|
Protesta
contra Obama frente a los estudios Sony, en California, el
pasado 21 de abril:
“No es bienvenido Mr. Hipócrita en
Jefe”. |
“¿Esto es un cambio?”, pregunta
una cajita de mentas que tiene la imagen de Barack Obama. Se
llaman “mentas de la decepción” (dissappoint–mints) y
están hechas por el Gremio de Filósofos Desempleados,
cooperativa que antes sacó otra cajita de mentas elogiando
la elección de Obama.
No son los únicos que cuestionan el
lema y promesa de la campaña electoral de Obama: “Un
cambio en el que podemos creer”. De hecho, esta semana una
encuesta nacional registró, como tituló el New York Times,
“el ánimo de la nación en su punto más bajo en dos años”;
70 por ciento opinan que el país está encarrilado en una
dirección errónea. El sondeo del Times/CBS News señaló
que los estadounidenses están más pesimistas sobre las
perspectivas económicas y la dirección del país que en
cualquier otro momento desde que se inició de la
presidencia de Obama.
Con esas opiniones, no resulta
sorprendente que cada vez haya más sentimientos negativos
hacia la cúpula política. Setenta y cinco por ciento
desaprueban el desempeño del Congreso y 57 por ciento la
manera en que Obama maneja la política económica; su tasa
de aprobación general es de sólo 46 por ciento, contra 45
por ciento que lo reprueba.
Todo ello ilustra un creciente
desencanto, hartazgo e ira en este país, por el alto
desempleo, millones de personas que pierden su hogar,
incrementos en los precios de gasolina y alimentos, millones
que padecen hambre, dos guerras sin fin –más otras
intervenciones bélicas recientes en países como Libia y
Siria–, una ola antimigrante mientras el gobierno afirma
que desea una reforma en la materia (Obama lo dijo otra vez
esta semana) y deporta más indocumentados que su antecesor,
y una guerra antidrogas que continúa las mismas políticas
fracasadas de los últimos 40 años. Ni en el ámbito de los
derechos civiles han mejorado las cosas con el primer
presidente afroestadounidense.
“Más hombres afroestadounidenses están
en prisión, en libertad condicional o bajo fianza que los
que estaban esclavizados en 1850, antes del inicio de la
guerra civil”, afirma Michelle Alexander, profesora de
leyes de la Universidad Estatal de Ohio, en una presentación
de su libro best seller sobre el fenómeno de la encarcelación
masiva en el país, sobre todo de afroestadounidenses y
latinos, reportó el LA Progressive. “La mayoría de ese
incremento es por la guerra contra las drogas, una guerra
realizada casi exclusivamente en comunidades pobres de
color”.
A la vez, ninguno de los responsables
de la crisis económica más severa desde la gran depresión,
que generó desempleo masivo, pérdida de hogares y recortes
de programas de asistencia pública, está en la cárcel. Al
contrario, festejan su prosperidad. Peor aún, lo hacen
contribuyendo cada vez menos a las arcas públicas, que se
encuentran en apuros, y, por tanto, provocando el cese de
maestros, enfermeras y otros trabajadores del sector público.
La empresa más grande de Estados
Unidos, General Electric, obtuvo ganancias por 14 mil 200
millones de dólares en sus operaciones mundiales, 5 mil 100
millones en este país el año pasado. ¿Cuánto pagó en
impuestos aquí? Cero, gracias a su enorme equipo de
contabilidad, que sabe cómo hacer estas cosas legalmente.
Hace unos días la agencia de noticias
Ap informó que General Electric decidió pagar 3 mil 200
millones de dólares por devolución de impuestos que recibió
del gobierno al Tesoro de Estados Unidos, pero unas horas
después la agencia tuvo que “retractarse” de su cable,
cuando la empresa informó que ese boletín de prensa había
sido un engaño de un grupo activista. Pero es que para
muchos todo se siente como un gran engaño.
Mientras tanto, las empresas
multinacionales estadounidenses, como General Electric, que
emplean una quinta parte de la fuerza laboral del país, han
estado contratando más trabajadores en el extranjero
mientras reducen sus nóminas en Estados Unidos, reportó el
Wall Street Journal.
Durante la primera década de este
siglo redujeron su nómina aquí en 2.9 millones de empleos,
mientras contrataron 2.4 millones más en el extranjero, según
cifras del Departamento de Comercio.
¿Y a quién nombró Obama en su equipo
de asesoría sobre recuperación económica y generación de
empleos? Al ejecutivo en jefe de General Electric, Jeffrey
Immelt.
La sensación es que poco está
cambiando; la esperanza de progresistas, jóvenes, migrantes,
ambientalistas y defensores de derechos civiles, de que con
Obama sí había la posibilidad de un cambio, se está
esfumando.
Por el lado conservador hay cada vez más
histeria: “Estamos perdiendo a nuestro país”, lo cual
continúa nutriendo todo tipo de paranoia y teorías de
conspiración para explicar el próximo fin de esta nación.
A tal nivel ha llegado, que hasta conservadores “serios”
están tratando de frenar mitos, como el de que Obama es
extranjero (25 por ciento sigue creyéndolo así, según una
encuesta de CBS News).
Y cada semana hay recordatorios de la
peligrosa combinación de una histeria ultraderechista con
armas fácil y legalmente accesibles a cualquiera –como
fue el intento de asesinato de una representante federal en
Arizona hace unos meses–, con el hecho de que desde
entonces miles más han muerto por armas de fuego, o que
esta semana en un kínder de Houston un niño de 6 años
llevó una pistola a su clase, se le cayó durante la comida
y él y dos estudiantes más resultaron heridos, reportó
Ap.
Ante tal panorama la gente que apoyó a
Obama pregunta, junto con los filósofos desempleados, dónde
está el cambio. En el Hotel St. Regis, en San Francisco,
esta semana unos 10 donantes que apoyaron al presidente
llegaron a un acto de recaudación de fondos para la campaña
de relección. Ahí le preguntaron si podían cantarle una
canción, refirió el Washington Post. La canción era una
protesta sobre el trato dado en prisión al soldado Bradley
Manning, acusado de filtrar los documentos militares y
diplomáticos clasificados a Wikileaks. Una de las estrofas
era: “Pagamos nuestras cuotas. ¿Dónde está nuestro
cambio?”