Todo
por el petróleo
Por
Michael T. Klare (*)
Foreing
Policy in Focus, 13/08/08
Tlaxcala,
18/08/08
Traducido por Ángel Ferrero (**)
A la hora
de comentar la guerra en el Cáucaso, la mayoría de
analistas estadounidenses han tendido a verla como un
retorno al pasado, como una continuación de la secular y
sangrienta contienda entre rusos y georgianos o, en el mejor
de los casos, como una parte de los asuntos pendientes de la
Guerra Fría.
Muchos han
hablado del deseo de Rusia de borrar la “humillación”
nacional que experimentó tras el desplome de la Unión Soviética
hace 16 de años, o de restaurar su “esfera de
influencia” en los territorios del sur. Pero este
conflicto es más sobre el futuro que sobre el pasado. Es un
producto de la intensa competencia geopolítica por el
control del flujo energético del mar Caspio hacia los
mercados occidentales.
Esta lucha
comenzó durante la administración Clinton, cuando las
antiguas repúblicas soviéticas de la cuenca del mar Caspio
se independizaron y empezaron a buscar clientes occidentales
para sus recursos naturales de petróleo y gas natural. Las
compañías occidentales buscaban ansiosamente firmar
acuerdos de producción con los gobiernos de las nuevas repúblicas,
pero se enfrentaron a un obstáculo difícil de franquear a
la hora de exportar el producto resultante: como el mar
Caspio no tiene salida al mar, cualquier energía existente
en la región ha de viajar a través de conductos, y por
aquel entonces Rusia controlaba todos los conductos
disponibles.
Para evitar
la dependencia exclusiva de los conductos rusos, el
presidente Clinton patrocinó la construcción de un
oleoducto alternativo desde Bakú, en Azerbayán, a Tbilisi,
en Georgia, y desde allí hacia Ceyhan, en la costa mediterránea
de Turquía. Se trata del oleoducto BTC [por las siglas de
Bakú, Tbilisi y Ceyhan], como se lo conoce hoy.
El
oleoducto BTC, que empezó a funcionar en el 2006, pasa a
través de algunas de las zonas del mundo más inestables,
incluyendo Chechenia y las provincias separatistas de
Abjazia y Osetia del Sur en Georgia. Con este dato en mente,
las administraciones Clinton y Bush proporcionaron a Georgia
cientos de millones de dólares en ayuda militar, convirtiéndola
en la receptora principal de armamento y equipamiento
estadounidense en el antiguo espacio soviético. El
presidente Bush cabildeó a los aliados estadounidenses en
Europa para acelerar los trámites para la inclusión de
Georgia en la OTAN.
Todo esto,
huelga decirlo, era visto desde Moscú con un inmenso
resentimiento. No se trataba sólo de que los EE.UU. estaban
ayudando a crear un nuevo riesgo a la seguridad de sus
fronteras en el sur, sino que, lo que es más importante,
frustraba cualquier intento ruso por asegurarse el control
del transporte de la energía del Caspio a Europa. Incluso
desde que Vladimir Putin asumió la presidencia en el 2000,
Moscú ha buscado utilizar su papel clave como proveedor de
petróleo y gas natural a Europa occidental y las antiguas
repúblicas soviéticas como una fuente de riqueza
financiera y, al mismo tiempo, de ventaja política.
La
consecución de este objetivo descansa principalmente en las
fuentes energéticas rusas, pero también busca dominar la
distribución del petróleo y del gas natural desde los
estados del Caspio a Occidente.
Para
favorecer sus intereses en el Caspio, Putin, y su delfín,
Dmitry Medvedev –hasta hace poco presidente de Gazprom, el
monopolio estatal ruso del gas natural– se han atraído (o
intimidado) a los líderes de Kazajstán, Turkmenistán y
Uzbekistán para construir nuevos gasoductos a través de
Rusia hacia Europa. Los europeos, temerosos de ser cada vez
más dependientes de la energía proporcionada por Rusia,
buscan construir canales alternativos a través del mar
Caspio y a lo largo de la ruta del oleoducto BTC en Azerbayán
y Georgia, circunvalando completamente Rusia.
Este es el
telón de fondo en el que ha tenido lugar la lucha entre
Georgia y Osetia del Sur. Los georgianos puede que solamente
estén interesados en retomar el control de una zona que
consideran parte de su territorio nacional, pero los rusos
están enviando el mensaje al resto del mundo de que
pretenden seguir controlando el grifo energético del mar
Caspio, pase lo que pase. No significa necesariamente que
vayan a ocupar abiertamente Georgia, pero desde luego que
retendrán sus posiciones estratégicas en Abjazia y Osetia
del Sur por motivos prácticos, con las bayonetas apuntando
a la yugular de la BTC. Así que si incluso el alto el fuego
tiene algún efecto, la lucha por los recursos energéticos
–a veces oculta y secreta, a veces abierta y violenta–
continuará teniendo lugar en el futuro.
(*)
Michael T. Klare es profesor de Estudios de la Paz y la
Seguridad Mundial en el Hampshire College de Amherst,
Massachusetts, y autor de “Blood and Oil: The Danger and
Consequences of America`s Growing Petroleum Dependency”.
Su último libro sobre geopolítica de la energía es
“Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of
Energy”.
(**)
Ángel Ferrero es colaborador de Sin Permiso, Rebelión y
Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
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