Los aniversarios significativos son conmemorados
solemnemente – el ataque de Japón contra la base naval de EEUU en Pearl
Harbor, por ejemplos. Otros son ignorados, y frecuentemente nos enseñan
lecciones valiosas sobre lo que probablemente nos espera. Ahora mismo, de
hecho.
Por el momento, no estamos conmemorando el 50 aniversario
de la decisión del presidente John F. Kennedy de lanzar el acto de agresión
más destructivo y asesino del período posterior a la Segunda Guerra Mundial:
la invasión de Vietnam del Sur, y después de toda Indochina, dejando a
millones de muertos y a cuatro países devastados, con víctimas que siguen
aumentando por los efectos a largo plazo de la saturación de Vietnam del Sur
con algunos de los carcinógenos más letales conocidos, realizada para
destruir la cobertura en el terreno y los cultivos alimentarios.
El objetivo primordial era Vietnam del Sur.
Posteriormente la agresión se extendió hacia el Norte, luego a la remota
sociedad campesina del norte de Laos, y finalmente a Camboya rural, que fue
bombardeada al sorprendente nivel de todas las operaciones aéreas aliadas en
la región del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, incluidas las dos
bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Al hacerlo, se
cumplieron las órdenes de Henry Kissinger –“todo lo que vuela sobre todo
lo que se mueve”– un llamado al genocidio que es raro en los antecedentes
históricos. Poco de esto es recordado. La mayor parte es apenas conocida más
allá de círculos limitados de activistas.
Cuando la invasión fue lanzada hace 50 años, la
preocupación fue tan ligera que hubo pocos esfuerzos por justificarla, apenas
más que el apasionado argumento del presidente de que “en todo el mundo se
nos opone una conspiración monolítica e implacable que se basa
primordialmente en medios clandestinos para expandir su esfera de
influencia” y si la conspiración logra sus objetivos en Laos y Vietnam:
“las puertas se abrirán ampliamente”.
En otro sitio, advirtió además que “los
complacientes, los autoindulgentes, las sociedades blandas están a punto de
ser barridos con los despojos de la historia [y] solo los fuertes… pueden
llegar a sobrevivir”, reflexionando en este caso sobre el fracaso de la
agresión y del terror estadounidense para aplastar la independencia de Cuba.
Para cuando la protesta comenzó a aumentar media docena
de años después, el respetado especialista en Vietnam e historiador militar
Bernard Fall, ningún pacifista, predijo que “Vietnam como entidad cultural
e histórica… está amenazado por la extinción… [mientras]… el campo
muere literalmente bajo los golpes de la mayor maquinaria militar jamás
desencadenada sobre un área de este tamaño”. De nuevo se refería a
Vietnam del Sur.
Cuando la guerra terminó después de ocho horrendos años,
la opinión dominante estaba dividida entre los que describían la guerra como
una “noble causa” que podría haber sido ganada con más dedicación, y en
el extremo opuesto, los críticos, para quienes fue un “error” demasiado
costoso. En 1977, el presidente Carter, provocó poca atención cuando explicó
que “no tenemos ninguna deuda” con Vietnam porque “la destrucción fue
mutua”.
Todo esto contiene importantes lecciones para nuestros días,
incluso fuera de otro recuerdo de que solo los débiles y derrotados tienen
que rendir cuentas por sus crímenes. Una lección es comprender lo que está
sucediendo cuando solo prestamos atención a los eventos críticos del mundo
real, a menudo desdeñados en la historia, sino también a lo que creen los
dirigentes y la opinión de la elite, por teñidos de fantasía que estén.
Otra lección es que junto a la fantasía elucubrada para aterrorizar y
movilizar al público (y que tal vez sea creída por algunos que son atrapados
por su propia retórica), también existe una planificación geoestratégica
basa en principios que son racionales y estables durante largos períodos
porque están arraigados en instituciones estables y sus preocupaciones. Eso
también vale en el caso de Vietnam. Volveré al tema, solo subrayo aquí que
los factores persistentes en la acción estatal son generalmente bien
ocultados.
La guerra de Iraq es un caso instructivo. Fue mercadeada
a un público aterrado sobre las bases usuales de la autodefensa contra una
terrible amenaza a la supervivencia: la “única pregunta” declararon
George W. Bush y Tony Blair era si Sadam Hussein terminaría sus programas de
desarrollo de armas de destrucción masiva. Cuando la única pregunta recibió
la respuesta equivocada, la retórica del gobierno giró desenvueltamente
hacia nuestro “anhelo de democracia”, y la opinión educada, como se debe,
siguió el camino indicado; todo rutina.
Más adelante, a medida que resultaba más difícil
ocultar la escala de la derrota de EEUU en Iraq, el gobierno admitió
silenciosamente lo que siempre estuvo claro. En 2007-2008, el gobierno anunció
oficialmente que un acuerdo final debía otorgar a EEUU bases militares y el
derecho a operaciones de combate, y preferir a inversionistas estadounidenses
en el rico sistema energético – demandas que fueron renuentemente
abandonadas más tarde ante la resistencia iraquí. Y todo fue ocultado a la
población en general.
