Cuando nació el euro, el
vaticinio era que no sobreviviría su primera crisis. Mientras las cosas
marcharon bien para la economía mundial, el euro creció y su papel como
unidad de reserva y pagos internacionales se fortaleció. Hoy más de la
cuarta parte de las reservas de los bancos centrales del mundo está en
instrumentos denominados en euros y por primera vez en su historia, la emisión
de bonos en euros sobrepasó a la de dólares estadounidenses.
El problema de las economías
capitalistas es que “mientras las cosas marchan bien” es precisamente
cuando se están gestando los problemas. Y ahora que estamos en la peor crisis
desde la gran depresión todo está preparado para ver si aquél pronóstico
sobre el euro era acertado o no.
La crisis llegó a Europa por
muchos canales, pero no parecía una amenaza para el euro sino hasta que se
perfiló la posibilidad de una moratoria sobre la deuda soberana griega. Lo
cierto es que Grecia pudo colocar deuda soberana a menor costo perteneciendo a
la esfera del euro porque los inversionistas siempre pensaron que Alemania
acabaría respaldando la economía griega. Pero ahora que Atenas tiene
dificultades para enfrentar vencimientos y el servicio de su deuda y que
Alemania no quiere recoger la factura, vienen a la memoria todas las
debilidades fundacionales de la divisa de la eurozona.
La creación del euro
significó para los miembros de la eurozona una pérdida de soberanía en
materia de política monetaria y cambiaria. El ganador fue el Banco Central
Europeo (BCE), una institución financiera autónoma que no rinde cuentas a
nadie. El BCE controla desde entonces la tasa de interés y la política
monetaria para la eurozona. El esquema macroeconómico europeo también impone
límites al gasto público, pasando así a controlar la política fiscal.
Pero la eurozona no cuenta
con un mecanismo que permita transferencias fiscales entre sus miembros. Esa
es la principal diferencia con el sistema de la Reserva Federal en Estados
Unidos. Por ese motivo, la eurozona exige una férrea disciplina macroeconómica,
misma que no se ha cumplido en la práctica. Ni el tope de endeudamiento (60
por ciento del PIB), ni el del déficit fiscal (3 por ciento del PIB) han sido
acatados por muchos de los integrantes de la eurozona, lo que lleva a dos
reflexiones.
Primero, la política
macroeconómica de la eurozona y de la Unión Europea en su conjunto fue
concebida en el momento más intenso de la expansión neoliberal. En esos años
dominaba la visión según la cual la mejor política macroeconómica era la
que no intervenía en nada. Por esa razón se pensaba que las reglas del
tratado de Maastricht y del Pacto de estabilidad y crecimiento eran más que
suficientes para mantener no sólo la disciplina individual, sino una
credibilidad bien cimentada para la nueva divisa.
Hoy la crisis desmiente esas
creencias y revela que se necesita una política macroeconómica contra–cíclica.
La moraleja es que si quiere sobrevivir en el largo plazo, la Unión Europea
debería rediseñar su marco de política macroeconómica, restituyendo
flexibilidad y eliminando la subordinación a los dictados del capital
financiero. Eso requiere de una sacudida política y social de primera
magnitud.
La segunda reflexión tiene
que ver con la supervivencia del euro. El capital financiero europeo teme por
la salud de su divisa emblemática. No es un secreto que varios de los más
grandes fondos de coberturas (hedge funds) están apostando al desplome del
euro, o por lo menos a su nivelación a la par con el dólar estadounidense.
Por eso el eje financiero de la eurozona considera urgente detener el colapso
de la economía griega y evitar el contagio a otros países de la cuenca del
Mediterráneo. Sin embargo, no le es fácil armar un paquete de salvamento con
transferencias de fondos y garantías para los acreedores de estos países.
La solución que se perfila
es la creación de un Fondo Monetario Europeo (FME) para hacer valer las
reglas y disciplinar a los miembros de la eurozona. Lo grave es que el FME
aplicaría las mismas recetas desastrosas que utilizó el Fondo Monetario
Internacional en el contexto de las crisis de los últimos 20 años. El
“apoyo” irá condicionado a la aplicación de esquemas pro–cíclicos,
con su secuela de privatizaciones, contención salarial y recortes en el gasto
social. Todo ello para sacrificar la economía real en el altar del capital
financiero, agravando la destrucción de capacidad instalada y la pérdida de
empleos. Peor aún, se estarán sentando las bases para crisis futuras de
mayor intensidad.
El arreglo monetario europeo
es disfuncional por el marco neoliberal de su política macroeconómica. Para
el capital financiero en la eurozona, la supervivencia del euro es vital para
la continuidad de la Unión Europea neoliberal. Para los pueblos de Europa, lo
que está en juego es la existencia de una sociedad más solidaria y justa.
(*)
Alejandro Nadal es economista. Profesor investigador del Centro de Estudios
Económicos de El Colegio de México.