El
impacto político de la invasión rusa a Georgia
Un
nuevo orden mundial
Por
Lee Sustar
Socialist Worker, EEUU, 21/08/08
Enviado
por Correspondencia de Prensa, 26/08/08
Traducido
por Giovanni Roberto
La
guerra Ruso–Georgiana ha revelado un nuevo equilibrio de
poder en el mundo, y expone la hipocresía de los políticos
estadounidenses y los medios de comunicación quienes
censuran al imperialismo que emana de Moscú, pero lo
abrazan cuando este proviene de EE.UU.
John
McCain, por supuesto, se lleva el premio por establecer la
doble vara más escandalosa. "En el siglo 21", nos
informa, "las naciones no invaden otras naciones".
A menos, por supuesto, que estemos hablando de Afganistán o
Irak, y el poder invasor pase a ser Estados Unidos. McCain
exigió la retirada inmediata de todas las fuerzas rusas de
Georgia e insistió en su "integridad
territorial"–a pesar de clamar por el derecho de
EE.UU. a ocupar Irak por los próximos 100 años.
El
supuestamente progresista Barack Obama no sonaba muy
diferente. "He condenado la agresión de Rusia, y hoy
reitero mi exigencia de que Rusia respete el alto al
fuego", dijo. "Rusia debe saber que sus acciones
tendrán consecuencias."
Uno
solo puede imaginar cómo respondería un Presidente Obama
si el Primer Ministro ruso Vladimir Putin o el Presidente
Dimitri Medvedev declarasen que no retirarían
inmediatamente todas las tropas de Georgia, sino que dejarían
tras de sí una gran fuerza de ocupación con el fin de ser
"tan cuidadosos en la retirada de Georgia como
cuidadosos fuimos al entrar".
Esa,
por supuesto, es la excusa de Obama para mantener hasta
50,000 soldados estadounidenses en Irak como "fuerzas
de protección"–la defensa del personal militar
americano y las misiones "antiterroristas" –el
mismo tipo de pretexto que utiliza Rusia para ir más allá
de la disputada región georgiana de Osetia del Sur hasta
una verdadera invasión.
Los
medios de comunicación han tenido incluso más doble–cara
que los políticos. Los mismos programas noticiosos que
repitieron como loros el encubrimiento del Pentágono sobre
las víctimas civiles del horrendo bombardeo estadounidense
en Faluya, Irak, en 2004 o los bombardeos aéreos en fiestas
de bodas en Afganistán ahora informan sin descanso sobre
las bombas rusas y los proyectiles de artillería que
golpean edificios residenciales y mercados.
Para
los medios de comunicación estadounidenses, cuando las
acciones militares de Washington provocan la muerte de
civiles–entre 600,000 y más de 1 millón en Irak, según
algunas estimaciones–eso son "daños
colaterales", una lamentable pero inevitable parte de
la guerra moderna. Sin embargo, cuando un avión ruso lanza
una bomba que mata a transeúntes inocentes, eso es un bárbaro
desprecio por la vida humana. Uno sólo se pregunta cuánto
más impopular sería la guerra de EE.UU. en Irak si los
medios de comunicación trabajaran tan duro en exponer las víctimas
civiles en ese país como lo han hecho en Georgia.
Señalar
la hipocresía de EE.UU. no minimiza la naturaleza imperial
de la más reciente ocupación rusa de Georgia. Georgia pudo
haber iniciado el conflicto al intentar aplastar a los
separatistas apoyados por Rusia entre la minoría de
Osetia–y probablemente lo hizo con luz verde de EE.UU. Sin
embargo, Rusia aprovechó la oportunidad para hacer un
ejemplo de Georgia a través de su fuerza militar–y no por
primera vez.
Los
gobernantes zaristas de la vieja Rusia conquistaron Georgia
hace más de dos siglos. Después de un breve interludio
tras la Revolución Rusa de 1917, Georgia fue de nuevo
encarcelada bajo la Unión Soviética de Stalin. El
movimiento nacionalista georgiano revivió en la década de
1980, a pesar de la asesina represión del supuesto liberal
Mikhail Gorbachev, el último presidente de la URSS.
