La
desaparición del Estado belga es sólo
cuestión de tiempo
Por
Aitor Etxeberría
Gara, 22/12/07
El
autor considera que la crisis abierta tras las elecciones
del pasado mes de junio ha servido para que se debata un
tema que hasta ahora era tabú entre la clase política
belga, el de la propia desaparición de Bélgica. Afirma que
flamencos y valones forman dos comunidades separadas en
todos los ámbitos, no sólo por la lengua.
Después
de más de seis meses desde que se celebraran las elecciones
legislativas en Bélgica, flamencos y valones llegaron ayer
a un acuerdo técnico para formar un Gobierno interino, por
lo que todavía no se puede dar por cerrada la crisis. No es
la primera vez que valones y flamencos tienen dificultades
para crear un gobierno federal. Esta crisis, sin embargo,
está resultando la más larga y complicada de resolver de
todas ellas. ¿Por qué?
Reino
independiente desde 1830, Bélgica está formado por tres
comunidades lingüísticas (neerlandesa, francófona y
germana) y dos realidades nacionales (Flandes y Valonia).
Cuenta con oco más de 10 millones de habitantes, de los
cuales, aproximadamente, el 60% son flamencos y el 40%
valones. Constituido como Reino unitario en sus inicios, pasó
a lo largo de la segunda mitad del siglo XX a constituirse
en Estado federal. Proceso que se desarrolló mediante
contundentes reformas sucesivas de la Constitución que
acarrearon tensiones crecientes entre flamencos y valones.
A
lo largo del siglo XX, Bélgica experimentó un cambio
radical. Hasta la década de los 70, Valonia fue, gracias a
sus minas y su industria pesada, entre otros factores, motor
económico de Bélgica, ante la pobre y rural Flandes.
Durante ese periodo los flamencos fueron fuertemente
discriminados y apartados de los espacios de decisión del
país. La burguesía belga, así como sus élites
culturales, sociales y políticas eran en su totalidad francófonas.
Universidades, Parlamento, economía... se desarrollaban en
francés. El neerlandés era considerado una lengua únicamente
apropiada para el uso doméstico.
Ante
esa injusta situación, ya durante la I Guerra Mundial nació
el movimiento nacionalista flamenco. Finalizada la II Guerra
Mundial, el Estado belga aprovecha la coyuntura política
para criminalizar a amplios sectores de dicho movimiento. Si
bien es cierto que un sector importante del movimiento
nacionalista colaboró con Hitler, no resulta menos cierto
que muchos de los que después fueron arrestados no lo habían
hecho.
A
partir de ese momento, y hasta el final de los 80, Bélgica
comienza a experimentar un profundo cambio. Flandes se
transforma en una comunidad económicamente pujante mientras
Valonia sufre una profunda crisis económica que todavía
hoy perdura. Y a partir del momento en que las élites políticas,
culturales y económicas del país empiezan a «neerlandizarse»,
comienza también el proceso para convertir el Estado en un
sistema federal que reconoce y respeta los derechos lingüísticos
de los dos pueblos, el flamenco y el valón.
Tal
vez uno de los hechos más significativos de ese periodo fue
la escisión en 1968 de la Universidad Católica de Lovaina,
hasta entonces completamente francófona, que comenzó a
impartir la docencia en neerlandés. Todavía hoy en día
los francófonos en Bélgica recuerdan dicho episodio como
un acto discriminatorio y vejatorio de derechos
fundamentales, cuando en realidad se trató de acabar con la
injusta situación que padecían los estudiantes flamencos
en su Universidad.
Flandes
y Valonia son dos comunidades cultural, política, económica
y lingüísticamente diferentes. En Flandes la única lengua
oficial es el neerlandés, y en Valonia el francés. Bélgica
no es por tanto un país bilingüe, sino un país en el que
conviven dos comunidades monolingües. Aun así, hay que
recalcar que son muchos más los flamencos que hablan francés
que los valones que hablan neerlandés.
Valonia
está inmersa desde hace tiempo en una grave crisis económica,
y las cotas de paro alcanzan hoy en día el 16%. En Flandes
el paro es mínimo, ronda el 4%. Siendo Bélgica un país
geográficamente tan pequeño, en el que se puede atravesar
los dos puntos más lejanos en poco más de una hora de
coche, no se entiende cómo no se dan fluctuaciones de
trabajadores valones a Flandes. Flandes necesita mano de
obra y está recurriendo para ello a inmigrantes que llegan
de fuera de Bélgica.
No
existen partidos políticos belgas. El último partido belga
en escindirse fue el socialista, y lo hizo en 1978, aunque
ya desde 1971 tenía una doble presidencia flamenca y
valona. El partido cristiano–demócrata se escindió en
1972 y el liberal, en 1971. Un valón no puede votar por un
partido flamenco y viceversa. Es más, flamencos y valones
desconocen a los candidatos de la comunidad vecina.
