Malos
tiempos para la “pax americana”
Análisis
de Jim Lobe
Inter
Press Service (IPS), 23/08/08
Washington.–
Las esperanzas del gobierno de Estados Unidos de aprovechar
su "guerra contra el terrorismo" para imponer una
"pax americana" en Europa y Asia parecen haberse
desvanecido en las últimas dos semanas.
La
"pax americana" es la fórmula con que la coalición
de neoconservadores, nacionalistas agresivos y cristianos
derechistas que dominó la política exterior en la primera
presidencia de George W. Bush (2001–2005) denominaba su
ambición de predominio y control unilateral de Estados
Unidos en el mundo.
En las dos
últimas dos semanas, Rusia reafirmó su influencia sobre el
Cáucaso del modo más enfático posible, invadiendo y
ocupando partes sustanciales de Georgia luego que el
presidente Mijail Saakashvili –líder favorito de
Washington en la región– lanzó una infortunada ofensiva
contra los secesionistas de Osetia del Sur.
Unos 1.000
kilómetros al este, sangrientos ataques en Afganistán y
Pakistán sirvieron de recordatorio de la seriedad de la
insurgencia del movimiento islamista Talibán, dominado por
integrantes de la etnia pashtún (patana) en ambos países,
y las amenazas que plantean para sus gobiernos, apoyados por
Estados Unidos.
Mientras,
los representantes de Estados Unidos en Iraq parecen haber
avanzado en la negociación de un acuerdo militar bilateral
que permita a las fuerzas de combate de su país permanecer
ese país por lo menos otro año y medio.
Sin
embargo, las señales de que el gobierno del primer ministro
Nouri Al–Maliki, dominado por los chiitas, puede estar
preparándose para arremeter contra las sunitas Fuerzas del
Despertar, respaldadas por Estados Unidos, ha despertado el
espectro de una renovada guerra civil entre comunidades
religiosas.
Al mismo
tiempo, parece haberse desvanecido toda esperanza de
concluir un marco de trabajo hacia un acuerdo de paz entre
Israel y la Autoridad Nacional Palestina para cuando el
presidente estadounidense George W. Bush termine su mandato,
el próximo 20 de enero.
Además,
las gestiones para movilizar una mayor presión diplomática
y económica internacional sobre Irán para que detenga su
programa de enriquecimiento de uranio –la gran prioridad
de Washington antes de la crisis de Georgia– se estancaron
indefinidamente, abrumados por la marea de malas noticias
procedentes de la región.
"La
lista de fracasos de política exterior esta semana es
impresionante", señaló el viernes, en una declaración,
la Red de Seguridad Nacional, una organización de ex altos
funcionarios críticos de las políticas más agresivas del
gobierno de Bush.
La ofensiva
rusa en Georgia, en particular, señaló "el fin de la
pax americana, la era en la que Estados Unidos más o menos
mantuvo un monopolio sobre el uso de la fuerza
militar", según el columnista Paul Krugman, del diario
The New York Times.
La
intervención de Rusia en lo que solía llamar su
"exterior cercano" fue claramente el más
espectacular de los acontecimientos de la quincena.
Y esto, a
causa de su uso sin precedentes de una abrumadora fuerza
militar contra un aliado de Estados Unidos, que lo promueve
con fuerza para integrarlo como miembro pleno de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Pero también
por las implicaciones geoestratégicas de su campaña para
la cada vez más problemática alianza atlántica. Y para
las esperanzas de Estados Unidos de que el mar Caspio y de
Asia central pueda ser transportado de modo seguro hacia
Occidente, sin transitar ni por territorio ruso ni iraní.
Aunque
Rusia no tomó el control del gasoducto de
Baku–Tbili–Ceyhan (BTC) ni se acercó al área propuesta
para el de Nabucco, más al sur, su intervención dejó muy
claro que podría haberlo hecho si lo hubiera deseado.
Seguramente ese mensaje reverberará por toda Europa,
sedienta de gas.
Ahora los
inversores pueden demostrar mucho menos entusiasmo que antes
a la hora de financiar el proyecto de Nabucco, asestando
otro golpe a las ambiciones regionales de Washington.
La ofensiva
de Rusia también planteó nuevas preguntas sobre su
disposición a tolerar el continuo uso de bases aéreas y
otras instalaciones militares clave de la región por parte
de Estados Unidos y otros países de la OTAN.
Esas bases
están en la parte meridional de la ex Unión Soviética,
especialmente en Kirguizstán y Uzbekistán, sobre los
cuales Moscú mantiene una influencia sustancial.
