Georgia
El
triunfo de los halcones
Por
Zoltán Dujisin (*)
Inter
Press Service (IPS), 12/08/08
La
postura bélica de Georgia hacia la región autónoma de
Osetia del Sur reflejó un triunfo de las tendencias
militaristas y autoritarias en un país que no ha sabido
manejar la presión de Rusia.
Moscú cesó
este martes las acciones militares, tras cinco días de
duros combates. Los enfrentamientos comenzaron cuando
efectivos de Georgia intentaron el viernes tomar el control
de esa región ––protegida desde 1992 por fuerzas rusas
de mantenimiento de paz–– mediante un ataque contra su
capital, Tskhinvali, 100 kilómetros al noroeste de Tbilisi.
Los combates dejaron numerosas víctimas y obligaron a miles
de personas a abandonar sus hogares.
La incursión
georgiana pretendió burlar el papel de Rusia como garante
de la seguridad en Osetia del Sur y provocar la
internacionalización del conflicto, con el objetivo de
cambiar la integración de la misión de paz.
Rusia
respondió a la agresión georgiana con una amplia operación
militar que se extendió más allá de la región. Tblisi
pidió a la comunidad internacional que frenara la agresión
rusa y asumiera la responsabilidad por los acontecimientos
ocurridos en la zona.
La misión
de paz en esa región fue creada tras la guerra de 1992 y
está conformada por efectivos de Rusia, Osetia del Sur, la
rusa Osetia del Norte y Georgia, pero Tbilisi alega que el
equilibrio de las fuerzas es injusto.
La otra
región autónoma de Abjazia, en el oeste de Georgia, que
también proclamó su independencia en 1992, apoya a Rusia.
El
presidente georgiano Mikheil Saakashvili acusa a su vecino
del norte de tratar de derrocarlo mediante una acción
premeditada. Presionado por sanciones económicas rusas y el
apoyo de Moscú a las regiones separatistas, Saakashvili se
inclinó por la opción bélica y una postura nacionalista,
esperando contar con apoyo de Occidente.
El Consejo
de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) se reunió el lunes para discutir una propuesta de
resolución que exhortara a Rusia, miembro permanente con
poder de veto, a que interrumpiera el uso de la fuerza, pero
no se alcanzó un acuerdo.
El
embajador estadounidense en la ONU, Zelmay Khalilzad, y su
par ruso Vitaly Churkin tuvieron un duro intercambio de
palabras. Poco antes, el presidente estadounidense George W.
Bush había criticado duramente a Moscú en una breve
declaración difundida por la Casa Blanca.
Rusia
anunció que terminaría las acciones militares, lo que
finalmente ocurrió este martes tras cinco días de
bombardeos y destrucción de ciudades y bases militares en
Georgia, con un saldo de más de 2.000 muertos.
Georgia,
con 4,6 millones de habitantes, acusa a Rusia de servirse de
las regiones autónomas para poner piedras en el camino de
Tbilisi hacia su integración a la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN), a la que se opone duramente
Moscú.
Muchos
georgianos subrayan su compromiso con la “democracia” y
con la “civilización occidental”. En los últimos
meses, los políticos más conservadores de Georgia
adquirieron mayor relevancia al presentar la opción militar
como más realista, pese a las advertencias de Occidente de
evitar una retórica agresiva y abstenerse de una acción
militar.
Georgia
carece “de discusión política y de debate abierto sobre
cómo resolver el problema de forma pacífica”, escribió
en mayo el analista Archil Gegeshidze, de la Fundación
Georgiana para Estudios Estratégicos e Internacionales.
Por su
parte, el ministro georgiano de Reintegración, Temur
Iakobashvili, había advertido que sería una “locura
lanzar un ataque contra Tskhinvali porque se vería afectada
de inmediato la población civil”. Pero Tskhinvali fue
atacada y, si las denuncias rusas de catástrofe humanitaria
son ciertas, Georgia puede olvidarse de su anhelo de
reintegración de las regiones autónomas.
Permitir la
reunificación de Georgia a la fuerza pudo representar para
Rusia un gran costo por el flujo de refugiados que se
hubiera creado y las acusaciones que le hubieran llovido por
no proteger a sus propios ciudadanos.
Moscú
entregó pasaportes rusos a 80 por ciento de los habitantes
de Osetia del Sur en reconocimiento por los fuertes vínculos
que esa población aislada tuvo con la hoy disuelta Unión
Soviética y, posteriormente, con la Federación Rusa.
