la 'Larga Guerra' se acorte]. Se publicó el
pasado martes mientras Libia traspasaba "las puertas
del infierno", se trataba de un relato optimista acerca
de las operaciones de contrainsurgencia en el sur de
Afganistán lanzadas por el comandante de la guerra afgana,
el General David Petraeus. Sus autores son Nathaniel Fick y
John Nagl, miembros de la cada vez más militarizada
intelligentsia de Washington, que dirigen conjuntamente el
Center for a New American Security en Washington. Nagl formó
parte del equipo que escribió en 2006 el manual revisado de
contrainsurgencia del ejército al que Petraeus dio tanto crédito,
convirtiéndose en asesor del general para Iraq. Fick, un ex
oficial de la Marina que dirigió tropas en Afganistán e
Iraq, y que después fue instructor de civiles en la
Academia de Contrainsurgencia de Afganistán en Kabul,
realizó recientemente una visita de primera mano al país
(desconocemos bajo qué auspicios).
Los
dos son los típicos expertos, entre otros muchos, en temas
bélicos de Washington que tienden a desarrollar relaciones
incestuosas con el ejército, y también están
pluriempleados como facilitadores o animadores de nuestros
comandantes de guerra, y es a ellos ante quienes siguen
acudiendo los medios de comunicación en búsqueda de
fuentes de información.
En
otra clase de sociedad, su editorial se habría considerado
sencillamente un panfleto propagandístico. Este es el párrafo
más sustancioso:
"Es
difícil decir cuándo se produce un momento de cambio en
una campaña de contrainsurgencia, pero cada vez hay más
evidencias de que Afganistán se mueve en una dirección más
positiva de lo que muchos analistas piensan. Ahora parece
mucho más probable que el país pueda conseguir el nivel
modesto de estabilidad y confianza en sí mismo necesarios
para permitir que EEUU reduzca responsablemente sus fuerzas
de 100.000 a 25.000 soldados a lo largo de los próximos
cuatro años."
Este
es un ejemplo clásico de cómo Washington mueve los postes
de la portería. Lo que realmente están anunciando nuestros
dos expertos es que, incluso si todo fuera bien en nuestra
Guerra afgana, el año de 2014 no será la fecha final. Ni
por asomo.
Por
supuesto que esta es una posición que Petraeus ha apoyado.
Cuatro años a partir de ahora para que nuestros planes de
"retirada", según Nagl y Fick, dejen aún 25.000
soldados en el lugar. Si su artículo persiguiera decir la
verdad o la exactitud, debería haberse titulado: "The
'Long War' Grows Longer" [La 'Larga Guerra' se alarga aún
más].
Mientras
Oriente Medio estalla y EEUU se hunde en un
"debate" presupuestario significativamente
propulsado por nuestras escandalosamente caras e inacabables
guerras, estos dos expertos proponen de forma explícita que
el General Petraeus y sus sucesores sigan combatiendo en
Afganistán a un coste de más de 100.000 millones de dólares
al año durante un tiempo ilimitado, como si en el mundo no
estuviera cambiando nada. Esto parece ya la definición del
colmo de la inconsciencia y un día, indudablemente, nos
parecerá algo delirante, pero lo único que sucede es que
Washington se enfrenta a un nuevo mundo con la típica
mentalidad de siempre.
2.
O bien consideren dos sorprendentes observaciones que el
mismo General Petraeus hizo en ese paréntesis de nuestro
nuevo momento histórico. En una reunión informativa
ofrecida en la mañana del 19 de enero, según el periodista
del New York Times Rod Nordland, el General se mostraba
exultante, incluso triunfalista acerca de su guerra. Fue
pocos días antes de que los primeros manifestantes egipcios
tomaran las calles, y sólo días después de que autócrata
tunecino Zine Ben Ali se hubiera enfrentado al poder
conseguido por los pacíficos manifestantes y huyera de su
país. Y aquí está lo que Petraeus dijo de forma tan
exuberante a su equipo: "Tenemos cogido ya al enemigo
por la yugular, y no vamos a dejar que escape".
Es
verdad que el general había estado durante meses no sólo
enviando hacia el sur a las nuevas tropas estadounidenses,
sino aumentando también el uso del poder aéreo,
incrementando los ataques nocturnos de las Operaciones
Especiales y, en general, intensificando la guerra en el
territorio–hogar de los talibanes. Sin embargo, en el
mejor de los casos, su imagen no era precisamente exultante.
