Un
análisis sobre la privatización de los servicios públicos
y su relación con el Proceso de Bolonia
Una
privatización sensu estricto de la Universidad
Por
Patricia García y Manuel M. Navarrete
La República, Madrid,
24/07/08
Mucho se ha
discutido sobre si procede o no hablar de privatización
para referirse al proceso de cambio que está viviendo la
educación superior europea. Por un lado están quienes
afirman que el Proceso de Bolonia es un proceso separado de
la privatización de servicios públicos a la que asistimos
en los últimos años; y por otro, quienes denunciamos la
relación entre ambas realidades.
En este artículo
trataremos de definir qué entendemos por privatizar, cómo
afecta esto a la universidad y en qué medida está ligado
al famoso Proceso de Bolonia.
En primer
lugar, hay que tener en cuenta que lo que se ha denominado
“Proceso de Bolonia” va más allá de las declaraciones
de los Consejos de Ministros de la Unión. El Espacio
Europeo de Educación Superior ha sido estructurado no sólo
por las renombradas declaraciones bianuales (Sorbona,
Bolonia, Bergen, Praga…), sino también por otros acuerdos
tomados por los Consejos y desarrollados en comunicaciones
de la Comisión (órgano ejecutivo de la UE). [1]
El Proceso
de Bolonia no puede ser considerado al margen de la
privatización de los servicios públicos y de la reforma
del . Las sucesivas declaraciones de los Consejos de
Ministros de la UE han sido paralelas a acuerdos sobre la
necesidad de aumentar la financiación privada de la
universidad y su coordinación con el mundo empresarial. Las
directrices básicas en materia de financiación están
recogidas en documentos como “Invertir eficazmente en
educación y formación: un imperativo para Europa” (COM
(2002) 779) o «Eficiencia y equidad en los sistemas
europeos de educación y formación»(COM (2006) 481).
Estos
documentos establecen que la viabilidad de las reformas de
la educación superior pasa por la financiación privada. El
modelo de financiación toma como referencia el sistema
estadounidense que, aun presentando un gasto similar,
incluye niveles mucho más altos de inversión privada. Así
pues, para afrontar la reforma universitaria europea es
necesario un <enfoque de asociación con las empresas y
los particulares>; además, hay que <concentrar la
financiación en los ámbitos que pueden producir mejores
resultados>. Pero para garantizar el acceso a los
estudiantes menos pudientes se precisa < la creación de
becas de estudios, préstamos bancarios y préstamos
reembolsables en función de los ingresos futuros>. La
educación pasa de ser un derecho a ser una inversión
individual. En el Estado español esto se ha concretado en
la creación de las eufemísticamente llamadas “becas–préstamo”.
Sin
embargo, tanto en los defensores como en los detractores de
Bolonia encontramos cierta reticencia al empleo del término
privatización . Algunos de los “detractores”, por
ejemplo, han insistido en hablar de “mercantilización”.
Es posible que esta precaución provenga de cierta moda
intelectual, pero “mercantilización” es una palabra
ambigua y poco contundente.
Hay quien
piensa que privatizar un servicio público implica que el
Estado se desprenda totalmente de su responsabilidad,
pasando el servicio a ser asumido directamente por una
empresa. Esto sería un modelo de privatización puro o
total. Sin embargo, en sentido estricto, la privatización
designa una amplia gama de instrumentos de gestión y
organización del servicio “público”. La privatización
puede definirse como “la reducción del rol del Estado y
la transferencia de algunas de sus funciones a instituciones
privadas”. [2]
En este
sentido, podemos señalar tres modos de privatización
ampliamente extendidos en la administración pública (si es
que aún se le puede llamar así) y, de forma especial, en
la educación universitaria española y europea:
1.La
introducción de competitividad en los servicios públicos a
través de la subcontratación de estos servicios a empresas
privadas (copisterías universitarias, servicios de
limpieza, servicios de seguridad) o bien mediante técnicas
de gestión privada (ranking de universidades, financiación
competitiva otorgando más recursos, por ejemplo, a aquellas
universidades cuyos graduados monten empresas propias).
2.La
prestación privada del servicio y los convenios de
colaboración con empresas, pero manteniendo el control por
parte de la autoridad pública. Ejemplo de ello son las Cátedras–empresa
(con las que las empresas se ahorran el dinero de formación
de sus futuros empleados), o las Becas–préstamo (préstamos
que los bancos Santander, Caja Duero o Popular Español
conceden a los estudiantes).
3.Colocar a
la Administración como un actor más en el mercado. Aquí
podríamos incluir la proliferación de universidades y títulos
privados, aunque este ámbito está poco desarrollado ya que
el sector educativo se encuentra aún dominado por entidades
estatales.
Por tanto,
no estamos ante un servicio que era público y que va a ser
privatizado. Estamos ante un servicio que ya estaba siendo
privatizado, tendencia que es legitimada y acelerada por el
Proceso de Bolonia. En este sentido, son casos flagrantes
los Consejos Sociales y la ANECA, ambos introducidos por la
LOU.
