Una Unión Europea sumida en la incertidumbre
Por Elmar Altvater (*)
Freitag, 19/02/09
Sin Permiso, 22/02/09
En diciembre pasado, el primer ministro británico Gordon Brown invitó a
Londres al presidente francés Nicolas Sarkozy y al jefe de
la Comisión Europea, José Manuel Barroso. No fue el tema
de la reunión –la crisis financiera y los programas
europeos de acción coyuntural— lo que llamó la atención,
sino la ausencia de Angela Merkel. No fue invitada.
La razón, la había ofrecido ya Sarkozy poco antes del encuentro con una
observación burlona. Mientras Alemania reflexionaba todavía
sobre posibles programas de acción coyuntural, Francia
pasaba a la acción; tan claro lo dijo, que casi hizo perder
a Merkel la contención diplomática.
Las semanas transcurridas desde el incidente de Londres han enseñado que la
crisis financiera no la pueden parar ni siquiera los machos
[en castellano en el original; T.] del palacio del Eliseo y
de Downing Street, porque se ha desbordado convirtiéndose
en una verdadera crisis de la llamada economía real, en una
avalancha de quiebras que ha costado ya millones de puestos
de trabajo.
Gran Bretaña está ya al borde de la quiebra estatal. Las monstruosas pérdidas
del mundo bancario han de ser enjugadas. Lo que, según
estimaciones del FMI, significará unos 2,32 billones de dólares.
Y no se ve todavía luz al final del túnel de la debacle.
Crece
la cólera
¿A quién puede extrañar que crezca la cólera por los miles de millones
perdidos? Y eso, por mucho que los ciudadanos reaccionen más
bien con consternación a los miles de millones ofrecidos
como si nada a los especuladores financieros y a los
capitalistas reales, mientras se discute durante semanas por
un par de euros más destinados a los beneficiarios del
programa asistencial Hartz–IV. Y aunque es verdad que
todos esperan que los miles de millones ofrecidos como aval
en casos de posibles quiebras futuras no tendrán que
hacerse efectivos, es bueno recordar el sagaz refrán
popular: “Quien avala, para la horca se prepara”.
¿Quién habría pensado que en tiempos de globalización, de apertura
mundial de los mercados libres y de un internet sin
fronteras, volvería el Estado nacional como salvador de
emergencia?
La razón de ello es que el Estado despreciado por la camarilla neoliberal
presenta en esta crisis financiera una ventaja inestimable.
Dispone del monopolio fiscal, y por lo mismo, puede
intervenir sobre los ingresos corrientes o venideros de los
ciudadanos. De ahí se sacan los miles de millones de euros
o de dólares detraídos para rescatar a los bancos en
dificultades o desviados para apoyar a la industria.
No hay, hoy por hoy, alternativa al monopolio fiscal de los Estados
nacionales. ¿Cómo habría siquiera de perfilar la UE
milmillonarios paquetes de rescate, si no puede acceder más
que a un 0,9% del PIB? Lo único que le queda a la Comisión
en Bruselas es coordinar las inyecciones financieras de los
países miembros, lo que significa que los 200 mil millones
de euros planeados por esos países serán encauzados en un
programa europeo de coyuntura. Así se demuestra capacidad
de acción, aunque no se disponga de dinero. Eso es política
ilusionista.
Sarkozy y Merkel escriben conjuntamente al actual presidente del Consejo
europeo, el checo Mirek Topolánek, y promueven una cumbre
de la UE dedicada a la crisis financiera y económica que
debería comenzar a celebrarse a principios de marzo de 2009
y reunirse luego varias veces en cortos intervalos de
tiempo. Eso es actividad. ¿Es política eficaz?
Sin embargo, una coordinación de la política en la UE es de todo punto
necesaria. Pues no sólo se trata de los gigantescos
paquetes de estímulo con que se obsequia a la economía y
se lastra a los ciudadanos de la UE. Los grandes países de
la UE también podrían ceder a las tentaciones del
proteccionismo y ponerse a defender y a sostener las
respectivas industrias nacionales. Intereses en tal sentido
se registran en todos los países de la UE. Lo que, por
cierto, hace que la crisis financiera y económica genere
tensiones también en el euro. Pues no es sostenible a la
larga una moneda única, si son los Estados nacionales
quienes fijan las reglas perdiendo de vista que la unidad
monetaria exige un mínimo de unificación de la economía
real. Esa es la lección que tienen que aprender también
Alemania y Francia, empeñadas en ayudas obsequiosas y
programas de sostén a sus respectivos fabricantes de automóviles.
Han pasado casi 20 años desde los acuerdos de Maastricht y el euro va a
cumplir 10. A comienzos de los 90, la decisión de poner en
marcha un espacio euro significaba también la renuncia a
palancas políticas importantes capaces de permitir el
gobierno de la economía.
Ya no era posible la política monetaria cambiaria, tampoco la intervención
política en los tipos de interés: todos los países de la
UE quedaban sometidos a las decisiones del Banco Central
Europeo. Ahora, hasta el Tribunal Constitucional Federal
alemán se afana en resolver si esa renuncia a la soberanía
es o no conforme a la Ley Fundamental alemana y compatible
con las atribuciones democráticas mínimas que deben
corresponder a los Parlamentos. Los jueces constitucionales
podrán observar precisamente ahora cuán soberanamente
pueden lidiar los gobiernos nacionales con el dinero
(procedente, en última instancia, del contribuyente).
En última instancia, las elites de la UE han apostado siempre por el
mercado y las libertades del mercado. En la situación de
grave crisis financiera y económica, huelga decirlo, el
mercado no aporta la menor ayuda, y el Estado fiscal
nacional tiene que intervenir con subvenciones
milmillonarias.
A todo eso, la Europa social, a despecho de tanta retórica sobre el modelo
social europeo, sigue siendo poco más que una concesión
desganada. Lo que facilita el asombroso viraje del
liberalismo de mercado al capitalismo centrado en el Estado.
Porque apenas se presta atención a las reivindicaciones
sociales. Nada cambiará en este punto –ni en París, ni
en Londres, ni en Berlín, ni en Bruselas—, hasta que los
movimientos sociales superen la parálisis y hagan oír su
voz.
(*)
Elmar Alvater, miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso,
es profesor emérito de Ciencia Política en el Instituto
Otto–Suhr de la Universidad Libre de Berlín. Perteneció
entre 1999 y 2002 a la Comisión de Investigación sobre
Globalización de la Economía Mundial del Parlamento
federal alemán (Bundestag) y es miembro del Consejo Científico
de ATTAC. Su último libro traducido al castellano: E.
Altvater y B. Mahnkopf, “Las Limitaciones de la
globalización. Economía, ecología y política de la
globalización”, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.
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