Los
medios de comunicación –televisión y prensa– también
están completamente divididos. Por poner un ejemplo, cuando
la televisión publica francófona, hace ahora un año,
emitió un célebre y falso reportaje en el que daba la
noticia de la declaración de independencia unilateral de
Flandes, a los valones que seguían asombrados el noticiario
no se les ocurrió confirmar el hecho en la televisión pública
flamenca, y por eso se lo creyeron. Los flamencos, mientras
tanto, no se enteraron del dichoso documental hasta que
oyeron o leyeron sobre él en los medios de comunicación
flamencos.
En
definitiva, estamos hablando de dos pueblos o naciones que
salvo la monarquía, la selección de fútbol, el chocolate
y las cervezas poco tienen en común que les una. Dos
realidades diferentes que tienen aspiraciones diferentes y
que por tanto necesitan de políticas distintas.
Bélgica,
capital histórica de Flandes, ha sufrido una tremenda
transformación hasta convertirse en ciudad francófona,
capital europea y sede de la OTAN. Genera fuertes
enfrentamientos entre valones y flamencos, y no pocos
quebraderos de cabeza a los nacionalistas flamencos que la
han considerado históricamente como territorio innegociable
de un futuro Estado flamenco. Últimamente, se apunta a la
posibilidad de que una vez el Estado belga desaparezca,
Bruselas adquiera un estatus similar al de Washington D.C.
Las
elecciones del 10 de junio fueron contundentemente ganadas
por la coalición flamenca CD&V y N–VA. Cristiano–
demócratas los primeros y nacionalistas los segundos,
herederos del antiguo y escindido partido nacionalista
unitario Volksunie. El candidato cristiano–demócrata Yves
Leterme obtuvo 800.000 votos personales.
La
campaña electoral desarrollada por la coalición vencedora
tenía como principal mensaje la necesidad de realizar una
nueva reforma del Estado. La mayoría de los flamencos ha
votado, por tanto, a favor de esa reforma.
De
acuerdo con las leyes belgas, cualquier gobierno que se
forme debe de estar constituido a partes iguales, mitad y
mitad, por ministros valones y flamencos. Eso implica que es
necesario el acuerdo entre partidos de ambas comunidades
para formar el Ejecutivo.
En
este caso, se ha intentado crea un gobierno «Naranja–Azul»;
esto es, que incluyese a los partidos CD&V/N–VA, CDH
(cristiano–demócratas valones), Open–VLD (liberales
flamencos) y MR (liberales valones). Pero los partidos
valones se oponen de modo tajante a la reforma que plantean
los flamencos, ya que consideran que ésta llevaría
ineludiblemente a la desaparición de Bélgica.
Cronológicamente,
y sin entrar en grandes detalles, tras las elecciones del 10
de junio, el rey Albert II designó a Didier Reynders
(presidente de MR) como «informador», y a Jean–Luc
Dehaene (antiguo primer ministro, CD&V) como «mediador»
con la misión de que convenciese a los partidos mencionados
de formar ese gabinete «Naranja–Azul». Posteriormente,
el 15 de julio, el monarca designó a Yves Leterme «formador»,
para que formase el gobierno de coalición pero, tras la
imposibilidad para llegar a un acuerdo sobre la reforma del
Estado con los partidos valones, dimitió de dicho cargo el
23 de agosto.
Yves
Leterme volvió a ser designado formador en setiembre, pero
sus intentos volvieron a ser baldíos porque el CDH se negó
tajantemente a cualquier posibilidad de reforma del Estado,
y volvió a presentar su dimisión. Entonces, el rey nombró
a un nuevo informador, el saliente primer ministro Guy
Verhofstadt. Durante las últimas semanas, Leterme había
manifestado en declaraciones a la prensa que no ve posible
la creación del gobierno «Naranja–Azul», ni de uno «Violeta»
(socialistas y liberales) que les excluya, así como tampoco
respaldaría la creación de un gobierno de urgencia, y se
inclinaba por un tripartito con la mayoría más amplia
posible. Ese gobierno estaría presumiblemente formado por
una coalición liberal–socialista–cristiano demócrata
(sin el CDH) y no excluiría tampoco a los verdes.
Ayer,
Verhofstadt asumió el cargo de primer ministro de un
gobierno interino indicando que «como muy tarde el 23 de
marzo», de nuevo, Leterme «será presentado para poner en
marcha el gobierno definitivo».
En
conclusión, no estamos ante la desintegración del Estado
belga. Así y todo, las diferencias expuestas hacen pensar
que, tal y como publicó el diario británico «The Guardian»,
«Bélgica es algo que no existe» y, por tanto, más tarde
o más temprano desaparecerá. Es cuestión de tiempo. Esta
crisis ha servido para que se debata un tema que hasta ahora
resultaba tabú, como es la desaparición de Bélgica.
Numerosos políticos flamencos admiten en privado que no le
dan más de 15 años a Bélgica. Yo tampoco. La cuenta atrás
ha comenzado.
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