En cuanto a
Georgia, Estados Unidos aumentó significativamente su
presencia militar enviando, por encima de las protestas
rusas, 200 efectivos para las Fuerzas Especiales a comienzos
de 2002, en el marco de su "guerra mundial contra el
terrorismo".
Washington
tenía la excusa de que esas tropas serían usadas en sus
operaciones posteriores en Afganistán, como efectivamente
ocurrió.
Pero también
fueron percibidas como ladrillos en la construcción de una
infraestructura militar permanente que pudiera contener una
Rusia renaciente o una China emergente, y ayudara a
establecer la hegemonía estadounidense sobre los recursos
energéticos de Asia central y la región del Caspio, en lo
que sus arquitectos esperaban fuera un "nuevo siglo
estadounidense".
Washington
y, en cierto grado, la OTAN detrás suyo, "se entrometió
en los espacios geopolíticos" controlados por
"otros países aletargados", y esos países
"ya no están aletargados…", dijo esta semana el
ex diplomático de Singapur Kishore Mahbubani.
De hecho,
Estados Unidos y sus aliados de la OTAN todavía están muy
empantanados en Iraq, donde, a pesar de la reducción de la
violencia entre comunidades religiosas, la reconciliación
política sigue siendo difícil de alcanzar.
Y ahora
enfrentan desafíos sin precedentes en Afganistán, que
recuerdan los que enfrentaron los soviéticos cuando
invadieron ese país hace 20 años. "Las noticias
procedentes de Afganistán son verdaderamente
alarmantes", advirtió el jueves The New York Times en
su editorial.
El diario
observó que el asesinato de 10 paracaidistas franceses
cerca de Kabul en una emboscada a principios de la semana y
el atentado coordinado por parte de atacantes suicidas
contra una de las mayores bases militares estadounidenses
fueron señales de una situación cada vez más nefasta.
En los últimos
tres meses, fueron asesinados más soldados estadounidenses
en Afganistán que en Iraq.
"Afganistán
necesita desesperadamente un programa serio de
infraestructura y desarrollo económico", escribió
esta semana en su blog el coronel retirado Pat Lang, experto
en Medio Oriente y Asia austral en la Agencia de
Inteligencia de Defensa.
Por
supuesto, el resurgimiento del Talibán, que dominó la
mayor parte del territorio afgano entre 1996 y 2001, cuando
fue expulsado por una coalición internacional conducida por
Estados Unidos, se debió, en buena medida, al refugio
seguro que le brindaron las Áreas Tribales Federalmente
Administradas (FATA) de Pakistán.
El brazo
pakistaní del Talibán no sólo intensificó su dominio
sobre la región en los últimos meses, sino que lo extendió
a la Provincia de la Frontera Noroccidental.
La semana
pasada, las milicias talibanas se vengaron de un modo
espectacular de los ataques aéreos del ejército,
respaldado por Estados Unidos, en Bajaur, cerca del Paso de
Khyber, la principal ruta de suministro para fuerzas de la
OTAN en Afganistán.
La
represalia consistió en atentados suicidas en una fábrica
de municiones fuertemente custodiada, cerca de Islamabad.
Murieron casi 70 personas.
Algunos
analistas en Washington se muestran especialmente
preocupados de que el nuevo gobierno civil en Islamabad
quede dividido por la crisis económica y por sucesión del
dictador militar apoyado por Estados Unidos, Pervez
Musharraf (1999–2008), apoyado por Estados Unidos, quien
renunció el día 18.
El temor es
que las autoridades pakistaníes demuestren ser ineficaces
en la lucha contra el Talibán, una prioridad del gobierno
de Bush para la cual el ejército, durante mucho tiempo
concentrado en la amenaza convencional planteada por India,
no ha mostrado absolutamente ningún interés.
El actual
vacío de poder en Islamabad exacerba la preocupación en
Washington. Para colmo, también cree posible que el
servicio de inteligencia del ejército pakistaní –al cual
Estados Unidos cree involucrado en el mortal atentado
cometido el mes pasado por el Talibán contra la embajada
india en Kabul– pueda escalar en sus esfuerzos
anti–indios.
Esto es
especialmente atemorizante en momentos en que recrudece el
conflicto en la Cahemira india, garantizando una aguda
escalada en la rivalidad entre los dos países vecinos, que
se remonta a la independencia de ambos en 1947. India y
Pakistán poseen armas nucleares, y también amenazan la
"pax americana" posterior a la Guerra Fría.
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