Obviamente, evocaba la idea de un depredador hundiendo sus
dientes en la garganta de su presa, pero, seguramente, en
algún lugar del inconsciente militar acechaba una imagen
cultural popular estadounidense más clásica: la del
hombre–lobo o vampiro. Es evidente que la idea que el
general tiene del futuro estadounidense implica un extendido
festín sangriento en la versión afgana de Transilvania y,
al igual que Nagl y Fick, planea claramente clavar esos
dientes en esa yugular durante un tiempo muy, muy largo.
Un
mes más tarde, el 19 de febrero, justo cuando desataba todo
un infierno en Bahrein y Libia, el general visitaba el
palacio presidencial afgano en Kabul y, despreciando las
reclamaciones afganas de que los últimos ataques aéreos
estadounidenses en el noreste del país habían asesinado a
decenas de civiles, incluidos niños, hizo un comentario que
dejó estupefactos a los ayudantes del Presidente Hamid
Karzai. No tenemos tal comentario al pie de la letra, pero
el Washington Post informa que, según los
"participantes", Petraeus sugirió que "los
afganos atrapados en un ataque de la coalición al noroeste
de Afganistán podían haber quemado a sus propios niños
para exagerar las reclamaciones por las víctimas
civiles".
Un
afgano presente en la reunión comentó: "Me quedé
pasmado al escuchar eso. La cabeza me daba vueltas. Era
alucinante. ¿Qué padre haría eso a sus niños? Era
realmente asqueroso escucharle decir eso".
En
la cámara de resonancia estadounidense, los comentarios del
general pueden sonar, si no razonables, sí
comprensiblemente exuberantes y categóricos: ¡Tenemos al
enemigo cogido por la yugular! Nosotros no causamos víctimas
afganas; ¡se lo hacen ellos mismos! En otras partes,
seguramente aparecerían como obtusamente faltos de sentido
musical o simplemente vampíricos, prueba de que quienes están
dentro de la caja de resonancia no tienen ni idea de lo que
parecen en un mundo en transformación.
3.
Ahora, vayamos a través de la mal definida frontera
afgano–pakistaní hacia otro escenario de la estupidez
estadounidense. El 15 de febrero, sólo cuatro días después
del derrocamiento de Hosni Mubarak como presidente de
Egipto, Barack Obama decidió abordar un problema que cada
vez se complica más en Pakistán. Raymond Davis, un antiguo
soldado de las Fuerzas Especiales de EEUU armado con una
pistola semiautomática Glock, cuando iba solo en un vehículo
cruzando una barriada pobre de la segunda mayor ciudad de
Pakistán, Lahore, disparó y mató a dos pakistaníes que,
según afirmó, le habían amenazado a punta de pistola.
(Resultó evidente que a uno le habían disparado por la
espalda.)
Al
parecer, Davis salió del vehículo disparando su pistola,
después fotografió los cadáveres y pidió refuerzos. El
vehículo que acudía hacia allí, a una velocidad exagerada
y saltándose las normas de tráfico, atropelló a un
motociclista, matándole antes de huir. (Posteriormente, la
esposa de uno de los pakistaníes a los que Davis asesinó
se suicidó ingiriendo matarratas.)
El
policía pakistaní detuvo a Davis con un cargamento extraño.
Nadie debería sorprenderse de que todas esas circunstancias
no le granjearan precisamente las simpatías de una población
ya alienada de sus supuestos aliados estadounidenses. De
hecho, hubo una explosión de furor popular mientras los
pakistaníes reaccionaban a lo que parecía ser la definición
de la impunidad imperial, especialmente cuando el gobierno
de EEUU, al afirmar que Davis era un "funcionario técnico
y administrativo" agregado a su consulado en Lahore,
exigió que se le liberara sobre la base de la inmunidad
diplomática y empezó a presionar con prontitud a un
gobierno ya débil e impopular con la pérdida de ayuda y
apoyo.
El
Senador Kerry realizó una visita apresurada, se hicieron
llamamientos y por los pasillos del Congreso se oyeron una
serie de amenazas de cortarle los fondos estadounidenses a
ese país. A pesar de lo que ocurría en otros lugares y en
un tumultuoso Pakistán, las autoridades estadounidenses no
acertaban a imaginar que esos pobres pakistaníes que tanto
les deben no fueran a doblegarse.