Midiendo la decadencia de EEUU
Con semejantes lecciones en mente, vale la pena
considerar lo que es destacado actualmente en los grandes periódicos de política
y opinión. Limitémonos a la más prestigiosa de las revistas del
establishment, Foreign Affairs. El titular que vociferaba en la portada de la
edición de diciembre de 2011, dice en negrita: “¿Se acabó EEUU?”
El artículo titular llama a “recortes económicos”
en las “misiones humanitarias” en el extranjero que consumen la riqueza
del país, a fin de detener la decadencia de EEUU que es un tema importante en
el discurso de los asuntos internacionales, acompañado usualmente por el
corolario de que el poder se orienta hacia el Este, hacia China y (tal vez)
India.
Los principales artículos tienen que ver con
Israel-Palestina. El primero, de dos altos funcionarios israelíes, lleva el título
de “El problema es el rechazo palestino”: el conflicto no puede ser
resuelto porque los palestinos se niegan a reconocer Israel como Estado judío
– ajustándose así a la práctica diplomática estándar: los Estados son
reconocidos, pero no sectores privilegiados en su interior. La demanda es
apenas más que un nuevo artilugio para desalentar de la amenaza de un arreglo
político que debilitaría los objetivos expansionistas de Israel.
La posición opuesta, defendida por un profesor
estadounidense, tiene el título: “El problema es la ocupación”. El subtítulo
dice “Cómo la ocupación destruye la nación”. ¿Qué nación? Israel,
por supuesto. El par de artículos aparece bajo el titular “Israel
sitiado”.
La edición de enero de 2012 presenta un llamado más
para bombardear Irán ahora, antes que sea demasiado tarde. Advirtiendo contra
“los peligros de la disuasión”, el autor sugiere que “los escépticos
de la acción militar no aprecian el verdadero peligro que un Irán con armas
nucleares plantearía a los intereses de EEUU en Medio Oriente y más allá. Y
sus sombríos pronósticos asumen que la cura sería peor que la enfermedad
–es decir, que las consecuencias de un ataque de EEUU contra Irán serían
tan malas o peores que las de que Irán logre sus ambiciones nucleares. Pero
es una suposición defectuosa. La verdad es que un ataque militar con el propósito
de destruir el programa nuclear de Irán, si es dirigido cuidadosamente, podría
ahorrar a la región y al mundo una amenaza muy real y mejorar dramáticamente
la seguridad nacional a largo plazo de EEUU.”
Otros argumentan que los costes serían demasiado
elevados, y en los extremos algunos incluso señalan que un ataque violaría
el derecho internacional – como lo hace la posición de los moderados,
quienes regularmente planean amenazas de violencia, en violación de la Carta
de la ONU.
Veamos una por una esas principales
preocupaciones
La demografía es solo uno de los numerosos problemas
serios del futuro. Para India, los problemas son mucho más severos.
No todas las voces prominentes prevén una decadencia de
EEUU Entre los medios internacionales, no hay ninguno más serio y responsable
que el London Financial Times. Recientemente dedicó toda una página a la
expectativa optimista de que nueva tecnología para la extracción de
combustibles fósiles norteamericanos podría permitir que EEUU llegue a ser
independiente energéticamente, y por ello retenga su hegemonía global
durante un siglo. No hay ninguna mención del tipo de mundo que EEUU dominaría
en ese caso, pero no por falta de evidencia.
Aproximadamente al mismo tiempo, la Agencia Internacional
de Energía (IEA) informó que, con el rápido aumento de las emisiones de
carbono por el uso de combustible fósil, se llegará al límite de seguridad
en 2017 si el mundo continúa por su camino actual. “La puerta se está
cerrando” dijo el economista jefe de la IEA, y muy pronto “se cerrará
para siempre”.
Poco antes el Departamento de Energía de EEUU informó
sobre las cifras más recientes de emisiones de dióxido de carbono, que
“aumentaron por la cantidad más alta registrada” a un nivel mayor que el
peor de los casos previstos por el Panel Internacional sobre Cambio Climático
(IPCC). No fue ninguna sorpresa para muchos científicos, incluido el programa
del MIT sobre cambio climático, que ha advertido durante años que las
predicciones del IPCC son demasiado conservadoras.
Semejantes críticos de las predicciones del IPCC no
reciben prácticamente ninguna atención pública, a diferencia del margen de
negacionistas que son apoyados por el sector corporativo, junto con inmensas
campañas de propaganda que han apartado a los estadounidenses del espectro
internacional en su negación de las amenazas. El apoyo empresarial también
se traduce directamente en poder político. El negacionismo forma parte del
catequismo que debe ser entonado por los candidatos republicanos en la
grotesca campaña electoral que está en curso, y en el Congreso son
suficientemente poderosos como para abortar hasta esfuerzos para estudiar los
efectos del calentamiento global, para no hablar de hacer algo serio al
respecto.
