Grecia se está convirtiendo en un
experimento para la nueva fase de la corrección de curso
que el neoliberalismo se propone realizar aprovechando la
estela de la crisis económica y financiera.
Paul
Bremer, el primer virrey norteamericano, impuso a un
estragado Irak políticas económicas que The Economist
calificó como un régimen "de capitalismo de ensueño".
Difícilmente se halla una locución mejor para describir
las medidas del plan de "estabilidad" sometidas
por Grecia a la aprobación de la Comisión Europea, y
aprobadas ayer.
El
plan contempla una reducción del déficit presupuestario
griego, que pasaría del actual 12,7% del PIB al 2,8% en
2012, prometiendo, además, inmediatamente, un recorte del
10% en el presupuesto ministerial, una congelación de las
contrataciones de funcionarios públicos, la abolición de
distintos impuestos directos y un incremento de la
fiscalidad indirecta. Y por si eso no bastara, el primer
ministro socialista George Papandreu anunció ayer, en un
dramático discurso televisado a la nación, ulteriores
medidas de austeridad sin precedentes, entre ellas, el
aumento inmediato de los impuestos a los carburantes, el
aumento de la edad de jubilación y recortes en la
remuneración de los empleados públicos que significarán
una disminución del 10% del salario para la mayoría de
funcionarios del Estado, y del 40% en el caso de los académicos.
Como en Gran Bretaña, las universidades reciben el primer
golpe; la tan cacareada "economía del
conocimiento" no es óbice para considerarlas un lujo
de todo punto secundario.
Y
todo eso va a ponerse por obra en el país más pobre de la
vieja Europa, que cuenta con un desempleo juvenil del 25%,
con un crecimiento estancado y con sus tradicionales
sectores de la industria naviera, el turismo y la construcción
sometidos a una indecible presión. Esas medidas cerrarán
el círculo vicioso de creciente desempleo, menguantes
ingresos fiscales y políticas económicas sometidas al
capricho de la especulación en los mercados financieros.
Empujarán a un país que se halla ya en profunda recesión
al abismo de una depresión duradera y sin salida.
"Grecia
se halla en el ojo del huracán de una tormenta
especulativa", lamentó Papandreu en su comparecencia
televisiva. Se estaba refiriendo a la degradación de la
calificación del crédito griego por parte de tres empresas
privadas de valoración de riesgos –ninguna de las cuales
está sometida a control o supervisión algunos— y a la
consiguiente especulación en los mercados en torno a la
deuda pública griega destinada a financiar el déficit,
especulación que elevó los tipos del empréstito soberano
griego un 4% por encima de la línea de base.
Se
trata de una repetición intensificada del ataque que lanzó
Soros contra la moneda británica en 1992 (que llevó al
Reino Unido a su humillante salida del Mecanismo Europeo de
Cambio) y del ataque de los especuladores a la banca británica
en 2008. Y es índice capital de una desdichada situación
galanamente aceptada por la Unión Europea y los gobiernos:
un puñado de megacapitalistas fondos de cobertura hedge,
que ya se han cargado con esa práctica a grandes bancos,
apuesta ahora a la bancarrota de un país en la esperanza de
que la propia apuesta ayude a cumplir la profecía y les
permita ganar posiciones de ventaja en la venta
cortoplacista.
No
cabe la menor duda de que tanto Papandreu como Karamanlis,
las dinastías políticas dominantes en la Grecia de
posguerra, se han servido del empleo en el sector público y
del mecenazgo para beneficio político propio, contribuyendo
a aumentar monstruosamente el volumen de la deuda. No cabe
la menor duda de que una substanciosa evasión fiscal, la
corrupción y el clientelismo han contribuido
significativamente a las actuales cuitas. Pero el remedio es
mucho peor que la enfermedad, y será costeado, como
siempre, por las usuales víctimas: trabajadores
asalariados, grupos de bajos ingresos, campesinos con
cultivos de subsistencia y desempleados.
En
un horizonte más amplio, Grecia se está convirtiendo en un
experimento para la nueva fase de la corrección de curso
que el neoliberalismo se propone realizar en la estela de la
crisis económica y financiera. Las medidas fiscales e
impositivas de "estabilidad" vienen a continuar un
conjunto de dogmas económicos milagreros que, aun si
quebrados en 2008, siguen dominando el mundo mental de los
dirigentes políticos europeos. La magia negra de la
privatización, la desregulación y la financiarización ha
sido teóricamente rechazada por muchos fieles de la primera
hora, pero todavía impera en los ambientes de unas cuantas
escuelas de negocios de elite y en la Comisión Europea.
Obama
lanzó el año pasado un estímulo fiscal de 787 mil
millones de dólares, que incluían recortes fiscales,
expansión de la cobertura del desempleo e incremento del
gasto en educación, sanidad, infraestructuras y sector
energético; la europea Grecia se ve condenada a la inanición
fiscal. La deuda pública de Japón representa el 225% de su
PIB, y se financia mediante empréstito interno, dejando sólo
el 6% en manos extranjeras; Grecia se ve condenada a tomar
préstamo en mercados extranjeros, sirviendo unos intereses
que sólo pueden calificarse como usureros.
El
comisario económico Joaquín Almunia fue cínicamente claro
respecto del propósito del plan de "estabilidad"
al decir que Grecia necesita "más reformas en las
pensiones, en la sanidad y en el mercado de trabajo".
