El
Cáucaso Norte es otro polvorín
Por
Txente Rekondo
La Haine, 12/08/08
Mientras la
atención internacional y mediática se centra en los
enfrentamientos en Osetia del sur, y algunos miran de reojo
a la vecina Abjazia, a pocos kilómetros de distancia, en el
denominado Cáucaso Norte, los conflictos se suceden. Y la
inestabilidad preside buena parte del quehacer diario de las
poblaciones locales.
La
complejidad del conjunto del Cáucaso hace que en ocasiones
las realidades del sur y del norte estén en cierta medida
fuertemente conectadas. La presencia de importantes recursos
energéticos o las vías para transportas éstos, hacen que
los impactos de los intereses creados en torno a ellos les
afecten de forma directa. La presencia limitada de
voluntarios de la "Confederación de Pueblos del Cáucaso"
junto a las tropas de Abjazia en 1992–3, o en sentido
opuesto, algunos militantes del sur combatiendo en
Chechenia, son ejemplos de esa relación entre los
diferentes rublos del caucásicos.
Sin
embargo, probablemente el factor ruso, sea el determinante
para que no prospere una mayor cooperación entre esos
pueblos. En el sur, la presencia rusa sirve de apoyo a las
demandas independentistas de osetios y abjasios, mientras
que en el norte es el enemigo número uno de las demandas
autodeterminacionistas de Chechenia, Dagestán, Ingushetia,
entre otras.
También
llama la atención la diferente actitud que mantiene la
comunidad internacional ante la realidad del Cáucaso.
Mientras que estos días asistimos a una condena
generalizada contra la participación militar rusa contra
Georgia, ante las luchas y demandas de los pueblos del norte
se ha construido un muro de silencio cómplice con la
actitud de Moscú.
En los últimos
meses, e incluso años, la realidad del Cáucaso norte nos
muestra una succión de violentos incidentes que no se
tratan de acontecimiento aislados y puntuales, sino como señala
un analista ruso, nos encontramos "una ola de
inestabilidad que ha ido expandiéndose por toda la región
en las últimas décadas". Las dos guerras chechenias
han sido el principal detonante para el auge de la
insurgencia en otras zonas de la región.
La actual
inestabilidad también está directamente relacionado con la
misma complejidad étnico–nacional, política, y socioeconómica
que caracteriza a la zona. Y si a ello le unimos otros
factores como el papel de la religión en los últimos
tiempos, las diferencias clánicas, el pobre desarrollo económico
o el rechazo histórico a la actuación rusa, nos
encontramos con una parte importante del conjunto del puzzle
del Cáucaso norte.
La actitud
rusa para los pueblos de la región ha estado acompañada de
represión militar y conquista, lo que ha generado un sinfín
de agravios hacia la población local, lo que unido a la
incapacidad para responder a través de mecanismos pacíficos
y democráticos las demandas de esos mismos pueblos nos ha
llevado a la violenta situación que se vive en la
actualidad.
La
centralidad del conflicto checheno es uno de los pilares básicos
del nuevo contexto en el Cáucaso. Las dos guerras contra
las tropas rusas fueron los momentos más importantes en el
ámbito de atención mediáticas por parte de los medios
occidentales en las décadas pasadas. No obstante desde hace
ya varios años, la realidad de Chechenia ha desaparecido de
los mismos. La política de Putin es importante para
entender el desarrollo de los acontecimientos más
recientes. La carrera política del propio Putin está
estrechamente ligada a los acontecimientos chechenos. Cuando
en agosto de 1999, los rebeldes chechenos ocuparon el
distrito Botlikh en Dagestán, el entonces primer ministro
se acercó hasta un campo militar ruso en la zona para
brindar con los militares, y las imágenes de esa acción
dieron la vuelta a Rusia, y supuso la coronación de Putin
en el centro de la política rusa.
La política
más reciente de Moscú ha combinado la represión militar
con una mayor implicación de las fuerzas locales leales a
Moscú, lo que genera en cierta forma una división dentro
del movimiento independentista y hasta cierto punto una
"chechenización" del conflicto. A ello hay que
unir las sucesivas muertes de dirigentes de la resistencia
chechena, sobre todo en el período 2005–6, lo que en un
primer momento supuso una mayor fragmentación de la misma.
