La
crisis en Grecia no es una simple emergencia pasajera. Es la
prueba de que la economía mundial permanecerá una larga
temporada, quizás más de diez años, sumergida en un
letargo profundo. Lleva en sus entrañas el anuncio de
eventos nefastos. En comparación con el terremoto griego,
la caída de Lehman Brothers en 2008 podría parecer juego
de niños. No cabe duda, la idea de que ya entramos en una
fase de recuperación es brutalmente desmentida con el
colapso de la economía griega.
Es
ahora bien sabido que para ingresar a la eurozona en 2001,
el gobierno griego ocultó la magnitud real del déficit público
y de endeudamiento, para cumplir con los requisitos del
Tratado de Maastricht (déficit fiscal y endeudamiento
inferiores a 3 y 60 por ciento del PIB, respectivamente). En
2004 la Eurostat descubrió los trucos contables y ese año
el déficit fue recalculado, pasando de 1.7 a 4.6 por
ciento. En 2009 ese déficit alcanzó 12.7 por ciento del
PIB. Por su parte, Goldman Sachs y el gigante en bancarrota
AIG ayudaron a disfrazar el monto de la deuda a través de
operaciones poco transparentes en los mercados de derivados.
Cuando
ingresó a la esfera del euro, Grecia lo hizo con un tipo de
cambio sobrevaluado, lo que otorgó a los consumidores una
ilusión de prosperidad y el acceso a bienes y servicios que
antes estaban fuera de su alcance. El deterioro de las
cuentas externas griegas no tardó, y hoy el déficit
comercial alcanza 12.8 por ciento del PIB.
Además,
con las menores tasas de interés, tanto el sector privado
como el gobierno aumentaron sus niveles de endeudamiento. La
deuda externa de Grecia asciende hoy a 260 mil millones de
euros (mmde) y los vencimientos a corto plazo constituyen
una seria amenaza: 30 mmde en abril y marzo, y 64 mmde a lo
largo del año. El país no tiene con qué enfrentar esos
vencimientos y la amenaza de una moratoria es real. Las
consecuencias para Europa serían graves.
La
crisis mundial tomó a Grecia en una mala coyuntura. Su
balanza de pagos muestra gran debilidad y sus finanzas públicas
están enfermas.
Normalmente,
un país en esas condiciones podría recurrir a una
devaluación. Pero por pertenecer a la esfera del euro,
Atenas no controla su política cambiaria. Tanto Grecia como
la Unión Europea enfrentan un peligroso dilema: una salida
griega de la eurozona conlleva graves daños para el euro,
pero permanecer en ella aplicando un programa de austeridad
implica una recesión prolongada y difícil para Grecia.
Los
líderes de la Unión Europea han insistido en que no dejarán
caer la economía griega, pero hay muchas reticencias. En
Holanda se ha votado una ley que prohíbe usar recursos
fiscales holandeses en un eventual rescate de los griegos.
En Alemania el sentimiento es parecido. De cualquier manera,
si se logra armar un paquete de salvamento para Atenas, lo más
seguro es que vendrá acompañado de terribles condiciones
de austeridad. Cualquiera que recuerde los paquetes de
austeridad procíclicos impuestos por el FMI en las últimas
décadas sabe muy bien lo que eso significa.
Se
podría pensar que si se mantiene el déficit constante, el
crecimiento de la economía griega podría llevar a cumplir
la meta macroeconómica de su reducción. Pero en el
contexto de una recesión mundial eso no sucederá. Parece
que el sacrificio que exigirá la UE para acudir al rescate
será descomunal: recortes fiscales a todo tipo de
prestaciones y en el gasto social, además de una avalancha
de aumentos de impuestos. Esas medidas de austeridad
profundizarán la recesión y reducirán todavía más la
recaudación fiscal, alargando la duración de la
emergencia. En todo este proceso, el servicio de la deuda
pasará por una colosal desviación de recursos de la economía
real a la esfera financiera.
Paradójicamente,
los embustes de los gobiernos griegos podrían apuntar hacia
una puerta de salida: el recorte del gasto militar. En 1991
cuando las autoridades griegas mintieron sobre la magnitud
del déficit público, parte del engaño versó precisamente
sobre la adquisición de costosísimos aviones militares. En
2005 el gasto militar en ese país alcanzó 4.3 por ciento
del PIB (datos de SIPRI). Es evidente que eso debería ser
el primer filón para un programa de saneamiento de las
finanzas públicas. De hecho, el monto preciso del gasto
militar podría ser mayor. De cualquier forma, aun el
recorte en el gasto militar no es suficiente para evitar el
brutal ajuste que se impondrá sobre el pueblo griego.
Como
en una tragedia clásica, Grecia tiene frente a sí opciones
que oscilan entre lo terrible y lo desastroso. Si acepta un
“rescate” condicional, se sacrificará en el altar de la
austeridad y sufrirá una larga y brutal recesión. Si
declara la moratoria, quedará aislada y los efectos sobre
los bancos de la Unión Europea serán desastrosos. El
exilio podría ser otra opción: Grecia podría abandonar el
euro, lo que repercutiría negativamente sobre la
credibilidad de la unión monetaria y sobre la economía
mundial. En el género de la tragedia todos los caminos
conducen a la desgracia.
(*)
Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del
Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y
colabora regularmente con el cotidiano mexicano de izquierda
La Jornada.