En breve, la decadencia de EEUU puede posiblemente ser
detenida si abandonamos la esperanza de supervivencia decente, perspectivas
que son demasiado reales en vista del equilibrio de fuerzas en el mundo.
“Perdiendo” China y Vietnam
Dejando de lado pensamientos tan desagradables, una
mirada de cerca a la decadencia de EEUU muestra que China juega ciertamente un
importante papel, como lo ha hecho durante 60 años. La decadencia que ahora
provoca una preocupación semejante no es un fenómeno reciente. Se remonta a
fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando EEUU tenía la mitad de la riqueza
del mundo e incomparable seguridad y alcance global. Los planificadores eran
naturalmente bien conscientes de la enorme disparidad del poder, y querían
mantenerla de esa manera.
El punto de vista básico fue presentado con admirable
franqueza en un importante documento estatal de 1948 (PPS 23). El autor fue
uno de los arquitectos del Nuevo Orden Mundial de esos días, presidente del
Personal de Planificación Política del Departamento de Estado, el respetado
estadista y erudito George Kennan, un pacifista moderado dentro del espectro
de la planificación. Señaló que el objetivo político central era mantener
la “posición de disparidad” que separaba nuestra inmensa riqueza de la
pobreza de otros. Para lograr ese objetivo, aconsejó: “Debemos cesar de
hablar de objetivos vagos… pero irreales como ser derechos humanos, el
aumento de los estándares de vida, y democratización”, y debemos
“utilizar conceptos de poder directo”, no “embarazados por consignas
idealistas” sobre “altruismo y obras de beneficencia hacia el mundo”.
Kennan se refería específicamente a Asia, pero las
observaciones se generalizan, con excepciones, para participantes en el
sistema global dirigido por EEUU. Se comprendía bien que las “consignas
idealistas” debían ser ostentadas prominentemente cuando iban dirigidas a
otros, incluidas las clases intelectuales, de quienes se esperaba que las
promulgaran.
Los planes que Kennan ayudó a formular e implementar
daban por entendido que EEUU controlaría el Hemisferio Occidental, Lejano
Oriente, el antiguo imperio británico (incluidos los incomparables recursos
energéticos de Medio Oriente), y tanto de Eurasia como fuera posible,
crucialmente sus centros comerciales e industriales. No eran objetivos poco
realistas, en vista de la distribución del poder. Pero la decadencia comenzó
de inmediato.
En 1949, China declaró la independencia, un evento
conocido en el discurso occidental como “la pérdida de China” – en EEUU
con amargas recriminaciones y conflicto sobre quién era responsable de esa pérdida.
La terminología es reveladora. Solo se puede perder algo que uno posee. La
suposición tácita era que EEUU poseía China, por derecho, junto con la
mayor parte del resto del mundo, tal como lo asumían los planificadores de la
posguerra.
La “pérdida de China” fue el primer paso importante
en la “decadencia de EEUU.” Tuvo importantes consecuencias políticas. Una
fue la decisión inmediata de apoyar el esfuerzo de Francia por reconquistar
su antigua colonia de Indochina, para que esta, no fuera también
“perdida”.
La propia Indochina no era una preocupación enorme, a
pesar de las afirmaciones sobre sus ricos recursos por el presidente
Eisenhower y otros. La preocupación fue más bien la “teoría del dominó”,
frecuentemente ridiculizada cuando los dominós no caen, pero sigue siendo un
principio dominante en la política porque es bastante racional. Para adoptar
la versión de Henry Kissinger, una región que cae fuera de control puede
convertirse en un “virus” que “propagará el contagio”, induciendo a
otros a seguir el mismo camino.
En el caso de Vietnam, la preocupación era que el virus
del desarrollo independiente pudiera infectar Indonesia, que realmente posee
ricos recursos. Y eso podría llevar a Japón –el “súper dominó” como
fue llamado por el destacado historiador sobre Asia, John Dower, – a
“acomodarse” a un Asia independiente como su centro tecnológico e
industrial en un sistema que escaparía al alcance del poder de EEUU. Eso
significaría, en efecto, que EEUU había perdido la fase del Pacífico de la
Segunda Guerra Mundial, librada para impedir el intento de Japón de
establecer un Nuevo Orden semejante en Asia.
El camino para encarar un problema semejante es obvio:
destruir el virus e “inocular” a los que podrían estar infectados. En el
caso de Vietnam, la decisión racional era destruir toda esperanza de un
exitoso desarrollo independiente e imponer dictaduras brutales en las regiones
vecinas. Esas tareas fueron realizadas con éxito – aunque la historia tiene
su propia astucia, y algo similar a lo que se temía se ha estado
desarrollando desde entonces en el Este de Asia, para consternación de EEUU.