El
colapso de la URSS en 1991 vio como las "repúblicas
federales" no rusas, incluyendo Georgia, obtuvieron su
independencia. Con el imperialismo ruso en crisis, el
imperialismo estadounidense estuvo decidido a llenar el vacío,
no sólo en los ex estados títeres de Moscú en Europa del
Este, sino en los países que anteriormente formaban parte
de la URSS.
Georgia,
sin embargo, fue inclinándose a EE.UU. de manera lenta. El
pro–occidental líder nacionalista georgiano, Zviad
Gamsakhurdia, empujó una línea de "Georgia para los
georgianos" que asustaba al 30 por ciento de la población
que no es georgiana a quienes Gamsakhurdia se refería
preocupantemente como "huéspedes". Como primer
gobernante no comunista en encabezar Georgia en los días de
decadencia de la URSS, Gamsakhurdia pasó a revocar el
estatuto de autonomía de Abkhazia y Osetia del Norte, que
habían sido consagrados en la constitución de la URSS. La
resistencia de los abkhazianos y osetios condujo a la guerra
civil y a la depuración étnica, y con la intervención de
Rusia, a la independencia de facto de ambas regiones desde
1993.
La
situación cambió muy poco bajo el régimen de Eduard
Schevardnadze, el ex Ministro de Asuntos Exteriores de la
URSS que regresó a su natal Georgia para asumir la
presidencia después de que Gamsakhurdia fuera derrocado en
un golpe de estado. Durante la década de Schevardnadze en
el poder, Rusia y EE.UU. maniobraron para influir en
Georgia.
Washington
encontró en Schevardnadze a un entusiasta socio de
negocios. Éste se mostró a favor de un oleoducto que
sorteara Rusia. Había sido también un político de carrera
soviético que había encabezado Georgia en la década del
1970 y que se negaba a tomar una consistente línea
anti–Moscú. En el 2003, año de elecciones en Georgia,
Schevardnadze hizo sonar las campanas de alarma en
Washington al hacer un trato con el monopolio ruso de energía
eléctrica AES, el mismo vino después de una "asociación
estratégica" con la gran empresa rusa de gas Gazprom.
A
finales del 2003, entonces todavía en la confiada fase
"misión cumplida" de la guerra de Irak, Estados
Unidos decidió aumentar su apuesta. Apoyó al abogado
educado en EE.UU. Mikheil Saakashvili, líder de la masiva
protesta de la "Revolución Rosa" que derrocó a
Schevardnadze después de que su partido tratara de amañar
los resultados de las elecciones parlamentarias. Modelada en
la rebelión que sacó a Slobodan Milosevic del poder de
Serbia en el 2000, la Revolución de las Rosas fue sostenida
en parte por el dinero de la fundación controlada por el
millonario financiero George Soros. Tras la Revolución de
las Rosas, la Fundación Soros y otros donantes, así como
la United Nations Development Project , hasta pagaron los
sueldos de 11,000 empleados civiles como parte de un
programa de ayuda de un período de tres años.
Estados
Unidos vio al gobierno de Saakashvili como un medio para
acelerar sus planes de energía y defensa para Georgia. La
inauguración presidencial de Saakashvili en el 2004 fue
atendida por el entonces Secretario de Estado Colin Powell,
quien anunció $166 millones de dólares en ayuda inmediata,
así como en un período de tres años, $500 millones de dólares
en ayuda para promover "reformas económicas".
Esto fue parte del flujo constante de dólares
estadounidenses a un país de sólo 4.6 millones de
personas. Según un estudio, Georgia es el segundo mayor
receptor per cápita de ayuda estadounidense en el mundo.
Mientras tanto, la Unión Europea y el Banco Mundial
prometieron otro billón en ayudas para el gobierno de
Saakashvili.
