No
ceden los incidentes en fábricas
Aumenta
la tensión social por la crisis
Reuters,
22/04/09
París.–
Mientras se extiende la ola de despidos en empresas
radicadas en Francia, los trabajadores franceses, en defensa
de sus puestos de trabajo, volvieron a protagonizar ayer
varios incidentes que incluyeron toma de fábricas, retención
de ejecutivos y vandalismo, síntomas de un creciente
descontento social.
Unos
30 empleados del astillero naval Unión Naval de Marsella (UNM),
en liquidación judicial, ocuparon durante algunas horas las
oficinas de Boluda Francia, filial del grupo español Boluda,
y pidieron en vano hablar con un responsable de la empresa.
"Sólo
hemos venido para hablar con un interlocutor del grupo español
Boluda, del que la UNM es una filial, sobre la
reindustrialización del lugar y sobre nuestros
empleos", dijo Olivier Mateu, del sindicato CGT. Aclaró
que el grupo no tenía intenciones "de secuestrar a
nadie".
"Boluda
ha demostrado una vez más que le dan igual las 130 familias
de los trabajadores despedidos" después de la
liquidación judicial de la UNM, el 10 de marzo pasado,
sostuvo el representante sindical.
Desde
que se profundizó la crisis económica mundial, a comienzos
de año, los empleados y obreros franceses han recurrido a
la retención forzada o al secuestro de ejecutivos de
empresas como instrumento de negociación de sus despidos,
suspensiones o reducción de horas de trabajo.
Así
ocurrió en fábricas de Sony, Caterpillar, 3M, Scapa y
Faurecia, una empresa al sur de París que también fabrica
partes de automóviles.
Ayer,
los trabajadores de Molex, fabricante norteamericana de
autopartes, liberaron a dos ejecutivos que estaban retenidos
desde el lunes en la planta de Villemur–sur–Tarn.
En
las últimas semanas, en un clima social particularmente
tenso, y cuando se anuncian nueva olas de despidos en
diversas empresas, algunos sindicatos han radicalizado sus
posturas con acciones directas.
Dos
edificios –uno de ellos sede judicial– de Clairoix,
norte de Francia, fueron atacados ayer por empleados de
Continental, el gigante alemán de los neumáticos, cuando
fracasó un intento de bloquear el cierre de la planta. Imágenes
de televisión mostraron a los empleados rompiendo ventanas
dentro de un edificio a la entrada de la planta en Clairoix.
Más temprano, se habían reunido en un edificio judicial
para esperar la decisión. Cuando se conoció el fallo, los
trabajadores irrumpieron en el edificio arrojando
escritorios, sillas y computadores por la ventana.
La
acción social extrema se impone por el cierre de empresas
Ya
es moda el secuestro gremial
Por
Eduardo Febbro
Corresponsal
en París
Página
12, 22/04/09
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Apresamiento de
patrones en Molex
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Ayer,
dos ejecutivos de la empresa norteamericana Molex permanecían
secuestrados por el personal. La empresa tiene previsto
cerrar este año pero los trabajadores le exigen el pago de
130 millones de dólares en indemnizaciones.
Los
dirigentes empresariales franceses caminan por los pasillos
con la espalda pegada a la pared. Desde hace unos meses, un
nuevo peligro los acecha, un peligro mucho más imprevisto
que una huelga o que la llegada de un inspector de los
impuestos: el secuestro. El cierre de empresas en cascada
producto de la crisis mundial, el despido del personal, las
magras indemnizaciones que cobran los empleados y las
jugosas recompensas que se pagan los dirigentes han empujado
a una suerte de acción social extrema a quienes se quedan
sin trabajo y con los bolsillos casi vacíos. Ayer, dos
ejecutivos de la empresa norteamericana Molex, fabricante de
componentes electrónicos para autos, permanecían
secuestrados por el personal. La empresa tiene previsto
cerrar este año pero los trabajadores le exigen a la
dirección la devolución de material que, según los
sindicatos, fue enviado a Holanda así como el pago de 130
millones de dólares en indemnizaciones.