La victoria más importante de las guerras de Indochina
fue en 1965, cuando un golpe militar en Indonesia, respaldado por EEUU y
dirigido por el general Suharto, realizó masivos crímenes que fueron
comparados por la CIA con los de Hitler, Stalin y Mao. Los medios dominantes
informaron fielmente y con euforia irrestricta sobre la “asombrosa matanza
masiva”, como la describió el New York Times.
Fue un “rayo de luz en Asia”, como escribió el
renombrado comentarista ‘liberal’ James Reston en el Times. El golpe
terminó la amenaza de democracia al demoler al partido político de los
pobres, basado en las masas; estableció una dictadura que procedió a
compilar uno de los peores historiales de derechos humanos en el mundo, y abrió
las riquezas del país a inversionistas occidentales. No es de extrañar que,
después de muchos otros horrores, incluida la casi genocida invasión de
Timor Oriental, Suharto haya sido saludado por el gobierno de Clinton en 1995
como “nuestro tipo de hombre”.
Años después de los grandes eventos de 1965, el
consejero de seguridad nacional de Kennedy-Johnson, McGeorge Bundy, reflexionó que hubiera
sido sabio terminar la guerra de Vietnam en ese momento, con el “virus”
virtualmente destruido y el dominó primordial sólidamente en su sitio,
reforzado por otras dictaduras respaldadas por EEUU en toda la región.
Procedimientos similares han sido seguidos rutinariamente
en otros sitios. Kissinger se refirió específicamente a la amenaza de una
democracia socialista en Chile. Esa amenaza fue destruida en otra fecha
olvidada, lo que los latinoamericanos llaman “el primer 11-S”, que en
violencia y amargos efectos excedió de lejos el 11-S conmemorado en
Occidente. Una cruel dictadura fue impuesta en Chile, parte de una plaga de
brutal represión que se extendió por Latinoamérica, alcanzando Centroamérica
bajo Reagan. Los virus también han causado profundas preocupaciones en otros
sitios, incluido Medio Oriente, donde la amenaza del nacionalismo secular ha
preocupado frecuentemente a los planificadores británicos y estadounidenses,
induciéndolos a apoyar al fundamentalismo islámico radical para
contrarrestarlo.
La concentración de la riqueza y la decadencia de
EEUU
A pesar de semejantes victorias, la decadencia de EEUU
continuó. En 1970, la parte estadounidense de la riqueza del mundo había caído
a un 25%, aproximadamente donde permanece, todavía colosal, pero mucho menos
que al fin de la Segunda Guerra Entonces. Para entonces, el mundo industrial
era “tripolar”: Norteamérica basada en EEUU, Europa basada en Alemania, y
el Este de Asia, que ya era la región industrial más dinámica, basada en
aquel entonces en Japón, pero que entonces incluía a las antiguas colonias
japonesas Taiwán y Corea del Sur, y más recientemente China.
Aproximadamente en esos días, la decadencia de EEUU entró
a una nueva fase: decadencia conscientemente auto-infligida. Desde los años
setenta, ha habido un cambio significativo en la economía estadounidense,
cuando planificadores, privados y estatales, se volvieron hacia la
financialización y la subcontratación al extranjero de producción,
impulsada en parte por la tasa de beneficios en disminución en la manufactura
en el interior. Esas decisiones iniciaron un ciclo maligno en el cual la
riqueza se concentró considerablemente (dramáticamente en el máximo 0,1% de
la población), causando la concentración del poder político; de ahí la
legislación para llevar aún más lejos el ciclo: la tributación y otras políticas
fiscales, desregulación, cambios en las reglas de la gobernancia corporativa
permitiendo inmensos beneficios para los ejecutivos, etc.
Mientras tanto, para la mayoría, los salarios reales se
estancaron en gran parte, y la gente pudo arreglárselas solo mediante cargas
laborales fuertemente aumentadas (mucho más que en Europa), deudas
insostenibles, y burbujas repetidas desde los años de Reagan, creando riqueza
en el papel que inevitablemente desaparecía cuando reventaban (y los
perpetradores eran rescatados por el contribuyente). Paralelamente, el sistema
político ha sido cada vez más desgarrado mientras ambos partidos son
impulsados más profundamente dentro de los bolsillos corporativos con el
aumento del coste de las elecciones, los republicanos a un nivel grotesco, los
demócratas (ahora sobre todo los antiguos “republicanos moderados”) no se
quedaron demasiado atrás.
Un reciente estudio del Instituto de Política Económica,
que ha sido durante años la mayor fuente de datos probos sobre estos eventos,
es titulado Failure by Design [Fracaso deliberado]. La palabra
“deliberado” es exacta. Otras alternativas eran ciertamente posibles. Y
como señala el estudio, el “fracaso” tiene una base clasista. No hay
fracaso para los que deliberan. Lo contrario es lo cierto. Las políticas
fueron, más bien, un fracaso para la gran mayoría, el 99% en la imaginería
de los movimientos Ocupa – y para el país, que ha declinado y seguirá haciéndolo
bajo estas políticas.