Una fuente
de división, muy utilizada mediáticamente por los medios
occidentales, es el papel de la religión en el conflicto.
Desde hace años, dentro de las filas chechenias han
existido dos corrientes, una de corte más islamista y otra
de tendencia nacionalista. El papel de la religión en esa
zona siempre ha estado ligado a la propia estructura social,
pero las corrientes islamistas más radicalizadas no han
tenido mucho peso. El desarrollo de los acontecimientos
internacionales (Afganistán, al Qaeda?) han supuesto que
algunos grupos locales emerjan en esas tendencias, lo que
para muchos resistentes locales es un contratiempo.
Recientemente,
algunos líderes chechenos han hecho un llamamiento para
formar un "Emirato" en el Cáucaso, lo que es
rechazado por otros rebeldes que ven en el mismo una
oportunidad de Moscú para acabar con las demandas
independentistas, englobadas en una hoja de ruta con un
referéndum, autodeterminación y posterior independencia.
En la
actualidad, y según datos de refugiados chechenos, los
militares rusos han sido incapaces de acabar con la
resistencia, y ésta, a pesar de las diferencias siguen
ocasionando importantes pérdidas a las tropas rusas y a sus
colaboradores locales, quienes podrían estar recibiendo el
mayor castigo de los ataques en los últimos meses. Las
fuerzas leales al colaborador local, Kadyrov, muestran el
fracaso de la "chechenización" del conflicto, al
tiempo que se suceden los enfrentamientos entre los
colaboracionistas locales (las disputas entre Kadyrov y
Sulim Yamadaev), para regocijo de la resistencia y
preocupación de Rusia.
El
incremento de los ataques de la resistencia, la frágil
estabilidad de Kadyrov, el descenso de los secuestros
(fracaso de la política rusa, ya que la mayor parte de los
mismos eran detenciones y desapariciones), hace mostrar el
error de todos aquellos que habían declarado prematuramente
el final del movimiento independentista en Chechenia.
Pero en
estos momentos el lugar que más preocupa a Moscú es
Ingushetia, donde se ha formado un peligroso cóctel para
los intereses de Rusia. Para algunos analistas locales, la
situación actual en esta zona se asemeja a los momentos más
violentos de Chechenia o Dagestán. Los problemas económicos,
la corrupción, el desempleo, las continuas violaciones de
los derechos humanos, y el auge de las acciones rebeldes sitúan
a Ingushetia en una encrucijada.
En las últimos
meses el nivel de los ataques está alcanzando tal
intensidad que las tropas locales y rusas están pasando a
una fase defensiva, dejando de lado cualquier acción
ofensiva, lo que algunos predicen como la antesala a un
desastre para Moscú, ya que si no se producen cambios
radicales a corto plazo, "la república puede acabar
convirtiéndose en la materialización de la primera
provincia del Emirato Caucásico".
A
diferencia de otras zonas, los rebeldes de Ingushetia llevan
desde el 2006 controlando partes de la misma, aplicando sus
leyes y castigando a los símbolos de la corrupción local,
lo que "aumenta la autoridad rebelde entre la población
y desacredita aún más a las instituciones locales".
En otras
zonas como Dagestán, la resistencia también se está
recuperando de los reveses sufridos a finales de 1999, y
ello vendría a demostrar, como señala un analista ruso,
"la ineficacia de una respuesta militar para acabar con
la ideología de un oponente". De momento, se ha
articulado en torno a la resistencia, de marcado carácter
islamista, la coordinación de diferentes grupos, y la
llamada Jamaat Shariat, estaría recibiendo en sus filas a
decenas de jóvenes cansados de la brutalidad policial y de
la represión rusa, así como de las actividades de
"grupos criminales", y de la impunidad y
arbitrariedad de todos ellos. Todo ello estaría llevando a
muchos jóvenes "a empuñar las armas y unirse a la
resistencia".
Algo
similar está aconteciendo en Karachaevo–Cherkessia, donde
las fuentes oficiales anuncian la eliminación total de los
movimientos rebeldes, pero los acontecimientos, muchas veces
silenciados, demuestran lo contrario. Desde las zona montañosa
de Karachaevo, la influencia de los grupos autodenominados
jammat ha ido aumentado y extendiéndose.