Es un desvergonzado intento de aprovechar un problema
relativamente pequeño de deuda, a fin de alterar
radicalmente los equilibrios de clase y la relación
Estado/sociedad en un país conocido por su militancia
sindical y la fortaleza de su izquierda radical.
La
legitimidad de la Unión Europa se funda en principios de
justicia social y de solidaridad. Joseph Stiglitz ha
recordado a los europeos esas tradiciones en unas unas páginasrecientes,
llamando a una emisión de bonos en euros para salvar a
Grecia y a otras economías endeudadas. Un paliativo
inmediato así haría las veces de un trágico deus ex
machina; lo que pasa es que el fantasma neoliberal ha
expulsado a dios de la máquina.
Todavía
hay un aspecto más preocupante en estos acontecimientos
catastróficos. Papandreu resultó elegido hace cuatro meses
sobre la base de un programa de redistribución y justicia
social. Ahora acaba de aceptar un programa que es
exactamente lo contrario. Y eso constituye un ataque radical
a la política, y la mejor expresión del odio neoliberal a
la democracia. El comisario Almunia aconsejó a los políticos
y a la opinión pública de Grecia aceptar las medidas
propuestas añadiendo una apenas disimulada amenaza
reveladora de la asombrosa idolatrización de los mercados y
la fingida naturaleza de la impotencia regulatoria. Pues lo
cierto es que los mercados podrían especular con éxito
contra los bonos griegos, llevando a cotas insostenibles el
costo de los empréstitos, sólo porque la UE ha fijado un
irrealista límite del 3% para el déficit presupuestario.
El resultado es que la UE empuja a Grecia desde un extremo y
el mercado, desde el otro. Es una tormenta perfecta, pero
movida por mano humana. Los políticos y los eurócratas han
aceptado el papel de jugadores de poca monta en una economía
de casino que se declara por encima de los procesos políticos.
La
violenta pauperización de las masas, la rampante
privatización de los servicios públicos a través de la
reducción radical del sector estatal, así como la
creciente dependencia de los mercados exteriores en el
servicio de la deuda, equivale a una pérdida de soberanía
tal, que admite comparación con la de un Estado sometido a
ocupación extranjera, y trae consigo una amplia
reestructuración de los activos nacionales a favor del
capital y una grave crisis de legitimación europea.
Los
griegos son un pueblo orgulloso. Han sido masivamente
sometidos al bombardeo de los medios de comunicación, del
gobierno y de académicos adocenadamente sumisos, a fin de
hacerles creer culpables de los fallos de un sistema al que
nadie ha votado. En Gran Bretaña estamos ya muy
acostumbrados a la retórica del TINA
["No–Hay–Alternativa", por sus siglas en inglés;
T.]; pero también sabemos que siempre hay una alternativa.
La situación por la que atraviesan los griegos les coloca
en primera línea de un ataque en toda regla a los
principios europeos de democracia, justicia social y
solidaridad, principios que, aunque nunca dejaron de ser un
poco retóricos, hoy se hallan quebrados por doquiera.
Idealmente,
lo que el gobierno griego debería hacer es olvidarse de la
falsa ortodoxia que convierte a Grecia en una nación tan
poco soberana como Irak y llamar a un frente nacional de
resistencia frente al bárbaro ataque. Una iniciativa así
movilizaría el orgullo y el sentimiento de injusticia de la
nación. Apartaría al nacionalismo griego de su patológica
evolución reciente hacia el extremismo derechista y xenofóbico
y lo acercaría más a la tradición helénica, que es la de
la defensa de la democracia. Islandia convocó un referéndum
para decidir sobre la devolución de su deuda; lo mismo
debería hacer Grecia.
Pero
no es probable, porque el partido gobernante está demasiado
comprometido con el viejo clientelismo y el neoliberalismo.
La falta de una reacción encabezada por el gobierno aumenta
los desafíos para la izquierda griega, una de las más
fuertes de Europa. La izquierda tiene la responsabilidad
histórica de movilizar a la opinión pública griega contra
este tsunami de idiocia e injusticia antidemocráticas. Los
griegos han demostrado que saben cómo resistir, desde Antígona
hasta la Atenas de diciembre de 2008. Los campesinos ya han
bloqueado varias rutas en dirección norte y Bulgaria,
obligando a Barroso a amenazar con acciones legales. Se han
convocado para el próximo mes huelgas de funcionarios públicos
y una huelga general.
La
izquierda debe ser capaz, además, de movilizar a la opinión
pública europea. Si el ataque a las comunidades mineras y a
la NUM [Unión Nacional de Mineros, por sus siglas en inglés;
T.] resultó en Gran Bretaña emblemático del primer
neoliberalismo, el ataque a Grecia representa el comienzo de
su segunda fase. Si Grecia cae, no ofrece duda que los
mercados pasarán a atacar a España, Portugal, Italia y
Gran Bretaña, y la Comisión Europea vestida con la toga de
un coro trágico y lavándose las manos como Poncio Pilatos.
Lo que está en juego es el futuro de la democracia y de la
Europa social; los griegos deben luchar por todos nosotros.
(*) Costas Douzinas es profesor de
Derecho y Director del Instituto de Humanidades del Birkbeck
College de la Universidad de Londres. Sus últimos libros
son The End of Human Rights (El fin de los derechos humanos,
Bogotá, Legis, 2008) y Human Rights and Empire. En
castellano también puede leerse su artículo "El
fin(al) de los derechos humanos" en el Anuario de
Derechos Humanos de la Universidad Complutense, nº 7, 1,
2006, pags. 309–340.