Al
caso de Molex se le agrega a una lista consistente de
empresas cuyo personal, confrontado al mal llamado plan
social, respondió con la acción social del secuestro: Sony,
Caterpillar, 3M, Scapa, Faurecia y Conforama vieron a sus
responsables patronales secuestrados por el personal. El
secuestro ha funcionado como un arma para forzar una
negociación o reequilibrar las desigualdades de las
indemnizaciones. La desesperanza y la violencia sorda de la
injusticia desencadenó así otra forma de violencia: el
personal llega al extremo de cometer un acto casi penal para
reclamar sus derechos. “No es bueno para la democracia, no
es sano para las relaciones sociales, no es sano para las
negociaciones”, dijo hace unos días Hervé Novelli,
secretario de Estado encargado del Comercio y de las PME.
Las palabras de apaciguamiento y las advertencias del
presidente francés, Nicolas Sarkozy, no tuvieron ningún
efecto. Ayer, el personal del grupo alemán Continental llegó
hasta a saquear la subprefectura de la región de Compiègne
porque el tribunal rechazó la querella presentada por los
empleados contra los argumentos con los cuales la patronal
decidió el cierre de la planta y el despido del personal,
casi 2000 personas.
No
hay semana en la que no se produzca un secuestro o un
intento. El telón de fondo que alimenta la bronca social es
la extraordinaria disparidad entre los premios e
indemnizaciones que se llevan los dirigentes empresariales,
muy a menudo responsables de la mala gestión de la empresa
y, por consiguiente, de la quiebra, y las migajas que
reciben los empleados despedidos. Jérôme Pelisse,
especialista en conflictos del trabajo y coautor del libro
Los conflictos del trabajo en la Francia contemporánea,
explicó al diario Libération que la violencia que se
desprende de las imágenes de los secuestros es el espejo de
otra violencia, que no se ve: “Hay que poner esas imágenes
que chocan en relación con la violencia que soportan los
empleados cuando pierden su trabajo, cuando, al proponerles
indemnizaciones mínimas, no se les reconoce su trabajo. Esa
violencia es social, invisible”. El análisis es de una
coherencia implacable: paracaídas de oro para una minoría,
miseria y desempleo para la gran mayoría. “El patronato
ejerce tanta violencia, tanta presión, hay tanta injusticia
y tantas violaciones sistemáticas al derecho que el mismo
patronato crea las condiciones de hartazgo, de exasperación
y violencia que conduce a estas situaciones”, dice Jean
Claude, un sindicalista de la CGT que trabaja en una empresa
en plena reorganización.
Muy
a pesar suyo, Jean Claude reconoce que los sindicatos tratan
de evitar lo peor y conducir una negociación sana, pero,
agrega, “no siempre llegamos a tiempo. Las bases, hoy, son
extremadamente difíciles de contener, de razonar. La
injusticia opera como un detonante y una vez que ese
sentimiento se pone en marcha nada puede detenerlo”.
Marcel Grignard, secretario nacional del sindicato CFDT,
argumenta que los conflictos recientes son el resultado de
“decisiones inaceptables e incomprensibles para los
empleados”.
La
incomprensión y la inaceptabilidad de la situación tienen
a menudo el mismo origen: las empresas cierran no porque no
sean rentables sino porque son menos rentables que antes..
Ello fomenta una profunda sensación de desamparo e
injusticia que lleva a concebir no sólo secuestros sino
incluso amenazas de hacer volar toda la empresa.
El
espectáculo indecente del despilfarro de decenas de miles
de millones de dólares en las especulaciones financieras,
los salvatajes millonarios decididos por los Estados para
evitar la bancarrota de bancos y compañías financieras,
las millonarias indemnizaciones recibidas por los dirigentes
de esos mismas instituciones salvadas con dinero público
tuvieron una influencia veloz en la conciencia social de
importantes segmentos de la sociedad amenazados por el
desempleo. Entre aceptar lo impuesto y secuestrar eligieron
lo segundo.
Además
esa práctica, que tuvo su auge en Francia en los años
’70, no es rechazada por la sociedad. Dos sondeos de opinión
revelan, uno, que el 45% de los encuestados juzga ese método
“aceptable”; el otro, que el 63% de la opinión pública
encuentra “comprensible” que se recurra al secuestro.
Por ahora, el Ejecutivo amenaza con reprimir pero deja en
suspenso la mano que castiga. La izquierda condena la práctica
pero dice comprenderla. Algunos secuestros condujeron a
nuevas negociaciones y, por ende, a reducir los márgenes
abismales de injusticia. Uno de los sindicalistas que
participaron en el secuestro de los directivos de Sony dijo
en la televisión: “No sé si ganamos o perdimos, sólo sé
que somos dignos”.
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