La escalada
bélica en el sur del Cáucaso puede traer aún mayor
inestabilidad a una región ya de por sí en constante
peligro de explosión. La búsqueda de soluciones negociadas
se impone hoy más que nunca, ya que ala vista está que la
utilización de la fuerza militar como vía de resolución
de conflictos ha fracasado, y lo único que conlleva es
mayor sufrimiento y destrucción, tanto a medio como a largo
plazo.
El
polvorín del Cáucaso
Balance
de cinco días de guerra
Por
Txente Rekondo (*)
Rebelión, 14/08/08
Los
enfrentamientos armados que han convulsionado una parte del
Cáucaso sur parecen haber cesado de momento, y tras cinco días
de combates, puede que hoy sea un buen momento para hacer
balance de los mismos y tratar de dilucidar quiénes han
salido mejor parados y quiénes son los derrotados.
Rusia ha
sido sin duda alguna la que, de momento, mejor parada ha
salido del conflicto. Como bien señala un conocido refrán,
“no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo”. La
intervención rusa, de acuerdo con sus propios intereses,
tuvo lugar tras el ataque de las tropas de Georgia a Osetia
del Sur, algo que muchos medios quieren olvidar, presentando
los combates como fruto de una maniobra de Moscú. En clave
externa, Rusia ha podido indicar a la comunidad occidental
que no está dispuesta a permitir un cerco militar a su
territorio (a traves de la OTAN) y, al mismo tiempo, ha
mostrado su disposición a iniciar una nueva era en clave
multipolar, lo que algunos analistas han comenzado a definir
como el final de la posguerra fría.
En clave
interna, los movimientos rusos han podido reforzar el papel
de los llamados silovikis en los círculos del Kremlin,
donde el tándem Putin–Medvedev ha superado la situación
sin los problemas que algunos medios occidentales les desearían.
Georgia y,
sobre todo, su presidente, Mikheil Saakashvili, son los
grandes derrotados. El farol de éste, desencadenante de la
guerra, está siendo obviado por muchos, pero al mismo
tiempo surgen incógnitas en torno a esa decisión bélica,
ya que es muy difícil pensar que se haya tirado a la
piscina sin contar con el respaldo, implícito o no, de sus
aliados occidentales, esos mismos gobiernos que han venido
mirando hacia otro lado cuando desde Georgia se ha
denunciado la vulneración de derechos humanos y las
irregularidades electorales de Saakashvili. Por cierto, son
muy significativas las imágenes del presidente georgiano
durante su visita a la ciudad de Gori, cuando ante el ruido
de aviones y con cara desencajada echa a correr para
cubrirse, literal y físicamente, con los cuerpos de sus
guardaespaldas. Un claro “ejemplo” de valentía para las
tropas georgianas, la de su máximo mandatario. La
parafernalia europeísta de la que se ha venido rodeando no
le ha debido servir de mucho, cuando todavía no ha logrado
el ingreso de su país en la OTAN, sus aliados no le han
apoyado militarmente y ha servido a su pueblo otra humillación
militar, mientras que tanto Osetia del Sur como Abjazia
continúan con su independencia de facto.
Tampoco han
salido muy bien parados EEUU y sus aliados, sobre todo la
OTAN. La luna de miel entre Saakashvili y Occidente podría
estar tocando a su fin. Los recelos en torno al acceso a la
alianza militar transatlántica se pueden incrementar en los
próximos días. El llamamiento de Washington a
“sancionar” a Rusia será muy difícil de materializar
en unas instituciones internacionales cansadas de ver que la
actitud de EEUU en casos similares no difiere mucho de la
que ha mantenido ahora el gobierno ruso. De todas formas, y
a tenor de algunas declaraciones públicas del todavía
vicepresidente norteamericano Dick Cheney, otro tipo de
maniobras o presiones contra Rusia no son descartables del
todo.