Otro factor es la subcontratación al extranjero de la
manufactura. Como lo ilustra el ejemplo de los paneles solares, la capacidad
manufacturera provee la base y el estímulo para la innovación llevando a
niveles más elevados de sofisticación en la producción, el diseño y la
invención. Eso, también, está siendo subcontratado, lo que no es un
problema para los “mandarines del dinero” que elaboran cada vez más la
política, pero es un problema serio para la gente trabajadora y las clases
medias, y un verdadero desastre para los más oprimidos, los
africano-estadounidenses, que nunca han escapado al legado de la esclavitud y
sus crueles secuelas, y cuya exigua riqueza desapareció virtualmente después
del colapso de la burbuja de la vivienda en 2008, provocando la más reciente
crisis financiera, la peor hasta ahora.
***
La decadencia de EEUU en perspectiva (II parte)
El camino imperial
En los años de consciente, auto-infligida decadencia en
el país, las “pérdidas” siguieron aumentando en otros sitios. En la última
década, por primera vez en 500 años, Suramérica ha emprendido pasos
exitosos para liberarse de la dominación occidental, otra pérdida seria. La
región ha progresado hacia la integración, y ha comenzado a encarar algunos
de los terribles problemas internos de sociedades gobernadas por elites en su
mayor parte europeizadas, pequeñas islas de extrema riqueza en un mar de
miseria. También se han librado de todas las bases de EEUU y de controles del
FMI. Una organización recientemente formada, CELAC, incluye a todos los países
del hemisferio con la excepción de EEUU y Canadá. Si realmente funciona, será
otro paso en la decadencia de EEUU, en este caso en lo que siempre ha
considerado como su “patio trasero”.
Incluso más seria sería la pérdida de los países de
MENA –Medio Oriente/Norte de África– que han sido considerados por los
planificadores desde los años cuarenta como “una estupenda fuente de poder
estratégico, y una de las mayores preseas materiales en la historia del
mundo”. El control de las reservas energéticas de MENA generaría “un
sustancial control del mundo”, en las palabras del influyente consejero de
Roosevelt, A.A. Berle.
Sin duda, si las proyecciones de un siglo de
independencia energética de EEUU basada en recursos energéticos
norteamericanos resultaran ser realistas, la importancia de controlar MENA
disminuiría en algo, aunque probablemente no en mucho: la preocupación
principal ha sido siempre el control más que el acceso. Sin embargo, las
probables consecuencias para el equilibrio del planeta son tan ominosas que la
discusión puede ser en gran parte un ejercicio académico.
La Primavera Árabe, otro evento de importancia histórica,
puede presagiar por lo menos una “pérdida” parcial de MENA. EEUU y sus
aliados han hecho lo posible por impedir ese resultado – hasta ahora con
considerable éxito. Su política hacia las revueltas populares se ha ajustado
de cerca a las líneas directivas estándar: apoyar a las fuerzas más
sensibles a la influencia y el control de EEUU.
Los dictadores preferidos son apoyados mientras puedan
mantener el control (como en los principales Estados petroleros). Cuando ya no
es posible, son descartados y se trata de restaurar el antiguo régimen en la
mayor medida posible (como en Túnez y en Egipto). El patrón general es
familiar: Somoza, Marcos, Duvalier, Mobutu, Suharto, y muchos otros. En un
caso, Libia, las tradicionales tres potencias imperiales intervinieron
mediante la fuerza a fin de participar en una rebelión para derrocar a un
dictador mercurial y poco fiable, abriendo el camino, como se espera, a un
control más eficiente de los ricos recursos de Libia (primordialmente el petróleo,
pero también el agua, de particular interés para las corporaciones
francesas), a una posible base para el Comando África de EEUU (limitado hasta
ahora a Alemania) y a la inversión de la creciente penetración china. En lo
que respecta a la política, ha habido pocas sorpresas.
Crucialmente, es importante reducir la amenaza de una
democracia que funcione, en la cual la opinión popular pueda influencia
significativamente la política. Esto, de nuevo, es rutina, y es bastante
comprensible. Una mirada a los estudios de opinión pública realizados por
agencias de sondeo en los países de MENA explica fácilmente el temor
occidental a una auténtica democracia, en la cual la opinión pública
influencie significativamente la política.
Israel y el Partido Republicano
Consideraciones semejantes se trasfieren directamente a
la segunda preocupación importante planteada en la edición de Foreign
Affairs citada en la primera parte de este artículo: el conflicto
Israel-Palestina. Será difícil mostrar con más claridad el temor a la
democracia que en este caso. En enero de 2006, hubo una elección en
Palestina, calificada de libre e imparcial por monitores internacionales. La
reacción instantánea de EEUU (y claro está de Israel), y Europa lo siguió
cortésmente, fue imponer duras sanciones a los palestinos por haber votado de
manera equivocada.
