Elecciones
germanas del 27 de septiembre: los dos partidos que dominan
la vida política pierden fuelle en beneficio de los grupos
menores
Novedad
e interés en Alemania
Por
Mateo Madridejos (*)
El
Periódico, 08/09/09
Las
elecciones en los länder de Sajonia, Sarre y Turingia, en
las que retrocedieron tanto la Unión Cristiano Demócrata
(CDU) como el Partido Socialdemócrata (SPD), que comparten
el Gobierno federal y dominan la política germana desde
1949, introducen una inesperada incertidumbre y algunas
variantes ante las generales previstas para el 27 de este
mes.
Las
encuestas pronostican que la cancillera Angela Merkel (CDU)
podrá repetir el mandato, pero no es seguro que consiga
sustituir la gran coalición con los socialdemócratas por
otra con el Partido Liberal (FDP). La campaña electoral
acusa las novedades y adquiere un interés que se creía
difunto.
Lo más
significativo de las elecciones regionales fue el avance de
los liberales y el resurgir de Die Linke (La Izquierda), un
partido creado en el 2005 por los excomunistas de la que fue
República Democrática Alemana (RDA) y los socialdemócratas
y sindicalistas radicales descontentos con la política
derechista del entonces canciller del SPD, Gerhard Schröder.
Bajo la dirección de un líder populista, el ex ministro
federal de Finanzas Oskar Lafontaine, logró el 21 % de los
votos en el Sarre y ahora se postula para formar un gobierno
de coalición con socialdemócratas y verdes.
Una
alianza de toda la izquierda con apoyo ecologista en el
Gobierno de Sarrebruck sería un aldabonazo sin precedentes
en la historia de la RFA, donde el recuerdo hiriente del
comunismo está muy arraigado. Lo mismo puede decirse de la
oriental Turingia, donde La Izquierda (24 %) adelantó al
SPD. Una coalición rojo–rojo (el mismo color identifica a
ambos partidos) podría tener efectos devastadores para los
socialdemócratas en las elecciones generales.
Hasta
ahora, el SPD recusó a La Izquierda a nivel federal y limitó
su entendimiento a los gobiernos regionales en la parte
oriental de Alemania, debido al lógico temor de perder los
votos del centro que son absolutamente necesarios para
alcanzar el poder en Berlín.
Los
dos partidos que dominan la vida política pierden fuelle en
beneficio de los grupos menores que abigarran el escenario
archiconocido y se perfilan como compañeros de viaje en una
eventual coalición. Si el SPD ve erosionada su base
electoral por la prédica populista de La Izquierda en época
de crisis económica y aumento del paro, la CDU de la
cancillera Merkel, acusada dentro de su partido de haber
virado hacia la socialdemocracia por su actitud ambigua
durante la recesión, está muy lejos del 40% de algunos de
sus predecesores.
Las
críticas arrecian dentro de la CDU y su aliado bávaro, la
muy conservadora Unión Social Cristiana (CSU), contra el
supuesto centrismo y la nula agresividad de Merkel, que se
sitúa ostensiblemente por encima de los partidos, como un
remedo de Adenauer y Kohl, hasta el punto de sospechar que
prefiere mantener la actual coalición con el SPD.
Esa
conjetura explicaría que la cancillera reniegue de su
imagen neoliberal del 2005, defienda su moderación y eluda
aparecer en el escenario abrazada con los liberales, aunque
estos sean su primera opción en caso de triunfo suficiente.
Merkel no está dispuesta a «pisar el acelerador», como le
demandan los bávaros.
Las
encuestas insisten en la ventaja de Merkel (entre 10 y 15
puntos) sobre su principal adversario, el ministro de
Exteriores, Frank–Walter Steinmeier (SPD), pero el
retroceso acusado de los socialdemócratas no impide el
estancamiento de la coalición CDU–CSU en torno al 32,5%
que obtuvo en el 2005, insuficiente para que se fragüe la
coalición con los liberales.
La
primera secuela del toque de atención de las elecciones
regionales es que la coalición negra–amarilla (los
colores de la CDU y el FDP) no es inevitable, como hasta
ahora se sostenía o esperaba. Merkel se muestra
imperturbable en su procelosa navegación hacia el centro y
Steinmeier espera que las encuestas hayan sido incapaces de
detectar la nueva resurrección del SPD, como sucede
electoralmente desde el derrumbe del muro de Berlín y la
falsa profecía de la muerte inexorable de la
socialdemocracia.
La
dimisión del gobernador de Turingia y líder de la CDU,
Dieter Althaus, confirma que los socialdemócratas prefieren
una gran coalición con la CDU en ese land, en vez de una
alianza con La Izquierda y los verdes, aritméticamente
posible, y que la cancillera está dispuesta a sacrificar a
uno de sus hombres de confianza en aras de preservar los
puentes con el SPD que le aseguran la continuidad en el
poder. Marginando los escollos ideológicos y las querellas
personales, la coalición entre la CDU y el SPD supo
transitar con relativa soltura por los caminos escarpados de
la crisis económica y la permanencia de las tropas alemanas
en Afganistán, a pesar de las fuertes reticencias de la
opinión pública.
El
panorama se complica algo por la irrupción de La Izquierda.
La tradicional composición cuatripartita del Bundestag (Cámara
baja del Parlamento) y la alternancia de las dos parejas (la
CDU con los liberales y el SPD con los Verdes) ha sido
dinamitada no solo por el empuje de La Izquierda, sino por
la gran coalición CDU–SPD que ha funcionado
satisfactoriamente y con la que la cancillera Merkel se
siente muy cómoda. Die Linke abandona el lazareto, pero aún
no está considerado un partido como los otros capaz de
ofrecer una opción de izquierdas a la política de la
primera potencia europea.
(*)
Periodista e historiador.
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