Osetia del
Sur y, sobre todo, su población civil, han sido los que más
han sufrido durante los cinco días de contienda. Olvidados
por los medios de comunicación occidentales, han vuelto a
sufrir la agresión militar georgiana. Sin duda alguna aquí
se ha ubicado el epicentro del conflicto, hasta el que no
han llegado los intrépidos reporteros mediáticos. El
asalto de las topas georgianas ha devastado la capital,
haciendo que buena parte de la población huya a la vecina
Osetia del Norte, mientras que los que se quedaban se han
tenido que esconder en pequeños sótanos, utilizados como
bodega, soportando las catorce horas ininterrumpidas de
bombardeo georgiano, al que siguió el combate calle a calle
y las posteriores matanzas de civiles. Los habitantes de las
aldeas pequeñas se han escondido en los bosques, sin apenas
alimentos y con el temor de ser descubiertos por las tropas
de Tbilisi. Y esa realidad, contada por los propios osetos,
ha sido ocultada mientras que en Tbilisi se “celebraba la
captura de la capital oseta, Tskhinvali”.
La
indignación de la población, “frustrada porque no se
contaba al mundo lo que estaban padeciendo”, unida al
recuerdo de las dos guerras anteriores, ayuda a comprender
el mensaje que envió una joven oseta: “Mientras que
Georgia afirma que somos sus hermanos y que no tiene
problemas con nosotros, sólo con nuestras autoridades, el
pueblo de Osetia no puede compartir ni siquiera Estado con
aquellos que nos han intentado destruir cuatro veces en los
últimos cien años”.
Los medios
de comunicación merecen un capítulo aparte. La mayoría de
ellos han seguido al pie de la letra las informaciones
lanzadas por fuentes oficiales georgianas y, tal como señalaba
un analista estadounidense, viendo los reportajes en torno a
los acontecimientos, “los conceptos de objetividad y
equilibrio han sido eliminados por buena parte de esos
periodistas”. Es la hora de periodismo–espectáculo,
donde en muchas ocasiones prima el egocentrismo periodístico
y se es incapaz de proporcionar la fotografía completa de
la situación, prefiriendo historias “espectaculares”
(cercanía de explosiones, protagonismo del periodista)
frente a análisis y puntos contrapuntos.
La frágil
memoria de algunos de ellos les hace pasar por alto
acontecimientos más recientes (tiroteos, movimientos de
personal y armamento en las fronteras…) y caer en la fácil
contextualización coyunturalista del momento. Como se suele
decir, “que una noticia (la historia) no te estropee un
buen titular (tu historia)”.
El polvorín
del Cáucaso se ha podido apaciguar tras el alto el fuego,
pero sería ingenuo pretender presentar la región como una
realidad estable. Los movimientos en torno a Abjasia, la
explosiva situación que viven las repúblicas del norte del
Cáucaso e incluso el histórico enfrentamiento entre
Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karavagh
podrían reactivarse en un futuro no muy lejano a la sombra
de los recientes acontecimientos.
A todo ello
cabría añadir el enfrentamiento entre diferentes actores
regionales y extranjeros por hacerse con el control,
explotación y transporte de las importantes riquezas energéticas
que se encuentran en la zona, o la compleja situación
creada en muchos de los Estados y repúblicas caucásicas en
torno al problema de los desplazados y refugiados, que en un
momento dado, y más allá de la difícil situación que
soportan, pueden convertirse en un factor desestabilizador
para algunos gobiernos.
Una vez más,
tras la guerra y a la hora de señalar las pérdidas, las
poblaciones civiles son las que tienen que soportar las
aventuras militaristas de algunos dirigentes incompetentes y
corruptos. Mientras que los grandes actores, Rusia y EEUU
junto a sus aliados, no cesan de utilizar el famoso “doble
rasero” en función de sus propios intereses. Las
actuaciones de unos y otros en torno al antiguo espacio
yugoeslavo y, más recientemente, en Kosovo, o por otro lado
la situación de estos días, en contraste con Chechenia,
son algunos ejemplos de esa posición maquiavélica de los
citados actores.
La
utilización del argumento de “reestablecer el orden
constitucional” empleado por Putin en 1999 en Chechenia es
el mismo que ahora ha utilizado el presidente georgiano y
sus aliados occidentales en torno a Osetia del Sur y Abjazia
y, tal como hemos visto en ambos casos, no ha servido para
solucionar el conflicto. El respeto de la voluntad
mayoritaria de esos pueblos debería ser el eje para evitar
que situaciones como la que estos días ha convulsionado el
Cáucaso puedan volver a repetirse.
(*)
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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