No es ninguna innovación. Está perfectamente de acuerdo
con el principio general y nada sorprendente reconocido por los expertos
dominantes: EEUU apoya la democracia si, y solo si, el resultado está de
acuerdo con sus objetivos estratégicos y económicos, la conclusión
lastimera del neo-reaganita Thomas Carothers, el más cuidadoso y respetado
analista experto de las iniciativas de “promoción de la democracia”.
De un modo más general, durante 35 años EEUU ha
encabezado el campo negacionista sobre Israel-Palestina, bloqueando un
consenso internacional que pide una solución política en términos demasiado
conocidos como para que requieran repetición. El mantra occidental es que
Israel busca negociaciones sin condiciones previas, a lo que se niegan los
palestinos. Lo contrario es más exacto. EEUU e Israel exigen precondiciones
estrictas que, además, han sido elaboradas para asegurar que las
negociaciones conduzcan a una capitulación palestina sobre temas cruciales, o
a ninguna parte.
La primera condición previa es que las negociaciones
deben ser supervisadas por Washington, lo que tiene tanto sentido como exigir
que Irán supervise la negociación de conflictos entre suníes y chiíes en
Iraq. Las negociaciones serias tendrían que tener lugar bajo los auspicios de
alguna parte neutral, preferiblemente una que goce de un cierto respeto
internacional, tal vez Brasil. Las negociaciones tratarían de resolver los
conflictos entre los dos antagonistas: EEUU/Israel por una parte, y la mayor
parte del mundo por la otra.
La segunda condición previa es que Israel debe tener
libertad para expandir sus asentamientos ilegales en Cisjordania. Teóricamente,
EEUU se opone a esas acciones, pero con un ligerísimo tirón de orejas,
mientras sigue suministrando apoyo económico, diplomático y militar. Cuando
EEUU tiene algunas objeciones limitadas, impide con gran facilidad las
acciones, como en el caso del proyecto E-1 para vincular Gran Jerusalén con
la ciudad de Ma’aleh Adumim, dividiendo prácticamente en dos Cisjordania,
una altísima prioridad para los planificadores israelíes (de todo el
espectro), pero provocando algunas objeciones en Washington, por lo que Israel
ha tenido que recurrir a medidas tortuosas para mermar el proyecto.
El fingimiento de oposición llegó al nivel de farsa en
febrero pasado cuando Obama vetó una resolución del Consejo de Seguridad que
pedía la implementación de política oficial de EEUU (agregando también la
observación no polémica de que los propios asentamientos son ilegales, a
diferencia de su expansión). Desde entonces se ha hablado poco de la
terminación de la expansión de asentamientos, que continúa, con una
provocación premeditada.
Por lo tanto, mientras representantes israelíes y
palestinos se preparaban para reunirse en Jordania en enero de 2011, Israel
anunció nuevas construcciones en Pisgat Ze’ev y Har Homa, áreas de
Cisjordania que considera que se encuentran dentro del área considerablemente
expandida de Jerusalén, anexada, cubierta de asentamientos y construida como
capital de Israel, todo en violación de órdenes directas del Consejo de
Seguridad. Otras acciones incluyen el mayor plan de separar los enclaves que
le puedan quedar a la administración palestina del centro cultural, comercial
y político de la vida palestina en la antigua Jerusalén.
Es comprensible que los derechos palestinos deban ser
marginados en la política y el discurso estadounidense. Los palestinos
carecen de riqueza y de poder. No ofrecen prácticamente nada a los intereses
políticos de EEUU; de hecho, tienen valor negativo, son una molestia que
moviliza a “la calle árabe”.
Israel, al contrario, es un valioso aliado. Es una
sociedad rica, con una industria de alta tecnología sofisticada, en gran
parte militarizada. Durante décadas, ha sido un altamente apreciado aliado
militar y estratégico, en particular desde 1967, cuando hizo un gran servicio
a EEUU y a su aliado saudí al destruir el “virus” nasserista,
estableciendo la “relación especial” con Washington en la forma que ha
persistido desde entonces. También es un centro creciente para inversiones de
alta tecnología de EEUU. De hecho, las industrias de alta tecnología, y
particularmente militares, en los dos países están estrechamente vinculadas.
Aparte de semejantes consideraciones elementales de política
de gran potencia, hay factores culturales que no deben ser ignorados. El
sionismo cristiano en Gran Bretaña y en EEUU precedió de largo al sionismo
judío, y ha sido un significativo fenómeno elitista con claras implicaciones
políticas (incluida la Declaración Balfour, que se basó en él). Cuando el
general Allenby conquistó Jerusalén durante la Primera Guerra Mundial, fue
aclamado en la prensa estadounidense como Ricardo Corazón de León, quien había
finalmente vencido en las Cruzadas y expulsado a los paganos de Tierra Santa.