El
15 de febrero, con Oriente Medio en llamas, el Presidente
Obama intervino, sin duda para estropear aún más las
cosas: "Con respecto al Sr. Davis, nuestro diplomático
en Pakistán", dijo, "hemos llegado a un principio
muy simple, que cualquier país del mundo que sea parte de
la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas ha
mantenido siempre en el pasado, y debería defender en el
futuro, que si nuestros diplomáticos están en otro país,
no están sujetos a ningún procesamiento local en tal país".
Los
pakistaníes se negaron a ceder ante ese "tan simple
principio" y no mucho después, el británico Guardian
identificaba a "nuestro diplomático en Pakistán"
como un antiguo empleado de Blackwater y actual empleado de
la CIA. Estaba implicado, como informaba la publicación, en
la guerra secreta de la Agencia en Pakistán. Esa guerra,
especialmente los tan cacareados y costosos ataques
"secretos" de los aviones no tripulados en las
zonas fronterizas tribales pakistaníes, cuyos resultados
Washington valora excesivamente, continúa generando unas
consecuencias que los estadounidenses prefieren no entender.
Desde
luego que el presidente sabía que Davis era un agente de la
CIA, incluso cuando le llamó "nuestro diplomático".
Como era de esperar, el New York Times y otras publicaciones
dijeron lo mismo, absteniéndose de escribir acerca de su
puesto real a petición de la administración Obama, incluso
cuando continuaron informando (evasivamente cuando no
faltando sencillamente a la verdad) sobre el caso.
Teniendo
en cuenta lo que está aconteciendo en la región, esto no
representa precisamente una forma razonable de hacer política
ni tampoco un periodismo razonable. Si sucediera que el
difunto Chalmers Johnson, que introdujo en nuestro lenguaje
de cada día la palabra "represalia", estuviera
observando desde algún nicho en el cielo la política
estadounidense, tiene que sentirse lúgubremente divertido
por la forma estúpida de hacer política de nuestras altas
autoridades en su despreocupado intento de continuar
arrasando a los pakistaníes.
4.
Mientras tanto, el 18 de febrero, de nuevo en Afganistán,
el Departamento del Tesoro de EEUU impuso sanciones a una de
las "mayores casas de cambio de moneda" de ese país,
acusándola de "haber utilizado miles de millones de dólares
en transferencias dentro y fuera del país para ayudar a
ocultar las recaudaciones procedentes de las ilegales ventas
de drogas".
Aquí
va la forma en que Ginger Thompson y Alissa J. Rubin, del
New York Times, contextualizaron ese hecho: "La medida
es parte de un delicado acto de equilibrio de la
administración Obama para acabar con la corrupción, que
llega hasta los niveles más altos del gobierno afgano, sin
que descarrilen los esfuerzos de contrainsurgencia que
dependen de la cooperación del Sr. Karzai".
En
un mundo en el que la palabra de Washington se propaga cada
vez con menos autoridad, la respuesta a esta descripción
estilo cámara de resonancia, y especialmente su imagen
central –"un acto delicado de equilibrio"– sería:
No, no es así, ni mucho menos.
En
relación con un país que es el principal narco–estado
del planeta, ¿qué es lo que podría ser realmente
"delicado"? Si Vds. querían describir el extraño
galimatías de la relación de la administración Obama con
el presidente Karzai y su gente, habría que echar mano de
palabras como "retorcida", "confusa" e
"hipócrita". Si prevaleciera el realismo, la
frase más apropiada sería "desatinado
desequilibrio".
5.–
Finalmente, el periodista Dexter Filkins escribió hace poco
un artículo sorprendente: "The Afghan Bank Heist"
[El atraco del banco afgano],
en la revista New Yorker, acerca de los chanchullos
que pusieron al Banco Kabul, una de las altas instituciones
financieras de Afganistán, al borde del colapso. Mientras
se dedicaba a financiar a Hamid Karzai y a sus compinches
deslizándoles asombrosas sumas de dinero en efectivo, los
directivos del banco se escapaban con los depósitos de sus
clientes. (Piensen en el Banco Kabul como el Bernie Madoff
institucional de Afganistán). En su artículo, Filkins cita
a un anónimo funcionario estadounidense que describió de
esta forma los deshonestos tejemanejes que observó:
"Si esto fuera EEUU, estarían ya arrestadas al menos
cincuenta personas".
