Los datos de desempleo conocidos
hoy sugieren que estamos experimentando algo peor que un mero "bache en
el camino", según ha descrito el presidente el último mes. Lo cierto es
que si el pasado mes fue momento de pánico, como sostuvo desde estas mismas páginas
Stephanie Kelton, los datos de hoy deberían provocar verdaderas palpitaciones
en la Casa Blanca. Esto no es un "bache", sino un verdadero socavón
al estilo de los de las calles de la ciudad de Nueva York.
Está, lo primero, la cifra de
portada que todo el mundo mira: los contratos de trabajo no agrícola. 18.000
más en junio, es decir, 100.000 menos de lo esperado. Además, los aumentos
de los pasados dos meses han sido ahora revisados a la baja: 44.000 menos. Eso
es francamente poco, pero no resulta demasiado terrible.
A poco, empero, que se ahonde en
los datos, la cosa pinta absolutamente espantosa: la medida del desempleo
establecida a partir de encuestas en los hogares muestra una caída del empleo
de 445.000. De acuerdo, es una cifra embarazosa. Pero, como Frank Verano me ha
hecho notar en un email privado, lo que esa medida del empleo, nunca revisada,
muestra ahora es que no ha habido el menor crecimiento del empleo en los últimos
cinco meses, y sí, en cambio un vigoroso crecimiento del desempleo en los últimos
tres.
La cosa es, sin embargo, todavía
peor: la semana laboral ha disminuido en una décima parte. Las horas
extraordinarias han disminuido en una décima parte. La tasa de participación
laboral, del 64,1%, ha sido la peor desde 1984. La tasa de desempleo en un
sentido más amplio, que incluye el subempleo y el empleo a tiempo
involuntariamente parcial, la U6, ha pasado del 15,8% al 16,2%. En otras
palabras y tal como me sugería esta mañana Frank, "muchos otros
indicadores del empleo confirman en este informe los datos profundamente
decepcionantes sobre la contratación laboral y el mensaje, mucho más
negativo aún, de las medidas obtenidas con encuestas en los hogares."
¿Hay factores estacionales que
pudieran dar cuenta de eso? Tal vez, y singularmente del hiato observado entre
los datos de la Oficina de Estadísticas Laborales [BLS, por sus siglas en
inglés] y las cifras sobre contratación laboral ofrecidas por la compañía
ADP [Procesamiento Automático de Datos, por sus siglas en inglés]. Pero,
como sugirió Philippa Dunne, del Liscio Report:
"Tras la publicación del
informe, algunos embistieron con la vieja y fiable excusa: datos mal
desestacionados. De acuerdo con uno de los análisis que circuló, si la BLS
hubiera usado el factor del año pasado (computado, claro está, usando
exactamente la misma técnica empleada para el factor de este año), ¡se habría
visto un aumento de 221.000!. (Quienquiera que hiciera ese cálculo, cometió
un error al comparar los niveles no ajustados estacionalmente con los
ajustados estacionalmente para los dos meses: lo que hay que comparar son los
cambios intermensuales.) Con todo, si uno va a jugar este juego, tiene al
menos que ser congruente y aplicar los datos estacionales del año pasado a
varios meses, y no sólo a uno. De lo contrario, el crecimiento de 25.000 en
mayo se convertiría en una pérdida de 19.000, y el aumento de abril se
reduciría a sólo 73.000. En cualquier caso, ¿por qué habría que hacerlo?
Los factores estacionales se recomputan cada mes a partir de la experiencia
reciente y de las singularidades del calendario, y deberían mostrarse más enérgicos
en una eventual recuperación. (Esperemos que no terminen usándose los datos
de tendencia en la sima misma de la recesión como indicadores de pasos hacia
delante…) Tampoco hay ajuste a la cifra de cabecera: los sectores se ajustan
por separado (96 industrias diferentes al nivel de tres dígitos de NAICS
[Sistema de Clasificación de la Industria Norteamericana, por sus siglas en
inglés], para ser exactos), y el total es la suma de esos componentes. Todo
el argumento es un sinsentido."
Muchos de los que publicamos
regularmente en estas páginas llevamos meses preocupados por esas tendencias.
Hemos expresado repetidamente nuestra preocupación por la imperante histeria
del déficit y los consiguientes recortes en el gasto público –fundados en
un concepto de todo punto erróneo de la "solvencia nacional" o de
la "sostenibilidad fiscal", signifique eso lo que quiera—, y hemos
dejado dicho por activa y por pasiva que todo eso terminaría generando el
tipo de situación económica que precisamente ahora tenemos ante nuestros
ojos. Desgraciadamente, el presidente, su incompetente secretario del Tesoro y
el Congreso están todos sometidos a los panglosianos de Wall Street y de la
teoría económica dominante, quienes, impertérritos, siguen pronosticando
tendencias de crecimiento desmentidas por los datos trimestre tras trimestre.