A lo largo
de los años, la desconfianza mutua de las partes
enfrentadas impidió avances significativos.
Georgia
sostuvo que Moscú era el único impedimento para la
resolución del problema, y acusó a ese gobierno de no
hacer mucho por mejorar su imagen en las regiones autónomas.
La población
de Osetia del Sur y de Abkhazia, por lo general, suele
respaldar a sus políticos y se opone en forma abrumadora a
reintegrarse a un estado que no considera capaz de darles
seguridad.
Se estima
que 70 por ciento de los 62.000 habitantes de Osetia del Sur
son ossetios y el restante 30 por ciento, georgianos, aunque
no hay cifras oficiales.
Líderes y
ciudadanos de las regiones autónomas también temen el
regreso de cientos de miles de refugiados georgianos en caso
de una reunificación, lo que podría exacerbar las
tensiones étnicas.
Ellos
prefieren aumentar su dependencia con Rusia al tiempo que
rechazan los proyectos europeos de recuperación económica
y de reconciliación étnica.
Los
habitantes de las regiones autónomas dependen en gran
medida de remesas, de la asistencia rusa e internacional y
del contrabando, que alcanzó una proporción tal que los líderes
locales se benefician de la falta de resolución del
conflicto.
Osetia del
Sur rechazó la propuesta que le hizo Georgia en 2005 de
amplia autonomía porque iba acompañada de medidas contra
su economía, e incluía la creación de estructuras de
poder georgianas y la presencia de sus servicios de
seguridad y paramilitares.
La promesa
de Saakashvili de una exitosa economía tipo liberal y una
democracia estilo occidental no hizo más atractiva la
oferta, pues, de hecho, muchos georgianos están
descontentos con su presidente.
El
argumento de Saakashvili de que la intervención rusa tiene
el objetivo de sacarlo del gobierno se asemeja a las
justificaciones que él mismo dio para reprimir con
violencia unas manifestaciones pacíficas en noviembre
pasado.
El
presidente georgiano acusó a activistas y líderes
opositores de conspirar para derrocarlo, y los vinculó con
el espionaje ruso. Su triunfo en las elecciones
presidenciales de enero fue opacado por acusaciones de
fraude, pero los resultados contaron con el visto bueno de
Occidente.
Más que
nunca, los habitantes de Osetia del Sur y Abjazia sospechan
que las promesas de Saakashvili de fomentar la armonía
entre las distintas comunidades forman parte de un discurso
retórico dirigido a un público occidental “ingenuo”.
La población
de Osetia del Sur aspira a ser anexada por Moscú y quedar
unida a la relativamente rica república rusa de Osetia del
Norte. Pero de concretarse, esto significaría una carga
económica para sus parientes étnicos del norte y también
para Rusia, que con frecuencia teme las consecuencias
regionales e internacionales de tal desenlace.
Para evitar
una crisis humanitaria en la zona de conflicto, el Programa
Mundial de Alimentos (PMA) comenzó a brindar asistencia a
los más de 2.000 desplazados. El PMA ya tiene una operación
humanitaria en ese país para asistir a unas 121.000
personas de comunidades rurales pobres, niños y niñas
escolares, enfermos de tuberculosis y personas con VIH/sida.
(*)
Con aporte de Omid Memarian desde la sede de la ONU.
Donde
la Guerra Fría nunca terminó
Análisis
de Zoltán Dujisin
Inter
Press Service (IPS), 11/08/08
Mientras la
amenaza de una guerra recrudece en Georgia, la puja geopolítica
entre Estados Unidos y Rusia se vuelve más y más violenta.
La conflagración armada nunca estuvo tan cerca de la
frontera ruso–georgiana.
El
conflicto comenzó cuando tropas georgianas intentaron tomar
control de la región de Osetia del Sur, área, de hecho,
autónoma y protegida por fuerzas rusas de mantenimiento de
la paz desde 1992.
Moscú
respondió con una amplia operación militar en Osetia del
Sur, con lo que logró repeler a las fuerzas georgianas de
la capital, Tskhinvali, 100 kilómetros al noroeste de la
capital georgiana, Tbilisi, y avanzando en territorio
georgiano.
Mikheil
Saakashvili, presidente de este país del Cáucaso con 4,6
millones de habitantes, afirmó que la “invasión” rusa
fue premeditada.
