Mijail
corta unos troncos, prende un fuego y prepara el té. El
termómetro que alguien dejó junto a su tienda de campaña
marca menos diecisiete grados y aquí, en el céntrico
boulevard de Brivibas Iela, nadie parece dar importancia a
un extraño campamento levantado con una doble función, la
de infravivienda y la de protesta social. Según este albañil
de 56 años, «la miseria se ha vuelto algo habitual».
Letonia
es un pequeño país del mar Báltico. Al igual que sucede
con las vecinas Lituania y Estonia, su territorio ha
permanecido tradicionalmente asfixiado entre el oso ruso y
la elitista Europa, sistema económico en el cual entró a
formar parte hace ahora seis años, seducida entonces por
las promesas de un flamante neoliberalismo en pleno apogeo
especulador.
Pasear
hoy por las calles de Riga, su capital, es sentir (como
cuando se hace en Bulgaria, Grecia o Rumanía) la otra
Europa, ésa que no es ni Londres ni Paris ni Estocolmo ni
Barcelona. Una Europa invisible en las grandes cumbres,
ausente de sus televisados discursos; un subcontinente de
pueblos pequeños o vulnerables que sólo son referente
cuando sus economías, de manera programada y artificiosa,
destacan engañosamente bien. «El tigre del Báltico»,
presumió «The Economist» hace diez años, cuando sus políticos
eran invitados a Bruselas y compraban Audis a sus mujeres.
Para
Gints, estudiante de ingeniería en busca de hogar, «la
ilusión de la libertad apenas ha durado una década. Nos
vendieron la libertad, pero al final se ha tornado en
libertad para comprar, no para progresar». Su padre era
también ingeniero. Gracias a un partido comunista «con el
que él nunca comulgó» pudo estudiar en la universidad y
vivir en un diminuto apartamento con otros estudiantes del
bloque soviético. «Hoy la televisión nos dice que todo es
posible, pero la realidad es que yo no tengo ni dónde vivir»
Ni dónde vivir ni, tal como pinta, cómo subsistir. «Letonia
acaba de sufrir la mayor caída del PIB del mundo» afirmaba
recientemente su pálido ministro de Economía.
Al
igual que ha sucedido en otros estados, el letón
propietario de una vivienda fantaseó con su riqueza. «El
mercado decía que las casas se revalorizaban casi mes a mes
-denuncia un grupo de señoras agrupadas junto al fuego del
campamento-, pero era todo mentira... La gente vivió a crédito
pensando que estaba respaldada por ese valor seguro. Hoy
sabemos que las casas valen mucho menos de lo indicado, y si
esto continua, por increíble que parezca, bajarán hasta
casi la mitad de lo que se soñaba en los tiempos de bonanza».
La especulación desmedida y la falta de previsión de un
Estado magnetizado por el fraudulento concepto del «aperturismo»
han arruinado a un país del que todo quien puede huye. «Nuestra
juventud sueña con Noruega, Alemania y Reino Unido. Aquí
ya no queda nada que rascar».
Pero
la peregrinación en todas sus expresiones no es un fenómeno
nuevo. En los primeros años de boyante inyección europea
los letones ya viajaban fuera para poderse operar. Tal es
hoy la precariedad médica que este año Suecia exportará
doctores y especialistas con el fin de actualizar la vetusta
tecnología hospitalaria letona. «Su sistema de salud no ha
cambiado desde la era soviética» afirma Gunnar Ljungdahl,
vicepresidente de la Facultad de Económicas de Estocolmo y
futuro responsable «del sanea- miento de la sanidad letona».
Kristine,
trabajadora social en uno de los atestados centros de ayuda
humanitaria, es tajante. «En todos esos años las ventas de
autos y ropa se multiplicaron por diez, pero hoy nos damos
cuenta de que lo verdaderamente importante, como la sanidad,
la educación y la ciencia empresarial se dejó de lado...
Mi madre paga por su cama en uno de los pocos hospitales que
no ha cerrado», denuncia mientras sirve una sopa al primer
necesitado de una interminable cola.
Los
comercios están de rebajas permanentemente y según Ksenia,
una joven empleada que se considera afortunada por
sobrevivir con un salario de trescientos euros al mes, «ni
con los superdescuentos vendemos». El pasado verano, después
de un invierno de manifestaciones e incertidumbre, algunos
grandes establecimientos iniciaron una liquidación al 90%,
arrojando los precios y forzando al pequeño comercio a
seguirle a la zaga. «Lo cual es catastrófico para las
economías familiares», asegura la dependienta.
También
el turismo, uno de los pocos sectores que podría mantenerse
en pie, ha descendido enormemente afectado por la crisis
global. Pero contradictoriamente a esa falta de visitantes
escandinavos y alemanes (gran parte de ellos turistas
sexuales) la prostitución va en aumento. No hay en Riga
hotel, taxi o mapa que no cuente con un anuncio de «club
para caballeros». Sin embargo tampoco ellas tienen apenas
trabajo. «Como no hay más alternativas - advierte un
empleado del céntrico Hotel Riga-, se sientan a esperar que
venga algún sueco, porque ¿sabía usted que allí está
prohibida la prostitución?».
«¿Sólo
nos queda volver la mirada a Moscú?», se pregunta el
editorial de un conocido diario. Y es que Letonia ha
desconfiado siempre de un gigante ruso que durante cincuenta
años la utilizó a su antojo. Tanto es así que una vez
terminada la etapa de ocupación soviética trataron de
expulsar (mediante unos deplorables mecanismos legales) a
parte de los rusos que vivían en el país, nada más y nada
menos que el 30% de la población. No obstante, hoy es el día
en que el Gobierno de Riga, en una frenética carrera por la
privatización de lo poco público que les resta en su
mermado haber, ha vendido un municipio entero a una
corporación rusa para obtener 2 pingües millones de
euros...
Este
año, el paro alcanza ya a un 24% de la población y el
primer ministro, Valdis Dombrovskis, se ha permitido bromear
al comentar en un programa de radio que ha solicitado los
servicios de una pitonisa «para que me adivine el futuro
económico de Letonia», un previsible colapso que a él,
con su salario vitalicio, poco le afectará.
Por
si acaso, la Policía ha hecho acopio de pelotas de goma y
material antidisturbios. «Es la única receta del Estado
para enfrentarse a la realidad», advierte un Mijail que,
como otros ochenta millones de personas (nuevos datos
aportados por Cáritas Europa) vive bajo el umbral de la
pobreza «en la nueva Europa de la libertad». tal como la
describió el ex presidente estadounidense George W Bush el
día en que Letonia entró en la OTAN.
Para
Gints, el estudiante, «en dos décadas de elecciones, este
país no ha conocido gobiernos de centro o de izquierda.
Nuestra pobreza es la prueba de que el neoliberalismo de la
derecha y su agresivo capitalismo ha resultado un auténtico
crimen».
Es
cierto que a los letones se les derrumbó el sistema
comunista, como también lo es que donde no hay derecho a
una cama en un hospital, trabajo o techo lo ha hecho ahora
también el capitalista.
Pregúntenle
personalmente a Gints, Ksenia o Mijail, pues en pocos medios
corporativos y en muchas menos cumbres se expondrá ni tendrá
en cuenta la desoladora opinión de esa Europa marginada
hacia la que quizá vamos; y de la que, en realidad y aunque
se nos olvide, venimos.