El siguiente paso fue que el Pueblo Elegido volviera a la
tierra que le fuera prometida por el Señor. Articulando un punto de vista común
de la elite, el secretario del Interior del presidente Franklin Roosevelt,
Harold Ickes, describió la colonización judía de Palestina como un logro
“sin igual en la historia de la raza humana”. Semejantes doctrinas
encuentran fácilmente su lugar dentro de las doctrinas providencialistas que
habían sido un fuerte elemento en la cultura popular y de la elite desde los
orígenes del país: la creencia en que Dios tiene un plan para el mundo y que
EEUU lo está realizando bajo guía divina, como es articulado por una larga
lista de personajes destacados.
Por otra parte, el cristianismo evangélico es una
importante fuerza popular en EEUU. Más hacia los extremos, el cristianismo
evangélico del Fin de los Tiempos también tiene un enorme alcance popular,
vigorizado por el establecimiento de Israel en 1948, revitalizado aún más
por la conquista del resto de Palestina en 1967 – todas señales de que se
acercan el Fin de los Tiempos y la Segunda Venida.
Estas fuerzas se han vuelto particularmente
significativas desde los años de Reagan, ya que los republicanos han
abandonado la pretensión de ser un partido político en el sentido
tradicional, mientras se dedican en virtual formación uniforme a servir a un
ínfimo porcentaje de súper ricos y al sector corporativo. Sin embargo, el
pequeño electorado que es servido primordialmente por el partido reconstruido
no puede proveer votos, de modo que se han vuelto a otra parte.
La única alternativa es movilizar tendencias que siempre
han estado presentes, aunque raramente como una fuerza política organizada:
primordialmente nativistas que tiemblan de miedo y odio, y elementos
religiosos que son extremistas según estándares internacionales, pero no en
EEUU. Un resultado es la reverencia por supuestas profecías bíblicas, de ahí
no solo el apoyo a Israel y sus conquistas y expansión, sino un amor
apasionado por Israel, otra parte fundamental del catequismo que debe ser
entonado por candidatos republicanos – y demócratas, de nuevo, no demasiado
lejos.
Dejando de lado estos factores, no hay que olvidar que la
“Anglosfera” – Gran Bretaña y sus retoños – consiste de sociedades
de colonos, que surgieron de las cenizas de poblaciones indígenas, reprimidas
o virtualmente exterminadas. Las prácticas del pasado deben haber sido básicamente,
en el caso de EEUU, incluso ordenadas por la Divina Providencia. Por lo tanto
a menudo existe una simpatía intuitiva por los hijos de Israel cuando siguen
un camino semejante. Pero primordialmente prevalecen los intereses geoestratégicos
y económicos, y la política no está grabada en piedra.
La “amenaza” iraní y el tema nuclear
Finalmente consideremos el tercero de los principales
temas encarados en los periódicos del establishment citados anteriormente, la
“amenaza de Irán”. Entre las elites y la clase política es considerada
generalmente como la amenaza primordial para el orden mundial – aunque no
entre las poblaciones. En Europa, los sondeos muestran que se considera a
Israel como la principal amenaza para la paz. En los países del MENA, este
estatus es compartido con EEUU, hasta el punto que en Egipto, en vísperas del
levantamiento de la Plaza Tahrir, un 80% pensaba que la región sería más
segura si Irán tuviera armas nucleares. Los mismos sondeos establecieron que
solo un 10% considera que Irán constituye una amenaza – a diferencia de los
dictadores gobernantes, quienes tienen sus propias preocupaciones.
En EEUU, antes de las masivas campañas propagandísticas
de los últimos años, una mayoría de la población estaba de acuerdo con la
mayor parte del mundo en que, como firmante del Tratado de No Proliferación
Nuclear, Irán tiene derecho a enriquecer uranio. E incluso ahora, una gran
mayoría está a favor de medios pacíficos para tratar con Irán. Incluso
existe una fuerte oposición a una participación militar si Irán e Israel
estuvieran en guerra. Solo un cuarto considera que Irán sea de alguna manera
una preocupación importante para EEUU. Pero no es poco usual que haya una
brecha, a menudo un abismo, que divide a la opinión pública y la política.
¿Por qué, exactamente, se considera a Irán como una
amenaza tan colosal? La pregunta es poco discutida, pero no es difícil
encontrar una respuesta seria – aunque no, como de costumbre, en los
pronunciamientos febriles. La respuesta mejor documentada es provista por el
Pentágono y los servicios de inteligencia en sus informes regulares al
Congreso sobre la seguridad global. Informan que Irán no plantea una amenaza
militar. Sus gastos militares son muy bajos incluso según los estándares de
la región, minúsculos, claro está, en comparación con EEUU.
Irán tiene poca capacidad para desplegar fuerza. Sus
doctrinas estratégicas son defensivas, diseñadas para disuadir una invasión
durante suficiente tiempo para quela diplomacia solucione los problemas. Si Irán
desarrollara una capacidad de armas nucleares, informan, formaría parte de su
estrategia de disuasión. Ningún analista serio cree que los clérigos
gobernantes estén ansiosos de ver que su país y sus posesiones sean
vaporizados, la consecuencia inmediata de que llegaran incluso cerca de
iniciar una guerra nuclear. Y es apenas necesario mencionar las razones por
las cuales cualquier dirigencia iraní estaría preocupada por la disuasión,
bajo las circunstancias existentes.