La ANECA es
una fundación estatal cuya creación se recogía en el artículo
32 de la LOU; también en las sucesivas declaraciones de
“Bolonia” (Sorbona, Bolonia, Praga, Berlín, Bergen y
Londres). Según el Real Decreto 13/93, esta fundación
estatal tiene importantes funciones relativas a la aprobación
de los Planes de Estudio; si un plan no supera su veredicto,
pierde su validez. Pues bien, según leemos en la propia página
web de la ANECA, su Consejo Asesor está formado por
personalidades del mundo “académico, profesional y
empresarial”.
Otra de las
funciones de la ANECA es la selección del profesorado. En
sus “Principios y orientaciones para la aplicación de los
criterios de evaluación” leemos que algunos de los
criterios son: “Méritos relacionados con la experiencia
en gestión y administración”, “Calidad y dedicación a
actividades profesionales en empresas, instituciones u
organismos” o “Patentes y productos con registro de
propiedad intelectual”.
Los
Consejos Sociales, por su parte, son definidos por el artículo
14 de la LOU como “el órgano de participación de la
sociedad en la universidad”. Tienen importantísimas
funciones, como aprobar los presupuestos de cada
universidad. Sin embargo, un Consejo Social sólo incluye 6
miembros de la comunidad universitaria (Rector, Secretario
General, Gerente, un profesor, un alumno y un miembro del
PAS). El resto son “personalidades de la vida cultura,
profesional, económica, laboral y social” designados por
la Comunidad Autónoma. En la práctica, la mayoría de
ellos han sido políticos y empresarios. Por ejemplo, el
Consejo Social de la Universidad Complutense de Madrid
cuenta con miembros que son empresarios de El Corte Inglés,
Fundación Caja Madrid, Telefónica o MAPFRE, entre otras
empresas; y el de la Universidad de Sevilla, además de
contar con el Secretario General de la Confederación de
Empresarios de Sevilla, tiene representantes de Caja Sur,
Inmobiliaria del Sur, Inés Rosales S.A., Fundaciones
Caetano S.A, etc.
La
creciente presencia del empresariado en la universidad quedó
constatada hace unos meses, cuando el gobierno transfirió
las competencias universitarias del Ministerio de Educación
al recién creado Ministerio de Ciencia e Innovación (RD
432/2008); este ministerio está liderado por Cristina
Garmendia, importante empresaria que proviene de la Junta
Directiva de la CEOE.
Aparte de
la creciente presencia de actores privados en órganos de
dirección, hay que fomentar, como dicen la Comisión y el
Consejo europeos, la financiación y gestión privada. Así,
por ejemplo, en los nuevos Master se está aplicando la
doctrina del equilibrio entre costes y precios del servicio,
lo cual explica sus precios prohibitivos. Tampoco deja de
ser significativa la proliferación de personal laboral
precario (y de personal becario) en la docencia y en los
servicios universitarios. La seguridad laboral y las
condiciones de trabajo pasan a un segundo plano. Por otro
lado, la asociación entre el mundo empresarial y el
universitario queda bien plasmada en las Cátedras–
empresa.
Por suerte
aún no hemos asistido a un proceso de privatización total
de la universidad, como ocurriera con Telefónica o Iberia.
El mercado no acudirá donde no pueda obtener grandes
beneficios. Lo preocupante es que esté absorbiendo todo
aquello de la universidad que es rentable desde el punto de
vista económico (dejando en manos del Estado lo que no lo
es).
Lo que se
viene produciendo supone, en suma, un desmantelamiento
gradual y por partes de la universidad pública. Estamos
ante un proceso que se inició, y no por casualidad, después
de la Declaración de Bolonia de los ministros europeos de
educación en 1999. En el Estado español, vino a reflejarse
en la LOU, estableciéndose una estructura que, desde
entonces, los sucesivos reales decretos se han encargado de
rellenar.
Pedir que
la educación pública no retroceda no es ninguna
reivindicación revolucionaria, sino una simple defensa de
lo que fuera el Estado de bienestar, resultado de duras
luchas sociales. No idealizamos la “universidad pública”
tal y como se ha entendido hasta ahora, mucho menos la
consideramos ajena al mercado. Sí entendemos, en cambio,
que hay que poner freno al avance de una privatización que
restringe el acceso a la educación superior, recorta
derechos laborales, suprime áreas de conocimiento no
directamente rentables para las empresas, imposibilita
compaginar la vida laboral y el estudio, promueve la
eficiencia económica por encima de las necesidades y
aspiraciones colectivas; una privatización que, en
definitiva, considera el derecho a la educación una inversión
individual y un negocio más del que extraer beneficios.
(*)
Patricia García y Manuel M. Navarrete son representantes
estudiantiles en la Universidad Autónoma de Barcelona y la
Universidad de Sevilla respectivamente.
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