Pronto,
la Casa Blanca estuvo dispuesta a plantar bandera americana
en el corazón del Caucaso Meridional. George W. Bush visitó
Tbilisi en mayo de 2005 para "subrayar su apoyo a la
democracia, la reforma histórica y la resolución pacífica
de conflictos", como la Embajada de EE.UU. en Georgia
expresa en un comunicado de prensa. Estas
"reformas", según Kakha Bendukidze, el oligarca
industrial con base en Rusia convertido en Ministro de
Economía georgiano, significan que el estado de Georgia
privatizaría "todo lo que se pueda vender, excepto su
conciencia".
Con
Saakashvili en el poder, Washington se movió agresivamente
para crear en Georgia una crucial puerta de entrada de
oleoductos y gasoductos que podrían eludir tanto a Rusia
por el norte como a Irán por el sur. Fue bajo Saakashvili
que el tan anhelado oleoducto de la Bakú–Tbilisi–Ceyhan
(BTC) finalmente fue terminado en el 2005, proporcionando un
medio para obtener el petróleo de Azerbaijan en el Mar
Caspio a través de Georgia por un puerto turco en el
Mediterráneo.
EE.UU.
tuvo que presionar con mano dura a las compañías
petroleras occidentales en la construcción de la BTC–en
última instancia, BP [British Petroleum] aceptó asumir la
dirección. EE.UU. también tuvo que presionar a la
Corporación Financiera Internacional, el brazo de
desarrollo privado del Banco Mundial, a prestar $250
millones de dólares para la construcción del oleoducto.
"En
el Cáucaso del Sur, los intereses estatales de EE.UU. y
Europa están atados a los intereses comerciales de las
principales compañías petroleras que forman los
principales consorcios energéticos del Caspio",
escriben Damien Helly y Giorgi Gogia, dos expertos en la política
georgiana. "Para asegurar sus inversiones en la cuenca
del Mar Caspio, estas empresas han encontrado aliados entre
los geoestrategas estadounidenses que apoyan una fuerte
presencia de EE.UU. entre los vecinos de Rusia.
Ex–funcionarios de alto nivel como Zbigniew Brzezinski,
Brent Scowcroft, John Sununu, James Baker y Richard Cheney
(cuando fue jefe de Halliburton) han visitado Bakú
[Azerbaiján] y la región del Caspio para presionar a favor
de las compañías petroleras."
Estos
proyectos económicos y políticos estadounidenses tenían
que ser asegurados militarmente. De esta manera, a raíz del
9/11, EE.UU. comenzó a enviar asesores militares a Georgia.
Ese movimiento le dolió a Moscú, quien también acusó a
Georgia de hacer muy poco para detener el flujo de armas e
insurgentes a través de su frontera con Chechenia, donde
los separatistas estaban luchando contra las Fuerzas Armadas
rusas.
Para
Rusia, Georgia era vista como una línea roja que EE.UU. y
la OTAN no podían cruzar. A principios de la década de los
noventa, Rusia no tuvo más remedio que permitir la expansión
de la OTAN para que incluyera a sus antiguos satélites en
Europa del Este y las tres ex repúblicas soviéticas en el
Báltico. Pero el empuje estadounidense para incluir a
Georgia y Ucrania en el tratado–así como los esfuerzos
para colocar sistemas anti–misiles en la República Checa
y Polonia–fue demasiado para el Kremlin.
Después
de que Saakashvili se hiciera cargo de Tbilisi, las
tensiones entre EE.UU. y Rusia por Georgia aumentaron de
forma espectacular. En el 2004, la OTAN aprobó para Georgia
el "Plan de Acción Individual de la Asociación,"
el primer paso hacia su incorporación en la alianza, y
estacionó a un oficial de contacto en Tbilisi. En los años
transcurridos desde entonces, EE.UU. e Israel enviaron
instructores militares para modernizar el ejército de
Georgia para los estándares de la OTAN, mientras
Saakashvili ha demostrado su lealtad a EE.UU. con el envío
de 2,500 tropas georgianas a participar en la ocupación de
Irak. En el 2007, las fuerzas armadas de Georgia,
anteriormente una raquítica fuerza incapaz de derrotar a
las milicias irregulares de Osetia del Sur o Abkhazia ,
fueron bien entrenadas, ampliamente equipadas y preparadas
para la OTAN. EE.UU. presionó para una vía rápida de
aceptación en la alianza.