No cabe duda de que el régimen es una seria amenaza para
gran parte de su propia población – y desgraciadamente, no se puede decir
que sea un caso único desde ese punto de vista. Pero la amenaza primordial
para EEUU e Israel es que Irán pueda estorbar su libre ejercicio de
violencia. Otra amenaza es que los iraníes buscan evidentemente extender su
influencia a los vecinos Iraq y Afganistán, y también más lejos. Esos actos
“ilegítimos” son llamados “desestabilizadores” (o algo peor). Al
contrario, la imposición por la fuerza de la influencia sobre la mitad del
mundo contribuye a la “estabilidad” y al orden, de acuerdo con la doctrina
tradicional de quién es el dueño del mundo.
Tiene mucho sentido el intento de impedir que Irán se
sume a los Estados con armas nucleares, incluidos los tres que se han negado a
firmar el Tratado de No Proliferación –Israel, India y Pakistán– todos
los cuales han recibido ayuda de EEUU para el desarrollo de armas nucleares y
siguen recibiendo esa ayuda. No es imposible acercarse a ese objetivo por
medios diplomáticos pacíficos. Una actitud, que goza de abrumador apoyo
internacional, es emprender pasos significativos hacia el establecimiento de
una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente, incluidos Irán e Israel
(aplicado también a fuerzas de EEUU desplegadas en el área); mejor todavía
si se extiende al Sur de Asia.
El apoyo para tales esfuerzos es tan fuerte que el
gobierno de Obama se ha visto obligado a aceptar formalmente, pero con
reservas, que: crucialmente, el programa nuclear de Israel no debe ser
colocado bajo los auspicios del Organismo Internacional de Energía Atómica
(OIEA), y que no se debe pedir a ningún Estado (lo que quiere decir EEUU) que
divulgue información sobre “instalaciones y actividades nucleares de
Israel, incluida información relacionada con anteriores transferencias
nucleares a Israel”. Obama también acepta la posición de Israel de que
toda propuesta semejante debe estar condicionada a un acuerdo de paz
exhaustivo, que EEUU e Israel pueden seguir retardando indefinidamente.
Este estudio no se aproxima en nada a ser algo
exhaustivo, sobra decir. Entre tópicos importantes que no son considerados es
el cambio en la política militar de EEUU hacia la región Asia-Pacífico, con
las nuevas adiciones al inmenso sistema de bases militares que tiene lugar
ahora mismo, en la Isla Jeju frente de Corea del Sur y en el Noroeste de
Australia, todos elementos de la política de “contención de China”.
Estrechamente relacionado está el tema de las bases de EEUU en Okinawa, a las
que se ha opuesto acremente la población durante muchos años, y una continua
crisis en las relaciones EEUU-Tokio-Okinawa.
Revelando lo poco que han cambiado las presunciones
fundamentales, analistas estratégicos estadounidenses describen el resultado
de los programas militares de China como un “clásico ‘dilema de
seguridad’ por lo cual programas militares y estrategias nacionales
consideradas defensivas por sus planificadores son vistos como amenazadores
por el otro lado”, como escribe Paul Godwin del Foreign Policy Research
Institute. El dilema de la seguridad aparece respecto al control de los mares
frente a las costas de China. EEUU considera su política de control de esas
aguas como “defensiva”, mientras China la ve como amenazante. Ni siquiera
es imaginable un debate parecido respecto a las aguas costeras de EEUU. Este
“clásico dilema de seguridad” tiene sentido, de nuevo, sobre la base de
la presunción de que EEUU tiene derecho a controlar la mayor parte del mundo,
y que la seguridad de EEUU requiere algo que se acerca al control absoluto del
globo.
Mientras los principios de la dominación imperial han
experimentado poco cambio, la capacidad de implementarlos ha disminuido
considerablemente a medida que el poder se ha distribuido más ampliamente en
un mundo que se diversifica. Las consecuencias son muchas. Es, sin embargo,
muy importante recordar que –por desgracia– ninguna disipa las dos oscuras
nubes que se ciernen sobre toda consideración de orden global: la guerra
nuclear y la catástrofe medioambiental, que amenazan ambas la decente
supervivencia de la especie.
Al contrario, ambas amenazas con siniestras, y aumentan.
(*) Noam Chomsky es profesor emérito del
Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Es autor de numerosas
obras políticas que son éxitos de ventas. Sus últimos libros son: “Making
the Future: Occupations, Intervention, Empire, and Resístanse”, “The
Essential Chomsky” (editado por Anthony Arnove), una colección de sus
escritos de los años cincuenta hasta la actualidad, “Gaza in Crisis”, con
Ilan Pappé, y “Hopes and Prospects”.