Abjazia,
otra región separatista del occidente de Georgia que
proclamó la independencia el mismo año, también se ha
sumergido en el conflicto al ponerse del lado de Rusia.
Los choques
esporádicos entre soldados georgianos y separatistas no
eran raros, pero la hostilidad nunca alcanzó el grado de
virulencia actual.
La medida
georgiana tomó al parecer por sorpresa a los líderes
occidentales, que habían advertido contra una solución
militar. Ivan Sukhov, periodista experto en el Cáucaso de
Radio Europa Libre, advirtió el viernes que Saakashvili había
asumido “una posición torpe hacia Occidente, pues Georgia
se ha ubicado consistentemente como opuesto a la acción política”.
“Aunque
las acciones georgianas fueran provocadas por fuerzas de
Osetia del Sur, se trata de un error político serio”, se
lamentó.
Georgia
parecía decidida a exponer al mundo la intervención de
Rusia en Abjazia y en Osetia del Sur, y presenta el
conflicto como si se planteara entre una supuesta democracia
occidental y un supuesto autoritarismo oriental. El propósito,
según esta visión, era forzar una incursión occidental más
decisiva.
La intención
de reanimar la retórica de la Guerra Fría quedó patente
en el paralelo que trazó Saakashvili entre la actual
situación de Georgia y las intervenciones de la hoy
disuelta Unión Soviética, entonces hegemonizada por Rusia,
en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968).
Es posible
que uno de los objetivos de la intervención militar
georgiana sea internacionalizar el conflicto, de modo de
modificar el formato de la actual misión de mantenimiento
de la paz en Osetia del Sur, controlada por Rusia, y
facilitar a la larga la reintegración pacífica o forzosa
del área en disputa.
Muchos
expertos ven en la inopinada decisión de Georgia la primera
consecuencia política de la independencia de Kosovo, que
formalizó en febrero su divorcio unilateral de Serbia.
También
fue alentada por los manifiestos separatistas de los líderes
en Osetia del Sur y Abjazia, y la renovada determinación de
recuperar la soberanía territorial. Los líderes de las
regiones separatistas confían en que, después de la
independencia de Kosovo, no es necesario el consentimiento
de Georgia si una potencia más fuerte garantiza la
seguridad del nuevo país.
Los
argumentos emitidos son similares a los conocidos desde
Kosovo: un pasado de guerra azuzada por diferencias étnicas,
que dejó miles de civiles muertos y numerosos desplazados
en ambos lados.
Insatisfecha
por la independencia de Kosovo, promovida por Estados
Unidos, Moscú prometió una respuesta adecuada. El primer
paso fue la formalización de vínculos con las dos regiones
separatistas georgianas en marzo.
Rusia tiene
un as en la manga que Occidente no podía exhibir en el caso
de Kosovo. Moscú sí puede afirmar que el conflicto en su
frontera meridional afecta directamente su seguridad, y que
80 por ciento de la población en esas áreas tienen
pasaporte ruso.
Moscú
asegura que se registraron unas 1.600 muertes de civiles a
manos de fuerzas georgianas, que no fueron verificadas de
manera independiente, si bien periodistas occidentales
comenzaron a interesarse en los testimonios de los
refugiados supuestamente sometidos a violaciones de derechos
humanos.
Si estas
afirmaciones fueran, al menos, verificadas, Rusia perdería
credibilidad en su carácter de pacificador regional.
Además de
Kosovo, Rusia estaba irritada por la promoción de Ucrania y
Georgia como miembros de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) por parte de Estados Unidos, así
como de los planes del país norteamericano de instalar un
sistema de defensa misilística en Europa oriental.
La
candidatura de la OTAN fue presentada por Estados Unidos y
ex aliados de esa nación en el disuelto bloque socialista,
como mecanismo para ampliar el área democrática y limitar
la expansión de las tendencias autoritarias de Rusia más
allá de sus fronteras.
Muchas
elites de países ex comunistas tienden a creer que Rusia
está inherentemente inclinada hacia el autoritarismo y al
expansionismo, tendencias de las cuales la antigua Unión
Soviética era apenas otra expresión.
Pero países
de Europa occidental desconfían del compromiso de Georgia
con la democracia liberal y temen la tensión territorial
que implicaría su integración a la OTAN, por lo cual
procuran postergar esa decisión.
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