Por
supuesto, todo ese moderno armamento ahora es destruido o
capturado por el ejército ruso, y las fuerzas armadas
destrozadas por la ocupación rusa. Lo que comenzó como el
más reciente intento estadounidense de utilizar una pequeña
nación como estación del imperio americano ha llegado a su
fin con una brutal invasión de un imperio rival, uno
decidido a vigilar su propio "patio trasero" como
EE.UU. ha hecho en América Latina. A raíz de la guerra
Ruso–Georgiana, la rica en petróleo Azerbaijan–que
tiene su propia región separatista poblada de personas de
etnia armenia aliadas con Rusia–se lo pensarán dos veces
antes de cruzar Moscú para firmar con EE.UU. y la OTAN.
Pero
las consecuencias de la invasión rusa van mucho más allá
de la región del Cáucaso Meridional. La guerra ha expuesto
la ampliación de la OTAN como una organización hueca.
"Para una organización que ha llegado a depender mucho
de las palabras y simbolismos, la OTAN emitió un comunicado
desconcertante y evasivo en su reunión de emergencia en
Georgia", escribió el periodista Vladimir Socor.
"La primera mención de Rusia sólo aparece en el
segundo párrafo, y se trata de una mención positiva: la
OTAN 'acoge con satisfacción el [armisticio] acuerdo
alcanzado y firmado por Georgia y Rusia'. No se hace
referencia a la coacción militar rusa, en virtud de la cual
este viciado armisticio fue 'alcanzado'. El comunicado insta
a la aplicación pronta y de buena fe del armisticio, y
educadamente hace caso omiso de sus lagunas.
Hasta
ahí llegó el jactante principio "uno para todos y
todos para uno" de la OTAN. EE.UU. y la OTAN
financiaron y armaron una pequeña nación, alentaron o
toleraron un ataque militar que estaba obligado a
desencadenar una respuesta de una gran potencia vecina y,
cuando ese pequeño país fue invadido y ocupado, EE.UU. se
alejó y no hizo nada.
Hasta
aquí el sueño neoconservador de un "nuevo orden
mundial" bajo la dominación estadounidense,
garantizado por la guerra preventiva y el cambio de régimen.
Las guerras estadounidenses en Irak y Afganistán tenían la
intención de permitirle a Washington consolidar su dominio
sobre el Medio Oriente y proyectar su poder en el Cáucaso y
Asia Central. En cambio, EE.UU. se encuentra militarmente
sobrecargado, incapaz de proteger a su nuevo cliente estado
e incapaz hasta de sacar una enérgica resolución de
condena de la OTAN hacia Rusia por su invasión a
Georgia–por no hablar de la renuencia de los países de la
OTAN a enviar tropas a la perdida guerra de Afganistán.
Hay
otros ejemplos de la decadente influencia imperial de EE.UU.
–la expulsión de Pervez Musharraf como dictador de Pakistán
es el ejemplo reciente más serio. Las grietas en el
imperio, a su vez, se han ampliado por la actual crisis
financiera de EE.UU. que está arrastrando cada vez más
hacia abajo a toda la economía mundial. Todo el modelo económico
estadounidense–el pro–empresarial programa de libre
comercio neoliberal–está siendo desacreditado. El
reciente colapso en la última negociación de la Organización
Mundial de Comercio es un ejemplo de ello.
El
imperialismo estadounidense está lejos de ser una fuerza
gastada, por supuesto. El país todavía tiene un enorme
poderío militar y recursos económicos, y un presidente
Obama probablemente introduzca un equipo en política
exterior y militar más competente que los halcones de la
administración Bush. Pero no importa quien este a cargo en
la Casa Blanca, el cambio en el equilibrio de poder
mundial–económico, militar y político–esta obligado a
llevar a una mayor inestabilidad y crisis.
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