El
regreso de Rusia
Por
Serge Halimi (*)
Le Monde Diplomatique
Edición francesa, septiembre 2008
Traducido por Caty R.
Rebelión, 29/08/08
La
cuestión de la responsabilidad en el conflicto del Cáucaso
no nos ha preocupado mucho tiempo. Menos de una semana después
del ataque georgiano, dos comentaristas franceses,
especialistas en todo, lo han considerado «obsoleto». Un
neoconservador estadounidense influyente marcó la pauta.
Saber quién empezó «importa poco», zanjó Robert Kagan
ya que, «si Mikheil Saakachvili no hubiera caído en la
trampa de Vladimir Putin esta vez, el conflicto habría
estallado de otra forma» (1). Una hipótesis llama a otra:
Si el día de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos,
la iniciativa de una operación armada hubiera sido
emprendida por otra persona que no fuese el joven políglota
Saakachvili, licenciado por la «Columbia Law School» de
Nueva York, ¿los gobiernos occidentales y sus medios de
comunicación habrían contenido su indignación ante un
acto también altamente simbólico?
Pero
cuando los buenos y los malos de la película se conocen de
antemano, es más fácil seguir la historia. Los buenos,
como Georgia, tienen la obligación de preservar su
integridad territorial frente a las maniobras separatistas
urdidas por sus vecinos; los malvados, como Serbia, deben
aceptar la autodeterminación de su minoría «albanófona»
(Kosovo) y sufrir, si se le ocurre rechazarla, los
bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN). La moraleja es más edificante todavía
cuando, para defender su territorio, el simpático
presidente pro estadounidense de Georgia repatría a un
grupo de soldados enviados… a invadir Iraq.
Precisamente
el pasado 16 de agosto, el presidente George W. Bush invocó
gravemente las «Resoluciones del Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas», así como «la independencia, la
soberanía y la integridad territorial» de Georgia, «cuyas
fronteras tienen derecho al mismo respeto que las de las demás
naciones». Por lo tanto, sólo Estados Unidos tendría
derecho a actuar unilateralmente cuando considera (o se
imagina) que se amenaza su seguridad. En realidad, la
secuencia de los acontecimientos obedece a una lógica más
sencilla: Washington utiliza a Georgia (y a la recíproca)
contra Rusia; Moscú utiliza a Osetia del Sur, y también a
Abjasia, «para castigar» a Georgia.
Desde
1992, dos informes del Pentágono han pretendido prevenir
contra el eventual resurgimiento de la potencia rusa,
entonces hecha añicos. Para establecer permanentemente la
hegemonía estadounidense que surgió de la victoria de
Estados Unidos en la guerra del Golfo y de la desmembración
del bloque soviético era importante, indicaban dichos
informes, «convencer a los posibles rivales de que no
necesitan aspirar a desempeñar un papel más importante».
Y si no pudiera convencerlos, Washington sabría «disuadirlos»
¿Quién era el objetivo principal de estas atenciones?:
Rusia, «La única potencia del mundo que puede destruir a
Estados Unidos» (2).
Por
lo tanto, ¿se puede acusar a los dirigentes rusos de haber
contemplado la contribución occidental a las «revoluciones
de colores» en Ucrania y Georgia, la adhesión a la OTAN de
ex aliados del Pacto de Varsovia y la instalación de
misiles estadounidenses en terreno polaco como otros tantos
elementos de esa vieja estrategia destinada a debilitar su
país, cualquiera que sea su régimen? «Rusia se ha
convertido en una superpotencia y eso es preocupante»
admitió, por otra parte, Bernard Kouchner, el ministro
francés de Asuntos Exteriores (3).
El
creador, en 1980, de la arriesgadísima estrategia de
Washington en Afganistán (apoyar militarmente a los
islamistas para vencer a los comunistas…), Zbigniew
Brzezinski, señaló el otro aspecto de las intenciones
estadounidenses: «Georgia nos abre el acceso al petróleo y
dentro de poco al gas de Azerbaiyán, del mar Caspio y de
Asia Central. Por lo tanto, para nosotros, es una ventaja
estratégica fundamental» (4).
Brzezinski
no es nada sospechoso de frivolidad: aunque Rusia estaba
agonizando, en la época de Boris Yeltsin, quería
expulsarla del Cáucaso y Asia Central para asegurar el
suministro energético de Occidente (5). Desde entonces
Rusia va mejor, Estados Unidos menos bien y el petróleo es
más caro. Víctima de las provocaciones de su presidente,
Georgia acaba de sufrir el choque de estas tres dinámicas.
(*)
Director de Le Monde Diplomatique.
(1)
Respectivamente, Bernard Henri Lévy y André Glucksmann en
Libération del 14 de agosto de 2008 y Robert Kagan en el
Washington Post del 11 de agosto de 2008.
(2)
Paul–Marie de La Gorce, «Washington et la maîtrise du
monde», Le Monde diplomatique, abril de 1992.
(3)
Entrevista en el Journal du dimanche, París, 17 de agosto
de 2008.
(4)
Bloomberg News, 12 de agosto de 2008, www.bloomberg.com
(5)
Zbigniew Brzezinski, Le Grand Echiquier, Bayard, Paris,
1997.
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