Trimestre tras trimestre el
crecimiento se ha revelado siempre menor de lo esperado. ¿Por qué? Por causa
del persistemte desdén de la importancia de la política fiscal y por
entregarse a la irracional creencia en la eficacia de ensalmos como el
de la QE2 [segunda flexibilización monetaria cuantitativa]. La realidad es
harto más implacable: el crecimiento ha quedado por debajo de la tasa del 2%
en los dos primeros trimestres de este año, y en vez de responder a la crisis
real de desempleo, nuestros decisores políticos siguen obsesionados con la
reducción del déficit y con los recortes aplicados a los
"insostenibles" programas sociales, lo que no hace sino sacar todavía
más recursos de una economía que regresa aceleradamente al precipicio de la
recesión.
Y con la perspectiva de un
acuerdo parlamentario sobre los límites del endeudamiento, que incluirá
todavía más recortes del gasto público; con la perspectiva, además, de una
ulterior presión a la baja sobre los ingresos reales de los consumidores por
causa del incremento del precio de las materias básicas propiciado por la
especulación, la administración sigue inexplicablemente pronosticando, una
vez más, la recuperación significativa de la senda de crecimiento, sólo
porque los gachós que le aseguran financiación electoral en Wall Street les
siguen diciendo que eso es lo que va a ocurrir.
Pero no va a ocurrir. No, si
seguimos por este despeñadero. Es muy de temer que lo que nos espera sea un
declive à la europea, en donde la austeridad fiscal está en pleno
desarrollo. Las ventas al por menor en España han sido un desastre. Cayeron
un 6,6% en relación al año pasado. Eso es mucho peor que la ya de por sí
horrible caída del 4,4% registrada en los cinco meses anteriores. La tasa de
desempleo española es del 21%. Grecia, que acaba de poner por obra otra ronda
de recortes del gasto público, tiene una tasa de desempleo por encima del
16%, y apunta a más. E Italia empieza finalmente a aparecer en los titulares:
su renta per capita ha crecido un 0% en la última década. Hoy mismo, el
Banco de Francia decía lo siguiente en su informe económico mensual:
"La actividad industrial
cayó en junio debido al comportamiento más débil de la industria automovilística,
de los bienes de equipo y de otros sectores industriales. La tasa de utilización
de capacidades cayó. Los pedidos todavía se consideran por encima de sus
niveles normales, pero parecen estar en peor situación que en los meses
pasados."
Y esto es el núcleo, no la
periferia. Ya no es sólo un problema de los "manirrotos mediterráneos".
La común aceptación de la
austeridad fiscal ha ido más allá de lo perverso. Es como si Josef Mengele
se hubiera reencarnado en un economista y anduviera trabajando en algún nuevo
experimento extravagante para infligir la máxima cantidad de daño al máximo
número de personas. Es como una variante del viejo chiste:
“— Doctor, me duele mucho
cuando hago esto.
“— Pues siga haciéndolo.”
Los gobiernos de veintiocho países
desarrollados actuaron de concierto para hacer bajar el precio del petróleo y
salvar la recuperación económica mundial. En estos últimos diez días, los
inversores profesionales, los especuladores y los habituales manipuladores
compañeros de viaje han logrado torcer el brazo de esos gobiernos, forzando
de nuevo un alza en los precios del crudo. A la vista de lo cual, y del
terrible frente de datos económicos procedentes últimamente de Europa, mejor
harían esos gobiernos en buscar de nuevo una vía para evitar la especulación
sobre los precios de los alimentos y de los combustibles: de lo contrario, la
Gran Recesión, Segunda Parte, nos aguarda a la vuelta de la esquina.
¡Ah! ¿Pero de qué nos
preocupamos? ¡Si es sólo un bache en el camino! Recortemos un poco más el
gasto público –la Seguridad Social parece ser el próximo objetivo–,
porque, ni que decir tiene, basta con decir que "tenemos que ser
responsables", basta con decir que "no podemos seguir viviendo por
encima de nuestras posibilidades", para que se haga el milagro, se
restaure la confianza y salgamos del foso en que se encuentra el 95% del
mundo. O eso al menos es lo que nuestro presidente no se cansa de repetirnos
cuando celebra un "acuerdo" parlamentario sobre la limitación del
endeudamiento.
(*)
Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los
EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en
donde colabora con el proyecto de política económica alternativa new deal.
2.0.