Las
medidas de austeridad impuestas a los trabajadores griegos
para reabsorber los déficits no son más que un preludio de
lo que podría producirse en otros países europeos. La
crisis griega demuestra los desacuerdos de la clase
dirigente sobre las estrategias a adoptar.
Por segunda vez desde diciembre de 2008, Grecia está en el corazón de la
situación política en Europa. Desde la llegada al poder
del Pasok, el partido socialdemócrata griego, y las
revelaciones sobre el trucaje de las cifras del déficit
presupuestario (el gobierno de derechas había falsificado
las cifras para anunciar un déficit menos elevado que su
nivel real, lo que le permitía continuar pidiendo prestado
a tasas de interés bajas en el mercado), una especie de
tragedia griega se desarrolla ante nuestros ojos. Los
socialdemócratas han abandonado rápidamente sus promesas
electorales y han anunciado la inevitabilidad de las medidas
de ajuste. La prensa alemana lleva a cabo una campaña de
denigración de la población griega. El primer ministro
griego, Papandreu, hace una gira por las principales
capitales de Europa para demandar un plan de rescate
europeo. En la prensa burguesa, el debate sobre la
oportunidad de salvar o no al estado griego hace furor. En
los mercados financieros, la especulación ligada a los déficits
griegos hace bajar al euro e inquieta a sus arquitectos. En
la propia Grecia, los planes de ajuste se siguen unos a
otros a una velocidad impresionante (el del mes de enero no
ha bastado para calmar a los grandes inversores financieros
y han sido precisas medidas suplementarias, anunciadas en
febrero, de una amplitud mucho más importante), las huelgas
se multiplican y el miedo a un nuevo diciembre griego
recorre Europa.
La crisis griega es significativa de la situación en varios países
europeos. En primer lugar, refleja las divisiones de quienes
dirigen nuestras sociedades. Es lo que revela el debate
sobre la ayuda que podría aportar Europa a Grecia. Algunos
no quieren oír hablar del menor céntimo de ayuda a Grecia.
“Alemania no dará un céntimo a Grecia”, ha declarado
Rainer Brüderle, el ministro de Economía y miembro del FDP,
el partido liberal–demócrata alemán, socio de la CDU de
Merkel en el gobierno. Los liberales del FDP y los bávaros
de la CSU están absolutamente opuestos a un rescate de
Grecia. Defienden que el Estado griego arregle su casa e
imponga a los trabajadores la integridad de la factura por
medio de las medidas de rigor. Pero enfrente, otros quieren
a cualquier precio evitar una quiebra del Estado y entre
ellos, muchos banqueros europeos que han prestado de forma
masiva a Grecia y se encontrarían de nuevo en una situación
muy difícil si el país no pagara sus deudas. Es lo que
explica la visita del patrón del Deutsche Bank a Atenas a
finales de febrero, con el objetivo de negociar con el
gobierno griego un eventual apoyo alemán.
En esta situación, Papandreu intenta jugar todas sus cartas para presionar
sobre el gobierno alemán. Tras su visita a Berlín el 5 de
marzo y a París el 7, se ha reunido el lunes con Barack
Obama en Washington para evocar la posibilidad de un apoyo
del FMI. Los dirigentes europeos no quieren oír hablar de
ello. Una solución así mostraría la incapacidad de la UE
para arreglar sola sus problemas. Y antes que ver intervenir
al FMI, están dispuestos a hacerlo por si mismos.
Lo que está en juego en todas estas peleas es saber como va a distribuirse
la carga de los déficits griegos. Es un pulso entre las
clases dirigentes europeas. Pero su fuente principal es la
incapacidad del gobierno griego para hacer pagar los platos
rotos de la crisis a los trabajadores de su país.
Pues si Papandreu fuera capaz de imponer el rigor necesario para reabsorber
rápidamente los déficits y calmar a los inversores
financieros, no habría necesidad de un apoyo europeo. Es lo
que reclaman los “halcones” en Alemania.
Crisis
europea
Tras Grecia, un conjunto de países esperan su turno. Los déficits griegos
no son mucho más elevados que los de España, Portugal,
Irlanda, Italia o incluso Gran Bretaña. Dejado aparte esta
última, los demás forman parte del euro. Si Grecia recibe
apoyo, sería un signo de que los grandes países europeos
–particularmente Alemania, principal potencia económica
europea– harán lo mismo por los demás. Esto debilitaría
la presión que se ejerce sobre ellos para imponer medidas
de rigor.
Así pues, en cierta forma, la lucha actual de las y los trabajadores
griegos tiene un alcance europeo. En la medida que logren
resistir a las medidas de rigor se crearán condiciones más
favorables para la población trabajadora de los demás países
europeos para luchar contra los planes de rigor que no van a
tardar en caerles encima.
Y por otra parte, en muchos países ya, las y los trabajadores del sector público
pasan a la acción. Los días 8 y 9 de marzo los
funcionarios británicos han hecho huelga contra la reducción
de sus primas de despido. En Portugal, los trabajadores del
sector público han hecho huelga el día 5 de marzo contra
la congelación de sus salarios, medida tomada para reducir
los déficits portugueses. En España, el martes 2 de marzo
ha habido una jornada contra la subida de la edad de
jubilación de los 65 a los 67 años. En Francia, el 23 de
marzo es una jornada interprofesional.
La crisis griega se convertirá ciertamente en una crisis europea cuando los
demás gobiernos adopten medidas similares. La resistencia
de los trabajadores griegos deberá seguir el mismo camino.