Consideren
esa línea como una versión de la cámara de resonancia de
un monólogo cómico, así como un recordatorio de que sólo
los perros locos y los estadounidenses pueden quedarse en la
sombra afgana. Como muchos de los estadounidenses que están
ahora en Afganistán, hay que traer a ese pobre diplomático
a casa, y pronto. Ha perdido el contacto con la naturaleza
cambiante de su propio país. Mientras proclamamos nuestro
deber de llevar "la construcción de la nación" y
"la buena gobernanza" a los ignorantes afganos, en
casa, los EEUU se están derrumbando, a la democracia se la
llevó el viento, los oligarcas se han ido de campo, el
Tribunal Supremo ha asegurado que la afluencia masiva de
dinero será lo que determine cualquier futura elección, y
los mayores estafadores han conseguido, cuando se lo han
propuesto, que los tribunales les libren de la cárcel. En
realidad, el fraude del Banco Kabul –un gran problema en
una sociedad enormemente depauperada– es un espectáculo
de feria de importancia menor si se compara con lo que los
bancos, agentes de valores, compañías de seguros e
hipotecarias estadounidenses, y otras instituciones
financieras hicieron a través de sus "esquemas Ponzi
de titularización" cuando, en 2008, llevaron a la
debacle a EEUU y a la la economías global.
Y
ninguno de los individuos responsables ha ido a prisión, sólo
algún intrigante tipo Ponzi a la antigua como Madoff. A
ninguno se le ha sometido siquiera a juicio.
Justo
el otro día, los fiscales federales soltaron a uno de los
posibles últimos casos de la debacle de 2008. Angelo R.
Mozilo, el ex presidente de Countrywide Financial Corp., en
otro tiempo la compañía hipotecaria más importante de la
nación, tuvo que enfrentar una demanda civil acerca de sus
"irregulares ganancias" obtenidas en la debacle
hipotecaria de las subprime por valor de 67,7 millones de dólares,
pero, al igual que en el caso de sus colegas, no se va a
presentar ninguna acusación penal.
Nosotros
no somos los buenos
Imagínense
esto: por primera vez en la historia, un movimiento de árabes
está inspirando a los estadounidenses en Wisconsin y
posiblemente en más lugares. En este preciso momento, es
decir, hay algo nuevo bajo el sol y no lo hemos inventado
nosotros. No es nuestro. Ni siquiera somos –recuperen el
aliento aquí– los buenos. Los buenos eran los que pedían
libertad y democracia por las calles de las ciudades del
Oriente Medio mientras EEUU perpetraba otro de esos
desatinados desequilibrios a favor de los matones a los que
tanto tiempo llevamos apoyando en el Oriente Medio.
Se
va a remodelar ahora la historia en modo tal que los
anteriores importantes acontecimientos de los últimos años
del empequeñecido siglo estadounidense –la Guerra de
Vietnam, el fin de la Guerra Fría, incluso el 11/S–
pueden quedarse eclipsados por este nuevo momento. Y sin
embargo, en el interior de la cámara de resonancia de
Washington apenas se van alumbrando nuevos pensamientos
acerca de esos desarrollos. Mientras tanto, nuestro
atribulado, confundido y perturbado país, con su vieja y
desintegradora infraestructura, es cada vez menos un modelo
a seguir para nadie en parte alguna (aunque de nuevo aquí
no se enteren de nada).
Ajeno
a los acontecimientos, Washington intenta claramente seguir
con sus perpetuas guerras y aprovisionar sus perpetuas
bases, creando aún más represalias y desestabilización en
más lugares, hasta que se lo coman vivo. Esta es la
definición de la total decadencia de EEUU en un mundo
inesperadamente nuevo. Sí, puede que tenga puestos los
dientes en las yugulares, pero queda abierto a la especulación
de quién son los dientes y de quién son las yugulares,
piense lo que quiera el General Petraeus.
Mientras
el sol asoma por el horizonte del mundo árabe, la oscuridad
se cierne sobre EEUU. En la penumbra, Washington juega a las
cartas tratando de hacerse trampas a sí mismo a la vez que
el resto de los jugadores va levantándose de la mesa.
Mientras tanto, en algún lugar de la tierra de allá afuera
se escuchan débiles aullidos. Es la hora de comer y el olor
de la sangre está en el aire. ¡Tengan cuidado!
* Tom Engelhardt, es
co–fundador del American Empire Project, dirige el Nation
Institute's TomDispatch.com. Es autor de "The End of
Victory Culture", una historia sobre la Guerra Fría y
otros aspectos, así como una novela: "The Last Days of
Publishing". Su último libro publicado es: "The American Way of War: How Bush's
Wars Became Obama's" (Haymarket Books).